A mí Ozempic me ha ayudado mucho.

OZEMPIC: ¿LA MUERTE DE LOS PECADOS MORTALES?

Por Mark Mutz & Richard Gunderman
Law & Liberty
27 de julio del 2023

NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis y en rojo, si es de su interés, puede buscarlo en su buscador (Google) como mark mutz & richard gunderman, law & liberty, Ozempic, July 27, 2023 y si quiere acceder a las fuentes, dele clic en los paréntesis azules.

Entre el 2019 y el 2022, aumentó más de 2.000% el número de recetas para el Ozempic y medicinas relacionadas con la pérdida de peso, con más de 5 millones de recetas llenadas en el 2022. A partir de su aumento meteórico, algunos comentaristas han inferido que la regulación del deseo no puede ser un asunto moral. Como escribiera Maia Szalavitz en un ensayo reciente en el New York Times, “Cuando las medicinas pueden alterar significativamente la pérdida de peso o la recuperación de la adicción, es difícil argüir que el problema sea moral en vez de médico.” De igual misma, en un artículo para el New Yorker Jia Tolentino se lamentó de que el descubrimiento de medicinas como el Ozempic no haya ocasionado que nuestra cultura viera los apetitos y deseos como “hechos biológicos en vez de elecciones morales.”
En la era del Ozempic, implican ellos, lo que en un momento se conoció como el pecado de la glotonería, debería ahora verse como una enfermedad, no como el resultado de un fracaso en controlar nuestros apetitos.

No es nueva la idea de que nuestros deseos pueden modificarse al ingerir ciertas substancias, como el alcohol. Lo que es diferente acerca del Ozempic y su grupo farmacológico, es que estas medicinas se proponen regular la propia fuente de esos deseos. En particular, se cree que estas medicinas imitan una hormona conocida como péptido similar al glucagón-1, referido como GLP-1 [por sus siglas en inglés], que se libera naturalmente luego de una comida para que dispare una sensación de llenura. Tomar la medicina produce la misma sensación, y, como resultado, el deseo de comer desaparece. Algunos pacientes han reportado que la medicina les libera de sus apetitos. La implicación es que, con estas medicinas, hemos llegado a la base de nuestros deseos. En realidad, esto es lo que realmente son nuestros deseos – los efectos de hormonas. Al administrar la hormona, podemos administrar el deseo.

Cuando famosamente lo hizo ver Agustín de Hipona, “Nuestros corazones permanecen inquietos hasta que descansan en Usted,” él estaba sugiriendo que, a menudo, nuestros deseos por los bienes de este mundo están mal dirigidos y son incomprendidos. Cuando deseamos cosas como sexo, dinero, o poder, en realidad no los queremos. Lo que de verdad queremos es un tipo de bondad que sólo Dios puede proveer. Desde esta perspectiva, los deseos son un asunto moral. Ellos no han de ser eliminados. Han de ser examinados; sus objetivos verdaderos discernidos. Algunos han de ser desalentados. El dinero y el poder no son dignos de adoración, y la comida no debería ser deseada como substituto de la intimidad o amistad. Otros deseos han de ser estimulados. Un deseo de gloria podría apoyar luchar valientemente por el país de uno. El estudio y aprendizaje se alimentan por un amor al conocimiento y sabiduría. Los deseos no se supeditan a algo sino que forman parte integral de quienes somos.

Esta perspectiva reconoce que nuestros deseos no se cambian o administran con facilidad. Tampoco que nuestras acciones siempre siguen a nuestros deseos. Aún así, nunca se regresa a un simple determinismo o fatalismo. Más bien, aquella insiste en que nosotros seamos tenidos como responsables de nuestras acciones. Hacerlo de otra forma nos haría menos humanos, menos merecedores del respeto o dignidad que es la fuente de la moralidad como tal. Propone rumbos que podemos proseguir para corregir nuestros deseos y hacer que nuestras acciones sean más consistentes con nuestros deseos. Desde la perspectiva de Aristóteles, eso puede consistir en tratar de inculcar hábitos virtuosos; desde Agustín, pidiendo la ayuda de Dios, o de Freud, buscando liberarnos de la dinámica de nuestra psique por medio del psicoanálisis. Aunque sólo sea de la forma más remota, nuestros deseos y sus consecuencias siguen siendo asuntos de los que nosotros somos responsables.

Las implicaciones de otras condiciones que tradicionalmente se han entendido como asuntos de autodisciplina han sido rápidas en materializarse. En The Atlantic, Sarah Zhang reportó que la medicina ha atraído la atención de investigadores de adicciones interesados en la posibilidad de que ellas puede frenar los deseos de alcohol, cocaína, nicotina, y opioides. Tal vez le seguirá el intento de desarrollar medicinas que regulen la avaricia, el ansia de poder, y otros deseos viciosos. Para repetir, tales perspectivas están respaldadas por el supuesto de que la química del cerebro determina nuestros deseos. Para cambiar estos deseos, asumen ellos, la química necesita ser cambiada, no las elecciones, carácter, o moral de quienes experimentan esos deseos.

De hecho, los profetas del Ozempic se encuentran afectados por una especie de miopía que requiere que sus partidarios ignoren las experiencias subjetivas del deseo. Ellos implican que debemos descartar cualquier noción de que nuestros deseos o sus consecuencias puedan ser administrados por la voluntad, intelecto, o un “poder superior,” como se sugiere en un programa de 12 pasos. Pero, esto va contra la experiencia vivida. Todos nosotros hemos tenido la experiencia de darnos cuenta de un deseo sobre el cual no hemos actuado, como cuando se nos ofrece una segunda porción de queque. Somos capaces de reconocer que no siempre necesitamos lo que deseamos, que, en algunos casos, satisfacer nuestros deseos nos causaría daño, y que, algunas veces, hacer lo que es mejor significa renunciar a -y, con el paso del tiempo, hasta reformar- nuestro deseo.

De la misma forma, hemos descubierto que no deseamos lo que pensamos que queremos. Tal vez, aprendimos que su deseo de comer más era una forma de llenar una vida social vacía, no un estómago vacío, o que no era tanto el sexo que queríamos de otro como un sentimiento de aceptación y ser amado. Otros han llegado a apreciar el grado en que el deseo se inflama por su frustración; pocas cosas son más tentadoras que aquellas prohibidas. Una vez que se levanta la restricción, desaparece el deseo. Aún, otros pueden haber disfrutado cumplir hábitos cambiantes y, a partir de ello, disminuyen su deseo, tal como tomar una ruta hacia casa que no pasa por la panadería.

En cada uno de estos casos, la experiencia nos dice que nuestros deseos pueden ser explorados, moldeados, y redirigidos. Ellos no son el resultado de reacciones químicas implacables. Son experiencias verdaderas, los resultados de una introspección y perspicacia cuidadosas. Quienes afirman que el Ozempic debería reescribir nuestra comprensión del deseo humano, lo descuentan porque un tercero no los puede observar o medir. Este es un error. Esta insistencia en lo observable y medible subvierte la racionalidad como tal, pues la búsqueda de un conocimiento más profundo acerca de nosotros mismos y el mundo es, en sí mismo, una especie de hambre. Para ver esta hambre y su satisfacción como, en esencia, reacciones químicas, priva a la búsqueda de su significado. Hasta la convicción de que el deseo es una reacción química tendría que ser entendida como resultado de una reacción química, no como la consecuencia de un argumento lógico o convincente basado en evidencia.

El surgimiento del Ozempic amenaza con privarnos de la oportunidad para la percepción y autocomprensión. Mucho del interés en el Ozempic surge tan sólo de qué tan difícil puede ser regular nuestros apetitos. Por supuesto, esta no es una idea nueva. Pablo de Tarso hizo ver que “Yo no entiendo mis propias acciones. Ello porque no hago lo que quiero, sino porque hago la misma cosa que odio.” Pero, esta impotencia para actuar según sus mejores deseos no fue ocasión para la renuncia o desaliento, y, en verdad él no le pidió a su doctor una pastilla. Más bien, esta observación contribuyó a una mejor comprensión de uno mismo, de otros, y de Dios. Fue precisamente la dificultad de su situación -los límites de sus acciones- lo que ofreció una visión. Este es el tipo de percepción que los profetas del Ozempic buscan subvertir.

Este cambio en el entendimiento de nuestros deseos puede causar que olvidemos las formas en que pueden ordenarse nuestros deseos. El enfoque farmacológico de domar el deseo trata a los deseos insanos o no deseados como tema del cerebro, que puede resolverse jugando con nuestros circuitos neurales. Enfoca nuestros esfuerzos en hallar el fármaco apropiado, en vez del camino del autoexamen. Estas últimas rutas no son fáciles o claras. Pasan a través de algunos de los dominios más misteriosos de la experiencia humana. Requieren de disciplina, discernimiento, autoconocimiento, y ayuda de una comunidad de apoyo. Pero, en tanto los aceptemos, la puerta hacia el respeto y admiración, las respuestas naturales a la bondad moral, sigue abierta.

Parece que el Ozempic tiene el potencial de ayudar a muchos que tienen peso en exceso o son obesos, lo que podría ser una buena cosa. Pero, afirmaciones de que cambia nuestra comprensión fundamental del deseo, deberían ser consideradas con escepticismo y cuidado. En vez de reflejar algo revolucionario acerca del deseo, la fascinación actual con el Ozempic es más posible que nos esté diciendo algo importante acerca de los supuestos metafísicos, actualmente en operación en nuestra cultura. Los alegatos revolucionarios acerca del Ozempic se basan en una comprensión esencialmente materialista de lo que significa el deseo y, en última instancia, de estar vivo, una que ve a los seres humanos como poco más que reacciones químicas. Este juicio le da poco valor a la introspección y autocomprensión, subvirtiendo ese sentido de dignidad y respeto sobre el cual depende la moral, y amenaza esas prácticas que posibilitan explorar, formar, y dirigir nuestros deseos. El entusiasmo por el Ozempic es como un anuncio de neón destellante, que nos advierte que nuestras convicciones subyacentes acerca de la humanidad están siendo lanzadas en direcciones peligrosas.

Mark Muntz es un abogado en Indianápolis, Indiana.

Richard Gunderman, M.D., Ph.D., es profesor canciller de Radiología, Pediatría, Educación Médica, Filosofía, Artes Liberales, Filantropía, y Humanidades y Estudios de Salud Médica en la Universidad de Indiana. Sus libros más recientes son Marie Curie y Contagion.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.