¿PODEMOS APROBAR LA PRUEBA DE DEDO DE ADAM SMITH?

Por Barry Brownstein
American Institute for Economic Research
11 de noviembre del 2023

Nota del traductor: la fuente original en inglés de este artículo es barry brownstein, american institute for economic research, Adam Smith, November 11, 2023. En él podrá leer enlaces relevantes originalmente en letra azul en el texto.

En La Teoría de los Sentimiento Morales, Adam Smith brinda el ejemplo de un enorme terremoto hipotético en China que mató a millones. Smith sugiere que “un hombre de humanidad” expresaría pasivamente su dolor por las vidas perdidas. Pero, una vez que estos “sentimientos humanos” se expresaron, él mantendría la misma tranquilidad como si tal tragedia no hubiera pasado. Sin embargo, supone Smith, si este hombre fuera a “perder su dedo meñique,” sería profundamente absorbido por su infortunio.

Smith plantea esta pregunta, “Entonces, para prevenir esa misera desdicha ¿sería capaz un hombre benévolo de sacrificar las vidas de cien millones de sus hermanos, siempre que no los hubiese visto nunca?”

Para Smith y casi cualquiera que lea este ensayo la respuesta a esta pregunta es un inequívoco no. Smith hizo la observación de que “La naturaleza humana siente un escalofrió de terror ante la idea, y el mundo, en su mayor depravación y corrupción, jamás albergo a un villano tal que fuera capaz de sostenerla.”

Por supuesto, Smith no vivió para ver la galería canalla de villanos del siglo XX. En su libro sobre el Holodomor, The Harvest of Sorrow, Robert Conquest cita una novela soviética de 1934 que explica la lógica deshumanizante de matar de hambre a los kulaks ucranianos. “Ninguno de ellos era culpable de cosa alguna, pero pertenecían a una clase que era culpable de todo.”

La deshumanización de los kulaks empezó una década antes. En referencia a una hambruna soviética previa, Lenin dijo en 1922 que, “Psicológicamente, toda esta hablada acerca de alimentar a los hambrientos, etcétera, en esencia refleja la sentimentalidad usualmente azucarada de nuestra intelectualidad.”

Lenin no podría aprobar la prueba de Adam Smith, pero, ¿qué acerca de la “intelectualidad” de esta época? Más importante en la academia de hoy que los derechos del individuo es la asignación de méritos al grupo al que pertenecen. (Una conversación reciente entre Phil Magness y Kate Wand del American Institute for Economic Research ayuda a iluminar aspectos el tema).

Smith brindó una guía de forma que pudiéramos aprobar su prueba del dedo. Él preguntó, “Cuando nuestros sentimientos pasivos son casi siempre tan sórdidos y egoístas ¿cómo pueden ser nuestros principio frecuentemente tan nobles y desinteresados?”

Aquí está la respuesta de Smith cuando se refiere al espectador imparcial (nuestra voz interna que evalúa, sin sesgo, nuestra conducta ética):

“No es el apagado poder del humanitarismo, no es el tenue destello de la benevolencia que la naturaleza ha encendido en el corazón humano, lo que es así capaz de contrarrestar los impulsos más poderosos del amor propio. Lo que se ejercita en tales ocasiones es un poder más fuerte, una motivación más enérgica. Es la razón, el principio, la conciencia, el habitante del pecho, el hombre interior, el ilustre juez y árbitro de nuestra conducta.”

Nuestro espectador imparcial trae a nuestra consciencia “la verdadera pequeñez nuestra” y “la deformidad de la injusticia, la propiedad de renunciar a los mayores intereses propios en aras de los intereses aún más relevantes de los demás.” Con esta consciencia, Smith señala las fuerzas fermentadoras en nuestra conducta: “el amor por lo honorable y noble, por la grandeza, la dignidad y la superioridad de nuestro propio carácter.”

Si bien Smith nunca vio los horrores del siglo XX, su prueba del dedo se aplicaría a los millones de estudiantes y profesores universitarios cuyas mentes son retorcidas por los rígidos sistemas de puntuación sobre justicia social del opresor y el oprimido. Ser fieles a la política de identidad es su objetivo principal. Smith puede decir sin la guía del espectador imparcial, que ellos han perdido su humanidad.

En su trabajo de 1693, Some Thoughts Concerning Education [Pensamientos sobre la educación], John Locke aseveró que el “bienestar y prosperidad de la nación” dependen de la “buena educación” de los niños. ¿Está en juego el bienestar de la nación cuando es más posible que estudiantes estén familiarizados con el Proyecto 1619 que con documentos de la fundación de Estados Unidos? Hemos permitido que nuestras instituciones sean secuestradas por autoritarios iliberales posando como humanistas. ¿Debería sorprendernos que la moral es escasa?

En El Archipiélago Gulag, Aleksandr Solzhenitsyn escribió, “Quienes van al Archipiélago a administrarlo llegan allí por la vía de escuelas de entrenamiento del Ministerio de Asuntos Internos.”

Luego de la revolución rusa, los intelectuales estaban “hipnotizados” y “encantados con la fuerza del mundo nuevo,” en palabras de Vasily Grossman. En El Archipiélago Gulag, Solzhenitsyn explicó que ellos no tenían ni idea de los horrores por venir:

“Si a los intelectuales de Chéjov, siempre sumidos en cábalas sobre qué pasaría al cabo de veinte, treinta o cuarenta años, les hubieran dicho que al cabo de cuarenta años iba a haber en Rusia interrogatorios con tortura, que se oprimiría el cráneo con un aro de hierro, que se sumergiría a un hombre en un baño de ácidos, que se le martirizaría, desnudo y atado, con hormigas y chinches, que se le metería por el conducto anal una baqueta de fusil recalentada con un infiernillo (‘el herrado secreto’), que se le aplastarían lentamente con la bota los genitales, o que como variante más suave, se le atormentaría con una semana de insomnio y sed y se le apalizaría hasta dejarlo en carne viva, ninguna obra de teatro de Chéjov tendría final: todos los personajes habrían ido a parar antes al manicomio.”

En la Unión Soviética de Stalin, la ideología triunfó sobre la moral y derechos humanos. Las justificaciones amorales enterraron la voz de la consciencia al interior de los individuos. Incluso luego de conocerse las verdades sobre comunismo, indicó Solzhenitsyn, muchos justificaron sus horrores mediante alegatos de “progreso:”

“¡Porque recordar el sufrimiento de millones de personas va a desfigurar la perspectiva histórica! ¡Porque si excavamos la esencia de nuestras costumbres, vamos a empañar nuestro progreso material! Mejor, recordemos los altos hornos encendidos, los trenes de laminación, los canales abiertos.”

¿Cuelga la civilización de un hilo? Una generación de estudiantes universitarios ahora no tiene respeto por el ciclo virtuoso de la moral que surge con y sostiene a la civilización humana. Hayek lo tenía claro:

“[N]uestra civilización en efecto es básicamente un resultado principalmente imprevisto y no intencionado de nuestro sometimiento a reglas morales y legales que nunca fueron “inventadas” con tal resultado en mente, pero que crecieron porque estas sociedades que las desarrollaron paso a paso, prevalecieron en cada paso sobre otros grupos que siguieron reglas diferentes, menos conducentes al crecimiento de la civilización.”

En uno de sus ensayos mas importantes, “Individualismo: El verdadero y el falso,” F. A. Hayek emitió una advertencia crucial que debería ser mejor conocida: “La gran lección que nos enseña la filosofía individualista a este respecto es que puede no ser difícil destruir las formaciones espontáneas, bases indispensables de una civilización libre, pero puede estar más allá de nuestro poder reconstruir deliberadamente tal civilización una vez que estos cimientos son destruidos.”

Hoy no ofrezco buenas noticias. Nuestro sistema educativo entrena las mentes para que fallen la prueba del dedo de Smith. Quienes fracasan ofrecen ideas iliberales que retrasan el florecimiento humano. Para ellos, la ideología triunfa sobre la moral y los derechos humanos; las justificaciones amorales entierran la voz de sus consciencias.

Ahora es el momento de indagar en los principios activos que guían nuestra propia conducta, de forma que no permitamos que la ideología ahogue la voz del espectador imparcial que está dentro de nosotros.

Barry Brownstein es profesor emérito de economía y liderazgo en la Universidad de Baltimore. Es autor de The Inner-Work of Leadership, y sus ensayos han aparecido en publicaciones como la Fundación para la Educación Económica e Intellectual Takeout.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.