LOS ACADÉMICOS SON MALOS LÍDERES

Por Joseph Bouchard
American Institute for Economic Research
31 de octubre del 2023

Nota del traductor: la fuente original en inglés de este artículo es joseph bouchard, american institute for economic research, leaders, October 31, 2023. En él podrá leer enlaces relevantes originalmente en letra azul en el texto.

¿Cuándo dejaremos de elegir candidatos políticos provenientes de la torre de marfil?

Luego de casi 15 meses con un presidente académico a cargo, la población colombiana se está dando cuenta que poner a cargo un académico revolucionario puede haber sido insensato. Esto envía una advertencia de que académicos tienden a perder el toque, son ineptos en conectarse materialmente con el votante promedio, no están dispuestos a negociar y comprometerse con otros partidos, y son demasiado tembeleques como para presentar un argumento simple, coherente. Sin embargo, las élites políticas los siguen impulsando, y gran parte de la población está contenta con apoyar candidatos tecnocráticos.

No importa qué tan atractivos parezcan ser los académicos como candidatos políticos ideales, una vez en el cargo, tienden a ser incapaces de gobernar.

El reciente ejemplo de América del Sur demuestra este punto. Luego de los ataques de Hamas a Israel, el economista convertido en presidente de Colombia, Gustavo Petro, pasó días en Twitter/X quejándose sobre el “genocidio de palestinos” de Israel, comparando a Israel con la Alemania nazi, a Netanyahu con Adolfo Hitler, y la Fuerza de Defensa de Israel (IDF) con las fuerzas nazis Waffen SS. En una entrevista con ¡Democracy Now!, el Dr. Petro afirmó que las sanciones de Estados Unidos son responsables primarias de la migración en el Hemisferio Occidental, al tiempo que rehabilitaba los regímenes de Caracas y la Habana. Como resultado del intelectualismo mal dirigido del presidente doctor, Colombia puede perder a su aliado internacionalmente más importante: los Estados Unidos.

Petro ha tenido dificultades para que se apruebe cualquiera de sus planes políticos, incluso reformas laborales y de pensiones, debido a su indisposición de trabajar en conjunto con partidos de la oposición en el Congreso y por su afán de lanzar protestas masivas (resultando algunas en violencia) en apoyo de las políticas. En vez de trabajar junto en el Congreso, ha emitido declaraciones que tratan de presionar para que se aprueben sus planes, con la esperanza de que simplemente se olvide de sus diferencias políticas, irrumpa en un baile interpretativo de unidad, y apruebe las reformas. Sus posturas muestran su incapacidad fundamental de considerar las implicaciones políticas e internacionales de sus declaraciones y acciones, y su desprecio por el proceso.

En mi país natal, Canadá, Michael Ignatieff se destaca como otro académico cuya carrera política se enloqueció. Un científico de la política, que pasó la mayor parte de su vida en universidades de élite en Estados Unidos y Europa, Ignatieff decidió que su no canadiense sería perfecto para liderar el partido liberal. Luego de llamarse a sí mismo estadounidense en muchas ocasiones, Ignatieff pasó sus tres años en el liderazgo cambiando de posiciones sobre temas de política externa de Canadá y manejando mal los votos parlamentarios básicos. Luego de pasar dos años enteros reuniendo apoyo para participar electoralmente para un cargo, perdió la elección del 2021 de una manera embarazosa ante un primer ministro notoriamente impopular.

La historia política está llena de ejemplos de fracasos de académicos en la política pública. Uno de los mejores ejemplos es Elizabeth Warren en Estados Unidos, quien fue profesora de derecho en Harvard, la Universidad de Pennsylvania, y la Universidad de Texas, en Austin, entre otras prestigiosas universidades. Una famosa tecnócrata, Warren ha pasado una década repetidamente metiendo las patas. Hubo un gracioso incidente cervecero, en que ella le agradeció a su esposo por estar en la casa (¿en dónde más debería estar?) antes de beberse embarazosamente una cerveza lager. Ella alegó tener ancestro indígena para obtener puntos a su favor, a pesar de ser tan indígena como Lindsey Graham. Intercalado con malos desempeños en debates, su propósito de ser candidata presidencial también se derrumbó debido a sus malas ideas, de moda, que falló en explicar a los electores promedio en un lenguaje sencillo.

El anterior presidente Woodrow Wilson es otro ejemplo clásico de la superioridad moral percibida de un académico que se convierte en arrogancia. Wilson, quien fue profesor antes de servir como presidente de Princeton, es recordado como uno de los peores presidentes en la historia estadounidense.

Wilson expandió la presencia militar de Estados Unidos hacia Rusia, México, y otros países, basado en una misión paternalista de civilizar a sus pueblos, todas campañas que Wilson manejó mal de manera caricaturesca. Wilson fue uno de los arquitectos claves detrás de la Liga de las Naciones, que implosionó antes de ser reestructurada como las Naciones Unidas, una institución famosa por cualquier cantidad de fallas propias. Su arrogancia, adquirida en los salones sagrados de la academia, resultaría en tener una dificultad tremenda en escuchar a otros, y meter a Estados Unidos en problemas geopolíticos y agitación interna. También, fue un gran racista, eugenista y partidario del Ku Klux Klan.

La principal lección a ser tomada de estos ejemplos recientes e históricos es que los académicos, a pesar de tener una inmensa cantidad de conocimiento sobre temas específicos, son incapaces de convertir ese conocimiento en una política efectiva. Ellos pueden ser capaces de sobrevivir un proceso electoral irritable, pero, cuando se trata de asuntos cotidianos y evitar escándalos, casi siempre fracasan.

No importa qué tan complejos sus argumentos, no importa qué tan ideales sus principios, la academia ha creado muchos políticos terribles. Los partidos políticos, élites sociales y votantes ingenuos deberían dejar de impulsar candidatos tecnocráticos, cuyas políticas idealistas sólo terminan en fracaso.

Joseph Bouchard es un periodista por cuenta propia que cubre la geopolítica de América Latina. Sus artículos han aparecido en The Diplomat, Mongabay, The National Interest, East Asia Forum, and Responsible Statecraft. Es contribuyente en Young Voices, y candidato a la Maestría en Asuntos Internacionales en la Universidad Carleton en Ottawa.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.