LOS IMPUESTOS COMO JUSTICIA SOCIAL

Por Michael Munger
American Institute for Economic Research
24 de setiembre del 2023

Nota del traductor: la fuente original en inglés de este artículo es michael munger, american institute for economic research, taxation, September 24, 2023. En él podrá leer enlaces relevantes originalmente en letra azul en el texto.

En marzo de 1932, la revista Collier’s Weekly publicó un artículo titulado “Tax Everyone But Me,” que incluía una instancia que empezaba con “¡Congreso! ¡Congreso! No me ponga impuestos” en vez del sonsonete; “No le pongan impuestos a usted. No me pongan impuestos a mí.”

Al final del año, y de nuevo al principio de 1933, las habitaciones y recepciones de los hoteles de Washington estaban abarrotadas y repletas de ciudadanos que habían llegado para jugar, en forma parafraseada de adultos, un viejo juego de su infancia:

“¡Congreso! ¡Congreso! No me ponga impuestos. Póngaselo a ese sujeto detrás del árbol.”

Este es (aparentemente), según el Quote Investigator, el origen de la ahora mejor conocida, “¡No le pongan impuestos a usted, no me pongan impuestos a mí, póngaselo a ese hombre detrás del árbol!” La mayoría de personas piensa que los impuestos son importantes, y que el gobierno “necesita” mayores ingresos. Por supuesto, si usted en verdad cree eso, es libre de hacer donaciones (en serio, ¡hay un sitio en la red para eso!). Lo que la gente realmente quiere decir es, usualmente, una versión de aquel sentimiento citado arriba de “¡Pónganle el impuesto a alguien más!”

¿Cuánto de impuestos se debería recaudar, y quien debería pagarlo? ¿Por qué? Pensemos esto.

LOS IMPUESTOS COMO POLÍTICA PRUDENTE

Generalmente hablando, los impuestos pueden tener sólo uno de dos amplios objetivos:

1. “Nosotros” queremos reducir la cantidad de la cosa que es gravada.

2. “Nosotros” queremos aumentar la recaudación que “nosotros” queremos gastar en cosas apropiadas.

He puesto “nosotros” entre comillas porque no voy a hablar sobre el proceso político por el que se decide la política tributaria (Si es por la regla de la mayoría, entonces, necesitamos considerar el argumento de Meltzer-Richard). De todas formas, al usar algunas reglas o procedimientos, se toma una decisión. Pero, las razones por las que ponemos impuestos son contradictorias, o, tal vez, están sólo en tensión. Gravar las externalidades, de acuerdo con la sapiencia de la ortodoxia económica, es una vía para reducir la contaminación, el fumado, o beber alcohol, etcétera.

Sin embargo, al poner impuestos para aumentar la recaudación, queremos minimizar los efectos sobre la cantidad de la cosa que está siendo gravada. El ingreso es bueno, y queremos que la gente tenga más de él, no menos. Así que, cuando gravamos el ingreso, tenemos la esperanza de que el ingreso se reducirá sólo en el monto del impuesto. No obstante, existe cierto impacto negativo -distorsión- sobre el ingreso que proviene de efectos negativos a los incentivos, pero la reducción del ingreso es un efecto colateral, no el objetivo principal.

Para impuestos cuyo objetivo es aumentar la recaudación, de hecho, hay algún esfuerzo por “minimizar la distorsión.”

En serio, esto es importante. Gravamos cosas si queremos recaudación, en cuyo caso preferiríamos no afectar la cantidad de la cosa, lo que introduce distorsiones. O gravamos cosas que queremos desaparecer, cosas que odiamos, y no nos importa si del todo hay alguna recaudación, pues no nos gustan las cosas que están siendo gravadas.

Ahora, considere algunas alternativas, en términos de sus posibles distorsiones. Recuerde, me enfoco en minimizar las distorsiones, pues asumo que el ingreso, y la riqueza, son cosas buenas, y no queremos reducirlos más de lo que necesario.

1. El impuesto per cápita – cada persona paga una suma fija. Obviamente, este el impuesto que menos distorsiona, pues no hay efectos sobre los incentivos, al igual como el precio de una membresía, o pago de cuotas de un club.

2. El impuesto a las ventas – este impuesto es ad valorem, es decir, que es estrictamente proporcional al gasto. Es (digamos) un 6 por ciento de los cuatro dólares que gasta en Starbucks, o el mismo 6 por ciento de los $50.000 que gasta en un carro nuevo.

3. El impuesto al ingreso – una proporción de su ingreso, el mismo porcentaje, sin importar el monto.

Bueno no, no en realidad, al menos en el caso de un impuesto al ingreso. La mayoría de impuestos al ingreso son modificados en dos formas importantes, al permitir deducciones del ingreso al que se aplica la tasa impositiva, y al imponer en el margen tasas diferentes sobre niveles de ingreso diferentes. Un impuesto al ingreso “progresivo” es uno que grava con tasas marginales más altas a niveles de ingreso progresivamente más elevados. ¿Cuál sería la lógica para hacer esto? ¿Es justo? ¿Queremos menos ingreso, o menos riqueza? O, ¿estamos todavía usando impuestos “progresivos” para aumentar la recaudación?

En un artículo previo en este espacio, hablé acerca de “Tuh” el perro de seguridad. No es mucho más caro proteger una casa pequeña y un carro lindo de lo que es proteger una casa pequeña y un carro viejo; ciertamente no es proporcionalmente más caro, pues toma un 10 por ciento proteger a una casa pequeña y un 15 por ciento proteger la casa grande.

La inferencia es que debe haber una tercera razón para poner impuestos: Equidad. Además de querer menos de la cosa, y querer mayor recaudación, también, “nosotros” estamos preocupados por una justicia relativa. (Lo siento por el entrecomillado, pero ellas tienen que estar allí). Para ponerlo en sencillo, esta noción de equidad dicta que los ricos deberían, como tema moral, pagar más, aun cuando no cuesta más proveer los servicios al rico prometidos a cambio del impuesto.

LOS IMPUESTOS COMO JUSTICIA SOCIAL

¿De dónde proviene esa intuición moral? La justificación más frecuente es algo así como “una distribución justa de la carga.” Un impuesto per cápita significa que tomamos el gasto total, lo dividimos entre N, y esa es su carga tributaria.
Usted ha hecho esto, en un restaurante –“¡¡simplemente dividamos la cuenta!!”- y obviamente es una solución de bajo costo al problema, en vez de negociar, o discutir, sobre quién paga qué. La desventaja, o así va el argumento, es que impuestos iguales no son cargas iguales, debido a que la habilidad de pagar difiere substancialmente entre los muy pobres y los muy ricos. Algunas veces ilustramos este problema con la parábola del “Mito de la Viuda,” de los Evangelios de Lucas y Marcos.

“Jesús llamo entonces a los discípulos y les dijo, Os aseguro que esta viuda pobre ha echado en el arca más que todos los demás:

Porque todos los otros echaron lo que les sobraba, pero ella, dentro de su necesidad, ha echado cuando poseía, todo lo que tenía para vivir.” (Marcos 12:43-4, Biblia del Rey Jacobo)

El punto de la parábola es que la viuda tenía más fe, debido a que dio todo lo que tenía y luego dependía de Dios para que le proveyera. Pero, también ilustra el problema de la diferencia en la carga: La capacidad de pago importa.

Pero, entonces, eso sugiere el valor de un “impuesto bajo y uniforme” [“flat tax”], en que todos pagan una proporción igual. Si yo ordeno el doble de comida en el restaurante, o bebo el doble de ese vino caro, debo pagar el doble. Si tengo el doble de ingreso, pago el doble de ese impuesto. Si tengo diez veces más de ese ingreso, pago diez veces más de impuesto. El problema es que eso no tiene nada que ver con el beneficio recibido por el rico o el pobre, sino que sólo depende de la capacidad de pago.

Todo lo cual conduce a la pregunta principal, una difícil de responder usando principios analíticos: ¿Están los ricos pagando “su parte justa”? El gobierno (supuestamente) provee “bienes públicos,” algo que todos valoramos. Pero, si todos recibimos el mismo beneficio del gobierno, ¿por qué algunos deben pagar más que otros? Hemos permitido que ese pago sea proporcional, aunque es poco posible que una familia con diez veces más riqueza reciba 10 veces el beneficio de la acción gubernamental. ¿Debería el rico pagar más que la misma proporción, un llamado “impuesto progresivo”?

Un ejemplo puede ayudar. Asuma que hay un impuesto proporcional, y una deducción estándar por los primeros $10 mil de ingreso. Una familia obtiene $20 mil de ingreso, y la otra obtiene $100 mil. La tasa del impuesto (única y uniforme) es 25 por ciento.

La factura por impuestos para la familia pobre: ($20 mil de ingreso - $10 mil de deducción estándar) X la tasa porcentual del impuesto del 25 por ciento = $2.500.

La factura de impuestos para la familia rica: ($100 mil de ingreso - $10 mil de deducción estándar) X la tasa porcentual del impuesto del 25 por ciento = $22.500.

La familia rica tiene 5 veces más ingresos, pero paga 9 veces más impuestos. Y ¡eso es con un impuesto al ingreso proporcional! Los ricos ya están pagando un porcentaje, lo que hacer que el sistema sea “progresivo.” ¿Es eso suficiente? ¿Es eso justo?

La respuesta usual entre el sacerdocio de la equidad es “no.” La razón es que a los ricos aún les sobra mucho. Es un poco como la ocurrencia famosa de Willy Sutton de que la razón por la que él robaba bancos es “¡ahí es donde está el dinero!” (Bueno, él no dijo eso, pero estoy seguro que lo hizo Alexandria Ocasio Cortez, en la Fiesta del Museo Metropolitano de Arte en Nueva York.) Y eso está bien: la familia pobre vive con $7.500, y la familia rica disfruta de $77.500. Si “nosotros” necesitamos recaudar más, deberíamos tomarlo de quien tiene más, ¿correcto? Parece ser lo justo.

Eso es lo que doy a entender al decir que hemos llegado a estar a la deriva de las dos motivaciones tradicionales para los impuestos – desalentar el mal comportamiento, y elevar la recaudación en formas que no distorsionen la economía.
El nuevo movimiento por la equidad quiere usar los impuestos como medio para lograr “justicia social,” y el costo no es una consideración, pues ya no es más un tema de finanzas públicas. El objetivo no es aumentar la recaudación para que podamos apoyar al pobre; en vez de ello, los Estados Unidos están persiguiendo el objetivo más sencillo de eliminar las concentraciones privadas de riqueza.

Difícilmente el impulso es nuevo. Se puede encontrar en la exitosa canción de 1971 del grupo de rock 10 Years After, “Cambiar el Mundo.” La canción contenía una orden: “Ponle impuestos al rico -alimente al pobre- hasta que ya no más haya ricos.” ¿Ha pensado usted acerca de eso? ¿No debería ser, “hasta que ya no más haya pobres”?

El problema es que mucha de la izquierda quiere definir la riqueza -y también la pobreza- como un concepto relativo, en vez de absoluto. Si la pobreza es un concepto absoluto, como es razonablemente definida en la economía del desarrollo, entonces, la pobreza es algo que claramente se puede definir, y se puede ser erradicar. Pero, si la pobreza es un concepto relativo, es un problema eterno: el 20 por ciento más pobre estará siempre en el quintil más bajo de la distribución del ingreso.

La canción de 10 Years After es una visión profunda de la mentalidad de envidia, que motiva a muchos en la izquierda. El problema no la pobreza, el problema es la desigualdad. Así que el problema no es hacer que los pobres sean prósperos, sino, más bien, quitarles el dinero a los ricos.

Esta no es una conjetura, sino que es algo que uno puede inferir directamente de la retórica de políticos progresistas. Como lo señalé antes, Alexandria Ocasio Cortez no usó una ropa de diseñador que dijera “¡Alimenten a los Pobres!” A ella realmente no le importa la pobreza, su objetivo es acabar con la riqueza.

Tal vez, el ejemplo más claro ocurrió durante un debate presidencial del partido demócrata en la carrera hacia la elección del 2008. Al entonces candidato, y, por supuesto, luego presidente, Barack Obama, el moderador Charlie Gibson le preguntó si Obama elevaría los impuestos, aún si eso significaba que disminuyera la recaudación.

Algunos analistas reaccionaron por ser esta una pregunta tonta. La llamada “Curva de Laffer,” demuestra que, para tasas de impuestos elevadas (ciertamente que se aproximan al 100 por ciento), un recorte de impuestos puede elevar las recaudaciones. Pero, nuestras tasas del impuesto al ingreso no parecen estar en ese nivel (aunque, en el pasado, lo hayan estado).

Aún así, el punto es que el candidato Obama aceptó la premisa de la pregunta, y la respondió en lenguaje claro. Él dijo que valía la pena elevar los impuestos a los muy ricos, aún si cayeran las recaudaciones, “con fines de equidad.”

Esperen un momento… ¿Aún si perdemos ingresos? El objetivo de Obama no era gravar al rico para obtener fondos para terminar con la pobreza. Él estaba arguyendo que la riqueza, como la contaminación, era una externalidad negativa. La equidad requiere que la nación grave la riqueza, y los altos ingresos, de forma que tengamos menos de esas cosas tóxicas. La imposición ha sido acarreada fuera del ámbito del financiamiento público de los gastos, y movida hacia el dominio de la justicia social, gobernada no por la equidad, sino por simple envidia.

Michael Munger es profesor de Ciencia Política, Economía y Política Pública en la Universidad Duke y compañero sénior del American Institute for Economic Research. Sus títulos son de Davidson College, Washington University en St. Louis y Washington University. Los intereses de investigación de Munger incluyen regulación, instituciones políticas y economía política.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.