LAS DÉBILES INCURSIONES CONTRA EL LIBRE COMERCIO

Por Donald J. Boudreaux
Law & Liberty
10 de enero del 2024

Nota del traductor: la fuente original en inglés de este artículo es donald j. boudreaux, law & liberty, free trade, January 10, 2024. En él podrá leer enlaces relevantes originalmente en letra azul en el texto.

Oren Cass ha disparado una andanada contra el libre comercio. Él acusa a los librecambistas no sólo de estar severamente equivocados, sino, también, de ser tendenciosos, tanto en su historia como en su teoría. Esta seria acusación merece una respuesta seria. Por desgracia, el espacio me impide enfrentar ciertos errores, en especial su grave malinterpretación de la historia económica de los Estados Unidos del siglo XIX. Lectores interesados en descripciones sólidas de esa era pueden consultar a Douglas Irwin y Phil Magness. Yo muestro que Cass (1) presenta descuidadamente los datos; (2) falla en comprender la teoría económica simple, e incluso el significado de términos básicos; y (3) malinterpreta y cita erradamente a economistas.

Cass empieza por documentar el hecho de que economistas modernos prominentes, de todas las tendencias ideológicas, apoyan fuertemente el libre comercio. En efecto, según estima Cass, las expresiones de economistas de apoyo al libre comercio -y de la alta importancia del principio de la ventaja comparativa- son tan formulistas y frecuentes como para ser nauseabundas. Pero, como entonces les dice Cass a sus lectores, el abrazo de los economistas al libre comercio no tiene sentido, y su obsesión con la ventaja comparativa es de una cosecha relativamente reciente. Ya sea Milton Friedman en Chicago o Paul Samuelson en Cambridge, casi todos los economistas de la época moderna se han rehusado a pensar tan cuidadosamente sobre el comercio como lo hace Oren Cass. Es más, estos economistas no comprenden adecuadamente lo que escribieron economistas de generaciones previas sobre el comercio. Si esos economistas modernos hubieran estado tan entonados como Cass en los detalles de la teoría del intercambio, así como en las reservas acerca de esta teoría expresadas por economistas previos, como David Ricardo y Alfred Marshall, no se apresurarían a repetir como loros garantías simplistas y rutinarias sobre las virtudes del libre comercio.

No obstante, de inmediato surgen razones para dudar sobre la confianza en el caso de Cass. Su primera y principal pieza de evidencia de que el caso a favor del libre comercio no es sólido, es la racha regular de déficits comerciales anuales de Estados Unidos (más sobre ello luego). Aquí es notoria la manera confusa de Cass para introducir el tema. Escribiendo que “las exportaciones e importaciones de Estados Unidos estaban aproximadamente balanceadas en 1992,” reporta que, para el 2022, las importaciones de Estados Unidos excedieron sus exportaciones en más de $900 miles de millones. Cass transmite la impresión de que 1992 o sus alrededores marcaron un punto de inflexión importante en las fortunas del comercio de Estados Unidos. Pero, no fue así. La actual cadena sin ruptura de déficits comerciales anuales -en que el valor de los bienes y servicios importados excede el valor de los bienes y servicios exportados- empezó en 1976. Este déficit se amplió hasta alrededor de 1987, cuando empezó a encogerse. Pero, al contrario de lo que dice Cass, nunca se acercó a una desaparición; en 1992 era de $39.2 miles de millones, o 0.6 por ciento del PIB de ese año de $6.52 millones de millones. Luego, el déficit comercial empezó de nuevo a ampliarse. El intento de Cass al iniciar la evaluación de los déficits comerciales en 1992 elimina 16 años de estos déficits, años que incluyen los económicamente dinámicos años de los ochentas. Con esta maniobra, Cass se protege mejor de tener que responder una pregunta difícil: Si en verdad los déficits comerciales dañan la economía, ¿por qué hoy los estadounidenses son tan ricos? Personas que llegaron a la edad de pensionarse en el 2023 apenas se estaban graduando de segunda enseñanza cuando comenzó esta racha anual ininterrumpida de déficits comerciales. Ciertamente, 47 años consecutivos de ser drenados de riqueza serían suficientes para empobrecer a los estadounidenses si en verdad los déficits comerciales fueran tan ruinosos.

DÉFICITS COMERCIALES Ξ EXCEDENTES DE CAPITAL

Lo cierto es que los déficits comerciales de Estados Unidos no son evidencia de una economía en problemas, tampoco es fuente de tales problemas. Muy lo opuesto. Los déficits comerciales de Estados Unidos existen porque inversionistas de alrededor del globo encuentran a este país como un lugar atractivo para invertir. Las economías en problemas no cumplen con esa factura. Y los inversionistas extranjeros están sujetos a las mismas reglas de la realidad que los estadounidenses. Así como Cass no puede gastar sus dólares en consumo si quiere tener dólares disponibles para invertir, los extranjeros no pueden gastar todos sus dólares en exportaciones estadounidenses, si quieren tener dólares disponibles para invertir en Estados Unidos. Por tanto, extranjeros deseosos de invertir en Estados Unidos se abstienen de comprar algo de exportaciones estadounidenses para tener los dólares que necesitan para tal inversión. Así se amplía el déficit comercial de Estados Unidos. Es un misterio el por qué inversionistas globales continuaron, por casi medio siglo, invirtiendo en una economía estadounidense que se hundía. El misterio se resuelve al reconocer que, debido a que nadie invierte intencionalmente en sitios que se están hundiendo, en realidad, a la economía estadounidense le está yendo muy bien, al menos según lo evalúan los inversionistas globales.

Cass objetará. Nos recuerda, como lo hace en su ensayo, que la productividad de los trabajadores estadounidenses ha declinado desde el 2012. Quiere que pensemos que esta caída en la productividad resulta de los déficits comerciales anuales vigentes de Estados Unidos. Pero, cuando vemos un panorama más amplio, su caso colapsa. Si bien cae durante recesiones, la productividad de los trabajadores de la manufactura estadounidense aumentó constantemente desde fines de la Segunda Guerra Mundial hasta el 2012; no se detuvo ni siquiera cuando empezó en 1976 la corrida de déficits anuales de Estados Unidos. De hecho, en la década de los ochentas, su tasa de crecimiento se elevó ligeramente. La declinación de la productividad en años no recesivos empezó sólo en el 2012, 36 años luego de que empezara la serie ininterrumpida de déficits comerciales de Estados Unidos. Cass culpa a los déficits comerciales por el reciente estancamiento de la productividad del trabajador de la manufactura, pero su argumento no pasa la prueba del olfato.

En otros dos lugares de su ensayo, Cass revela su malinterpretación de las cuentas financieras internacionales. En uno, escribe -rehiriéndose a los déficits comerciales anuales acumulados desde 1992- que “desde 1992, Estados Unidos ha acumulado $15 millones de millones en deuda comercial.” Falso. Un déficit en el comercio de bienes y servicios no es sinónimo de aumento en la deuda. Si un exportador holandés usa dólares para comprar tierras en Texas o acciones de empresas en la bolsa de valores estadounidense NASDAQ (o sólo mantiene los dólares como efectivo), esta transacción no obliga a que un estadounidense repague algo a alguien. El déficit comercial de Estados Unidos se eleva, pero no el endeudamiento de los estadounidenses.

Cass responderá que en este ejemplo los estadounidenses compraron importaciones con activos – una transacción que Cass asume empobrece a los estadounidenses. Pero, de nuevo, se equivoca. La existencia de capital -de activos productivos- no es fija. Puede disminuir o crecer. Cuando extranjeros invierten en Estados Unidos, el efecto general es incrementar la existencia de capital de Estados Unidos. El efecto podría ser otro, y lo sería si los estadounidenses gastaran en consumo todos los dólares ganados por ventas de activos a extranjeros. Pero, estos dólares pueden también invertirse en formas que elevan tanto la existencia de capital en Estados Unidos como la riqueza neta de estadounidenses. Al suceder, muchos de estos dólares -junto con los dólares de extranjeros- son de hecho invertidos en esta forma productiva, como lo atestigua el crecimiento estable durante décadas de la existencia real de capital en Estados Unidos, y la creciente riqueza neta de los hogares estadounidenses, que está hoy en el nivel más alto de todos los tiempos. (Usando el Índice de Precios del Gasto Personal en Consumo para ajustar por la inflación a la medición denominada en dólares de la riqueza neta de los hogares de Estados Unidos, encuentro que, en el 2019, el valor de la riqueza neta real total de los hogares estadounidenses fue 87 por ciento más alto de lo que era en 1999, año cuando empezó el llamado “Impacto de China.” Pero, debido a que en el 2019 había 25 millones más hogares de los que había en 1999, una cifra más reveladora es el valor de la riqueza neta real de un hogar promedio. En el 2019, el valor de la riqueza neta real promedio de un hogar estadounidense fue 46 por ciento mayor de lo que era 20 años antes. Elijo el 2019 para evitar la inflación de los valores de los activos creados por la incontinencia del gasto por la pandemia y la política monetaria.)

Es imposible cuadrar estos datos con la afirmación de Cass de que déficits comerciales de Estados Unidos ya bien imponen sobre nosotros los estadounidenses una deuda mayor o bien nos desliga de activos. En efecto, los déficits comerciales de Estados Unidos -porque son consecuencia necesaria de influjos netos de capital hacia Estados Unidos, en un mundo en que la existencia de capital puede crecer y lo hace- elevan sosteniblemente el estándar de vida de estadounidenses ordinarios. No sólo las importaciones de Estados Unidos aumentan nuestro acceso tanto a bienes de consumo como insumos para la producción aquí en casa, las inversiones realizadas por foráneos en Estados Unidos ayudan a mantener más alta la productividad de trabajadores y empresas estadounidenses, de lo que sería si esas inversiones fueran menores.

La confusión de Cass sobre el balance comercial es desplegada aún más en su queja sobre el déficit comercial estadounidense con China.

En un mundo de más de dos países, no hay razón alguna para asumir que cualquier par de países tendrá un comercio “balanceado” entre ellos. Cada país podría ya sea no tener un déficit o un excedente comercial con el resto del mundo, y aún tener los llamados déficits y excedentes comerciales con varios países individuales. Por tanto, el “déficit comercial con China” de Estados Unidos no dice literalmente nada sobre la condición de la economía de cada país, de la naturaleza de la política comercial de cada país, o, de hecho, sobre la balanza comercial general de cualquiera de los países.

Yo aconsejo a mis estudiantes que, cuando encuentren a alguien que habla seriamente sobre el balance comercial de un país con otro, concluyan de inmediato que esa persona no entiende el comercio. Que Cass vea significado en el hecho de que estadounidenses importan más de China de lo que exportan a ella, es suficiente por sí solo para descalificarlo de pronunciarse sobre asuntos relacionados con el comercio.

CASS ACERCA DE ECONOMISTAS DEL PASADO SOBRE EL COMERCIO

Por igual, Cass está confundido sobre la historia del pensamiento económico sobre el comercio. Está en lo correcto de que David Ricardo, cuando hace mucho explicó cómo la ventaja comparativa creaba ganancias con el comercio, asumió que el capital es internacionalmente inmóvil. Pero, Cass incorrectamente infiere de este hecho que la mayor movilidad de capital internacional de hoy reduce o hasta elimina esas ganancias. Esta incomprensión del caso a favor del libre comercio no es única de Cass; los proteccionistas con regularidad caen en ella, dada la prominencia del trabajo de Ricardo para justificar el libre comercio. Hace años, yo traté esa incomprensión. [La referencia correcta de la fuente es “Donald J. Boudreaux, Does Increased International Mobility of Factors of Production Weaken the Case for Free Trade, Cato Journal, 23, números 3-6”]

Otra de las confusiones de Cass surge de su referencia a la presunta “promesa” de F.A. Hayek de que el libre comercio (Cass citando a Hayek) lograría el “balance necesario… entre exportaciones e importaciones.” Dado que un país que tiene déficits comerciales importa más de lo que exporta, Cass califica como fallido el caso de Hayek a favor del libre comercio – como una “promesa incumplida.”

Pero, “balance” no significa “igualdad.” Por supuesto, Hayek sabía que los flujos internacionales de inversión son reales y quiebran lo que alternativamente sería una igualdad necesaria entre importaciones y exportaciones. Por tanto, interpretarlo como “prometiendo” que el libre comercio garantiza que el valor de las exportaciones de un país siempre igualará el valor de las importaciones de ese país es un error. El balance al que se refería Hayek no es igualdad entre el valor de las exportaciones e importaciones. En vez de ello, a lo que Hayek se refirió es que el proceso de mercado conecta las exportaciones con las importaciones de una forma predecible: si caen las importaciones, también lo harán las exportaciones. (Y así, ustedes los proteccionistas dense cuenta de sus esquemas errados al reducir el déficit comercial restringiendo las importaciones.)

También, Cass se tropieza en su intento por retratar al gran economista de Cambridge Alfred Marshall como no estando comprometido con el libre comercio. El primer paso errado de Cass es inferir significado de un fallo de Marshall al no mencionar la ventaja comparativa en su enormemente influyente Principios de Economía, primero publicado en 1890. Cass se propone convencer a lectores de que no fue sino hasta el siglo XX cuando economistas, abrumados por una picazón por inventar un caso a favor del libre comercio, empezaron a poner atención a la ventaja comparativa. (Cass claramente no ha leído a J.S. Mill). Pero los Principios de Marshall en general dicen muy poco sobre el comercio internacional. Al ser el primero de dos volúmenes intentados, se pensó que Marshall se volcaría en el segundo volumen hacia temas más orientados hacia políticas, incluyendo la política del comercio internacional. Por desgracia, no apareció ese segundo volumen.

Cass aún tropieza más al citar objeciones de Marshall tanto a economistas que tallaron muy estrictamente a partir de la forma abstracta de Ricardo de hacer economía, así como no economistas que usaron la economía clásica para impulsar agendas políticas. En efecto, Marshall rechazó abstracciones etéreas de teorización de Ricardo, pero este hecho difícilmente significa que rechazara todo acerca de la economía de Ricardo, incluso la ventaja comparativa. (Dado a que en última instancia la ventaja comparativa es aritmética, difícilmente Marshall podría haber hecho eso). En cuanto a Cass citando la línea de Marshall de una nota al pie de página sobre los “muchos parásitos de la ciencia,” de ninguna manera esa es una nota al pie de página sobre comercio internacional. En ella -note la ironía- Marshall se lamenta de intentos tendenciosos de no economistas de usar la economía para promover sus objetivos de política.

Si en realidad Cass estuviera interesado en lo que Marshall pensó acerca del libre comercio, un poquito de investigación le hubiera llevado al artículo de 1955 de H.W. McCready en el Journal of Political Economy, que contiene correspondencia reveladora de Marshall. En su correspondencia de 1903, Marshall deja claro que, si bien aceptaba la validez de algunas excepciones teóricas al caso en favor de una política de libre comercio, él no creyó que esos puntos abstrusos creaban un caso práctico a favor del proteccionismo. Marshall aparece firmemente a favor del libre comercio y hasta se opone a represalias con tarifas, al ser muy posible que condujeran a niveles injustificados de protección. Investigación adicional de Cass también podía haberle alertado del artículo de Doug Irwin en 1991 en el Journal of Economic Perspectives, en que Irwin escribe que “a pesar de la avalancha de trabajo teórico sobre aranceles usando herramientas analíticas que él había desarrollado, Marshall estaba convencido de que la reintroducción de aranceles en Inglaterra ‘sería un mal puro y grave.’”

Como todos los intentos de Cass por desacreditar el caso a favor del libre comercio, su sugerencia de que Alfred Marshall no era fuerte defensor de una política de libre comercio multilateral se cae ante los hechos.

La rayería de Cass contra el libre comercio, siendo agradablemente escrita, tal vez persuada a mucha gente no familiarizada con la economía de que el caso a favor del libre comercio es falaz. Pero, sin embargo, si Cass desea involucrarse productivamente con académicos conocedores del comercio, necesitará aprender más de economía.

El profesor Donald J. Boudreaux es profesor de economía en la Universidad George Mason. Es autor de Globalization (Greenwood Press, 2008) y tiene un blog con Russ Roberts llamado Café Hayek.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.