EN REALIDAD, LAS REGLAS DE LA CIVILIZACIÓN LIBERAL SON BASTANTE SENCILLAS

Por Donald J. Boudreaux
American Institute for Economic Research
5 de octubre del 2023

Nota del traductor: la fuente original en inglés de este artículo es donald j. Boudreaux, american institute for economic research, civilization, October 5, 2023. En él podrá leer enlaces relevantes originalmente en letra azul en el texto.

Las reglas básicas que todos los padres les enseñan a sus hijos no son alambicadas, densas, o esotéricas. Tampoco son desconocidas. Son inexpugnables y obvias, y, en su simplicidad, brindan un guía indispensable en la búsqueda del éxito y felicidad en nuestro enormemente complejo mundo:


  • No golpear a otras personas (a menos que ellas primero lo golpeen a usted intencionalmente y sin provocación).
  • No apropiarse de las cosas de otras personas.
  • Mantener tus promesas.
  • Ser honesto.
  • No envidiar la buena suerte de otros.
  • No hacer excusas sobre sus errores y deficiencias.
  • Respetar los hábitos pacíficos y características de otras personas, aun cuando aquellos no sean desconocidos.
  • Trabajar tenazmente.
  • Meterse en tus asuntos propios.
  • Poder no significa que es lo correcto.
  • No creer que tiene derecho a ser eximido de cualquiera de estas reglas.


Estas reglas son tan naturales y es obviamente bueno que adultos responsables las enseñen a sus hijos rutinariamente. Todo mundo sabe que personas que practican estas reglas ciertamente disfrutarán mejores vidas que aquellas que experimentan personas quienes crónicamente rompen una o más de ellas. Y, sin embargo, mucha gente sin pensarlo se labra una enorme excepción a estas reglas, imaginando que, cuando las personas actúan colectivamente por medio del proceso político, algún proceso misterioso deja que esas reglas sean prescindibles, o aún dañinas.

Considere las reglas de evitar la envidia y no apropiarse de cosas de otras personas. Lejos de que la envidia sea desalentada en el diálogo y acción política, se alimenta activamente para estimular apropiarse de cosas de otras personas. Ardientemente, los políticos exhortan a sus audiencias para que codicien la riqueza propiedad de terceros. En tonos que van desde lo estentóreo hasta lo histérico, prometen quitarles a los “ricos” (siempre imprecisamente definidos) “ricos” y darnos el botín al resto de nosotros.

Algunas veces, simplemente se nos dice que merecemos esa riqueza pues en la actualidad los individuos hoy ricos tienen más de ella que nosotros. En otras ocasiones, tal “redistribución” se excusa con la afirmación sin base de que nadie merece tener múltiples veces más riqueza que otros.

Alguna vez le instruirías a su hijo “Junior, si alguno de tus compañeros tiene juguetes más bonitos o más dinero para dulces de los que tenés deberías envidiar a esos compañeros. ¡Almacene con ira y resentimiento que algunos niños en la actualidad poseen más cosas materiales de las que vos tenés!”

Por supuesto, ningún padre pensaría jamás en darle a un niño consejos tan disfuncionales. ¿Por qué tantos adultos toleran -e incluso aplauden- sentimientos idénticos que los expresan políticos y comentaristas al propagar propuestas de política pública? Cuando candidatos hacen campaña a favor de “redistribución” del ingreso con base en que algunas personas tienen más dinero que otras, aquellos juegan y alimentan la envidia – un sentimiento particularmente desagradable y antisocial.

Una razón por la que no queremos que nuestros hijos sean envidiosos es que la envidia obstruye la cooperación pacífica. Si Junior envidia a Billy y Sara, es menos posible que él los busque como compañeros de juegos o compañeros de clases que le pueden ayudar a estudiar. Otra razón por la que padres desalienten sentimientos de envidia es que ella debilita la voluntad de los niños para reconocer sus errores y asumir la responsabilidad de sus desgracias. Individuos envidiosos muy rápidamente culpan a otros. Y, al caer en el hábito de culpar a otros, la gente se vuelve menos emprendedora y productiva. Su atención se enfoca más y más en apoderarse y menos y menos en crear. De hecho, en casos externos, la envidia puede convertirlos en ladrones.

Hablando de robos, ¿qué padre no penalizaría con severidad a un hijo quien, de hecho, tomó dinero o juguetes de un compañero de clases? ¿Qué padre excusaría esta ofensa si el niño dijera, “Lo tomé porque Billy es más rico que yo”? o, si el hijo proclamara “Lo tomé pues puedo usar esa cosa mejor de como Sara puede”? Estoy por conocer padres que tolerarían tal comportamiento o tales excusas egoístas en sus hijos.

Pero, en nuestra política y discurso político no solo no toleramos regularmente tales ofensas, sino que las celebramos. Las alabamos como siendo – usted no puede inventar esto- “progresistas.” Rutinariamente, el gobierno toma dinero de Smith para dárselo a Jones. Una justificación para la “redistribución del ingreso” es sencillamente que Smith es más rico que Jones, de forma que el gobierno se apropia de algo de lo que Smith se ha ganado y “redistribuye” los fondos hacia Jones (quien, por supuesto, no ha hecho nada para ganarse este obsequio). Una justificación alternativa es que Jones usará el dinero mejor que Smith, como cuando al agricultor Jones se le paga con dinero de Smith para que no siembre cosechas, o cuando a la empresa de Jones se le entrega algo del dinero de Smith para subsidiar compras de artículos de Jones por parte de compradores extranjeros.

Sea lo que sea que usted piensa acerca de los méritos de este e innumerables otros programas gubernamentales, ellos involucran tomar cosas de la gente sin su consentimiento. Yo a eso lo llamo robo. Y mi hijo, como casi todo niño, fue enseñado que tomar las cosas de personas sin su consentimiento es robar.

Sí, sé que la nuestra es una república en donde supuestamente aprobamos, por regla de la mayoría, a que se nos grave por medio del proceso político. Pero, sigo sintiéndome incómodo. Si mi hijo, cuando era un niño, me hubiera informado que él y algunos amigos tomaron el dinero de otro compañero de clase luego de una votación para hacerlo, habría enojado con él. Y mi furia se habría intensificado, lejos de calmarse, si después él trata de excusar su comportamiento de gánster asegurándome que la elección fue justa, en que incluso la víctima votó y todos los votos se contaron y se les dio un peso igual. La sanción que le habría dado a mi hijo habría sido severa.

De hecho, nuestro mundo es complejo, pero, las reglas básicas para navegar esa complejidad son simples. Primero aprendidas en la infancia, estas reglas siguen siendo relevantes e importantes a lo largo de nuestras vidas. Y la relevancia e importancia de estas reglas no desaparece, o hasta disminuye, sólo porque hoy la mayoría encuentra conveniente dejar de lado una o más de ellas. Deberíamos dejar de excusar a votantes y funcionarios públicos por violar estas reglas, tan sólo porque actúan políticamente.

Donald J. Boudreaux es compañero sénior del American Institute for Economic Research y del Programa F.A. Hayek para el Estudio Avanzado en Filosofía, Política y Economía del Mercatus Center; miembro de la Junta Directiva del Mercatus Center y es profesor de economía y anterior jefe del departamento de economía de la Universidad George Mason. Es autor de los libros The Essential Hayek, Globalization, Hypocrites and Half-Wits, y sus artículos aparecen en publicaciones tales como el Wall Street Journal, New York Times, US News & World Report, así como en numerosas revistas académicas. Él escribe un blog llamado Café Hayek y es columnista regular de economía en el Pittsburgh Tribune-Review. Boudreaux obtuvo su PhD en economía en la Universidad Auburn y un grado en derecho de la Universidad de Virginia.


Traducido por Jorge Corrales Quesada.