LA RELEVANCIA IMPERCEDERA DE HAYEK

Por Allen Mendenhall
Law & Liberty
22 de noviembre del 2023

Nota del traductor: la fuente original en inglés de este artículo es allen mendenhall, law & liberty, Hayek’s, November 22, 2023. En él podrá leer enlaces relevantes originalmente en letra azul en el texto.

La tendencia es acumular vituperios sobre el liberalismo clásico o histórico. Un crítico importante del liberalismo, Patrick Deneen, escribe en Regime Change, que el liberalismo occidental busca “una nueva clase gobernante,” “una nueva élite de gobierno” una “clase gobernante” que restrinja mayorías, a la vez que impulsa el “progreso en un mundo que se moderniza.” Agrega él, “La base cognitiva de la nueva clase gobernante en su momento se manifestaría en un conjunto de posiciones filosóficas y políticas diferentes, una visión del mundo integral crecientemente requerida como base del orden social, político, y económico.” (las letras en cursiva son del autor)

Friedrich Hayek no calza en esa caricatura. Tampoco sus ideas.

El liberalismo de Hayek se sustenta no en la habilidad intelectual superior de un cuerpo de élite con una Weltanschauung [cosmovisión] coherente, sino, más bien, en las limitaciones de la mente y la falibilidad de la razón. Él denunció el constructivismo racional y retrató a los mercados como un proceso epistémico para ordenar el conocimiento distribuido que ninguna persona o grupo podría poseer. En su opinión, los mercados arrojaban señales sobre información dispersa acerca de circunstancias locales que ningún experto planificador comprendía plena o adecuadamente.

El modelo hayekiano no implica el gobierno de una panoplia gnóstica de élites dotadas con planes totalizadoras para las masas. Por el contrario, celebra la descentralización y difusión del poder, y el conocimiento tácito, cotidiano, de innumerables agentes que toman decisiones corrientes acerca de sus circunstancias inmediatas.

La consideración de Hayek de Vikash Yadav, Liberalism’s Last Man, es un correctivo bienvenido. Sólo que no avanza lo suficiente como para redimir las enseñanzas seminales de Hayek pues es “primordialmente una lectura cercana de Camino de Servidumbre,” que hasta el autor lo considera un “panfleto político” en vez de un tomo. ¿Qué más gratificante podría haber sido este esfuerzo si, en vez de eso, se enfocara en los tres volúmenes de Hayek, Law, Legislation, and Liberty [Derecho, Legislación, y Libertad] y los ensayos comprendidos en Individualism and the Economic Order [Individualismo y Orden Económico]?

No obstante, es injusto criticar el libro que Yadav no escribió. Mejor es enfocarse en su caso persuasivo de Hayek para la relevancia imperecedera y un liberalismo revitalizado más amplio. Aquí, él logra un éxito admirable.

¿Por qué Hayek retiene su poder de permanencia? En resumen, porque él le habla a nuestra realidad presente de un populismo y nacionalismo ascendentes, en economías emergentes en países en desarrollo. Yadav invoca a Hayek para reanimar al liberalismo entendido apropiadamente. Un profesor de relaciones internacionales y de estudios de Asia, él advierte que “el desafío al liberalismo en el sigo XXI no vendrá del socialismo y la planificación estatal centralizada, sino de una corriente divergente de capitalismo que evolucionó en Asia Oriental.” Su nombre es capitalismo político, y es prevalente en China, Vietnam, y Singapur.

El capitalismo político, dice Yadav, está “asociado con una burocracia tecnocrática eficiente, la ausencia del imperio de la ley, y la autonomía del estado en asuntos del capital privado y la sociedad civil.” Es “usualmente el producto ya sea de una revolución comunista o de un estado revolucionario de un solo partido, que exitosamente niveló los impedimentos pre coloniales para lograr la transformación económica y soberanía política.” También, su carácter corporativo es nacionalista, y busca eliminar la disidencia con el poder del estado. Muestra una economía mixta, reconociendo la necesidad de mercados para el cálculo de precios y la asignación efectiva de recursos. Pero, el estado permanece siendo su lugar de control, y sus líderes disfrutan del estatus de élite como tecnócratas administrativos.

En otras palabras, el capitalismo político -que Yadav considera una amenaza para el liberalismo- se asemeja al sistema que Deneen llama liberalismo. Ambos hombres no pueden estar en lo correcto. ¿Es el capitalismo político la personificación del liberalismo o su opuesto?

Yadav aborda numerosas preguntas relevantes para lectores contemporáneos (¡ay!, nada de informaciones anticipatorias): ¿Mejora la política industrial las economías en desarrollo? ¿Puede la inteligencia artificial ordenar datos agregados para resolver el llamado “problema del conocimiento” de Hayek? ¿Requiere el progreso la estandarización obligatoria de las nuevas tecnologías, como vehículos electrónicos o paneles solares? ¿Puede el imperio de la ley florecer en estados capitalistas políticos como China, Vietnam, o Singapur? ¿Ofrece Hayek soluciones al cambio climático, un tema que él no enfrenta?

Yadav descarta conceptos erróneos populares. Por ejemplo, explica por qué los países nórdicos no son socialistas, y por qué el comunismo chino implica mercados y privatización estratégica. Describe al socialismo y al fascismo como similarmente poco originales: “El control estatal de industrias claves, límites a ganar ingresos, restricciones al flujo internacional de gente y bienes y, por supuesto, una dictadura centralizada, marcan al fascismo y socialismo como consanguíneos.” Atribuye el éxito de ciertas economías del Este de Asia, como China o Japón, no a la administración burocrática o empresas contraladas por el estado, sino a un alejamiento táctico de tales restricciones gubernamentales.
Y él desenreda las distinciones entre capitalismo político y nacional socialismo, concluyendo en que ambos son antiliberales.

Ya sea que lo intentara o no, Yadav demuestra que Hayek no calza fácilmente en las casillas políticas actuales, en especial, cuando la base republicana y expertos conservadores están divididos sobre la economía, en específico, en la política comercial e industrial. Inadvertidamente, Yadav les suministra munición a los críticos en algunas de sus interpretaciones del liberalismo hayekiano. “El liberalismo no es conservador,” somete él, etiquetándolo como “progresista” y “universal.” Todavía más, “Hayek,” según Yadav, “se eleva por encima de preocupaciones provincianas de la civilización occidental para defender una visión internacionalista.” ¡Probablemente, Deneen estaría de acuerdo! Sólo que él vería en estos aspectos de Hayek síntomas de decadencia, oicofobia, y desarraigo.

También, las descripciones de Hayek podrían alienar a aquellos inclinados hacia un libertarismo puro. Él festeja en Hayek lo que Murray Rothbard condenó; esto es, que “Hayek no era hostil a regulaciones del mercado que fueran aplicadas uniformemente.” Por ejemplo, Hayek apoyó “una forma de ingreso mínimo para todos los ciudadanos.” Aún más, “Hayek fácilmente concede que el estado podría y debería hacer más para diseminar el conocimiento y asistir en la movilidad social.” Yadav insiste, correctamente, que el “liberalismo hayekiano no se opone intrínsecamente a planificar la competencia en el mercado, la regulación de la industria, un ingreso mínimo, o hasta un (thatcherita) capitalismo del pueblo.” Él lo dice como un cumplido.

No obstante, en un memorando al fondo Volker en 1958, a Rothbard le preocupó que los oponentes al mercado preferirían prologar sus argumentos proclamando que “hasta Hayek cree” en esta o aquella forma de intervención gubernamental. Y eso ha sucedido. Supuestamente, el atractivo para Yadav reside en la moderación de Hayek, como si él estuviera preocupado acerca de una audiencia que puede descartar a Hayek como extremo o impropio. Usted casi que puede imaginar esta convicción: “¡Está bien que le guste Hayek, mis amigos progresistas. Él no es uno de esos libertarios!”

Pero, hay mucho aquí en que “esos libertarios” estarían de acuerdo. Considere este cargo: “Es hora de actualizar y revigorizar la causa del liberalismo económico y político, de desechar el amiguismo y protección estatal que sangra a la economía de su vigor y enfrenta los desafíos intelectuales que emanan de todas partes en el horizonte.” Note, asimismo, su optimismo de que un “liberalismo revisado” restaurará “el prestigio ligado al individualismo como un componente esencial de una gran civilización.”

Liberalism’s Last Man
debería apelar a teóricos de la política, economistas, historiadores, y académicos de relaciones internacionales. En cuanto a la calidad académica de Yadav, concurro con el endoso de Peter Boettke en la contraportada: “Es un trabajo altamente original – y refrescante en tanto que toma en serio a los críticos de Hayek, al mismo tiempo que se abstiene de no ser justo con Hayek por sus supuestos pecados intelectuales.”

Hayek es una figura compleja. Un análisis cuidadoso de su trabajo es necesariamente complejo. Yadav brinda claridad y entendimiento alrededor de este muy a menudo incomprendido intelectual, quien es demasiado importante como para malinterpretarlo o tergiversarlo.

Allen Mendenhall es decano asociado y profesor Grady Rosier en la Escuela Sorrell de Negocios de la Universidad de Troy y director ejecutivo en el Centro Manuel H. Johnson de Economía Política.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.