DOLARIZACIÓN SIN PRUDENCIA FISCAL NO ES POSIBLE, CON PRUDENCIA FISCAL, NO ES NECESARIA

Por Leonidas Zelmanovitz
American Institute for Economic Research
22 de noviembre del 2023

Nota del traductor: la fuente original en inglés de este artículo es leonidas zelmanovitz, american institute for economic research, dollarization, November 22, 2023. En él podrá leer enlaces relevantes originalmente en letra azul en el texto.

La segunda ronda electoral del domingo 19 de noviembre en Argentina, entre el peronista Sergio Massa y el libertario Javier Milei ofrece propuestas contrastantes para enfrentar esa crisis económica de la nación. En Argentina, la inflación va más lejos del 300 por ciento anual, la moneda local se mantiene artificialmente sobrevaluada, los ingresos están cayendo en términos reales, el país está sin reservas de moneda dura, y el PIB se encoge. Estos son el resultado de 80 años de populismo estatista, con el actual gobierno, del que Massa es ministro de Finanzas, siendo sólo la iteración más reciente.

Emblemática de cómo el candidato libertario espera restaurar la prosperidad es su propuesta de libertad en cuanto a monedas y cerrar el banco central. Firme en sus convicciones libertarías, y en consulta con expertos capaces, Milei quiere permitir que el tipo de cambio llegue a un precio en que se hace indiferente para los tenedores de dinero conservar sus tenencias en el peso argentino o en el dólar estadounidenses. Planea lograr eso liberalizado el comercio exterior para permitir que la demanda real de moneda dura se refleje en el tipo de cambio. Cualquiera que sea el tipo de cambio de equilibrio, una vez logrado, luego, un gobierno de Milei retiraría el peso de circulación y permitiría a otras monedas el estatus de moneda de curso legal. Una vez que el peso es retirado de circulación, se cerrará el banco central pare prevenir un financiamiento inflacionario futuro.

Massa no quiere nada de eso. Massa acusa al plan de Milei de ceder a demandas del FMI de devaluación y eliminación de subsidios públicos insostenibles. Recientemente, ha redoblado medidas populistas, como si el gobierno fuera capaz de financiarlos con alguna otra cosa más que inflación.

Sin embargo, las diferencias entre los candidatos ocultan un aspecto de la realidad de la que nadie puede escapar. Juntando todo, los argentinos, durante mucho tiempo, han consumido más de lo que producen y, la única forma para que eso dure tanto tiempo como ha durado en Argentina, es cuando tales ayudas sociales se institucionalizaron.
Usualmente, estas ayudas sociales se establecen al crearse cláusulas de “ajustes por el costo de vida” (COLA por sus siglas en inglés) para proteger el poder adquisitivo de salarios de servidores civiles, pensiones, y ciertos receptores de subsidios. Si entendemos la inflación como un impuesto, los acuerdos automáticos COLA “eximen” de dicho impuesto a los receptores privilegiados. Aún más, crean lo que se puede considerar como una “inercia inflacionaria,” pues el financiamiento inflacionario dispara un reajuste de dichas obligaciones y una nueva ronda de aumentos en los precios.

Mediante el proceso presupuestario, el gobierno crea “derechos falsos” en la terminología de Jasque Rueff: Crea pretensiones sobre bienes existentes que no fueron creados, como recompensa por involucrarse en la producción de esos bienes. A partir de eso, ellas sólo darán acceso a bienes existentes defraudando los derechos legítimos de terceros, al “gravar” parte de su riqueza y haciéndola disponible para los receptores privilegiados de la esplendidez gubernamental. Sin embargo, el financiamiento inflacionario ha empeorado las consecuencias. Desorganiza todo el sistema de precios. Una a eso las violaciones a los derechos de propiedad y libertad de contrato necesarios para mantener en vigencia las políticas intervencionistas, y usted entiende el pobre desempeño económico del país.

Pero, regresemos a esa inescapable realidad recién mencionada. Independientemente de lo que dice Massa, la aceleración del proceso inflacionario, y la pérdida resultante en el poder adquisitivo de la mayoría de la población, es una vía diferente de obligar al país a vivir dentro de sus medios, como lo haría la dolarización propuesta por Milei.

La diferencia es que, bajo políticas intervencionistas actuales, el gobierno elige a perdedores y ganadores para comprar apoyo político, mientras que el candidato libertario desea dejar que eso lo decida el mercado. Massa puede tratar de seguir surcando las olas, pero Argentina parece estarse moviendo hacia la dolarización dado el descrédito total del gobierno actual. La única cuestión que permanece es cómo distribuir el dolor de obligar al país a vivir según sus medios sin alterar aún más el sistema de precios.

Porque creo en el dominio fiscal, no pienso que cambio alguno en la política monetaria que no lo precedan cambios en la política fiscal será duradero. La dolarización sin prudencia fiscal no es posible; con prudencia fiscal, no es necesaria. La clave está en llevar a un nivel sostenible con los ingresos el poder adquisitivo real de los servidores públicos, los receptores en potencia de subsidios y transferencias, y los pensionados.

Incidentalmente, ese es el grano de verdad en la “campaña de temor” lanzada sobre Milei por Massa. Los cambios propuestos por Milei, por mucho que beneficien al país en su conjunto en el largo plazo, crearán perdedores en el corto plazo, personas como familias de ingresos bajos receptoras de transferencias de ingreso y subsidios, y el sector básicamente de clase media del servicio civil que ha sido aislado de las peores décadas de mal desempeño económico por privilegios tales como los COLAs.

Parece importante hace una estimación aproximada del recorte que tendría cualquier persona que recibiera alguna transferencia de algún gobierno en Argentina, a fin de eliminar el déficit público en todos los niveles. Aquí, un supuesto operativo lo “suficientemente bueno” es que la diferencia entre los tipos de cambio formal e informal indica el tamaño del ajuste, y eso es posible determinarlo para definir el tipo de cambio de la dolarización. La respuesta: un “recorte” de cerca de dos tercios a todo, cuando se mide en dólares estadounidense, incluyendo aquellos protegidos por cláusulas COLA.

Hay aquí una pregunta interesante relacionada con la filosofía del dinero. ¿Es el valor del dinero creado por el estado “real” o sólo “nominal”? Es decir, ¿tiene el estado alguna obligación de mantener más o menos constante el valor de la moneda, o, como en el mundo de Paul Krugman, no es eso “parte del acuerdo”?

Posiblemente, la dolarización (un cambio en el valor de la moneda de curso legal) sería un paso necesario para legalizar el “recorte,” pero, para que funcione el ajuste fiscal, también es esencial que se haga de forma que no sea revertida por las cortes. Algunos pueden argüir que tal “recorte” es justo el reconocimiento de que lo están los valores reales de todos los activos y obligaciones denominadas en pesos, pues el tipo de cambio se ha mantenido artificialmente bajo. Aún así, tendrá efectos redistributivos importantes, y eso no viene sin consecuencias políticas.

Sea como sea, hay dos vías para arribar al tipo de cambio de indiferencia (entre mantener dólares o pesos): Una es permitir la flotación en el mercado y arribar por sí solo a ese precio. La otra es decretar una devaluación y hacerla de una vez por todas.

Permitir que el mercado por sí sólo encuentre el tipo de cambio de indiferencia puede desatar un proceso hiperinflacionario. Al cambiar dramáticamente los precios relativos, aparejados con la inercia inflacionaria, el gobierno se verá compelido a inyectar dinero externo en la economía.

La alternativa es hacer la dolarización de una vez por todas, digamos, durante un feriado bancario. Una bonificación por hacer toda la devaluación de una sola vez es frenar la inercia inflacionaria. Es decir, la definición de un nuevo valor nominal para las obligaciones legales en el país como consecuencia de la dolarización, necesita que sea aceptada por el poder judicial como vinculante para todos los contratos en el país. Si eso no se logra, las ganancias fiscales del recorte podrían perderse, y todo el dolor podría terminar siendo nada.

Esto puede conducirnos a concluir que si es para llevar los precios relativos en línea con los precios internacionales y permitir que de nuevo la economía empiece a crecer, la manera sensata de hacerlo es primero reducir los desbalances fiscales recortando gastos, y, al mismo tiempo, liberalizar restricciones a empresas lo que atraería capital externo a Argentina (tierra, bancos, minería) y LUEGO empezar más tarde a liberalizar el tipo de cambio de la divisa, a medida que se gane margen de maniobra fiscal.

Por supuesto, la alternativa es aceptar que el proceso hiperinflacionario es inevitable. Aparte de quien gane la elección, puede incluso acelerarse la corrida hacia el dólar estadounidense en el lapso entre el anuncio del resultado electoral y cuando es inaugurado el nuevo gobierno.

No importa cómo se haga, giros salvajes en los precios relativos entre bienes comercializables y no comercializables, resultarán en reducciones de las cantidades consumidas de bienes comercializables en los mercados internos. Tal vez, algo de los gastos públicos pueden desviarse hacia programas que garanticen la seguridad alimentaria, acceso al transporte público, gas para cocinar, y cosas similares, pues esta transición será muy difícil para familias de bajos ingresos.

No tengo duda que una moneda fuerte y mercados libres son un acuerdo institucional mucho mejor para el florecimiento humano, y, en el caso de Argentina, la dolarización ofrece un camino para ello. Sin embargo, independientemente de qué tan enorme puede ser el resultado neto, existen compensaciones y habrá muchos perdedores netos, al menos en el corto plazo. Los problemas de Argentina son, primordialmente, políticos, luego, fiscales, y, después, monetarios, y necesitan ser resueltos en ese mismo orden. De otra forma, del todo no se resolverán.

Leonidas Zelmanovitz, compañero sénior del Liberty Fund e investigador asociado de la Escuela de Negocios Busch en la Universidad Católica de los Estados Unidos.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.