Cuando aquí algunos todavía promueven o añoran las cuarentenas o que piensan que fueron muy útiles, les recomiendo la lectura de este artículo del profesor de derecho James Allan.

UNA MIRADA EN RETROSPECTIVA A LAS CUARENTENAS

Por James Allan
Law & Liberty
30 de marzo del 2023

NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis y en rojo, si es de su interés, puede buscarlo en su buscador (Google) como james allan, law & liberty, lockdowns, March 30, 2023 y si quiere acceder a las fuentes, dele clic en los paréntesis azules.

Dos escritores inclinados hacia la izquierda, el historiador Toby Green y el economista Thomas Fazi, han escrito un nuevo libro sobre la respuesta global a la pandemia del Covid, The Covid Consensus: The Global Assault on Democracy and the Poor? A Critique from the Left. Por alguna razón, eligieron ponerle como subtitulo una pregunta. ¿Fue la respuesta estándar al Covid un “asalto a la democracia y los pobres?” Esa puntuación puede conducir a los lectores a esperar un fiero debate sobre la sabiduría de la política del Covid a través del globo.

No hay debate. La respuesta de los autores es sin ambigüedad, y ningún lector de este libro morirá cuestionando lo que ellos piensan. No sobre cómo los gobiernos respondieron al pandémico Covid-19 (dejando de lado aquí a Suecia o allá a Florida). Tampoco acerca de los propios principios del ala izquierda de sus autores, tanto económicos como políticos, y de cómo ellos tienen que ver con recomendaciones hacia el futuro. Los autores traen como apoyo montones de datos y evidencia, a fin de argüir que las cuarentenas fueron un desastre público de proporciones gigantescas. Armaron a la policía y se burlaron de datos que, de hecho, estaban disponibles al principio de la crisis. Hubo censura, prohibiciones, bloqueos de contenido en redes sociales, una falsa y politizada “comprobación de hechos,” y asfixia a las ideas de quienes disentían, alguna dirigida a los epidemiólogos más acreditados del mundo. Entre ellos estaban los tres autores de la Declaración de Great Barrington, quienes arguyó a favor de una protección enfocada en adultos mayores y vulnerables y que se dejara que cualquier otra persona continuara con su vida y llevara a cabo sus propias elecciones; esta era la esencia de cada plan pandémico antes del inicio del 2020. ¿Qué sucedió en las seis o siete semanas desde fines del 2019, puede usted preguntar, que fuera diferente de un gobierno autoritario en China soldando a la gente en sus hogares?

Green y Fazi le echan una mirada a Suecia, la que fuera objeto de una crítica enorme de parte de la prensa de la corriente principal, junto con la casta doctoral y medios sociales. Suecia fue ampliamente castigada por ir contra el zeitgeist [espíritu del momento] de las cuarentenas, que exigía cierres generalizados de empresas, mascarillas, órdenes, aislamiento de muchos de sus seres queridos aun cuando la muerte estaba en el horizonte, y una miríada de reglas estúpidas. Todo el enfoque sueco fue ridiculizado por los grandiosos y buenos debido a que servía como un caso de control, un contraejemplo, de lo que todo gobierno sobre la tierra prácticamente optó por hacerles a sus propios ciudadanos.

Al escribir este comentario en marzo del 2023. Suecia tiene el acumulado más bajo de mortalidad en exceso de toda la OECD desde el inicio de la pandemia hasta ahora. Los gobiernos y animadores de la respuesta ortodoxa pueden ser capaces de jugar con la pregunta de quién murió por el Covid (en contraste con otra cosa), pero es mucho más difícil jugar con el exceso de muertes. En verdad, hay un poco de margen de maniobra acerca de cuándo empezar a contar y qué años previos ver para establecer el parámetro que mida las muertes en exceso, pero, realmente, este es el patrón oro. Si más gente murió con cuarentenas que sin ellas, esas claramente no funcionaron.

En Australia, en donde vivo, las muertes en exceso actualmente están en alrededor de 15 a 17 por ciento por encima de la expectativas pre pandemia. Los Estados Unidos, Gran Bretaña, y Europa continental salen, de igual forma, mal en esta medición – con la que no se puede jugar. El epidemiólogo principal de los suecos, Anders Tegnell -quien dice “Yo sólo seguí los planes pandémicos preexistentes de la Organización Mundial de la Salud y Gran Bretaña y no entré en pánico”- debería ganar un premio Nobel de medicina, sin dejar de mencionar la gratitud de todos por su valentía. Por supuesto, no lo logrará.

Para ahora, los lectores más perspicaces pueden sospechar que estoy hirviendo de ira por lo que hicieron esas políticas. En efecto, su antena de perspicacia puede haber recogido que soy algo de un escéptico de las cuarentenas. Por algún tiempo he sido contribuyente editorial para el Spectator Australia (propiedad de la marca matriz británica). Nuestra publicación, sola en toda Australia, salió en marzo del 2020 contra las cuarentenas y el pánico, y nunca renunció a esa posición, a la luz de los datos disponibles, junto con un compromiso esencial hacia las libertades civiles y libertad de la gente. Aparezco en el registro de marzo del 2020 diciendo que las cuarentenas serán una traición a principios liberales básicos y una buena formulación de políticas.

En algún sentido estoy totalmente del lado de los autores de este libro. En donde muchos otros le dieron espacio al pánico, ellos se mantuvieron fieles a los datos que aportaban gran cantidad de pruebas al caso contra las cuarentenas. Ellos muestran que los mayores perdedores por la respuesta de la cuarentena al Covid 19 -que quede claro, no al virus propiamente, sino a la respuesta del gobierno hacia él- fueron los jóvenes, los pobres, y la clase trabajadora que no tiene computadora portátil. Las cuarentenas y otras respuestas gubernamentales equivalieron a una transferencia masiva de riqueza (para no mencionar de oportunidades de vida) desde los jóvenes hacia los viejos. De la misma forma, estas políticas trasladaron dinero desde los pobres hasta los ricos. El aumento masivo en el endeudamiento y la increíble impresión de dinero provocaron una enorme inflación de los activos, que benefició (no hay sorpresas aquí) a aquellos con la mayoría de activos. Los años de la pandemia fueron los mejores de todo el tiempo para los multimillonarios.

¿Quién pagará la deuda de regreso? La misma gente joven a quien se le impidió ir a la escuela durante meses y años, mucha de la cual nunca logrará alcanzar adónde de otra forma habrían estado. Los mismos jóvenes, cuyas probabilidades de morir por el Covid eran de uno en mil (o menos) que aquella de los mayores de 75 años de edad. Para uno que calza en el grupo de menos de 25 años de edad, efectivamente eso significa que era de cero, tal como era claro desde muy temprano en la pandemia. Y con lo duras que fueron estas políticas con la gente pobre en el mundo rico, lo que pasó con los pobres del Tercer Mundo realmente rompe el corazón. Green y Fazi explican cómo las consecuencias de la política del Covid fueron mas brutales con quienes habían empezado a salir desde una pobreza extrema. Ellos rápidamente se encontraron de regreso en ella, con pocas oportunidades de salir de nuevo. Los proponentes de las cuarentenas, que piensan estaban del lado de los ángeles en oposición a los “asesinos de abuelitas” que se oponían a estas cuarentenas, necesitan que se les obligue una y otra vez a leer estas partes de dicho libro.

Dicho y concedido todo eso, la política y economía de izquierda fundamentales de este libro no me convencieron en absoluto. En efecto, el ataque del último capítulo hacia el “capitalismo autoritario” se lee como una especie de seminario basado en el trabajo de Thomas Piketty. Y no lo digo en el buen sentido. Pero, antes de entrarle a mis pocos desacuerdos con los argumentos del libro, permítanme dar a los lectores una rápida visión general. El libro viene en dos partes. La primera básicamente es descriptiva; detalla lo que sucedió. Hay teorías de la fuga de laboratorio versus zoonóticas de los orígenes del virus y la censura y ataques a los que pensaron que la evidencia señalaba a lo primero.
De nuevo, hoy muchos lectores sabrán -luego de ataques vitriólicos de años a quienes mantenían esa posición, hasta de un tal Anthony Fauci- que la teoría de la fuga del laboratorio ahora ampliamente se considere como siendo la explicación más posible, hasta por el FBI, Matt Ridley y numerosos gobiernos democráticos.)

Hay un capítulo acerca de cómo la búsqueda de la verdad de lo que pasó en el mundo externo, causal, estuvo bajo presión política y colapsó en un alegato politizado sobre “la Ciencia” que se suponía apoyaba la ortodoxia de la cuarentena. Sobre vacunas hay dos capítulos. Estos no logran una lectura placentera, menos que nada para mí, ya que pasé siete años en el comité de ética en mi antigua universidad de Nueva Zelandia, en que el “consenso informado” era, solía argüir, llevado a tramos ridículamente extremos cuando los datos ni siquiera podían ligarse a individuo alguno. Durante la pandemia, parecía, el consenso informado súbitamente del todo no significó nada.

La parte II del libro es más evaluativa. ¿Salvaron vidas las cuarentenas? En realidad, si usted sólo se enfoca en las muertes por Covid, incluso eso no está claro. Una vez que usted tiene en cuenta todo por lo que la gente puede morir -desde omisión de exámenes de cáncer, obesidad, problemas de salud mental que llevan a suicidios y al alcoholismo, operaciones dejadas de hacer, la lista sigue y sigue- ni siquiera está cerca. En general, las cuarentenas condujeron a más muertes. Tan sólo vaya y revise de nuevo los datos de exceso de muertes en Suecia y observe qué tan mal se pondrá la situación en los próximos años.

Hay un capítulo sobre cuán más duras fueron las políticas de cuarentena sobre los jóvenes y los pobres. Hay uno sobre los efectos económicos. Todos estos son totalmente devastadores para la posición estándar a favor de las cuarentenas. Mi impresión es que, en una década, difícilmente usted encontrará alguien que admita haber estado a favor de las cuarentenas. Este es el grado del fiasco que ha sido ello en términos de política pública. Una pregunta real es si habrá alguna verdadera y seria rendición de cuentas sobre esta deplorable toma de decisiones, supresión de la discrepancia, un modelado que estaba equivocado en órdenes de magnitud, y un fracaso completo de la prensa en hacer su trabajo. La publicación por el London Telegraph de los “Archivos de la Cuarentena” -los mensajes por WhatsApp del entonces ministro británico de Salud desde y hacia los otros principales jugadores en el grueso de los años de pandemia- dejan claro que la clase política estaba profundamente comprometida, junto con la mayoría del sistema médico. Estas no estarán ansiosas de presionar para rendir cuentas.

En todo esto, que comprende el vasto predominio entre sus páginas, este libro es una crítica poderosa y condenatoria de las muchas formas en que el “Consenso del Covid” fue un desastre, en especial para los jóvenes y los pobres y aquellos fuera de la clase que usa computadoras portátiles (de ella a algunos les fue muy bien durante los años del Covid). Por todo esto, de todo corazón le recomiendo este libro.

Así que, ¿en dónde se equivoca? Como objeción, encontré varias digresiones sarcásticas dirigidas hacia el anterior presidente Trump, que fueron tan cansinas en cuanto eran totalmente predecibles. Y, si bien los autores admiten que el ala izquierda de la política no se cubrió de gloria, se intenta que ese punto no llame la atención. Es cierto, como lo señalan los autores, que el gobierno sueco era de centro-izquierda, uno que se desempeñó más admirablemente que cualquier otro gobierno nacional en el mundo rico. Pero, fuera de Suecia, por mucho los izquierdistas fueron los mayores animadores a favor de las cuarentenas y otras políticas estatales draconianas.

De todos los estados de Estados Unidos que se resistieron a la fuerza plena de la manía de la cuarentena, todos tenían gobernadores republicanos – mientras que California y Nueva York fueron superados por Florida, Texas, y Dakota del Sur (según el criterio propio de los autores que incluye mantener abiertas las escuelas). En Gran Bretaña, a Boris Johnson y los tories [conservadores] les fue mal, pero el laborismo estaba presionándolos para que fueran más firmes y estrictos en cada medida despótica. Y, aún en lo referente a órdenes de vacunarse, algo que correctamente los autores aborrecen, le fue peor, y mucho peor, al lado de la izquierda de la política a través de la angloesfera. (Estados Unidos es el último país que aún, ahora mismo bajo la administración de Biden, no permite la entrada a ciudadanos no vacunados, aunque no haya base científica para esta regla.)

En cuanto a medios de comunicación, aquellos inclinados hacia la izquierda apoyaron más las cuarentenas que los de derecha. Parece que uno necesitaría ciertos principios económicos básicos muy diferentes para leer el último capítulo como ataque convincente hacia la política y economía conservadora [liberal clásica]. Por una parte, la clase corporativa (hablando en términos generales) vota a favor y da donaciones a los demócratas. Por ejemplo, difícilmente las muchas críticas de los autores hacia Bill Gates son ataques a un conservador identificado como tal. Cualquier rasgo autoritario entre capitalistas es uno, con toda probabilidad, de un partidario de los demócratas o del laborismo.

Pero, son objeciones en el esquema más amplio del esfuerzo de este libro de tratar de asegurar que esa mano dura jamás vuelva a imponerse. En ese frente, es un esfuerzo maravillosamente poderoso y convincente. Merece una audiencia amplia, hasta entre aquellos de nosotros que pensamos que los principios políticos y económicos básicos de los autores están equivocados. Cómprelo y déselo a alguna persona pro cuarentena que usted conozca. Le odiará a usted a menos que ella lea el libro.

James Allan es profesor Garrick en Derecho en la Universidad de Queensland, Australia.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.