NO EXISTEN SOCIALISTAS DEMOCRÁTICOS Y TAMPOCO DICTADORES LIBERALES

Por Vicente Geloso
American Institute for Economic Research
25 de setiembre del 2023

Nota del traductor: la fuente original en inglés de este artículo es vidente geloso, american institute for economic research, socialists, September 25, 2023. En él podrá leer enlaces relevantes originalmente en letra azul en el texto.

La semana pasada conmemoramos el 50 aniversario de la toma del poder en Chile por Augusto Pinochet. Se ha derramado mucha tinta sobre esa toma, debido en parte al papel percibido de la intervención externa por Estados Unidos, las reformas económicas subsecuentes iniciadas por Pinochet y un conjunto de economistas entrenados en Chicago, la violencia política de la junta militar, y el eventual retorno a la democracia a que fue presionando Pinochet a fines de los ochentas.

Muchos han tratado de derivar lecciones de este episodio histórico. Una es que golpes apoyados desde el exterior tienden a ser contraproducentes, tanto para la democracia liberal (obviamente), como a los estándares de vida. Existe, en ese particular, fuerte evidencia sugerente de que los golpes con apoyo externo tienden a deprimir los estándares de vida. La evidencia, brindada por Kevin Grier en su trabajo reciente sobre golpes apoyados por la CIA en América Latina, muestran que el PIB per cápita cayó en 10 por ciento, comparado con análisis contrafactuales sobre la experiencia compartida de países comparables que no experimentaron golpes.

Otra lección es que el estatismo creciente inevitablemente conduce al final de la democracia, mientras la liberalización económica la impulsa. Esto se basa en la idea de que regímenes que crecientemente intervienen en la economía crean complicaciones adicionales que requieren más intervenciones. Estas intervenciones conducen luego a mayores intrusiones en las libertades personales y políticas. En su momento, la democracia se marchita y muere. En algún grado, esto parece ser cierto en el caso de la economía chilena desde la década de 1930 en adelante, cuando, en su momento, el proteccionismo al alza y la industrialización conducida por el estado, condujeron a intervenciones adicionales, como la nacionalización de la producción de cobre por el presidente conservador Eduardo Frei en 1964. Este círculo vicioso de intervencionismo creciente, arguyen algunos, en su momento condujo en 1970 a una victoria electoral inesperada (por pluralidad) de la coalición de extrema izquierda de Salvador Allende.

Digo inesperado pues la mayoría de partidos pensaba que el segundo lugar ganaría fácilmente. La victoria causó temores políticos importantes. Debido a que Allende ganó la pluralidad de votos en vez de una mayoría, su victoria electoral tenía que ser decidida por el congreso. Uno de los partidos aceptó apoyarlo sólo si se comprometía con una carta democrática (en esencia, que no podía echar atrás libertades políticas y violar la constitución). Eso se hizo, y Allende se convirtió en presidente.

Pero, Allende dio señales claras de violar la constitución mediante nacionalizaciones, violaciones a las libertades de expresión, e implícitamente apoyando una milicia de extrema izquierda. Combinado con un desorden económico causado por sus políticas de nacionalización, parecía inevitable un golpe de estado. Como bromeara el filósofo francés Jean-François Revel, “cuando Pinochet vino para matar la democracia chilena, se encontró un cadáver ya muerto.”

Estas lecciones obscurecen una más importante: no existe tal cosa como un socialista democrático o un dictador liberal. Para que un socialista asuma al poder por medios democráticos, el estado debe haber crecido mucho más allá de sus funciones protectoras y productivas. Eso reduce el crecimiento económico y alimenta el descontento. También, significa que se privilegia la habilidad para enriquecerse mediante la empresariedad política (esto es, la búsqueda de rentas). A su vez, alimenta aún más el resentimiento de personas con menos conocimientos políticos. Los votantes se inclinan más a apoyar partidos de extrema izquierda y extrema derecha, aunque ellos den muestras claras de desprecio de la democracia. En esencia, la llegada de un partido extremista al poder -como los llamados socialistas “democráticos”- es una señal de que la democracia liberal está en su lecho de muerte.

De igual forma, no existe tal cosa como un dictador liberal. El dictador que acaba con la democracia no es un individuo ilustrado. Entonces, un dictador puede, de hecho, liberalizar, pero eso no será desde un verdadero compromiso con la libertad política o económica. Si Pinochet hubiera podido evitar la liberalización mientras permanecía en el poder, lo habría hecho.

Excusar a los dictadores que liberalizan, o incluso confraternizar con ellos para promulgar políticas, conduce, en el largo plazo, a resultados antiliberales. Como señaló Sebastián Edwards, en su reciente historia de los economistas que participaron en el diseño de políticas para el gobierno de Pinochet, esos economistas se olvidaron ¡que los ideales liberales requieren una prédica constante! El potencial de las instituciones liberales democráticas para impulsar el progreso humano tiende a ser verdaderamente visible sólo en el largo plazo. Cementar una alianza con un dictador iliberal con algunas decisiones liberales no es nada más que un trato fáustico.

Vincent Geloso, un compañero sénior en el American Institute for Economic Research (AIER), es profesor asistente de economía en la Universidad George Mason. Él obtuvo su PhD en Historia Económica en la Escuela de Economía de Londres.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.