CÓMO LA APERTURA COMERCIAL PROMUEVE LA SEGURIDAD NACIONAL DE ESTADOS UNIDOS

Por Samuel Gregg
Law & Liberty
5 de diciembre del 2023

Nota del traductor: la fuente original en inglés de este artículo es samuel gregg, law & liberty, trade, December 5, 2023. En él podrá leer enlaces relevantes originalmente en letra azul en el texto.

En las disputas actuales sobre la economía política estadounidense, los problemas de la seguridad nacional se asoman como importantes. Figuras en la izquierda y derecha invocan regularmente las lógicas de la seguridad nacional para aplicar políticas industriales a sectores económicos específicos o limitar radicalmente el comercio con países en concreto.

Una pregunta que nunca se aborda durante estos debates es “¿Qué es la seguridad nacional?” Eso importa, pues la idea de seguridad nacional ha sido extendida en décadas más recientes para abrazar cosas que oscilan desde justicia social a iniciativas DEI [siglas en inglés de Diversidad, Equidad e Inclusión]. Dicha elasticidad conceptual ha borrado el sentido más básico de seguridad nacional.

En un esfuerzo por extraer de esta ambigüedad una respuesta clara, el historiador de las ideas y anterior diplomático, Kim R. Holmes, analizó extensamente el significado moderno de seguridad nacional y sus permeaciones desde el siglo XVII. Habiendo arreglado a través de diferentes distinciones e identificado numerosas pistas falsas, Holmes concluyó que “la seguridad nacional es la salvaguardia de la nación como un todo. Su mayor orden de prioridades es la protección de la nación y su gente ante ataque y otros peligros externos, al mantener fuerzas armadas y guardar los secretos de estado.” Luego, Holmes afirmó, “Debido a que la seguridad nacional implica tanto la defensa nacional como la protección de una serie de intereses geopolíticos, económicos, y otros, eso no sólo afecta la política de defensa, sino también, por igual, políticas externas y otras.”

Entre esas otras políticas impactadas por la seguridad nacional está la política comercial. A partir de Adam Smith, los liberalizadores del intercambio se han dado cuenta aguda de eso, y siempre reconocieron las afirmaciones legítimas de seguridad nacional como exención a su posición de que el comercio entre naciones debería ser tan libre como fuera posible. Cuando Smith escribió al inicio de su Libro 5 de la Riqueza de las Naciones que “El primer deber de un soberano” es “proteger la sociedad ante la violencia e invasión de otras sociedades independientes,” dio a entender lo que dijo.

El cumplimiento por el estado de este deber primario en verdad tiene implicaciones para la política comercial. Pero, no es garantía para un entremetimiento interminable del gobierno en el comercio internacional. Al contrario, deberíamos reconocer cómo la apertura al comercio puede promover la seguridad nacional de Estados Unidos y cómo, por el contrario, el nacionalismo económico usualmente la subvierte.

DEBILITARSE UNO MISMO A LA VEZ QUE SE HACEN ENEMIGOS

Entender cómo, en nombre de fortalecer a las naciones, el nacionalismo económico en realidad debilita la seguridad nacional, requiere el reconocimiento de uno de los fundamentos originales del nacionalismo económico: la noción de que el comercio entre fronteras nacionales se asemeja a un juego de suma cero. Este fue el supuesto subyacente en las doctrinas mercantilistas que dominaron Occidente desde fines del siglo XV hasta mediados del siglo XVIII. Hoy, tal pensamiento se manifiesta en la premisa del nacionalismo económico de que otras naciones son entidades de las que, en el mejor de los casos, se esperan ganancias económicas irregulares y relativas, en vez de socios con quienes pueden existir intercambios mutuos beneficiosos en curso.

Esta es la razón de por qué nacionalistas económicos se preocupan por los déficits comerciales. Al exportar Estados Unidos más de lo que importa, los proteccionistas lo consideran como positivo. Los extranjeros, dicen ellos, están comprando más bienes producidos en Estados Unidos de lo que estadounidenses están comprando de bienes externos.
Así, Estados Unidos “gana.” Al contrario, al comprar estadounidenses más bienes producidos en el exterior que bienes estadounidenses, Estados Unidos “pierde.”

Ay, tal razonamiento descansa en una grave concepción errada de la naturaleza del comercio. Cuando dos negocios en dos países diferentes entran en un intercambio libre, ambos “ganan” pues cada uno se asegura de lo que quieren del otro. De no ser así, ninguno habría consentido al intercambio. Desde este ángulo, déficits comerciales entre naciones no son, en sí, ni malos ni buenos. Lo importante es que la gente logra lo que valora. Gobiernos que intentan alterar el balance comercial en favor de su país por medio del proteccionismo están, así, tratando de rectificar algo que no es un problema.

Por desgracia, la historia no termina aquí. Gobiernos que prosiguen tales políticas no sólo inyectan disfuncionalidades serias a largo plazo en la economía y política de sus naciones, al incentivar una masiva búsqueda de rentas; aquellos corren el riesgo de crearse graves problemas de seguridad nacional.

Eso es precisamente lo que pasó cuando Estados Unidos abrazó políticas proteccionistas dirigidas directamente al libre comercio con Gran Bretaña luego de la Guerra Civil. No sólo, como muestra el historiador económico Phillip W. Magness, hay “evidencia considerable de los daños del proteccionismo [estadounidense] de fines del siglo XIX que sobrepasaron en el neto a los beneficios aislados a industrias seleccionadas.” El mismo proteccionismo dañó las ya frías relaciones de Washington con un superpoder naval, económico, y financiero, con el que Estadios Unidos -a pesar de sus fuertes ligámenes de lenguaje, constitucionalismo liberal, historia, religión, y comercio- se involucró en disputas severas. Se requirieron importantes esfuerzos diplomáticos para impedir que estas tensiones se derramaran hacia la guerra. No es por coincidencia que el Gran Acercamiento entre Estados Unidos y Gran Bretaña, que empezó a mediados de la década de 1890, fuera acompañado de esfuerzos por liberalizar el comercio entre los dos grandes poderes de lengua inglesa.

Otro ejemplo del proteccionismo dañando intereses de la seguridad nacional de Estados Unidos tiene que ver con la Ley de Aranceles Smoot-Hawley de 1930, que elevó la tarifa promedio a casi 60 por ciento. Esto dio lugar a represalias de algunos de los socios comerciales más grandes de Estados Unidos, en el mismo momento en que empresas de Estados Unidos necesitaban desesperadamente más, en vez de menos, acceso a mercados extranjeros. Un blanco especial fueron bienes intercambiados de gran importancia para Estados Unidos. El economista especializado en comercio Douglas A. Irwin ha demostrado cómo también los aumentos de los aranceles socavaron el crecimiento económico, en una época de retroceso económico severo en Estados Unidos. Desde el punto de vista de las relaciones internacionales, el momento de la Ley Smoot-Hawley no podía haber sido peor para Estados Unidos. Debilitó un país ya golpeado por la Gran Depresión incluso económicamente -y, por tanto, militarmente- en el momento en que la competencia de los estados nacionales se estaba alentando en Europa y la región del Asía-Pacífico.

FUERZA A TRAVÉS DE LA APERTURA

Eso es todo en cuanto al nacionalismo económico. Pero, ¿cómo la apertura al comercio amplía la seguridad nacional?

En primer lugar, hay evidencia empírica substancial que indica que hacer crecer el intercambio entre naciones reduce las probabilidades de conflictos militares graves con esos países. Esto no significa que la apertura al comercio haga que sea casi imposible para naciones relativamente integradas económicamente participar entre sí en guerras ardientes prolongadas, como afirmó Norman Angell en su libro de 1909, The Great Illusion. La Primera Guerra Mundial desmintió dicha afirmación por siempre al decidir gobiernos europeos que obligaciones de tratados, lazos étnicos, intereses nacionales, y seguridad nacional superaban los costos económicos asociados con destruir las considerables interdependencias económicas que entrecruzaban el continente.

Más bien, simplemente reafirma la observación de Montesquieu de que la diseminación del doux commerce [el dulce comercio] a través de fronteras nacionales es posible que disminuya la violencia entre países, entre otras razones porque ello obliga a los gobiernos a pensar, en un mundo económicamente integrado, sobre el daño económico que una elección de guerra puede infligir sobre sus propios países. En el tanto que la apertura comercial ocasiona que algunos países duden antes de atacar a otras naciones, promueve la seguridad de estas últimas.

Una segunda contribución de la apertura del comercio para la seguridad nacional tiene que ver con el crecimiento económico. Entre más abierta sea la orientación económica de un país, más crece comparado con aquellos con altas barreras arancelarias. El estudio más extenso del Banco Mundial sobre este tema indicó que, entre 1950 y 1998, “países que liberalizaron sus regímenes comerciales experimentaron tasas de crecimiento anuales promedio que eran alrededor de 1.5 puntos porcentuales más altos que antes de la liberalización.” Con el paso del tiempo, esto tiene efectos positivos sobre el crecimiento. En contraste, como lo ilustró un análisis detallado del 2019 del FMI sobre los efectos del proteccionismo, “aumentos en los aranceles conducen, en el mediano plazo, a declinaciones económica y estadísticamente significativas en la producción y productividad doméstica.”

Si bien Estados Unidos es menos abierto al comercio que algunos otros países, la apertura comercial ha acentuado el tamaño y velocidad del crecimiento del PIB de Estados Unidos y sus beneficios asociados. como mayor productividad (incluso en la manufactura) gracias a presiones de la competencia externa que amplía el crecimiento, al ser agrega a aquellas que emanan de la competencia doméstica. También, la apertura al comercio eleva el crecimiento por la vía de que empresas estadounidenses se aseguran un acceso confiable a mercados internacionales en donde puede, (1) al adquirir suministros confiables de bienes a un costo menor a los de fuente domésticas y (2) al vender productos hechos en Estados Unidos en nuevos mercados.

La relevancia para la seguridad nacional de estas ampliaciones del crecimiento impulsadas por el comercio es que naciones más ricas pueden gastar mucho más en defensa -incluyendo Investigación & Desarrollo para la defensa- que países más pobres. Si la guerra tuviera lugar, las naciones más ricas pueden lograr luchar por períodos más amplios y con armamento más sofisticado que aquellas con menos recursos económicos. Eso no garantiza la victoria para las naciones más ricas, como lo descubrieron los Estados Unidos durante la Guerra de Vietnam. Pero, constituye un disuasivo -y un potencial obstáculo fatal – para países beligerantes más pobres.

Los beneficios de crecimiento por la apertura al comercio por Estados Unidos se magnifican al acompañarse de medidas que facilitan la inversión extranjera. Eso expande las entradas de capital hacia los Estados Unidos, lo que, entre otras cosas, eleva la productividad, incluso en sectores como la tecnología, que, en la actualidad, le brinda a Estados Unidos ventajas militares significativas sobre sus rivales. Sin embargo, los nacionalistas económicos a menudo contratacan diciendo que la inversión extranjera puede crear problemas de seguridad nacional. Esas inversiones, sostienen ellos, arriesgan que se dé un control indebido a intereses extranjeros sobre activos comerciales e industriales de Estados Unidos.

La dificultad con este argumento es que empresas extranjeras que operan en Estados Unidos están sujetas a las mismas leyes que empresas de propiedad estadounidense. Si violan las leyes comerciales, se pueden encontrar en medio de una lucha de casos legales onerosos en cortes estadounidenses. Aún más, si las operaciones de una empresa extranjera en Estados Unidos se consideran como una amenaza a la seguridad nacional, es muy posible que tal compañía sea puesta en lista negra por el ministerio de Hacienda de Estados Unidos y excluida de mercados estadounidenses. Hay una lista extensa y creciente de tales empresas. En otras palabras, Estados Unidos posee las herramientas para enfrentar este desafío, sin que indebidamente se socaven los efectos de la inversión extranjera que inducen el crecimiento.

CADENAS DE SUMINISTROS Y CAPACIDAD DE RECUPERACIÓN

Son difíciles de negar los beneficios de los efectos sobre la seguridad nacional de la ampliación del crecimiento por la apertura hacia comercio. Esa puede ser la razón por la que a menudo nacionalistas económicos se enfocan en otros temas al ligar la liberalización comercial con amenazas particulares a la seguridad nacional. El asunto de la vulnerabilidad de las cadenas de suministros invariablemente se destaca en esas discusiones.

Entre más internacionalizada la cadena de suministros, dice el argumento, más vulnerables es Estados Unidos a alteraciones en esa cadena, que surgen de la guerra, pandemia, desastres naturales o cambios de régimen que convierten a naciones, en una época amistosas, en poderes hostiles. Los nacionalistas económicos en consecuencia sostienen que Estados Unidos debería limitar sus vulnerabilidades potenciales tratando de aislarse contra tales alteraciones a sus cadenas de suministros, en especial de bienes considerados esenciales – aún si eso involucra recortar el comercio con países específicos.

A primera vista, este parece ser un argumento plausible. Pero, hechos importantes dañan mucha de su fuerza lógica, siendo una que la economía estadounidense es una de las que menos descansa en las cadenas internacionales de suministros.

Un sobresaliente segundo hecho destacado es la eficiencia empírica que está surgiendo, que sugiere que volver a localizar cercanamente las cadenas de suministros no mejora la capacidad de recuperación del país luego de alteraciones severas. Durante la pandemia del Covid, economistas empezaron a dedicar más atención al tema. Si bien la investigación es aún preliminar, un estudio importante del Banco Mundial sobre el impacto el Covid en la capacidad de recuperación, halló que “Por lo general no hay beneficio en la capacidad de recuperación resultante de renacionalizar las cadenas internacionales de suministros” y que “no hay un sector en que la renacionalización de la cadena de suministros mejore notablemente la capacidad de recuperación, medida ya sea por el PIB, o por el valor agregado del sector en sí.

También, hay evidencia substancial de que la apertura al comercio facilita que las empresas se ajusten rápidamente a impactos domésticos e internacionales, al permitirles obtener bienes entre una pluralidad más amplia de naciones. De la misma forma, la apertura al comercio permite a las empresas cambiar rápidamente sus cadenas de suministros cuando partes de ellas se hacen poco fiables o inefectivas en cuanto a costo. Esto ha permitido a empresas estadounidenses, como Apple y Hasbro, al darse cuenta que el costo de mantener partes de sus operaciones en China compensa los beneficios, trasladen estas actividades más rápidamente a India y países más amigos en el Sureste de Asia.

Naturalmente, hay ciertos bienes (por ejemplo, tecnología militar) sobre los que Estados Unidos debería mantener controles específicos. Oficinas enteras del gobierno se dedican a evaluar qué productos deberían estar sujetos a controles de exportación con base en la seguridad nacional. Al mismo tiempo, el académico del comercio Scott Lincicome nos recuerda que, llamados frívolos hacia la seguridad nacional para promover objetivos claramente proteccionistas, están convirtiéndose en un problema verdadero, más recientemente por medio de una invocación más frecuente de la hasta ese momento poco usada Sección 232 de la Ley de Expansión del Comercio de 1962. Eso refleja tendencias crecientes que entrecruzan partidos de reducir toda pregunta sobre el comercio a un tema de seguridad nacional: algo que, como mínimo, corre el riesgo de vaciar aún más el significado central de seguridad nacional.

RAZONAMIENTO DE SEGURIDAD, LÓGICA COMERCIAL

Esto nos lleva al último punto acerca de la apertura comercial y la seguridad nacional de Estados Unidos: la manera en que invocaciones inapropiadas de la lógica de la seguridad nacional pueden embarrialar cómo pensamos acerca de la política comercial.

La lógica de la seguridad nacional, en particular su dimensión militar, está repleta de dicotomías de nosotros versus ellos. Eso no sorprende. El objetivo de la acción militar es disuadir y, si es necesario, neutralizar amenazas específicas a estadounidenses e intereses estadounidenses de parte de estados y entidades no estatales hostiles. Por su naturaleza, la lógica es confrontativa y de suma cero en perspectiva: Estados Unidos gana porque la Alemania nazi pierde. También, el razonamiento de la seguridad nacional es influenciado por la necesidad de responder de inmediato a acontecimientos no anticipados y dramáticos, como el bombardeo de Pearl Harbor por Japón.

La lógica y promesa de apertura comercial es muy diferente. La apertura comercial no es acerca de derrotar enemigos. Más bien, es una empresa de suma positiva a través de la cual los participantes ganan -si bien en distintos grados y formas diferentes- por medio de intercambios mutuamente beneficiosos durante períodos extensos de tiempo. En ese sentido, la apertura comercial nos estimula a pensar primordialmente en cómo maximizar nuestro interés propio por medio del comercio con otros en la economía global, en vez de descansar sólo en amenazas, económicas o de otra índole.

Sin duda, políticas específicas adoptadas por otros países pueden afectar intereses económicos estadounidenses. Algunas veces están diseñadas para que sea así. El récord de China de robo de propiedad intelectual patrocinado por el estado es un buen ejemplo. Si, no obstante, un gobierno ve el comercio internacional primariamente bajo el prisma de reaccionar ante amenazas reales o potenciales para la nación, no sería descartable que elevara el puente levadizo económico y optara por la autarquía.

Este no es un prospecto tan fantasioso como podría suponerse. Los sentimientos autárquicos por mucho tiempo han permeado el pensamiento nacionalista económico. Algunos estadounidenses nacionalistas económicos hasta han sugerido que un alto grado de autarquía debería ser parte del futuro económico de Estados Unidos. Sin embargo, sabemos que la autarquía, como lo ejemplifica la política económica de autosuficiencia adoptada por la España de Franco entre 1945 y 1955, empobrece a las naciones y afecta significativamente sus capacidades de crecimiento económico. En tal sentido, la autarquía es más que sólo la economía de una autolesión extrema; también compromete la capacidad económica de una nación para defender a sus ciudadanos.

Comprender las diferencias entre las lógicas correspondientes que informan la seguridad nacional y la apertura al comercio, no es un argumento para ciegamente subordinar preocupaciones genuinas por la seguridad nacional a los imperativos del comercio, mucho menos para alegar que el libre comercio establecerá en la tierra una paz perpetua.
Más bien, es acerca de ver al comercio y seguridad nacional a través de los lentes apropiados, distinguiendo desafíos reales a la seguridad nacional de los ficticios, y comprendiendo cómo, en el largo plazo, un comercio liberalizado contribuye substancialmente a la habilidad de Estados Unidos para defender sus intereses y ciudadanos. Este es el tipo de prudencia que necesitamos para hacer más posible que la apertura al comercio y la seguridad nacional se comprendan más a menudo como complementos, en vez de ser implacablemente opuestos.

Samuel Gregg es Compañero Distinguido en Economía Política del American Institute for Economic Research, y editor contribuyente de Law & Liberty. Autor de 16 libros -incluyendo el premiado The Commercial Society (Rowman & Littlefield) [Un análisis moral y económico de la Economía de Mercado: Fundamentos y Desafíos en una Era Global], Wilhelm Röpke’s Political Economy (Edward Elgar), Becoming Europe (Encounter), el galardonado Reason, Faith, and the Struggle for Western Civilization (Regnery) [Razón, fe y lucha por la Civilización Occidental], y alrededor de 400 artículos y piezas de opinión- él escribe regularmente acerca de economía política, finanzas, conservadurismo estadounidense, civilización Occidental, y teoría de la ley natural. Es Académico Afiliado del Instituto Acton y Académico Visitante en el Centro B. Kenneth Simon de Estudios Estadounidenses de la Fundación Heritage.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.