PENSANDO DIFERENTE SOBRE LA REGULACIÓN DE EMISIONES INDUSTRIALES- PARTE I

Por Donald J. Boudreaux
American Institute for Economic Research
20 de noviembre del 2023

Nota del traductor: la fuente original en inglés de este artículo es donald j. boudreaux, american institute for economic research, emissions, November 20, 2023. En él podrá leer enlaces relevantes originalmente en letra azul en el texto.

Aún cuando hoy la libertad de expresión está bajo asalto de extremistas tanto de la derecha como de la izquierda política, permanece como un valor liberal fundamental. Los verdaderos liberales entienden que ninguna sociedad puede permanecer libre si el gobierno tiene la autoridad para suprimir, ordenar, o, alternativamente, controlar la expresión.
Esta realidad también vale para interferencias gubernamentales indirectas con la expresión, no menos que con las interferencias directas del gobierno. También, se mantiene cuando la gente se expresa en grupos no menos que cuando un solo individuo se expresa por sí mismo.

Las justificaciones para la libertad de expresión son bien conocidas. La más esencial de estas se enraíza en el viejo reconocimiento de la falibilidad humana. Nunca podemos estar seguros de que los hechos y narrativas en los que hoy creemos verdad son realmente verdad. Esta incertidumbre existe aún para aquellos hechos y narrativas abrazadas más ardientemente y aceptadas con amplitud. Lo mismo para hechos y narrativas favorecidas y vendidas por la élite gobernante. La libertad de expresión asegura que cualquiera que posea ideas que piensa valen la pena compartirlas, es capaz de compartir esas ideas con quienquiera que esté dispuesto a escuchar. Dada la falibilidad humana, es más posible que la verdad sea descubierta y ampliada, y que posiblemente mejore el entendimiento, por el desafío constante de ideas que se estimula por la libertad de expresión. Con tal libertad, con el paso del tiempo es posible que las ideas peores sean desplazadas por ideas mejores.

Una segunda justificación relacionada es que el conocimiento a menudo es creado por la mezcla de ideas. La libertad de expresión no sólo permite que mejores piezas de conocimiento o información desplacen piezas peores, como cuando la descripción del sistema solar de Copérnico desplazó la descripción de Ptolomeo. También, la libertad de expresión permite que las ideas se apareen entre sí, de forma que no sólo generen más conocimiento, sino conocimiento que es nuevo y único. Usando la imaginación evocadora de Matt Ridley, cuando las ideas tienen sexo, la descendencia, en tanto que se relaciona con cada idea “parental,” es su propia única creatura. Con la libertad de expresión, las ideas se aparean más promiscuamente que cuando la expresión es regulada por el estado. El resultado es una cantidad amplia y creciente de nuevas y mejores ideas compitiendo por su aceptación.

Una tercera justificación para la libertad de expresión es que funcionarios de gobierno, aun si poseyeran un acceso sobrehumano a información y conocimiento verdadero, son a menudo incitados a usar su información y conocimiento para promover sus propios intereses a expensas del público. La libertad de expresión permite que miembros del público en general hablen contra estos abusos de la confianza pública, haciendo así que los funcionarios de gobiernos se mantengan más honestos de lo que serían de otra forma.

Importantemente, la libertad de expresión implica libertad para diseminar, ya sea inadvertida o intencionalmente, información que es errónea, descompuesta, incompleta o de otro modo defectuosa o confusa. La misma lógica del caso esencial a favor de la libertad de expresión está enraizada en darse cuenta que la mejor prueba de la veracidad de cualquier pedacito de conocimiento o información, es su habilidad para ganar aceptación en competencia abierta con diferentes pedacitos de conocimiento o información libremente expresados. Algunos pedacitos de información y conocimiento “ganan,” al menos temporalmente, sobre otros pedacitos. Pero, estas victorias permanecen por siempre sujetas a ser depuestas en favor de ideas alternativas.

Por tanto, un régimen de libre expresión no puede decir que “fracasa” tan sólo porque presenta información falsa o errónea. La producción de ideas que más tarde se exponen como “falsas” o que inducen al error, se hornea en la lógica de una política de libertad de expresión. Aún más, descansamos en actores privados, no en funcionarios gubernamentales, para que vigilen contra información defectuosa y desarrollen las respuestas y “soluciones” apropiadas.

¿POR QUÉ NO PARA OTRAS “IMPERFECCIONES”?

Los opositores a la libertad de expresión típicamente justifican sus restricciones favorecidas insistiendo que, en ausencia de esas restricciones, se dañará al público injustamente por la emisión no regulada de ideas peligrosas. Por ejemplo, “Si a Smith se le permite contradecir a las autoridades de salud pública sobre los peligros del COVID, entonces, la gente expuesta a esta desinformación se comportará en formas que hacen que ella y otros enfermen y mueran. ¡El gobierno debe impedir esos daños!”

Aquí la justificación alegada para la intervención gubernamental es que la libertad de expresión daña a terceros inocentes. Las palabras de Smith son contaminantes tóxicos emitidos dentro de cerebros de individuos inocentes. Sin embargo, por fortuna, la mayoría de liberales, tanto los clásicos como variedades estadounidenses modernas, continúa, por las razones arriba analizadas, mirando con recelo la intervención gubernamental dirigida a controlar tal “contaminación del pensamiento” – lo que presenta cierto misterio. Si la intervención gubernamental para controlar la emisión de ideas se cree ampliamente que no sólo es innecesaria, sino también un peligro seguro, ¿por qué es la intervención gubernamental para controlar la emisión de cosas físicas -digamos, gases de carbono- creída como necesaria y buena?

La razón para esta diferencia no puede ser que las emisiones de carbono son dañinas mientras que las ideas no lo son. Hay poco lado social bueno en la pornografía y es defendible que haya un lado malo verdadero. Aún peor, el antisemitismo y el fanatismo racial son ideas repugnantes y dañinas que algunas veces conducen a la muerte de personas inocentes. Aún así, los liberales son profundamente renuentes a empoderar al estado para que acabe con pornógrafos y restrinja la expresión intolerante. Tal reticencia es correcta. Tampoco puede ser razón para esta diferencia que no hay un lado bueno en actividades que emiten contaminantes físicos. La producción de cosas como llantas, muebles, acero, transporte rápido, y aire acondicionado y calefacción para el hogar, es ciertamente buena para la humanidad, Pero, tal producción requiere energía y produce subproductos dañinos.

Pienso que se puede hacer un caso plausible para tratar la contaminación física de la misma forma en que nosotros, los estadounidenses, tratamos las malas ideas – esto es, descansar en actores privados en vez del estado para la vigilancia y control de la contaminación física. Las personas sensatas entienden que no se puede confiar a funcionarios gubernamentales el poder de filtrar fuentes de información “inaceptables” de fuentes “aceptables”. ¿Por qué, entonces, confiamos en esos mismos funcionarios el poder de filtrar fuentes “inaceptables” de emisiones industriales de fuentes “aceptables”?

En mi siguiente columna expongo el argumento -lo admito, uno difícil- de que la misma fuerte presunción (si bien no insuperable) que aplicamos contra intentos del gobierno por vigilar emisiones de nuestras bocas y teclados, debería también aplicarse contra intentos gubernamentales por vigilar emisiones de nuestras fábricas y muflas de autos. Como mínimo, hacer una analogía de emisiones físicas con la emisión de ideas, brinda perspectivas útiles sobre algunos escollos de volcarse hacia el gobierno para que regule las emisiones industriales.

Donald J. Boudreaux es compañero sénior del American Institute for Economic Research y del Programa F.A. Hayek para el Estudio Avanzado en Filosofía, Política y Economía del Mercatus Center; miembro de la Junta Directiva del Mercatus Center y es profesor de economía y anterior jefe del departamento de economía de la Universidad George Mason. Es autor de los libros The Essential Hayek, Globalization, Hypocrites and Half-Wits, y sus artículos aparecen en publicaciones tales como el Wall Street Journal, New York Times, US News & World Report, así como en numerosas revistas académicas. Él escribe un blog llamado Café Hayek y es columnista regular de economía en el Pittsburgh Tribune-Review. Boudreaux obtuvo su PhD en economía en la Universidad Auburn y un grado en derecho de la Universidad de Virginia.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.