EMOCIONARSE ES MÁS FÁCIL (Y MÁS DIVERTIDO) QUE LO ES PENSAR DESAPASIONADAMENTE

Por Donald J. Boudreaux
American Institute for Economic Research
29 de octubre del 2023

Emocionarse es más fácil que pensar desapasionadamente. Emocionarse viene naturalmente; no requiere esfuerzo y se siente bien. Pensar desapasionadamente requiere esfuerzo consciente, y, si bien ofrece sus propias satisfacciones, su ejercicio siempre amenaza con alterar el equilibrio emocional de uno. Por su propia naturaleza, pensar desapasionadamente no excita las pasiones, pero puede defraudarlas. Por tanto, emocionarse es menos costoso de lo que es pensar desapasionadamente. Las recompensas por esto último son menos seguras y nunca son instantáneas.

Para que alguien piense desapasionadamente se requiere que anticipe que los beneficios personales de pensar excederán así sus costos personales. La economía enseña que, entre mayor la cantidad de pensamiento desapasionado dedicada a un asunto en particular, menor el beneficio anticipado de aplicar a ese asunto un pensamiento desapasionado adicional. En cierto momento, aún el individuo más racional y cerebral decidirá, al evaluar el asunto, que no vale la pena dedicarle un pensamiento desapasionado adicional. Así, mediante un razonamiento desapasionado no se arribará a conclusión restante alguna sobre ese asunto. La emoción, prejuicio, o apelación a la autoridad (que, debe decirse, es a menudo razonable) nos controlará.

Por supuesto, diferentes individuos tienen diferentes preferencias y habilidades. En particular, acerca de cualquier asunto de política pública, algunos individuos le dedicarán más pensamiento desapasionado de como lo harán otros. Un resultado es que diferentes individuos llegarán a conclusiones diferentes sobre cualquier asunto. Se deduce de ello que los desacuerdos emergen no sólo de diferencias en la calidad del pensamiento, sino, también, de diferencias en la cantidad de pensamiento. Aún si la habilidad mental de Jones es tan alta como la de Smith, si Jones tiene una preferencia más leve por pensar desapasionadamente (o, lo que viene a ser lo mismo, una preferencia más fuerte por las emociones) de como la tiene Smith, a menudo Jones y Smith arribarán a conclusiones diferentes sobre diversos asuntos. Y, por desgracia, ninguna cantidad adicional de educación es posible que lleve a Jones y Smith a un acuerdo más cercano, pues la fuente del desacuerdo no es una diferencia en la calidad de pensamiento, sino, más bien, en la disposición a pensar.

Considere el salario mínimo. Jones “decide” “decidir” si esa intervención gubernamental es buena o mala política pública. Jones, podemos suponer, es una buena persona sin un interés estrecho personal en que haya un salario mínimo. Él arribará a su conclusión con base en su evaluación de las consecuencias posibles del salario mínimo sobre trabajadores de menor paga – la gente a la cual se proponen ayudar los proponentes del salario mínimo.

Si Jones no es afecto al pensamiento desapasionando, no pensará por mucho tiempo y duro sobre esta intervención. Su conclusión acerca de los méritos de la política reflejará ya sea una conclusión con la que se tropieza (digamos, su novia le dice que el salario mínimo es bueno) o que gratifica sus emociones. Siendo buena persona, Jones siente compasión por los trabajadores menos pagados. La consecuencia más obvia del salario mínimo es elevar los salarios de todos los trabajadores menos capacitados al momento empleados. En efecto, esta consecuencia es buena. Así, al apoyar el salario mínimo, Jones se recompensa a sí mismo con emociones positivas. Con poca inclinación al pensamiento desapasionando, su contemplación sobre el salario mínimo termina rápido. Concluye en que esta intervención es sabia y buena.

En contraste con Jones, Smith se inclina más a involucrarse en un pensamiento desapasionado. Como Jones, Smith es una buena persona sin ningún interés personal en el salario mínimo. También, como Jones, Smith experimenta emociones positivas al imaginar algún cambio de política que mejora el bienestar de trabajadores menos calificados. Pero, a diferencia de Jones, Smith le aplica el mismo pensamiento desapasionado a la cuestión del salario mínimo. Por ejemplo, puede consultar su cuaderno del curso de Economía Básica que tomara muchos años atrás.

“Oh, sí,” recuerda Smith, al ojear las notas tomadas durante una conferencia sobre el salario mínimo:

“…ahora me acuerdo. El salario mínimo eleva los costos a los empleadores de los trabajadores menos capacitados. Es desafortunado este impacto negativo sobre los empleadores. Pero, todavía es peor el impacto negativo sobre trabajadores menos calificados. Con el paso del tiempo, los empleadores minimizan su exposición a costos laborales más altos, haciendo cosas como comprar equipo que desempeña muchas de las tareas que alternativamente requerirían trabajo humano. Con un salario mínimo en vigencia, en su momento la mayoría de empleadores se ajustará y terminará sin sufrir daño. Pero, muchos de los ajustes resultarán en empleadores contratando menos trabajadores no calificados. Jovencitos y otros trabajadores con pocas habilidades encontrarán mayor dificultad para encontrar y conservar los empleos. A diferencia de la mayoría de empleadores, que pueden cambiar la mezcla de capital con respecto al trabajo usada en sus operaciones, estos trabajadores menos calificados no pueden rápidamente reequiparse por sí mismos para compensar las consecuencias negativas del salario mínimo que recaen sobre ellos. Así, estos trabajadores hoy sufren pérdidas del ingreso actual, así como pérdidas de oportunidades para lograr habilidades laborales que mañana mejorarían sus perspectivas de empleo.”

Smith pondera esta realidad. Su novio, como la novia de Jones, apoya el salario mínimo. Habría sido mucho más fácil, emocionalmente, que Smith hiciera lo mismo que hizo Jones y llevara su análisis a un freno luego de darse cuenta que el salario mínimo ocasiona que algunos trabajadores vean aumentar el pago que llevan a sus casas. Pero, su pensamiento desapasionado sobre esta política le conduce a una conclusión diferente: Se opone a un salario mínimo porque daña a muchos de los trabajadores que se pretendía ayudar.

La conclusión de Smith difiere de la de Jones no porque los valores de Smith difirieran de los de Jones, ni tampoco porque Smith es más inteligente que Jones. Simplemente, Smith tiene una preferencia más intensa hacia el pensamiento desapasionado. Esta diferencia en las conclusiones se produce exclusivamente por una diferencia en la cantidad de pensamiento que se aplica.

No sólo la inclinación de Smith hacia el pensamiento desapasionado reduce la frecuencia con que se gratifica a sí misma con emociones positivas, bien puede ser que, para ella, posiblemente sea más una fuente de incomodidad emocional. Suponga que Smith se hace amiga cercana de Jones. Smith no puede unirse con su novio, y con Jones y su novia, para expresar apoyo al salario mínimo. Entristecida porque su novio y amigos interpretan su oposición al salario mínimo como evidencia de sus limitaciones éticas, Smith confronta la frustración adicional que surge al ignorarse sus intentos por explicar su posición. Los tres amigos de Smith ignoran su explicación no porque ellos sean menos inteligentes o menos bien intencionados de lo que es ella; ellos ignoran su explicación tan sólo porque cada uno de ellos tiene una preferencia menos intensa del que ella tiene hacia el pensamiento desapasionado. Smith, en esencia, ofrece “vender” algo que cada uno de sus amigos encuentra es demasiado caro como para comprarlo.

La urgencia de Smith de emocionarse se diluye aún más por su reconocimiento de que el mundo es uno de compensaciones. En ese mundo, relativamente pocas alternativas son totalmente buenas o totalmente malas. Casi todas las opciones tienen sus ventajas y desventajas. En especial, vale la pena notar una consecuencia de ello: Dado que rara vez los simples mortales pueden estar seguros de cuánto peso asignar, en algún caso específico, a las desventajas y ventajas -ese llamamiento es siempre subjetivo- a menudo las “conclusiones” normativas son tentativas. Una conclusión concreta puede revertirse tan sólo con un cambio en las ponderaciones relativas asignadas a las ventajas y desventajas de una alternativa. La mentalidad que reconoce la ubicuidad de las compensaciones, modera cualquier proclividad que pueden tener sus dueños hacia justificar posicionamientos políticos con montones enormes de emociones.

Una observación final: Entre más complejo el asunto, menor la proporción de pensamientos desapasionados, y mayor la proporción de emociones. Entender asuntos complejos requiere mayor aplicación de pensamiento desapasionado. Asuntos complejos presentan más pasos al ser analizados con pensamiento desapasionado de como lo son en asuntos más simples. Dado a que el pensamiento desapasionado es costoso, es más posible que el público en general “decida” asuntos complejos emocionalmente en vez de racionalmente. Cuesta más pensar desapasionadamente mediante, digamos, cuatro pasos de razonamiento, que pensar desapasionadamente mediante dos pasos de razonamiento. Así que, para obtener un buen manejo del asunto, muchos individuos llevarán sus pensamientos desapasionados a un alto antes que tal pensamiento se lleve a cabo. El resto del análisis se hará con emociones o prejuicio. Dado que, en última instancia, los políticos buscan votos en vez de la verdad o justicia, la ventaja electoral la tienen los políticos que abrazan las emociones o prejuicio más ardientemente que como los votantes usan al evaluar asuntos – en especial los complejos.

Por desgracia, entre mayor el rol que el gobierno desempeña, más complejos serán, en promedio, los asuntos políticos que se requiere que los votantes evalúen. El rol de las emociones y perjuicio en la política pública crecerá en comparación con aquel de un pensamiento desapasionado. La política pública tenderá, con el paso del tiempo, a empeorar. Y todos sufriremos.

Donald J. Boudreaux es compañero sénior del American Institute for Economic Research y del Programa F.A. Hayek para el Estudio Avanzado en Filosofía, Política y Economía del Mercatus Center; miembro de la Junta Directiva del Mercatus Center y es profesor de economía y anterior jefe del departamento de economía de la Universidad George Mason. Es autor de los libros The Essential Hayek, Globalization, Hypocrites and Half-Wits, y sus artículos aparecen en publicaciones tales como el Wall Street Journal, New York Times, US News & World Report, así como en numerosas revistas académicas. Él escribe un blog llamado Café Hayek y es columnista regular de economía en el Pittsburgh Tribune-Review. Boudreaux obtuvo su PhD en economía en la Universidad Auburn y un grado en derecho de la Universidad de Virginia.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.