EL CANARIO EN LA MINA DE CARBÓN DE ARGENTINA

Por Nikolai G. Wenzel & Valentina Yayi Morales
American Institute for Economic Research
28 de octubre del 2023

Nota del traductor: la fuente original en inglés de este artículo es nikolai g. wenzel & valentina yayi morales, american institute for economic research, canary, October 28, 2023. En él podrá leer enlaces relevantes originalmente en letra azul en el texto.

Una edición reciente de The Economist contenía una profunda ironía.

La sección “Finanzas & Economía” del periódico exhibió un artículo sobre la economía de Estados Unidos. Después de expresar una feliz sorpresa porque la economía estadounidense continúa creciendo a pesar de vientos en contra, el artículo manifestó dos inquietudes: primera, que este crecimiento alimentará una inflación adicional (sin mención alguna de la monetización de la FED de un total de $4.2 millones de millones dólares de Estados Unidos de una fiebre bipartita de déficits expansivos sobre el COVID, mientras que The Economist continúa culpando las cadenas de suministro y crecimiento de la demanda), y, segunda, que las tasas del Tesoro (ahora en una máximo de 16 años) pondrán presión sobre la economía.

En la siguiente página, la sección se vuelca hacia la última crisis argentina. Hace veinte años, Argentina había enfrentado la crisis del peso del 2001, la hiperinflación de fines de los ochentas, y frecuentes golpes militare que persistieron a principios de los años ochenta. Un comentarista predijo superficialmente en el 2006 que el pueblo argentino nunca toleraría de nuevo una inflación superior al diez por ciento. Ese problema se resolvió durante varios años por interferencia federal en el Banco Central, y un delicioso pero inexacto asado de estadísticas falsas – al grado que The Economist simplemente dejó de reportar números no confiables provenientes de la oficina de estadísticas de Argentina. La inflación argentina es hoy de 138 por ciento (según el último reporte oficial). En un tecnicismo que va más allá del alcance de este breve ensayo, Argentina ahora está empujando el modelo de préstamos del Fondo Monetario a su punto límite. Luego de dos décadas de rescates y pedir prestado, de nuevo, todavía Argentina puede caer en impago.

Sin ironía, y sin indicación alguna de un paralelo con la situación de Estados Unidos, The Economist reporta que los “responsables de políticas de Argentina se desgarran entre imprimir pesos para cubrir las cuentas del gobierno y la necesidad de evitar la hiperinflación.”

Obviamente, la diferencia es una de grado, mas no ciertamente de tipo. Tanto la economía de Argentina como la de Estados Unidos están sufriendo las consecuencias del intervencionismo, cuando los banqueros centrales se ubican tanto en una posición poco envidiable como codiciada para limpiar el desorden de políticos derrochadores – si bien ellos, propiamente, sufren con claridad un problema del conocimiento hayekiano, y han contribuido su debida porción en la situación al imprimir dinero y ocasionar ciclos de auge y caída en sus intentos por “arreglar” la economía.

Pero, espere… ¡ciertamente Estados Unidos y Argentina no se pueden comparar! Estados Unidos es la mayor economía del mundo. A pesar de los mejores esfuerzos de políticos de ambos partidos, los Estados Unidos logran mantenerse dentro de los 10 principales países del mundo en la calificación del Economic Freedom of the World. ¿Cómo puede uno comparar a Estados Unidos con Argentina, la cual ha sufrido un siglo de inestabilidad política, y se ha convertido en un caso de estudio favorito del FMI durante los últimos 40 años?

Bueno, no siempre fue así. En 1910, Argentina estaba entre los ocho países más ricos del mundo. Tenía más millas de carreteras y ferrocarriles que la mayoría de países europeos. Había disfrutado de 50 años de estabilidad constitucional, luego de un vals rocoso de dictadores y guerras civiles, desde la independencia del país en 1812 hasta la unidad bajo una constitución liberal clásica en 1860. La constitución de Argentina, reflejo de la Constitución de Estados Unidos, protegió los derechos a la religión, libre expresión, comercio, e inmigración, bajo poderes constitucionales limitados.

Ay, la constitución no pegó. La Constitución de Estados Unidos se redactó para un país con una profunda tradición del principio de legalidad, gobierno local, y una mentalidad lockeana. Rousseau se tradujo al español antes que Locke, y sus ideas arribaron primero a Argentina. Los fundadores de Argentina, con toda su buena voluntad y visión, intentaron sembrar una traducción de la constitución de Estados Unidos en un suelo consistente de corrupción, gobiernos de hombres fuertes (caudillismo) y planificación central, todos atavismos del colonialismo español. Por cerca de 50 años, la constitución ofreció un respiro al ciclo de tiranía e inestabilidad; el país creció y la libertad económica atrajo mano de obra inmigrante. Pero, para la segunda década del siglo XX, Argentina empezaba a dar vuelta. Primero, los militares derrocaron un gobierno civil en 1930; Argentina enfrentaría otros cinco golpes militares en el siglo XX. Aunque los golpistas militares eran tradicionalmente anticomunistas, el coronel Juan Domingo Perón estableció el fascismo al estilo argentino. Ese legado persiste hoy, no sólo con un partido político que explícitamente lleva su manto, sino con corporativismo, dirigismo y gasto deficitario generalizados.

Argentina muestra cómo un país puede caer del esplendor a la miseria en el lapso de dos breves décadas. Aún se está recuperando. O, ¿se recuperará alguna vez?

Superficialmente, el problema es macroeconómico: Políticos gastando dinero que no tienen, y monetizando las porciones de deuda que no pueden pedir prestado del FMI. Pero, más profundamente, el problema es institucional. Argentina carece del principio de legalidad y restricciones constitucionales. El banco central (BCRA) carece de independencia; sólo un presidente del BCRA ha servido el término completo sin que fuera removido por el ejecutivo (Ernesto Bosch, primer presidente del BCRA, entre 1935 y 1942. Irónicamente, su segundo término se cortó por no otro que Juan Domingo Perón, quien no tenía espacio en su agenda para un banco central independiente).

Una vez más, Argentina enfrenta una crisis. En noviembre, cuando debe hacerse el próximo pago, puede quebrar el sistema entero del FMI. Los políticos argentinos son adictos a gastar el dinero de los contribuyentes y tenedores extranjeros de bonos, mientras miman a grupos favorecidos. Por Dios, el FMI ha actuado como un facilitador, al seguir prestándole a una clase política argentina derrochadora e irresponsable.

Estados Unidos puede estar no muy lejos de eso. En efecto, escasamente Estados Unidos se recupera de una inflación no vista en los últimos 50 años, una inflación que se creó por la monetización de la Reserva Federal del gasto en el clientelismo político de la era del COVID. La deuda de Estados Unidos está en el nivel más alto de su cociente deuda-PIB de 130 por ciento. Explotan las regulaciones y licencias para trabajar, así como el involucramiento federal en la economía. Estados Unidos, con casi la mitad de la economía controlada, directa o indirectamente, por gobiernos en todos los niveles, permanece siendo la camisa limpia más sucia. ¿Cuánto tiempo durará eso?

La pobre Argentina bien puede ser el canario en la mina de carbón estadounidense, ofreciendo una historia de libro de texto de cómo convertir riqueza en miseria por medio de políticas intervencionistas.

Nikolai G. Wenzel es profesor de economía en la Universidad de las Hespérides miembro de Asociado de la Facultad de Investigación en el American Institute for Economic Research. Es compañero investigador del Institut Economique Molinari (París, Francia) y miembro de la Sociedad Mont Pelerin.

Valentina Yayi Morales es analista económica en la Fundación Libertad (Rosario, Argentina) y miembro de la Red Académica de la Fundación para la Educación Económica. Fue estudiante del Fondo de Estudios Americanos. Ella crea contenido en redes social con el objetivo de enseñar conceptos económicos en una forma sencilla y entretenida.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.