ESTOY CANSADO DE QUE SE ME SUPONGA SER UN BRUTO INCIVILIZADO

Por Donald J. Boudreaux
American Institute for Economic Research
15 de setiembre del 2023

Nota del traductor: la fuente original en inglés de este artículo es donald j. boudreaux, american institute for economic research, uncivilized, September 15, 2023. En él podrá leer enlaces relevantes originalmente en letra azul en el texto.

Habiendo servido por casi 40 años en instalaciones universitarias -en la Universidad Clemson, y, principalmente, en la Universidad George Mason- hace mucho que acepté la realidad que detestan casi todos mis colegas en las ciudades universitarias, y continúan detestando, el liberalismo clásico que yo calurosamente abrazo. Mi abrazo del liberalismo es caluroso en no pequeña parte porque comprendo lo que la mayoría de mis colegas no hace –esto es, la belleza lógica básica de los mercados en que adultos, confiados en perseguir sus propios objetivos pacíficos en sus propias formas maduras, generan una inmensa prosperidad para todos nosotros. “¿Por qué,” me pregunto a menudo, “no pueden el profesor de inglés Smith o el profesor de historia Jones aprender el material importante que deben dominar mis estudiantes de primer año en el curso de Economía Básica 101 en el lapso de un mes?”

Todavía me pregunto acerca de los profesores Smith y Jones, pero, también, los respeto como individuos y profesionales. Casi nunca cuestiono su decencia como seres humanos y su dedicación hacia sus estudiantes. No obstante, mi respeto hacia el típico administrador universitario está desapareciendo rápidamente. Por un tiempo, no podía identificar bien la razón esencial de mi infelicidad creciente hacia los administradores. Pero, un hecho reciente en George Mason al fin me dio claridad: Detesto la suposición ahora predominante de que mis colegas y yo somos todos unos brutos incivilizados.

El acontecimiento en cuestión es la renuncia obligada, por alegatos de acoso sexual, de un miembro de la Escuela Scalia de Derecho de George Mason. Si son ciertos los alegatos contra el profesor, su salida es apropiada, como tal vez lo sean medidas punitivas. Pero, predeciblemente, la administración de la Universidad no se limita a disciplinar apropiadamente el mal comportamiento de un miembro de la facultad. Entre otras sobrerreacciones, acaba de anunciar que todo miembro de la facultad y del personal debe ser objeto de “entrenamiento” adicional sobre acoso sexual.

Qué tan irritante. Qué tan estúpido.

Cualquiera que se gradúe de un colegio de secundaria sabe que es incorrecto que un profesor intercambie notas más altas o trato privilegiado por favores sexuales. También, todo mundo sabe que no hay que hacer chistes lascivos entre estudiantes y colegas, no hacer comentarios sobre aspectos de un estudiante o un colega, y no exponerse uno en público. Es vasta la cantidad de lo que toda gente decente sabe a lo largo de estas líneas. Inculcar tal conocimiento no requiere un entrenamiento formal; se obtiene al vivir en una sociedad civilizada. Los relativamente pocos individuos que violan esas bien conocidas reglas de conducta apropiada lo hacen no porque ignoran las reglas; lo hacen porque no son éticos. Y tales individuos no serán éticos si los reprenden subordinados del Vicerrector Adjunto de Diversidad, Equidad, e Inclusión.

Aun así, todos mis colegas de la ciudad universitaria y yo debemos, ahora, con base en el supuesto insultante de que tenemos la inmadurez moral de un adolescente con espinillas, ser sometidos intensamente a que los mandarines universitarios nos “enseñen” lo que, si no lo supiéramos, no se puede enseñar en sesiones formales de 90 minutos – a saber, cómo conducirnos como adultos civilizados y maduros.

Tal tratamiento infantil no está confinado a un “entrenamiento” en acoso sexual. La facultad de la Universidad debe, también, asistir a sesiones cómicamente sin sentido dirigida a curarnos de lo que se presume es nuestro racismo y homofobia latentes. El supuesto prevaleciente, al parecer, es que, de no ser por estas sesiones de “entrenamiento”, las ciudades universitarias estarían invadidas por homófobos que usan caras negras y que rutinariamente intercambian calificaciones por sexo.

Por desgracia, esta manía de suponer que la facultad y personal son cerdos groseros, quienes, no obstante, pueden ser iluminados lo suficiente durante unas pocas horas bajo la tutela de burócratas universitarios, no se limita a George Mason. Si bien no puedo encontrar una medición confiable de la cantidad de universidades que hoy requieren tal “entrenamiento,” una búsqueda rápida en Google revela que el número es penosamente elevado. Y estoy seguro de que está creciendo.

Se supone que las universidades son sitios en donde hombres y mujeres jóvenes maduran y aprenden de adultos, en quienes se confía los instruyan y tutelen. Pero, los administradores universitarios crecientemente tratan a los adultos a quienes se nos otorga esa confianza, como si fuéramos inherentemente indignos de ella. Si los miembros de la facultad universitaria somos tan moralmente depravados como los administradores del despertar [woke] suponen que somos, la respuesta apropiada no es más sesiones de “entrenamiento,” sino derribar el centro de estudios existente y empezar de nuevo desde cero.

Donald J. Boudreaux es compañero sénior del American Institute for Economic Research y del Programa F.A. Hayek para el Estudio Avanzado en Filosofía, Política y Economía del Mercatus Center; miembro de la Junta Directiva del Mercatus Center y es profesor de economía y anterior jefe del departamento de economía de la Universidad George Mason. Es autor de los libros The Essential Hayek, Globalization, Hypocrites and Half-Wits, y sus artículos aparecen en publicaciones tales como el Wall Street Journal, New York Times, US News & World Report, así como en numerosas revistas académicas. Él escribe un blog llamado Café Hayek y es columnista regular de economía en el Pittsburgh Tribune-Review. Boudreaux obtuvo su PhD en economía en la Universidad Auburn y un grado en derecho de la Universidad de Virginia.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.