NADA ERA “NORMAL” AL OTRO LADO DEL MURO

Por Robertas Bakula & Luis Carlos Araujo Quintero
American Institute for Economic Research
19 de setiembre del 2023

Nota del traductor: la fuente original en inglés de este artículo es robertas bakula & luis carlos araujo quintero, american institute for economic research, wall, September 19, 2023. En él podrá leer enlaces relevantes originalmente en letra azul en el texto.

En 1989, finalmente las grietas en el Muro de Berlín desplegaron el terror, brutalidad, miseria, pobreza y sinsentido de la vida en Alemania del Este, para cualquiera dispuesto a echar una mirada. No obstante, la historiadora Katja Hoyer dice que la celebración sin reservas de la victoria de la forma de vida occidental -libre, capitalista- nos cegó ante la verdadera realidad de Alemania del Este (la República Democrática Alemana, RDA). Según Hoyer, impensadamente ignoramos la normalidad relativa de la vida que la mayoría de la gente disfrutó al aceptar el autoritarismo. Sin embargo, la clave del asunto es qué es lo que uno considera “normal.”

En su último libro, Beyond the Wall, Katja Hoyer nos invita a dejar de barrer la historia de Alemania del Este hacia las esquinas obscuras de nuestras mentes, en donde yacen todas las dictaduras fallidas, y a que hagamos un esfuerzo por realmente ver el otro lado. Si estamos dispuestos, promete ella, no encontraremos la masa gris de víctimas sin rostro del socialismo, esperando ser liberada de su existencia sinsentido, sino gente que vivió su vida a “pleno color.” Sí, había “opresión y brutalidad” así como “lágrimas y furia,” de lo que Hoyer no rehúye. Pero, la mayoría de la gente (alrededor del 90 por ciento de ella, según Hoyer) no era directamente perseguida, y, en su momento, se acostumbró al socialismo de Alemania del Este y a sus “regalos.”

Eran propietarios de casas, construyendo sus familias en apartamentos distribuidos por el estado. Las mujeres trabajaban mientras sus hijos eran cuidados por amplios servicios de cuido infantil. Las personas tenían carreras, iban a cruceros en días festivos, hacían chistes sobre políticos. Ellas vivían, amaban, trabajaban, y llegaban a la ancianidad.
Hasta la escena artística era un asunto boyante, que sólo requería hacer a un lado alguna censura en maneras creativas. En otras palabras, Alemania del Este incluso encontró una forma de vivir bajo la bota soviética, y la vida no era tan terrible y aburrida como podemos pensar.

Comentaristas de Hoyer en The Economist, The Parliament Magazine, The Guardian, The Compact, The Telegraph, y otros, cantan un coro elogioso. James Jackson lo pone en The Parliament Magazine: el “libro revela una Alemania del
Este mucho más dinámica que la caricatura de la guerra fría a menudo pintada en el Oeste.”

Beyond the Wall
retrata a Alemania del Este como un país que luchó por ponerse de pie después del yugo del nazismo y la Segunda Guerra Mundial. Luego que la fuga de cerebros fuera frenada por un muro físico armado, el país se hizo más estable. Hoyer hasta sugiere que la República Democrática Alemana podía haber florecido, si sólo los profesionales, intelectuales, y personas son habilidades, no hubieran huido, atraídos por una paga más alta y lujos como bananos en estantes de alimentos en el Oeste. Pero, luego de la erección del muro, las personas “se asimilaron” al régimen como parte de su realidad. Aceptaron el trato – manténganse alejadas de la política, bajen sus cabezas, tomen lo que les damos, y todo estará muy bien. La vida será “normal.”

Considere el “dinamismo” y “normalidad” de la vida de la que habla Hoyer, desde la perspectiva de quienes no aceptaron el trato de rendir sus mentes, almas, y sueños (unos pocos entre los 4 millones que se fugaron entre 1945 y 1989). El Atlantic les dio una voz allá atrás en 1961. Sus historias capturan lo que significa “normal,” incluso aparte de la prisión y sujeción a la “educación política” que algunos de encararon.

Hans, un carpintero, estaba cansado de desperdiciar su actividad haciendo muebles feos y malos, que él encontró eran ofensivos. Dado que la libre empresa era una gran fechoría contra el estado, él vio siendo absorbidos todo honor y pasión de su profesión.

Dieter, quien se rehusó a asistir a conferencias silenciadoras de la mente sobre el comunismo, en el que él no creyó, fue impedido de obtener el entrenamiento necesario para perseguir sus sueños de convertirse en técnico de laboratorio. Él habría tenido mejores posibilidades si aceptaba el “deber político” que un funcionario le ofreció, sosteniendo un fólder con el nombre de Dieter sobre él, para que vigilara y reportara sobre ciertos pacientes y colegas trabajadores. Por suerte, lo supo mejor que nadie.

Ursula, quien era una apasionada de la literatura, encontró trabajo como empleada en una casa editorial. Pero, se halló advirtiendo a escritores creativos y sinceros que dejaran de remitir sus novelas y permanecieran alejados de problemas. Ella sólo podía publicar el aburrido “realismo” socialista.

Ilse, una agente de bienes raíces quien amaba ayudarle a la gente a encontrar casas, rechazó un empleo gubernamental con mayor paga, seguro gratuito y una pensión. ¿Por qué? Porque no le podía mentir a personas desesperadas prometiéndoles un futuro brillante con apartamentos y campos de juegos gratuitos, que él sabía con certeza que nunca se materializarían.

Georg, un médico, recibió insinuaciones acerca de tratar a los “no confiables” (gente con la política equivocada). Él no podía disfrutar su trabajo con la burocracia masiva sobre sus hombros y un imbécil como jefe. Finalmente, Georg tuvo lo suficiente cuando su hijo fue expulsado de la universidad debido a que su padre era un “burgués.” El muchacho, dijeron funcionarios, necesitaba “limpiarse” por medio de trabajo manual.

Eso es lo que parecía ser la vida “normal” en la RDA. Desde la perspectiva de Hoyer, esos fugitivos podrían haber sido carpinteros, técnicos de laboratorio, escritores, agentes de bienes raíces, y médicos viviendo días coloridos y significativos en Alemania Oriental, apenas con una paga ligeramente menor que la del otro lado del muro. Proseguir esas metas era posible si usted seguía la línea del Partido. Pero, estas vidas “normales” totalitarias venían al costo de silenciar sus mentes, sus juicios, la creatividad de ellos. El precio de supervivencia era su honor y sus sueños.

Es su juicio, creatividad, estándares, e ideas lo que se debía sacrificar para sobrevivir bajo un régimen socialista. ¿Qué quedaría de “usted” en ese caparazón, llevando una vida “normal” en la RDA?

Esta ganga (de la que Hoyer habla cariñosamente) implica intercambiar obediencia por recompensas como un apartamento construido por el estado o un viaje financiado por el estado en un crucero. La gente toma estas escasas limosnas construidas sobre la espalda de algunos, para mantener la ilusión de progreso para otros y para que aprecien lo poco que reciben. Quienes no quieren más de la vida que navegar a través con un entretenimiento ocasional, hasta pueden celebrar la existencia planificada por el estado. Pero, cualquiera que aún tuviera una chispa en su alma y se rehusara a extinguirla, posiblemente era disparado cuando intentaba escalar desesperadamente un muro de doce pies, para echarle una mirada a la vida en el otro lado

Como el muro de Berlin, la descripción de Hoyer fracasa. No hay redención del experimento socialista. Nada era “normal” acerca de la vida totalitaria en la RDA socialista, si es que por “normal” damos a entender la búsqueda de la felicidad y satisfacción humana. Deberíamos estar moralmente indignados contra “normalizar” la aburrida existencia que el autoritarismo les trae a los que, al menos, logran (o se preocupan) por sobrevivir las purgas.

Aun si Hoyer tiene la excusa de ser una historiadora que llena algunos detalles omitidos, aunque irrelevantes, los comentaristas que celebran la descripción histórica “holista” merecen nuestra condena incondicional. Como señaló el crítico Ilko-Sascha Kowalczuk, “Si apareciera un libro como este acerca del período nazi, habría una protesta clamorosa.” Beyond the Wall merece lo mismo.

Robertas Bakula es investigador asociado del American Institute for Economic Research. Tiene una maestría en Filosofía, Política, y Economía del Instituto CEVRO, en Praga, República Checa, y una licenciatura de la Universidad Técnica Vilnius Gediminas. Previamente fue investigador visitante en AIER.

Luis Carlos Araujo Quintero es doblemente graduado en Relaciones Internacionales y Ciencias Políticas de la Universidad Francisco Marroquín en Guatemala. Es asistente de profesor en la UFM, así como analista junior de asuntos internacionales en una firma consultora de Guatemala. Es autor de artículos de investigación en Elección Pública para el Centro para el Análisis de las Decisiones Públicas (CADEP) y forma parte del equipo de invstigación de su escuela acerca de la Guerra Civil de Guatemala. Actualmente es investigador becario en el Instituto Estadounidense para la Investigación Económica (AIER).

Traducido por Jorge Corrales Quesada.