LOS EMPLEOS QUE USTED NO QUIERE QUE SE DESTRUYAN POR EL COMERCIO FUERON CREADOS POR EL COMERCIO

Por Donald J. Boudreaux
American Institute for Economic Research
13 de noviembre del 2023

Nota del traductor: la fuente original en inglés de este artículo es donald j. boudreaux, american institute for economic research, trade, November 13, 2023. En él podrá leer enlaces relevantes originalmente en letra azul en el texto.

A menudo, consumidores estadounidenses toman ventaja de gangas atractivas de productores ubicados fuera de Estados Unidos. Muy a menudo, productores estadounidenses que compiten con esos productores extranjeros, responden haciendo lo que productores han hecho por siglos – esto es, engatusar y sobornar a funcionarios para que se les protejan de los consumidores.

Por supuesto, las medidas proteccionistas resultantes comúnmente se describen no sólo como no brindando protección de consumidores, sino, “protección de productores extranjeros.” Pero ese lenguaje induce al error. Las importaciones no tienen vida; no actúan según su propia voluntad. Tampoco las importaciones son creadas y ofrecidas en venta por fuerzas no humanas. La fuente última de “daño” del que productores estadounidenses se quejan no son las importaciones; ni siquiera son productores extranjeros que ofrecen sus cosas a la venta. La fuente última de este “daño” son los consumidores estadounidenses. Si todos los consumidores estadounidenses eligen no comprar importaciones, ninguno de los productores basados en el exterior gastaría recursos escasos produciendo bienes para la venta en Estados Unidos, y nada de importaciones arribaría a costas estadounidenses. Los productores basados en Estados Unidos son “dañados” por importaciones sólo porque, y en ese tanto, esos bienes son elegidos y comprados por consumidores estadounidenses.

Este asunto no es sólo uno de simple semántica. Decir que las importaciones y productores extranjeros infligen daño a trabajadores estadounidenses, o a la economía estadounidense, crea la falsa impresión de que Estados Unidos está siendo invadido por fuerzas hostiles. Pero, en realidad, los consumidores estadounidenses invitan las importaciones como medio de mejorar sus vidas, Reconocer tal realidad es reconocer que el objetivo final de aranceles y otras medidas proteccionistas no es una colección de objetos inanimados. Tampoco es este objetivo un grupo de extranjeros que busca lograr ganancias a expensas de estadounidenses. El objetivo final del proteccionismo es compatriotas que gastan pacíficamente su propio dinero. Estos compatriotas son tratados como enemigos cuyas acciones voluntarias debe ser refrenadas.

Pero, obviamente, demonizar a compatriotas, quienes no hacen nada más que buscar satisfacer pacíficamente sus deseos legítimos en formas que ellos juzgan son más eficaces, es poco posible que funcione. Así que la demonización debe ser de los medios que esos compatriotas usan para satisfacer sus deseos. Cuando estos medios incluyen los esfuerzos de extranjeros, la demagogia es demasiado fácil. “¡Oh, vean!” llora el proteccionista. “La venta de importaciones aquí en Estados Unidos destruye algunos empleos y empresas estadounidenses. ¡Estamos siendo dañados por extranjeros que se roban nuestros mercados! ¡Para bien del país, frenémoslos!

Ninguno de esos arrebatos demagógicos funcionaría si se expresaran más honestamente como “¡Oh, vean! Nuestros compatriotas al gastar su propio dinero como les plazca destruyen algún empleos y empresas estadounidenses. Estamos siendo dañados por compatriotas que satisfacen pacíficamente sus deseos! ¡Para bien de nuestro país, frenémoslos!

En el párrafo previo escribí “más honestamente” en vez de sólo “honestamente.” La razón es que la destrucción de empleos y empresas específicas causada por cambios en las formas en que los consumidores gastan su dinero, no daña la economía. Muy por el contrario. Nuestra prosperidad moderna existe sólo en tanto los consumidores son libres de gastar su dinero en cualesquiera formas pacificas que eligen. Es esta libertad lo que permite a consumidores revelar que bienes y servicios concretos quieren con suficiente ansiedad como para que se justique su producción. Entre más se restringe esta libertad, más pobre es el conocimiento sobre cómo pueden usarse mejor los recursos. Esas restricciones hacen que ese conocimiento se haga más estrecho y borroso. Se intensifica el desperdicio de recursos. Permanecen insatisfechos algunos deseos humanos que podrían ser satisfechos.

La libertad de los consumidores de gastar su dinero según eligen pacíficamente se llama “soberanía del consumidor.” Es una característica indispensable de una economía próspera.

Usted ejerce su soberanía como consumidor al elegir comprar salmón para la cena en vez de cerdo o pollo o tofu. Ejercito mi soberanía del consumidor cuando continúo comprando mis marcas favoritas de cereal para el desayuno y cerveza – y cuando, por la razón que sea, elijo cambiar hacia otras marcas.

Junto con la libertad de los empresarios para competir por el patrocino del consumidor, la soberanía del consumidor es uno de los dos combustibles de la competencia. De hecho, la soberanía del consumidor es la más importante de las dos.
A menos que los consumidores sean libres de rechazar productos que alguna vez compraron para adquirir productos nuevos o diferentes, los empresarios no tendrán incentivos para competir entre sí bajando precios, buscando mayores eficiencias en la producción, o fabricando mejores trampas para ratones y mejorando de otro modo sus ofertas de productos.

Pero, en el tanto que los consumidores tienen soberanía, las empresas son guiadas por su deseo de obtener ganancias para superarse el uno al otro. Burger King trata de lograr que su menú y sus precios sean más atractivos que aquellos ofrecidos por Wendy’s; Wendy’s responde tratando de ofrecer alimentos más sabrosos y a precios menores a los que los consumidores encuentran en Burger King. Esa rivalidad existente trabaja en beneficio del consumidor. La soberanía del consumidor significa que los empresarios sólo pueden obtener ganancia si complacen a los consumidores.

La soberanía del consumidor refleja el hecho de que la medición final del éxito de cualquier economía es qué tan bien suple las necesidades y deseos de la gente – qué tanto acceso proporciona de la combinación particular de bienes y servicios (incluso preferencias por el ocio, ubicación, y ocupaciones) que cada uno de nosotros desea de manera única para hacer que su vida sea tan rica y significativa como sea posible.

Opositores al libre comercio están prestos a responder, “¡Sí! – y es la razón de por qué el libre comercio es malo. Destruye empleos y, con ello, le niega a la gente el ingreso que necesita para comprar las cosas que quiere.” Esta respuesta tiene un aire superficial de plausibilidad, que es la razón de por qué mucha gente que es dañada por el proteccionismo aun así lo apoya. Pero, la verdad científica en este asunto, como en todos los otros asuntos, no está determinada por percepciones populares.

Los propios empleos que estadounidenses hoy piensan deberían de protegerse ante el comercio internacional, son empleos que ya bien fueron creados por el comercio internacional o hechos más atractivos por el comercio internacional.

Tome el acero. Mucho del capital que construyó los ferrocarriles de Estados Unidos en el siglo XIX vino de extranjeros, en especial británicos. Los extranjeros ganaron directamente algo de los dólares que invirtieron en los ferrocarriles estadounidenses vendiéndoles bienes a estadounidenses. Otros dólares se obtuvieron cuando inversionistas extranjeros intercambiaron sus propias monedas (digamos, libras esterlinas británicas) por dólares estadounidenses. Pero, estos mismos dólares fueron ganados por otros extranjeros por medio de sus esfuerzos exitosos de vender sus cosas a compradores estadounidenses dispuestos.

A su vez, la inversión extranjera en ferrocarriles estadounidenses creó una enorme demanda de acero, en especial para las decenas de miles de millas de rieles que se colocaron. Sin esta demanda de rieles de acero, no se habría desarrollado la industria del acero estadounidense cuándo y cómo lo hizo. Sin inversión extranjera, la demanda de rieles habría sido mucho menor; y sin comercio, no habría habido inversión extranjera alguna. Lo mismo se puede decir de incontables otras industrias y empleos a lo largo de los Estados Unidos.

Pero, hasta esos empleos raros que no tienen conexión directa con el comercio, los salarios que ganan sus trabajadores son mayores debido al comercio. Al mantener los precios bajos, y aumentar la producción y diversidad de productos, el comercio hace que cada dólar ganado llegue más lejos. Esto significa que la atractividad hoy de algún trabajo específico -hasta uno que no depende directamente de ventas a extranjeros o de insumos o inversiones suplidos por extranjeros- se eleva gracias al comercio.

Puesto de otra forma, entre las muchas razones de por qué perder un empleo en específico por el comercio es tan traumático, es que ese empleo se hace tan atractivo por el comercio. Por supuesto, cada uno de nosotros amaría tener su propio empleo garantizado por decreto del gobierno, a la vez que simultáneamente ejercemos la soberanía del consumidor que nos permite disfrutar de un estándar de vida elevado. Pero, garantizar su empleo requiere un sacrificio de algo de la soberanía como consumidor de su vecino – así como una política que garantiza su empleo a su vecino requiere un sacrifico de alguna de su soberanía como consumidor. La única política éticamente aceptable -y la única que asegura prosperidad para todos en el largo plazo- es una política en que nunca se sacrifica la soberanía como consumidor de nadie. Tal política es una de libre comercio unilateral.

Donald J. Boudreaux es compañero sénior del American Institute for Economic Research y del Programa F.A. Hayek para el Estudio Avanzado en Filosofía, Política y Economía del Mercatus Center; miembro de la Junta Directiva del Mercatus Center y es profesor de economía y anterior jefe del departamento de economía de la Universidad George Mason. Es autor de los libros The Essential Hayek, Globalization, Hypocrites and Half-Wits, y sus artículos aparecen en publicaciones tales como el Wall Street Journal, New York Times, US News & World Report, así como en numerosas revistas académicas. Él escribe un blog llamado Café Hayek y es columnista regular de economía en el Pittsburgh Tribune-Review. Boudreaux obtuvo su PhD en economía en la Universidad Auburn y un grado en derecho de la Universidad de Virginia.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.