Por ejemplo, yo llamo “negrita” a mi esposa por cariño, y a mi papá los jefes en su trabajo lo llamaban “negrito” como expresión de aprecio: ahora todas esas expresiones (y los que las hacen) serían llamadas racistas por la actual y prejuiciada policía del pensamiento.

EL CRIMEN DE CAVANI: “RACISMO OBJETIVO”

Por Theodore Dalrymple
Law & Liberty
1 de febrero del 2021

El multiculturalismo es la demanda de que entendamos, simpaticemos, e incluyamos a gente de otra cultura; pero, también es, en lógica, la demanda recíproca de que ellos hagan lo mismo en relación con nosotros. Además, si resultamos ser más poderosos que ellos, nuestra demanda fácilmente puede resultar siendo opresora y dictatorial.

Un buen ejemplo de eso es el caso de Edinson Cavani, un jugador de futbol (soccer) que juega en Inglaterra. Se me ha dicho por alguien que sabe mucho de estas cosas, que es uno de los mejores jugadores en el mundo. Después de un partido particularmente bueno, fue felicitado por un amigo en los medios sociales, a lo que él respondió, ‘Gracias, negrito’.

En apariencia, en el español de Uruguay esta expresión no tiene una connotación racial derogatoria, siendo una especie de modo afectuoso de dirigirse, como mon vieux [mi viejo] en francés, que no tiene connotación de edad, pero, por supuesto, no era esperable que la policía lingüística lo supiera, ni que hiciera concesiones al respecto si lo supiera o se lo dijeron posteriormente. Su actitud era, más bien, como aquella del predicador estadounidense quien dijo que, si el idioma inglés era bueno para Jesús, era bueno para él: y la palabra negrito obviamente tiene alguna conexión con el insulto de la palabra “n” en inglés, que fue suficiente para que las autoridades se resintieran en nombre de los miserables de la tierra, a pesar de una inmediata y abyecta apología de Cavani y su club, Manchester United, por cualquier ofensa causada.

Eso no fue suficiente para que la Asociación de Futbol (AF), el cuerpo gobernante del futbol inglés. Ella suspendió a Cavani por tres juegos y le multó con el equivalente a $135.000. Cavani había aceptado ser culpable de la acusación de haber roto el código de conducta de la AF en relación con el protocolo racial. Sin duda que lo hizo para dejar el asunto tras él tan pronto como fuera posible, pero, también, porque su penalización habría sido más severa si hubiera impugnado la acusación y aun así habría sido hallado culpable. Aquí está encapsulada toda la maldad del sistema de negociaciones entre el fiscal y la defensa en que, a cambio de que el acusado admita culpabilidad, el fiscal acepta reducir los cargos en su contra [plea bargaining en inglés] lo que subvierte completamente el principio de legalidad: aceptar ser culpable aún si es inocente por temor a que usted puede perder en el juego de póquer en que se ha convertido la justicia, y con así sufrir una sanción peor.

Por supuesto, al haber admitido Cavani su culpa, no podía apelar, al menos contra la convicción. Una apelación contra la “penalización” groseramente desproporcionada, o, más bien, la imposición arbitraria que se le impuso, muy posiblemente habría resultado en un desenlace opuesto al deseado, pues le habría indicado a la AF un nivel de arrepentimiento mucho menor al requerido. También, probablemente habría enfurecido a la AF, que como tal actuó con la cobardía moral que parece haberse apoderado de casi todas las autoridades del país, y que la llevó a dar golpes a diestra y siniestra.

El club de futbol, uno de los más famosos en el mundo, dijo que aceptaba la decisión de la AF “a partir del respeto por, y solidaridad con, la AF y la lucha contra el racismo en el futbol.” Esto fue a pesar del hecho de que también aceptó que Cavani no había intentado un insulto racista y nunca había sido un racista. Con fina sensibilidad moral digna de Uriah Heep [banda de rock inglesa] continuó pidiéndole a la AF que “invirtiera” la multa de $135.000 en “iniciativas antirracismo,” quizá el empleo de alguien que olfateara la ofensividad racial, tal como la inquisición española se suponía que olfateara tendencias judaizantes o renegados judíos secretos entre los conversos. En el racismo oculto hay oportunidades de empleo, clientelas por formar, y dinero por hacer.

¿Cuál fue el error de Cavani (difícilmente uno puede llamarlo crimen, al menos en el sentido moral)? Él no era lo suficientemente multicultural como para entender las sensibilidades lingüísticas de las autoridades bienintencionadas [bien pensant] por cuya gracia y favor él era capaz de ganar sumas que hicieron de los $135.000 para él lo mismo que $135 lo sería para mí. Él no se dio cuenta que, bajo esta dispensa, la simple ausencia de intención no era suficiente para probar inocencia, y ni siquiera era una circunstancia mitigante: que el sistema era uno de responsabilidad absoluta contra la cual no había defensa. Él era culpable de racismo en el sentido estalinista; es decir, era “objetivamente” racista en el sentido que, en la Unión Soviética, cualquier podía ser considerado “objetivamente” un Enemigo del Pueblo, incluso cuando llevara una vida que normalmente se consideraría inofensiva e inobjetable.

No es necesario que en realidad alguien se haya ofendido para considerar ofensiva una expresión; por otra parte, si alguien se ha ofendido por ella, esto también prueba que era ofensivo. No es una defensa que la persona que se ofendió fuera un paranoico, cuyo ultraje era totalmente irrazonable, o expresado con la esperanza de obtener una compensación o alguna otra ventaja, pues uno de los criterios de ofensa es que tan sólo alguien diga haberse sentido ofendido, siendo el otro criterio algo más platónico; es decir, que alguien pueda ofenderse.

No hay duda que el hecho de que Cavani podía fácilmente renuncie a los $135.000 del acto de robo de la AF bajo pretexto de castigo, en algún grado redujo la simpatía pública hacia él. El hecho es que la adhesión popular al principio de legalidad es algo débil cuando alguna persona altamente privilegiada, rica o ventajosamente ubicada es tratada mal: lo que significa, por supuesto, que la adhesión al principio de legalidad es, ni más ni menos [tout court en francés] débil, y, por tanto, fácilmente subvertido incluso en un estado democrático. Al fin y al cabo, la democracia es perfectamente compatible con la tiranía, y parece que nos estamos moviendo en su dirección.

Por primera vez me di cuenta de las ironías del multiculturalismo, cuando un periódico británico me envió un reporte sobre las groserías de turistas británicos borrachos en masa en España. Quedé consternando. Hizo al Satiricón de Fellini lucir como una ceremonia del té japonesa. Al preguntarles a los participantes en la orgía pública perpetua acerca de si ellos no se avergonzaban al comportarse de la forma en que lo hicieron, replicaron con la irrefutable respuesta multiculturalista, “Es nuestra cultura’: que, pobre de mí, ahora era. Y ha llegado a ser nuestra cultura robarle el dinero a un uruguayo por usar una palabra en su propio idioma, cuyo significado y connotación nosotros no sabemos ni nos importa.

Theodore Dalrymple es un psiquiatra y médico de prisiones retirado, editor contribuyente de City Journal, y Compañero Dietrich Weissman del Manhattan Institute. Si libro más reciente es Embargo and other stories (Mirabeau Press, 2020).

Traducido por Jorge Corrales Quesada.