POR QUÉ LA “UNIVERSIDAD GRATUITA” ES UNA IDEA TERRIBLE

Por George Leef
American Institute for Economic Research
20 de octubre del 2023

Nota del traductor: la fuente original en inglés de este artículo es george leef, american institute for economic research, free college, October 20, 2023. En él podrá leer enlaces relevantes originalmente en letra azul en el texto.

Mi trabajo para el Centro James G. Martin para la Renovación Académica me pone en contacto con muchos libros relacionados con la educación superior. Algunos son buenos y algunos son malos, pero, hasta un libro malo puede ser útil para ayudar a aclarar su pensamiento.

El mal libro de referencia es After the Ivory Tower Falls by Will Bunch, un escritor en el Philadelphia Inquirer. Él es un “progresista” de pies a cabeza quien mira grandes fallas en nuestro sistema de educación superior, y que arguye que es un “bien público” que debería ser un derecho para todos los estadounidenses – la idea de “universidad gratuita” del senador Bernie Sanders y otros izquierdistas.

Escribe Bunch, “Hoy, el principio de educación superior universal exige pensar fuera de la caja de confinamiento de nuestra red actual de instituciones y programas. En vez de ella, el cuerpo político estadounidense debería acordar que el gobierno tiene una obligación de ayudar a los jóvenes estadounidenses a navegar los estrechos peligrosos que corren entre el colegio de secundaria y el ingreso a la mayoría de edad, con un “nuevo trato” ambicioso que ofrezca la educación universitaria tradicional libre de costos de matrícula y endeudamiento para quienes desean uno, pero diferentes tipos de oportunidades para quienes buscan un camino diferente.”

Bunch construye su caso para una ayuda social universitaria pagada por el gobierno rodeado de un conjunto de malas experiencias de estadounidenses quienes han ido a la universidad, incurrido en mucha deuda, y no pueden pagar de vuelta sus préstamos porque sus títulos no los llevaron a empleos que pagan lo suficientemente bien. Por décadas, este, en verdad, ha sido un problema creciente.

Encontré poco que me gustara en el libro, el cual está cargado con el desprecio del autor por quienes no comparten sus ideas, Pero, ¿qué tiene de malo su plan?

Primero, la “universidad gratuita” cortaría totalmente la conexión financiera entre el vendedor (las universidades) y el consumidor (los estudiantes). Con el costo total de la universidad recayendo sobre terceros (los contribuyentes), los estudiantes ya no más tendrían incentivo alguno para economizar. Tampoco lo tendrían las universidades. Tal como ha escrito el anterior presidente de la Universidad de Harvard, Derek Bok, “los presidentes de universidades comparten un rasgo en común con los adictos al juego y la realeza exiliada – nunca el dinero es suficiente.” Si los presidentes de universidades ya no más tienen que preocuparse por perder estudiantes debido a que sus matrículas y colegiaturas de sus escuelas son demasiado altas, la única restricción para su gasto que aún permanece sería cuánto dinero ellos pueden arrebatarle al Tío Sam. Con la “universidad gratuita,” aún más de nuestros recursos serían llevados hacia la educación superior, pero el costo sería distribuido entre el público contribuyente.

Segundo, usualmente la gente no pone tanto cuidado o esfuerzo en cosas que obtiene de gratis, tal como lo tiene al ser cosas por las que paga. Cuando se trata de estudios universitarios, aquellos que tienen un interés monetario en ellas previsiblemente presionarán mucho más que aquellos que no pagan nada de su propio bolsillo. A lo largo de décadas, hemos visto una fuerte declinación en el número de horas que los estudiantes dedican a su trabajo en clase (vea este estudio de Babcock y Marks), y es fácil imaginar una declinación adicional en el esfuerzo de los estudiantes si ellos están asistiendo gratuitamente a las universidades.

En su artículo del 2004, “Los efectos de incentivos de subsidios a la educación superior sobre el esfuerzo de estudiantes,” la economista de la Reserva Federal de Nueva York, Aysegul Sahin, presentó el caso de que, entre menos tienen que pagar los estudiantes, menos trabajan. Ella escribió: “Encuentro que, si bien subsidiar la matrícula eleva las tasas de inscripción, reduce el esfuerzo de estudiante. Esto se deduce del hecho de que una política de subsidio elevado y baja matrícula ocasiona un aumento en el porcentaje de graduados universitarios menos capacitados y menos motivados. En adición -y potencialmente más importante- todos los estudiantes, hasta los más altamente motivados, responden a niveles más bajos de matrícula con un descenso en sus niveles de esfuerzo. Este estudio adiciona a la literatura sobre los efectos de políticas de bajas matrículas sobre la inscripción, demostrando cómo políticas de subsidio alto y baja matrícula tienen, tanto efectos desincentivos sobre el tiempo de estudio de estudiantes, como efectos adversos en la acumulación de capital humano.”

Otra consecuencia adversa de la universidad gratuita sería una degradación adicional en el currículo universitario. En días previos a que el gobierno empezara a subsidiar la universidad con donativos y préstamos fáciles, la mayoría de escuelas tenía (y se enorgullecía de ello) un currículo exigente que requería a los estudiantes aprender sobre muchos aspectos de la Civilización Occidental (su literatura, bellas artes, historia, y fundamentos de filosofía), así como algunos cursos rigurosos de matemáticas y ciencias. Pero, en el transcurso de décadas, la mayoría de escuelas ha relajado sus estándares, convirtiendo en opcionales cursos previamente exigidos y permitiendo una profusión de cursos de moda, populares, y, a menudo, políticamente cargados.

Esa moda se acelerará una vez que la universidad se hace “gratuita.” Profesores radicales presionarán por más cursos de los que aman enseñar (cursos con alto porcentaje de sus opiniones y agravios y bajo porcentaje de conocimiento), y los administradores hasta tendrán menor razón para resistirse de como lo hacen hoy. En verdad, muchos estudiantes no quieren desperdiciar su tiempo en cursos que no serán de valor económico alguno para ellos, y a menudo los cursos politizados tienen pocas inscripciones. Pero, si tenemos la “universidad gratuita,” los administradores tendrán menos razones para preocuparse por cursos con bajas matrículas. Así, también, la pérdida de disciplina fiscal afectará adversamente nuestro ya desmoronado currículo.

Además, otro mal efecto de la universidad gratuita será subvertir la competencia en la educación superior. Dado que el gobierno sólo apoyará instituciones establecidas, aprobadas, las recién llegadas tendrán un rato difícil. A menos y hasta que ellas puedan saltar por encima de los aros burocráticos necesarios para calificar para financiamiento federal, las nuevas escuelas tendrán que cobrar a los estudiantes matrículas y cuotas, en competencia con instituciones que son gratuitas. Si bien es posible que unas pocas puedan ser capaces de sobrevivir en tales circunstancias, en la realidad, habrá menos nuevos participantes en el mercado. La educación superior estadounidense necesita seriamente la destrucción creativa de la competencia, pero, si la hacemos gratuita, tal competencia será reprimida, si es que del todo puede existir.

Finalmente, bajo la “universidad gratuita,” podemos esperar una mayor inflación de las credenciales – esto es, demandas de empleadores de que los solicitantes de empleo tengan credenciales universitarias si es que desean ser tomados en cuenta.

La aparición de programas de ayuda federal a estudiantes condujo a un enorme aumento en el porcentaje de estadounidenses obteniendo títulos universitarios. Los empleadores reaccionaron a ello decidiendo que, para un número creciente de empleos, no se molestarían con supuestamente graduados de educación secundaria menos inteligentes y adiestrables, al poder elegir entre graduados universitarios. He aquí un ejemplo: Un hombre a quien conozco ha hecho su carrera en la industria de los seguros, a la que ingresó apenas luego de salir de su colegio a principios de los años setenta. Él dice que hoy sería considerado como no calificado para el empleo que ha estado haciendo bien por décadas, pues no tiene la credencial universitaria que ahora su compañía exige. La inflación de las credenciales ha colocado una enorme cantidad de empleos fuera del alcance de personas que no han pasado por una universidad, aunque ellas podrían rápidamente aprender a desempeñarlos.

Una vez que la universalidad es gratuita, incluso más gente la elegirá, por tanto empeorando el problema de inflación de las credenciales.

Al fin de cuentas, si Estados Unidos fuera a abrazar la idea de que la universidad debería ser un derecho, los resultados serían muy indeseables. Más recursos se dirigirían hacia la provisión de educación universitaria, y, a cambio, obtendríamos menor valor educativo.

Irónicamente, Bunch empieza su libro con una historia familiar. Su abuelita administró exitosamente una universidad para mujeres con fines de lucro en Illinois, en los años cincuenta y sesenta, antes de la era de subsidios federales. Ella tenía que competir para atraer estudiantes, y sólo lo podía lograr ofreciendo programas educativos que los estudiantes pensaban valían el gasto. Así es como funcionan las transacciones comerciales, y, en casi cada ejemplo, las partes en el trato están contentas con el acuerdo. Ellas no habrían aceptado sus términos si no lo estuvieran. Es una tragedia nacional que alguna vez nos alejáramos de esto en la educación.

Izquierdistas a menudo dicen que la educación es diferente y que de alguna manera debería estar por encima del mundo “sucio” del comercio y las utilidades. Pero, no hay nada de sucio acerca de estudiantes y escuelas realizando contratos por servicios. Hacerlo obliga a ambos a prestar atención a los costos y beneficios. Las historias de horror en las que descansa Bunch no habrían ocurrido si Estados Unidos hubiera permanecido bajo la disciplina del mercado en la educación. Su receta de educación gratuita nos llevaría precisamente en la dirección equivocada.

George Leef es director de contenido editorial del James G. Martin Center for Academic Renewal. Tiene una licenciatura en arte de la Universidad Carroll (Waukesha, Wisconsin) y un doctorado en derecho de la Escuela de Derecho de la Universidad de Duke. Fue vicepresidente de la Fundación John Locke hasta el 2003. Comentarista regular en Forbes.com, Leef fue editor de comentarios de libros para The Freeman, publicado por la Fundación para la Educación Económica, desde 1996 al 2012. Ha publicado numerosos artículos en The Freeman, Reason, The Free Market, Cato Journal, The Detroit News, Independent Review, y Regulation. Escribe con regularidad para el blog The Corner del National Review, y para EdWatchDaily. Recientemente escribió la novela The Awakening of Jennifer Van Arsdale (Bombardier Books, 2022).

Traducido por Jorge Corrales Quesada