DICTANDO LAS PALABRAS-EL CONTROL DE LA CULTURA POR LA IZQUIERDA Y LA GUERRA CONTRA LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN-SEGUNDA PARTE

Por Marc Glendening
Institute for Economic Affairs
31 de octubre del 2023

¿QUIENES FORMAN EL CONTROL CULTURAL DE LA IZQUIERDA?

El CCI es mejor concebido como una coalición política vagamente asociada. Encuentra adherentes en todos los partidos políticos establecidos de centro izquierda en Gran Bretaña. Pero, también incluye individuos fuera de la izquierda tradicional y, de hecho, de la política del todo: en la burocracia del sector público, ONGs, empresas, en la aplicación de la ley, las artes, deportes, religión y otros sectores.

La composición ideológica el CCI está bien representada por una serie de círculos concéntricos, el más interno de los cuales comprende a quienes exponen la ideología en su forma más militante. En este corazón interno duro estarían grupos que hacen campañas, tales como Black Lives Matter, Extinction Rebellion y Antifa. Ellos siguen la agenda del CII por medio de la acción directa. Luego, están aquellas organizaciones e individuos que, si bien ellos mismos no toman la acción directa, endosan hacerlo. Por ejemplo, Extinction Rebellion en el 2020 bloqueó la prensa a través de Gran Bretaña; estaban intentado impedir la distribución de periódicos con cuya cobertura del cambio climático no estaban de acuerdo. Siguiendo esta acción directa, políticos prominentes del ala izquierda, como Diane Abbott y Dawn Butler, apoyaron públicamente tal intervención. Incluso Abbott describió a los activistas como “manifestantes y activistas en la tradición de las Sufragantes [mujeres que luchaban por el derecho al voto a principios del siglo XX] y los manifestantes contra el hambre de los años treinta. [7]

Por supuesto, nada de esto es para sugerir que no existen diferencias internas importantes entes las distintas partes del CCI, al igual que las hay en todos los movimientos políticos amplios. Hay desacuerdo interno acerca de la agenda del CCI y qué tan rápidamente deba ser proseguida, con aquellos fuera del “corazón interno” a menudo favoreciendo métodos legalistas, procedimentalmente más conservadores. Hay desacuerdo sobre la política económica, externa y constitucional, así como en temas específicos como identidad transgénero, sobre el que son escépticos algunos por motivos feministas, que de otra forma serían miembros plenos del CCI. Es que, interesantemente, mientras un espectro amplio de gente del centro e izquierda radical se han alineado con la agenda CCI, típicamente social demócratas clásicos y marxistas permanecen fuera de ella. Eso les conduce a ser escépticos ante la “política de identidad” (lo que hace políticamente esenciales características no económicas) y deja, en el caso de los social demócratas, intacto su compromiso con la libre expresión. [8]

Los círculos concéntricos externos del diagrama imaginado contienen los compañeros de viaje del CCI. Estos facilitan que el CCI ponga en práctica su agenda en instancias individuales, pero, a menudo, fallan en ver cómo cada ejemplo es expresión de la misma ideología subyacente. Su pensamiento político está desconectado. Esto explica por qué típicamente fallan en otorgar mucha importancia, de una u otra forma, a lo que consideran como prácticas no relacionadas – “arrodillarse,” política de “igualdad, diversidad e inclusión,” defensa de autoidentificación transgénero, o medidas relacionadas con el discurso de odio- y así fácilmente pueden ser guiados a cumplir con ellas. A menudo, esos compañeros de viaje tienen poca comprensión de, digamos, cómo se interpreta el objetivo vago de “antirracismo” por los elementos más radícales del CCI y no comparten necesariamente la visión de esos últimos de que el racismo se entiende mejor como un fenómeno estructural generalizado, que requiere una transformación radical de la sociedad para ser corregido. Aun así, al darle apoyo al CCI, es la posición que ellos, sin querer, promueven.

El CCI ha presentado exitosamente sus ambiciones antiliberales en un enfoque moderado. La consecuencia de ello es que muchos fundamentos de su ideología han llegado a considerarse como “sentido común.” [9] Un grupo cuyo apoyo se ha ganado con notable facilidad es aquel de altas figuras en burocracias del sector privado y público. Parte de la explicación es que el contenido ideológico a menudo amorfo se fusiona naturalmente con los intereses materiales de esas élites. Les confiere, como ha afirmado persuasivamente Joanna Williams, el poder de distribuir recompensas y castigos, así como tranquiliza su sentido propio de corrección moral que emana de la convicción de que están del “lado correcto de la historia” (Williams 2022: 58-60).

La Ley de Seguridad en Línea del gobierno actual es un ejemplo claro de la forma en que la visión contemporánea de la izquierda ha logrado su estatus de ortodoxia, incluso entre aquellos fuera de su ámbito convencional. En una etapa de su redacción, la ley contenía medidas para criminalizar causar “malestar emocional grave” y otras medidas relacionadas con la prevención de daño psicológico, todas las cuales tienen su origen en el modismo terapéutico de la izquierda contemporánea. Este tipo de formulación de política representa una ruptura decisiva con el enfoque liberal tradicional sobre la libertad personal y la concepción de “daño.”

Como se ha sugerido, el CCI ha logrado convertir en virtud su propia carencia de coherencia ideológica. Esto les ha permitido infiltrar grandes porciones de la sociedad británica, enfrentando poca resistencia en el curso de hacerlo. Pero, lejos de carecer de fundamentos ideológicos, el CCI debería, en vez de ello, entenderse como una composición extraordinaria de dos tradiciones políticas diferentes: una mezcla de la ideología radical de la nueva izquierda y el pensamiento político tecnocrático de la no izquierda.

La ideología de izquierda radical sostiene que las estructuras y relaciones de poder son esenciales para el análisis político. Se afirma que existen de una manera que es substantivamente independiente de la forma legal y política de las instituciones de la sociedad. También, se considera que son políticamente consecuentes; su función es mantener a miembros de grupos marginalizados en un estado de subordinación continua. Como resultado, la ideología de izquierda radical tiene una implicación curiosa: descentra a la política formal de su propia visión de igualdad política. En vez de eso, la ideología de izquierda radical se enfoca en fuentes de supuesta injusticia que emana de la cultura más amplia.
En particular, la teoría pone énfasis especial en las formas en que individuos son “reconocidos” o “mal reconocidos” en virtud de su membresía en agrupaciones políticamente notables. [10] El lenguaje usado para identificar o describir gente asume una importancia sobredimensionada. A su vez, una variación sutil en el uso de la lingüística se toma para revelar ideas contenidas (tal vez, hasta subconscientemente) dentro de mentes de quienes forman el grupo mayoritario.

La visión resultante es una en que virtualmente toda existencia humana se concibe como inherentemente política, una lucha por controlar al otro. El dominio basado en el grupo, no importa lo informal que sea, se toma como la esencia de la política y puede leerse en cualquier situación en que múltiples personas están interactuando. Esta visión tiene sus raíces en mucho del pensamiento político del ala izquierda del siglo XX, más obviamente capturado por el eslogan feminista de los setentas de que “lo personal es político.” Una vez esta visión se generaliza de forma que todas las identidades de grupo (en vez de sólo el sexo) se toman como relevantes, la tendencia resultante es que la vida social se analice como una lucha de suma cero por el poder entre grupos con intereses mutuamente excluyentes. Entre otros alejamientos del pensamiento de la era de la Ilustración, esta idea abandona supuestos convencionales conectados con la idea de poder: como que es empíricamente observable, relacionado con la coerción física, y asociada con la ley y funcionarios públicos y su capacidad formal para sancionar el uso de la fuerza. Qué reemplaza al concepto tradicional de poder es algo más misterioso e inefable: en vez de ello, se concibe como una serie altamente diversificada de fuerzas asociadas con el dominio colectivo de aquellos con las características típicas de la mayoría.

Muchos en la izquierda moderna alegan que, por ende, quienes están fuera de la mayoría disfrutan del estatus de víctimas. Se piensa que tales víctimas están sujetas a un clima informal de agresión, discriminación y odio. El anterior periodista de la BBC Newsnight Paul Mason da un ejemplo de esta idea en su libro, How to Stop Fascism. Ahí, alega que en comunidades de clase trabajadora en el norte de Inglaterra, el “odio está en todas partes.” Sugiere que “durante los últimos diez años, ha emergido una cultura política en algunas comunidades de clase trabajadora definida por la xenofobia, supremacía blanca, antifeminismo, e islamofobia.” [11] La académica de Cambridge Priyamvada Gopal da otro ejemplo pertinente. Ella tuiteó que “las vidas blancas no importan… A abolir la blancura.” Esto fue en respuesta a algunos aficionados del Club de Futbol Burnley que habían volado una pancarta desde una avioneta afirmando lo opuesto. En una defensa ulterior de su tuit, la Dra. Gopal arguyó que la palabra “blancura” se refería a una ideología que funciona para mantener la superioridad de la mayoría de la población.” [12]

Para substanciar la caracterización de Gran Bretaña como una sociedad políticamente opresiva -un hallazgo que algunos pueden encontrar va en contra de las apariencias- los impulsores de la ideología del CCI a menudo apelan a la idea de que muchas de las ideas odiosas o discriminatorias que identifican, son mantenidas inconscientemente. Si bien algunos pueden exhibir sesgos inconscientes, invocarlo de esta forma amenaza con ampliar casi sin límite el rango de acusaciones de sesgo.

Este análisis del pensamiento y acción ha llegado a ser ampliamente aceptado como ortodoxia, aun cuando sus postulados teóricos son altamente dudosos. Por ejemplo, a principios del 2022, el consejo local conjunto del laborismo y el partido verde de Brighton pagó a dos empresas de entrenamiento en “diversidad” para que efectuaran sesiones educativas sobre “Alfabetización Racial 101” con los maestros de la ciudad. A quienes asistieron a los cursos se les dijo que era un hecho que “niños entre las edades de 3 y 5, aprenden a adjuntar valor al color de la piel; el blanco en el tope de la jerarquía y el negro en lo más bajo.” [13]

Al postular la existencia amplia de tal sesgo no reconocido, el CCI está en capacidad de atribuir actitudes perniciosas perjudiciales a aquellos considerados como miembros del grupo mayoritario. Un efecto de esto es que se ignoran o mezclan importantes distinciones morales: por ejemplo, personas blancas que conscientemente no practican la discriminación racial pueden ser clasificadas como siendo, de hecho, “supremacistas blancos.” El estado por defecto es tanto ser manchado como prejuiciado. Tampoco una oposición declarada contra prácticas discriminatorias es suficiente para absolverlo a uno del sesgo supuesto. Al menos entre los más ardientes exponentes de la ideología del CCI, sólo una declaración inequívoca de compromiso activo con la “teoría crítica de la raza” [14] es suficiente para ser absuelto.

Vale la pena notar que el análisis y agenda del CCI tienen una cualidad impecablemente negativa. Su negatividad uniforme es reminiscente de la “teoría crítica,” principal legado de la Escuela de Frankfurt del período entreguerras. La Escuela de Frankfurt brindó un nuevo medio para que la izquierda intelectual se involucrara y atacara el statu quo “burgués.” De hecho, su estilo de ataque vino a suplantar gradualmente el enfoque económico de la izquierda tradicional. Por esta vía, el modus operandi de los revolucionarios emergentes de la nueva izquierda en la era de postguerra fue destruir sin piedad todos los aspectos convencionales de la vida social. Esta crítica al estilo de Frankfurt se basó en desarrollos en psicología, ciencia, el estudio de la sexualidad, lenguaje, las artes, cultura popular, estructura familiar, además de la economía, para motivar en su totalidad un rechazo generalizado de la cultura prevaleciente. [15]
Esas críticas globales contenían la semilla de la visión actual del CCI: para ambas, hasta los aspectos más inesperados de la vida humana, son potencialmente políticamente importantes y pueden servir como base de una demanda de intervención correctiva que transforme las jerarquías preocupantes descubiertas.

Al lado de su arcana edificación de teoría, la nueva izquierda que surgía estimuló una forma novedosa de involucrarse en el activismo político diseñado para lograr el cambio político. Como ha argüido Marc Sidwell (2002), con el paso del tiempo esto ha resultado en borrar el límite convencional entre el activismo político y la academia. Crecientemente, los académicos se convirtieron por sí mismos como compartiendo algunas de las responsabilidades de los activistas.

Primero, la teoría crítica se incorporó en la educación superior británica, cuando el Centro de Birmingham para Estudios Contemporáneos se estableció en 1964 por dos figuras destacadas de la nueva izquierda, Richard Hoggart y Stuart Hall.
El académico marxista Douglas Kellner recuerda la transición llevada a cabo:

“El ahora período clásico de los estudios culturales británicos desde inicios de los sesentas a principios de los ochentas, adoptó inicialmente un enfoque marxista al estudio de la cultura, uno especialmente influido por Althusser y Gramsci… algo del trabajo hecho por el grupo Birmingham reprodujo exactamente ciertas posiciones clásicas de la Escuela de Frankfurt, en su teoría social y modelos metodológicos para hacer estudios culturales, así como en sus perspectiva y estrategias ideológicas.”
[16]

El Centro de Birmingham brindó el modelo de muchos de los departamentos de estudios de la cultura y medios, que luego proliferaron a lo largo de las universidades británicas. Muchos combinan explícitamente la actividad académica con el activismo. Por ejemplo, Goldsmiths, el departamento de Medios, Comunicaciones y Estudios Culturales de la Universidad de Londres, aloja la Coalición de Reforma de los Medios. Esta es una campaña abiertamente política para una mayor regulación estatal de los medios que funciona en una asociación estrecha con Hacked Off y otros grupos de presión. La Coalición de Reforma de los Medios afirma en su sitio en la red que “trabaja cercanamente con otras organizaciones públicas y de la sociedad civil para llevar a cabo campañas conjuntas y edificar un movimiento vibrante de reforma a los medios.” En la lista de “socios” están Hacked Off, Goldsmiths, el Fondo de Caridad Joseph Rowntree y el Sindicato Nacional de Periodistas. Natalie Fenton, profesora de medios y comunicaciones en Goldsmiths, ha presidido la Coalición de Reforma a los Medios y simultáneamente es miembro de la junta directiva de Hacked Off. [17]

Un tema prominente en la nueva izquierda, que ha sido amplificado por su atrincheramiento en la academia, es que el lenguaje es, primero y ante todo, un medio para ejercer el poder. No obstante, para los liberales, el lenguaje es visto como un fenómeno natural espontáneo relativamente autónomo del control de políticos y que permite el libre intercambio de ideas y valoraciones. Esta forma de concebir al lenguaje se ha considerado una opción predeterminada para muchos en los movimientos y partidos políticos orientados a la izquierda. El espíritu de esta visión es escéptico.
Según esta idea, el lenguaje cesa de ser primordialmente un medio por el que los humanos se comunican y aprenden verdades objetivas; en vez de eso, lo que puede aparecer como hechos son en realidad parte de una serie de narrativas, cuya función es mantener e impulsar los intereses de grupos privilegiados en la sociedad. Lo que parece ser un fenómeno natural y apolítico -el lenguaje- es considerado por esta teoría como siendo uno “socialmente construido” utilizado para reforzar la opresión política (Pluckrose y Lindsay 2020: 61-65). La tensión obvia en el corazón de esta interpretación de la naturaleza del lenguaje es que, quienes lo articulan, son, por razones rara vez explicadas, inmunes a la crítica que ellos adelantan.

Una vez que uno acepta esta descripción del lenguaje, rápidamente se deduce la hostilidad hacia el libre intercambio de ideas. Por tanto, no sorprende que, entre representantes del CCI, haya emergido un consenso de que el lenguaje, y, por tanto, la libre expresión, deberían constreñirse a fin de lograr una mayor igualdad social.

El CCI intenta restringir la libre expresión al confiarse a sí mismo el derecho a asignar y negar derechos de expresión. Mucha de esta tendencia se captura en el modismo de “sin plataformas” y en preocupaciones sobre quién debería disfrutar del “privilegio” de expresar sus ideas. La prominente activista y abogada Afua Hirsch expresó esto vívidamente en un artículo para la revista Prospect, reveladoramente titulado “La fantasía de la ‘libre expresión.’”

En él, Hirsch asevera que:

“…las ideas no son, y nunca lo han sido, expresadas en un vacío. Que las lleguemos a escuchar, y la forma en que las procesamos cuando lo hacemos, depende inevitablemente de lo que sabemos acerca de la persona que está hablando…


…en un mundo ideal, las ideas de la gente privilegiada que quiere mantener iguales las cosas, serían -como todas las otras ideas- presentadas en un mercado de ideas, compitiendo justamente con las perspectivas que la desafían. Así es como se supone funciona la libre expresión.


Pero, la libre expresión no funciona así. El mercado de ideas, como muchos otros mercados, tiene monopolios, estafas y sesgos. ‘Suplidores’ de opiniones por mucho tiempo establecidos con posiciones atrincheradas en el ‘sector’ disfrutan de ventajas enormes. Invariablemente, para operar bien, los mercados requieren mercaderes, árbitros y comerciantes.
¿Por qué? Porque el espacio en que operan rara vez está nivelado.


…Bajo tales circunstancias, es difícil tomar en serio a quienes alegan devoción por la libre expresión…”
[18]

La implicación del argumento de Hirsch es impactante: hasta que la sociedad británica sea juzgada culturalmente, así como legal y políticamente, igualitaria por la propia Hirsch, los individuos que ella considera son miembros de grupos privilegio, debieran tener restringidos sus derechos a expresarse. Esto simplemente es autoritarismo con un brillo progresista. En la práctica, se puede usar para justificar prohibir cualquier forma de expresión política o cultural que entre en conflicto con los valores del CCI.

Sobre tales bases, la Unión de Estudiantes de Economía de la Universidad de Londres justificó prohibir el equipo universitario de rugby debido al contenido de su hoja de reclutamiento y justificó su decisión de hacerlo con la siguiente declaración:

“Mujeres, estudiantes Negros, Asiáticos y de Minorías Étnicas, estudiantes LGBT+, estudiantes discapacitados, estudiantes de diferentes religiones – todos estos grupos permanecen siendo aquellos cuyas voces pueden ser limitadas por un ambiente universitario que privilegia la voz de aquellos más aventajados en la sociedad por encima de todos los demás… en especial, grupos tradicionalmente silenciados por estructuras blancas, patriarcales, de nuestra sociedad.”
[19]

Además de la reinterpretación del CCI del poder y análisis del lenguaje hay una concepción similarmente elástica de “daño.” La tradición liberal, como la esboza John Stuart Mill, concibe el daño como el resultado de acción relacionada con otros que causa daño físico. Tal acción relacionada con otros puede incluir la expresión, pero sólo aquella expresión que estimula el uso inmediato de violencia contra individuos específicos. Aún más, la expresión que simplemente expresó una opinion -no importa qué tan impopular- nunca podría, según esta tradición, ser reprimido justificadamente por la ley o considerado “dañino.” [20] La posición de Mill puede resumirse mejor por el pasaje siguiente de Sobre la libertad: “Si toda la especie humana no tuviera más que una opinión, y solamente una persona, tuviera la opinión contraria, no sería más justo el imponer silencio a esta sola persona, que si esta sola persona tratara de imponérselo a toda la humanidad, suponiendo que esto fuera posible.” (Mill 1978:16)

El CCI ha abandonado esta concepción tradicionalmente liberal de daño. En particular, ha abandonado principalmente una distinción que hasta hace poco era asunto de consenso en la mayoría de democracias liberales de la angloesfera: aquella entre discurso dañino y simplemente ofensivo. En vez de eso, el CCI iguala daño con el resultado de desafiar o insultar las identidades dentro de grupos marginalizados. De moda paralela, también el CCI reinterpreta el significado de “seguridad.” A partir de ella, la Unión de Estudiantes de Goldsmiths elabora su política de “espacio seguro” de la forma siguiente: “la opresión sistemática excluye a ciertos grupos a la vez que provee a otros un poder desigual. La política de espacio seguro está diseñada para proteger a grupos oprimidos y permitir su participación plena en la unión estudiantil.” [21] Con base en esta idea, hay una elección mutuamente excluyente a ser hecha entre, por una parte, permitir a todos la libre expresión y, por la otra, garantizar el derecho a la expresión para esos grupos supuestamente oprimidos. Rara vez se brinda un caso claro o convincente de cómo la simple articulación de una idea impide el avance de una idea en contrario.

El CCI busca transferir poder entre grupos sociales por la vía del control de la expresión. Lograr ese objetivo exige la imposición de lo que puede describirse mejor como “discapacidades de ciudadanía” sobre quienes se consideran “privilegiados.” Equivalen a las tasas más altas de impuestos que gravan a los ganadores de ingresos elevados, cuyo objetivo se dirige hacia una mayor igualdad economía por la vía de la redistribución. Sin embargo, cuando se aplica a la expresión, y, en particular, a la expresión política, el enfoque compromete la misma esencia sobre la cual es posible en una democracia la participación en términos iguales. Algunas perspectivas serán suprimidas por la fuerza, mientras que a otras juzgadas como compatibles bajo la concepción correctiva de la justicia social de la CCI, se les da rienda suelta.

La tendencia del CCI para conceder diferentes derechos de expresión a individuos dependiendo de su estatus grupal, se complementa con la práctica de activamente discriminar contra hombres y gente blanca en relación con la asignación de empleos y posiciones dentro de instituciones. Muchos organismos han introducido metas del porcentaje de mujeres, minorías étnicas, etcétera, al ser empleados. Recientemente, la Real Fuerza Aérea se convirtió en objeto de controversia por hacer tal cosa. [22]

Un desarrollo significativo en la historia reciente de este movimiento fue el muy publicitado reporte del 2005 publicado por la Comisión Parekh, establecida por el Runnymede Trust. El reporte articuló la llamada comprensión “multiculturalista” de la injusticia social. Aseveró que “cuando la igualdad ignora diferencias relevantes e insiste en la uniformidad de tratamiento, conduce a la injustica y desigualdad… La igualdad debe definirse en una vía culturalmente sensible y aplicada de una manera discriminada pero no discriminatoria.” (Parekh 2000: ix). Además, afirmó que “la teoría liberal tradicional” necesitaba ser desafiada en el tanto en que “la cultura política y el reino de lo público no son, y no pueden ser, neutrales. Sus valores y prácticas pueden, por tanto, discriminar contra ciertos miembros de la comunidad, marginalizándolos o fallar en reconocerlos.” (Parekh 2000: 46). Un ejemplo revelador ofrecido por el reporte Parekh como ejemplo de la libre expresión logrando un resultado discriminatorio fue la publicación de Los Versos Satánicos (Parekh 2000: 46). La idea expresada en el reporte implica que quienes alegan representar el interés colectivo de grupos enteros deberían ejercer un veto cultural, mientras otros -supuestamente incluyendo a escritores como Salman Rushdie- deberían ser condenados a un silencio obligatorio. Es plausible que diseñar los resultados deseados por los autores del reporte requeriría que el estado intervenga proactivamente en la vida cultural y política.

En efecto, es crecientemente frecuente un enfoque identitario de intervención por agencias estatales. Un ejemplo, es el documento del 2014 del Centro de Delitos de Odio en Línea de la Policía Metropolitana. Este afirmó que:

“Los crímenes de odio tienen un impacto emocional mayor sobre la víctima que crímenes no de odio comparables, y también pueden causar niveles incrementados de temor y ansiedad que pueden permear a través de comunidades más amplias.


Esto es precisamente por qué todas las víctimas no deberían ser tratadas igualmente… El servicio de la policía debe… proveer un servicio que reconozca las diferentes experiencias, percepciones y necesidades de una sociedad diversa
(p.1). [énfasis agregado]

De la misma forma, en su Consulta del 2020 de Leyes sobre Crímenes de Odio, la Comisión de Legalidad para Inglaterra y Gales presenta, sin crítica alguna, las ideas de “partes interesadas” y “expertos” que mencionan el “trasfondo de la opresión” (2020: 70) y la “desventaja histórica” (2020:194) experimentada por minorías. También alega (2020: 180-1) que

“…muchos de aquellos con quienes hablamos en nuestras reuniones iniciales afirmaron que la hostilidad basada en la raza es más dañina [que la hostilidad con base en una afiliación a un equipo de futbol], al hacer un blanco de un componente más esencial de la identidad de persona, y multiplicar el impacto de otras manifestaciones de discriminación y desventaja que afecta a minorías raciales.”


Muchos de aquellos que contribuyen a la consulta y aquellos citados en ella claramente son influenciados por la teoría crítica de la raza. Para tomar tan sólo un ejemplo, la cita siguiente tomada de “After the hate: Helping psychologists to help victims of racist hate crime” (2003) de K. Craig-Henderson y L.R. Sloan, se presenta sin crítica en el reporte:
“cuando ocurre un crimen de odio racista anti negro saca todos los sentimientos dormidos de furia, temor y dolor hacia la primera fila del psicológico colectivo de la víctima. Este no es el caso cuando los blancos son el objetivo del crimen de odio racial (Comisión de Legalidad 2020: 199). [énfasis agregado] Tales afirmaciones son simple especulación psicológica sin evidencia presentada sobre su verdad.

La aplicación selectiva de la idea de odio se incorporó en la esfera pública con la aprobación de la Ley sobre el Crimen y Desorden de 1998. Las secciones 28-32 de la ley establecen que crímenes que se dicen son motivados contra personas debido a su raza o religión recibirán sentencias agravadas. Así, la Ley es un intento por socavar una concepción de los individuos como únicos e iguales poseedores de derechos; reemplaza esto con la consagración de características basadas en un grupo como especialmente merecedoras de respeto y protección.

Continúa en la Parte Tercera

Marc Glendening es Jefe de Asuntos Culturales del Institute of Economic Affairs (IEA). Su serie Paralax Views de discusiones en YouTube se enfoca en temas contemporáneos que afectan la libertad cultural. Antes de llegar al IEA, trabajó para Policy Exchange enfocándose en asuntos relacionados con la libertad de expresión e implicaciones políticas de la ley de derechos humanos. En el 2011, cofundó el People’s Pledge inter partidario. Este hizo campaña para un referendo sobre la cuestión de la membresía en la Unión Europea e incluyó a políticos y otros con ideas opuestas sobre el Brexit. Marc es fundador de la Sohemian Society que se dedica a la historia y valores liberales del Soho en Londres.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.