Y ya se hizo: la maniobra para reelegirse se logró. Hace un par de días Bukele dijo que optaría por reelegirse.

EL DESCENSO HACIA LA TIRANÍA EN EL SALVADOR

Por Edgar Beltrán
Law & Liberty
6 de diciembre del 2022

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Fuera de América Latina, Nayib Bukele es principalmente conocido por sus payasadas con criptomonedas. Algunos siempre creyeron que él estaba destinado a fracasar, y, para otros, es el visionario que condujo a El Salvador para convertirlo en el primer país del mundo en aceptar la criptomoneda como medio de cambio legal.

Su entrevista reciente de una hora en el programa Tucker Carlson Today le hizo aún más famoso en algunos círculos conservadores luego que Carlson alabara su política de seguridad.

En el 2015, El Salvador alcanzó la suma récord de 103 homicidios por cada 100.000 habitantes. El año antes que Bukele llegara al poder, era de 51 homicidios por cada 100.000 habitantes. Ahora, es de 17.6, alrededor de la mitad de la tasa de ciudades estadounidenses como Philadelphia o Chicago.

“Quiero decir, soy de El Salvador, un país el tercer mundo en América Central, y veo ciudades aquí y digo yo no viviría aquí. Eso sería impensable hace tres décadas, que un salvadoreño no quisiera vivir en una ciudad importante de Estados Unidos,” dijo Bukele durante la entrevista.

No obstante, a pesar de su carisma por su amistad hacia la criptomoneda y su aparentemente exitosa política contra el crimen, hay mucho detrás de Bukele que Carlson revela en la entrevista.

Y la mayoría de ello es muy malo. Bukele difícilmente es un modelo a seguir para los conservadores, para la derecha, o para cualquiera – a menos que usted quisiera llegar a ser un dictador.

Él es “el dictador más macanudo del mundo,” como en una ocasión dijo su biografía en Tuiter.

Todo empezó con la popularidad, Bukele es, por lejos, el líder en el mundo más popular electo democráticamente. Encuestas independientes tienen su aprobación local en más o menos 80 u 85%. La explicación es relativamente sencilla: El Salvador pasó de ser uno de los países más violentos del mundo, dominado absolutamente por pandillas criminales, a reducir el crimen en 75%. Bukele prometió acabar con el crimen y lo cumplió.

Pero, Bukele ha hecho mucho más que reducir el crimen. Como la mayoría de autócratas, él ha usado su popularidad para alterar en su favor instituciones salvadoreñas ya débiles.

Desde que llegó al poder en el 2019, muchos en El Salvador advirtieron sobre la verdadera cara de Bukele. Pero, fue desplegada para que todos la vieran en febrero del 2020, cuando el Congreso -que aún él no controlaba- no quiso aprobar un préstamo de $109 millones para su policía de seguridad. ¿Su solución? Irrumpir en una sesión del Congreso con los militares y la policía para obtener lo que quería.

El llamado de Bukele para una insurrección popular contra el Parlamento (sus palabras, no mías) le hizo incluso más popular por ser brutalmente honesto con la clase política tradicional, horriblemente corrupta, del país. En febrero del 2021, su coalición obtuvo 2/3 de los asientos en la Asamblea Legislativa (el parlamento unicameral del país), permitiéndole evitar enfrentamientos adicionales con la rama legislativa.

El 1 de mayo, se juramentó el nuevo Parlamento controlado por Bukele. Ese mismo día, ellos empezaron a trabajar. Despidieron al Fiscal General, Raúl Melara, quien había estado investigando al gobierno de Bukele por supuestamente haber llegado a acuerdos con algunas bandas criminales en el país, para reducir el crimen a cambio de favores políticos.

Luego, hicieron lo mismo con la Corte Constitucional y nombraron un Fiscal General amistoso y 210 jueces amigables para la Corte Constitucional, a pesar de que la Constitución salvadoreña dice que el Parlamento sólo podía nombrar 5 jueces por término. Esos nuevos jueces decidieron este año que Bukele podía ser candidato a la reelección, a pesar de que la Constitución prohibía expresamente la reelección.

Después, el parlamento aprobó una ley que obligaba a todos los jueces y fiscales de más de 60 años de edad a pensionarse, a menos que hubiera una necesidad “particular” o “especial” aprobada por la Corte Constitucional – un eufemismo que permite a Bukele mantener a sus amigos en el tribunal o como fiscales.

Este año, el Parlamento también aprobó una ley que penaliza con hasta 15 años de prisión a cualquier periodista que escribiera o publicara cualquier cosa que pudiera percibirse como una “apología de las pandillas,” obstaculizando a periodistas de investigación que descubrieron los ligámenes de Bukele con algunas pandillas en El Salvador. Desde ese entonces, al menos 10 periodistas se han ido hacia el exilio.

Un medio local, llamado El Faro, descubrió que las relaciones de Bukele con las pandillas iban tan atrás como el 2015, cuando optaba para ser alcalde de San Salvador, la capital del país. En aquel entonces, les dio dinero a algunas de esas pandillas, como parte de una negociación por la cual no boicotearían las elecciones.

Posteriormente, cuando ya era presidente, El Faro reveló (con fotografías y videos incluidos) que Carlos Marroquín y Osiris Luna, dos altos funcionarios de su administración, se reunieron con los lideres de tres pandillas en prisiones de máxima seguridad, Según la investigación, los líderes de las pandillas requirieron mejoras en sus condiciones de vida en prisión, junto con beneficios para miembros de la pandilla que no estaban en prisión, y, a cambio, ofrecieron reducir la violencia a lo largo del país. Por tanto, su “exitosa” política contra el crimen viene de negociar con la MS-13, la pandilla más grande en el país.

Cabalgando sobre la ola de descontento con la vieja clase política, y una “exitosa” política de seguridad, Bukele en sólo tres años como presidente ha logrado el control de las tres ramas del poder y pavimentado la vía para la reelección. Su vicepresidente está trabajando en una propuesta para reformar la Constitución, y no es difícil predecir que el proyecto buscará concentrar el poder en la rama del ejecutivo.

Por supuesto, la mayoría de admiradores conservadores de Bukele en Estados Unidos y más allá ignoran esos detalles inconvenientes. Ellos se enfocan en su aura acerca de las criptomonedas, su política de seguridad, y su oposición al aborto y matrimonio gay. Difícilmente esos sean temas controversiales en El Salvador, uno de los países más conservadores de América Latina, así que para él es fácil mantener esas posiciones.

Aún más, un subconjunto específico de conservadores tiende a admirar a Bukele por su disposición a ejercer el poder para perseguir objetivos políticos, algo a lo que muchos estadounidenses son alérgicos. Pero, este subconjunto de conservadores, que podemos llamar “populistas” o “posliberales,” utiliza la idea del bien común como fin regulador del poder político.

En esta visión, el poder político no es un fin sino un medio privilegiado para lograr una idea sustancial del bien común. Así, los posliberales temen que las sociedades liberales hayan priorizado cuestiones de procedimiento (es decir, instituciones, el “cómo” logramos el bien común) de forma que hace que bienes comunes importantes sean difíciles de lograr y restringe en exceso al gobierno en sus esfuerzos por buscar esos objetivos políticos. Así, uno de los elementos legitimadores (no es el único, pero es aquél que aquí interesa) del poder político es la búsqueda del bien común. Las cuestiones de procedimiento no carecen de importancia, pero no lo son en primer lugar.

Me pregunto: ¿cuál es el bien común que Bukele está buscando que pueda legitimar sus acciones? Difícilmente pienso que alguno. Por supuesto, la gente en El Salvador se muestra entusiasta ante Bukele pues puede sentirse más segura en sus ciudades y las maras son menos poderosas. Pero, al considerar la forma en que ha logrado (con acuerdos con pandillas y encarcelando a casi al 2% de la población adulta del país), y de cómo cabalgó en la ola de su popularidad hacia el poder sin freno, parece que la forma de seguridad de Bukele es sólo una excusa para convertirse en un autócrata.

Algo tan preliberal como la idea del bien común es la idea de que un gobierno justo es un gobierno de leyes (tanto ius como lex [derecho como ley]), no por el capricho de un hombre. Los países sujetos a los caprichos de un hombre son tiranías. Y la historia nos enseña que el destino de esas naciones rara vez es bueno. Tan sólo observe a la vecina Nicaragua, Cuba, o Venezuela, como otros ejemplos latinoamericanos.

No hay una visión sustancial del bien común en la ideología de Bukele – si tiene algún respeto por la ley natural o la escrita. Parece que sólo cree en el uso de la fuerza bruta por su propio bien, para buscar bienes privados. Este es el sello de un tirano.

Por ejemplo, supuestamente, el propio Bukele recibió $1.9 millones en un trato obscuro con una empresa de alimentos venezolana. Al menos dos comisarios de policía recibieron presuntamente dinero de pandillas de drogas. Uno de los puntos principales en la plataforma de Bukele en el 2018 era luchar contra el nepotismo. ¿Adivinen qué? Él se involucró en el mismo vicio que le criticó a la vieja clase política: su tío, Miguel Kattan, es ministro de Comercio e Inversión, y su hermano, Yamil Bukele, es presidente del Instituto Nacional de Deportes. Su primo, Guillermo Hasbun, es presidente del Centro Internacional de Ferias y Convenciones, y su cuñada, Arena Ortega, es embajadora en Misión Especial del Ministerio de Relaciones Exteriores. De la misma forma, los medios locales han acusado a sus hermanos Karim, Ibrajim, y Yusef, de tener influencia significativa sobre las decisiones políticas de Bukele y su gabinete, a pesar de no tener cargos oficiales.

Al momento, es la moda que Bukele use la etiqueta de conservador. Le otorga apariciones gratuitas en redes de televisión estadounidense, y Joe Biden ha impuesto sanciones a su régimen, lo que le da pase libre con algunos republicanos. Pero, allá atrás, cuando se convirtió en alcalde de San Salvador, era miembro del FMLN [Partido Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional], del que fue expulsado en apariencia luego de insultar a una funcionaria del partido. Pero, la expulsión se atribuye en mucho a su popularidad más allá del partido, lo que le ayudó a lanzar su carrera como persona de fuera.

Los socialistas le llaman conservador y los conservadores le llaman socialista; la verdad es, nadie en América Latina quiere ser visto como muy cercano a Bukele. A pesar de su popularidad local, su marca se ha vuelto tóxica. Así, si en unos pocos años necesitara cambiar su ideología política, él ciertamente lo hará. Un tirano como Bukele hará lo que sea para permanecer en el poder.

Edgar Beltrán es un politólogo y filósofo venezolano. Actualmente estudia una maestría en Filosofía de la Religión en la Universidad Radbou, en Nijmegen, Holanda.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.