TROPIEZA LA MARCHA GRAMSCIANA

By Paul Schwennesen
American Institute for Economic Research
18 de enero del 2024

Nota del traductor: la fuente original en inglés de este artículo es paul schwennesen, american institute for economic research, gramscian, January 18, 2024. En él podrá leer enlaces relevantes originalmente en letra azul en el texto.

A Antonio Gramsci, el activista marxista italiano, en algunas ocasiones se le acredita la frase “una larga marcha a través de las instituciones” – una estrategia para la hegemonía cultural de clases lograda expandiendo progresivamente la ideología socialista desde arriba hacia abajo. Esa “guerra de posicionamiento,” que se proponía transformar la sociedad al infiltrar e influir en instituciones clave, ha tenido un impacto profundo sobre el estado de cosas contemporáneo en Estados Unidos y en el más amplio Occidente.

Pero, paradójicamente, este impacto no es como se intentó. La estrategia que buscó establecer una nueva consciencia de clase revolucionaria a través de la captura institucional, en vez de eso, ha conducido a una extensa erosión de la fe en esas instituciones como tales. Aunque la etapa de infiltración del plan parece haber sido ejecutada muy exitosamente, la segunda etapa -influir en la cultura más amplia- parece haber encallado. Los soldados de a pie en la larga marcha han tropezado sobre sus barbas ante el obstinado buen sentido de una burguesía estadounidense que no pertenece a la élite. Desde la educación superior hasta los medios de la corriente principal, a Hollywood, a “Woke Inc.,” hasta el mismo estado federal, la Calle Principal de Estados Unidos ha, más o menos, elevado sus manos en disgusto. Ella sabe cuándo se le está utilizando.

Encuestas sobre confianza están siguiendo a dieciséis importantes instituciones culturales, y el número de personas que tiene “gran confianza” ha caído (más o menos desde la mitad) a otra mitad a partir de 1979. Sólo alrededor de una cuarta parte de los estadounidenses expresa hoy algún tipo de confianza general en las principales instituciones sociales, y, de estas, las empresas pequeñas, los militares, y la policía encabezan la lista. Entre tanto, el Congreso, las empresas grandes, los medios, y la mano de obra organizada, ocupan los rangos más bajos de nuestro respeto colectivo y continúan perdiendo mucho de su brillo año tras año (el Congreso encabeza la caída hacia el fondo, según las encuestas, con una aprobación de alrededor del 7 por ciento). El sistema universitario no está entre las dieciséis instituciones tradicionalmente encuestadas, pero, encuestas separadas muestran (sin sorprender) que la confianza en la educación superior ha caído precipitadamente en los últimos años.

La teoría de Gramsci defendía un enfoque sutil, de largo plazo, para lograr el cambio social marxista apoderándose de las alturas culturales e intelectuales. En vez de sólo descansar en la violencia revolucionaria, Gramsci enfatizó que “en el nuevo orden, el Socialismo triunfará primero capturando la cultura por la vía de la infiltración de escuelas, universidades, iglesias, y medios, transformando la consciencia de la sociedad.”

¿Fue exitosa la estrategia? Las instituciones educativas (muy en especial en las humanidades) ciertamente han abrazado agendas marxistas progresistas. De la misma forma, muchos medios se han convertido en plataformas del tipo de defensa socialista que Gramsci habría apoyado. Pero, mucha de esa infiltración institucional parece haber reflejado, en vez de causado, los cambios culturales de la última mitad del siglo XX. Por ejemplo, entre 1969 y 1998, el porcentaje de profesores orientados hacia la izquierda permaneció relativamente estable en alrededor de 45 por ciento, y no fue sino hasta fines de la década de 1990 cuando en la academia las cosas empezaron a sesgarse fuertemente hacia la izquierda.

La estrategia gramsciana fue diseñada para dar forma a la consciencia colectiva de una sociedad, asegurando una transformación (revolucionaria) duradera. Sin embargo, cuando las instituciones se inclinan más fuertemente hacia un sesgo socialista, la población, como un todo, pierde aún más la fe en las instituciones como tales. Es como si el “proletariado” viera claramente el esquema.

Después de todo, no parece ser coincidencia que las instituciones más aisladas de la infección gramsciana (pequeñas empresas, militares, policía), sean las que ahora exigen los niveles más altos de respeto cada vez menor. Parece que Gramsci se equivocó. Él simplistamente supuso que las masas ingentes miraban hacia los intelectuales y élites (como él), y que seguirían alegremente, como ovejas, el ejemplo de sus superiores. Claramente, esto no es así. La estrategia dirigida a dar forma a la consciencia colectiva parece haber resultado contraproducente, cuando la población, siendo testigo del abrazo institucional de la ideología socialista, perdió la fe en las mismas instituciones que ostensiblemente pretendían guiarla.

¿Adónde es posible que conduzca este fenómeno? Parece bastante improbable que las tendencias en la fe institucional verán algún tipo de cambio dramático (excepto, tal vez, todavía más hacia abajo). Esa carrera hacia el fondo señala algo tal vez más revolucionario: una reconfiguración importante o una eliminación al por mayor de las propias instituciones denigradas. Nadie sabe quién será la primera en ser halada desde sus orejas – las universidades, por ejemplo, o el Congreso. Pero, ya sea que estos cambios institucionales ocurran por la vía de la evolución o la revolución, tendrá implicaciones importantes para la estabilidad de la sociedad como tal.

Irónicamente, tal vez Gramsci ría de ultimo. Si la “larga marcha” termina en una completa revisión o eliminación de las propias instituciones importantes, entonces, tal vez, su objetivo de revolución social se habrá logrado. No exactamente en la forma en que él lo imaginó, pero, de todos modos, fue una revolución.

Paul Schwennesen es un historiador ambiental. Posee un doctorado de la Universidad de Kansas, una Maestría en Gobierno de la Universidad de Harvard, y grados en Historia y Ciencia de la Academia de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos. Es contribuyente frecuente de AIER y sus escritos han aparecido en el New York Times. El American Spectator, el Claremont Review, y en libros de texto sobre ética ambiental (Oxford University Press y McGraw-Hill). Es padre, más importantemente, de tres encantadores hijos.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.