LA DEFICIENCIA DE DESCRIPCIONES POPULARES DEL LLAMADO “DÉFICIT COMERCIAL”

Por Donald J. Boudreaux
American Institute for Economic Research
5 de julio del 2023

Nota del traductor: la fuente original en inglés de este artículo es donald j. boudreaux, american institute for economic research, trade deficit, July 5, 2023. En él podrá leer enlaces relevantes originalmente en letra azul en el texto.

Escribo mucho sobre el llamado “déficit comercial.” Lo hago no porque me obsesionan discusiones y debates que tratan de este artefacto contable, sino porque ningún otro concepto en economía es más mal comprendido que este. Y, por desgracia, este mal entendimiento es sustento rico para la bestia destructora del proteccionismo.

Describo al “déficit comercial” como el “llamado” porque lo que se caracteriza como un “déficit comercial” -un exceso de importaciones del país, medidas en dinero, más allá de sus exportaciones- es puramente definicional. Correctamente entendido -como se explicará en esta y subsecuentes columnas- el llamado “déficit comercial” no significa un fenómeno económico que se describe justificablemente como un “déficit.”

Las variedades de confusión sobre este artefacto contable son muchas, y cada una de estas fallas merece exponerse. Pero, ninguna de estas confusiones es más tonta que la que surge de la hablada acerca del “déficit comercial de mercancías” (o de “bienes”).

LOS SERVICIOS TAMBIÉN SON VALIOSOS

Muy a menudo, cuando comentaristas o políticos se quejan acerca del déficit comercial de Estados Unidos, tienen en mente sólo el comercio de bienes o mercancías -es decir, sólo el comercio de ítems tangibles, como frijoles de soya, acero, llantas, y textiles. Se ignora el comercio en servicios. De hecho, la Oficina del Censo de Estados Unidos regularmente reporta acerca del “déficit de bienes” que cada mes rutinariamente experimenta Estados Unidos en su intercambio con el resto del mundo. Siempre que, como es casi siempre el caso, nosotros, los estadounidenses, en algún mes importamos más bienes de los que exportamos, tal resultado se describe como un “balance negativo en el comercio de bienes.” Negativo. Suena malo.

Pero, no es ni malo ni bueno. No tiene sentido.

Mucho más de tres cuartos del PIB de Estados Unidos es servicios, todo desde Jack el jardinero que corta su jardín hasta Jill la neurocirujana que remueve el tumor en el cerebro de su vecino. Desde hace muchas décadas, la mayoría de estadounidenses ha tenido ventajas comparativas en producir productos clasificados como “servicios.” Y, dado que tener una ventaja comparativa es tener muchas desventajas comparativas, la mayoría de nosotros, los estadounidenses, por mucho tiempo hemos tenido una desventaja comparativa en producir bienes. Así, no es una sorpresa que Estados Unidos sea hoy el mayor exportador del mundo en servicios.

Por tanto, tampoco debería ser una sorpresa que, mientras los estadounidenses importamos más bienes de los que exportamos, exportamos más servicios de los que importamos. Con regularidad, Estados Unidos tiene un llamado “balance positivo de comercio en servicios,” con muchas de estas exportaciones de servicios pagando por los bienes que importamos.

¿Y qué?

Así que esto: Preocuparse por el “déficit comercial en bienes” de los estadounidenses no tiene más sentido que preocuparse por el “déficit comercial en bienes” gestionado por Taylor Swift. La señorita Swift, después de todo, es como la mayoría de estadounidenses: ella se especializa en producir y vender servicios, y para comprar bienes usa algo de este ingreso proveniente del sector servicios. Y, así como la señorita Swift se empobrecería inmensamente si fuera a cambiar sus hábitos de trabajo para vender más bienes de los que compra, si nuestro gobierno fuera a arreglar que exportemos más bienes de los que importamos, nos empobrecería inmensamente.

Dado que los servicios tienen un valor económico no inferior al que tienen los bienes, es absurdo aislar algunas de estas
formas de productos valiosos -esto es, bienes- y, luego, medir y reportar las compras y ventas de un país de esa única forma de producción.

Tal medición y reporte es exactamente tan sin sentido como lo sería la medición y reporte de exportaciones e importaciones según sea el color. Por ejemplo, el gobierno de Estados Unidos podría registrar el valor agregado de todo el maíz, lápices, limones, y otras cosas amarillas que exportamos, y, también, registrar el valor agregado de todos los girasoles, miel, mantequilla y otras cosas amarillas que importamos, y cada mes emitir un reporte del saldo comercial de Estados Unidos de cosas amarillas. Este ejercicio se podría hacer para todos los otros colores de exportaciones e importaciones Se encontraría que Estados Unidos tiene un “balance comercial negativo” en algunos colores y un “balance comercial positivo” en otros colores, pero, ¿cuál sería el punto para tal ejercicio (excepto, tal vez, para armar mejor a los agricultores estadounidenses de maíz al hacer cabildeo para mayores subsidios)? El sentido común correctamente nos dice que los colores de las exportaciones e importaciones económicamente no tienen sentido.
Obviamente, se deduce que un reporte de que el mes pasado Estados Unidos tuvo un “balance negativo en el comercio de cosas amarillas” no sería razón para preocuparse (y una justificación no creíble para más subsidios a agricultores del maíz), al igual que no sería causa para celebrar un reporte de que el mes anterior Estados Unidos tuvo “un balance positivo en el comercio de cosas azules”. Económicamente ambas cosas no tendrían sentido.

La clasificación de productos comprados y vendidos en mercados internacionales según si esos productos son económicamente tangibles, no se justifica más de lo que sería la clasificación de estos productos según sus colores.
Pero, a diferencia de la última clasificación, la primera es rutinariamente se lleva a cabo y se escribe acerca de ella -y pontificado - como si estuviera cargada de sentido económico. Este hecho por sí sólo es evidencia poderosa de que el entendimiento de la oficialía acerca del comercio internacional es seriamente defectuoso. Cualquier que encuentra significado en un “balance del comercio de bienes” es alguien cuyo pensamiento acerca de la economía del comercio es tan incompetente, que cualquier cosa que él o ella diga acerca del comercio no merece atención seria.

¿QUÉ DE UN BALANCE DE LOS BIENES Y SERVICIOS?

Los asuntos mejoran un poco cuando lo que se da a entender por el llamado “déficit comercial” es un exceso de importaciones de bienes y servicios sobre las exportaciones de bienes y servicios. Medir los valores combinados de bienes y servicios comerciados internacionalmente, al menos evita la trampa de suponer que la producción y consumo de algunos tipos de productos económicos (por ejemplo, cosas tangibles) es inherentemente mejor o peor que la producción y consumo de algunos otros tipos de productos económicos (por ejemplo, cosas intangibles). Pero, aun cuando el valor de los bienes comerciados se combina con el valor de los servicios intercambiados, cualquier hallazgo de un “déficit comercial” o “superávit comercial” es altamente engañoso.

Si este mes nosotros, los estadounidenses, importamos más bienes y servicios de lo que exportamos -esto es, si tenemos un llamado “déficit comercial”- una conclusión, obtenida comúnmente por gente que está pobremente informada acerca del comercio internacional, es que la diferencia entre el valor de lo que exportamos y el valor de lo que importamos debe ser “financiado” ya sea por una extensión de crédito por extranjeros a estadounidenses o por estadounidenses que lanzan activos a extranjeros. Si esta conclusión común fuera correcta, entonces, los déficits comerciales de Estados Unidos, de hecho, reducirían la riqueza neta de los estadounidenses como grupo. Con cada mes de déficits comerciales, nosotros, los estadounidenses, o bien caemos más profundo en deuda con no estadounidenses, o se reduce el valor de los activos que poseemos. De la forma que sea, declinaría nuestra riqueza neta.

Por suerte, esta conclusión frecuente es espectacularmente incorrecta. Estados Unidos empezó en 1976 con lo que serían, a fines del 2023, déficits comerciales anuales ininterrumpidos durante un periodo de 48 años. 1976 es el año en que me gradué de colegio, y 2023 el año en que alcancé la edad de retiro tradicional de 65. Así que, durante toda mi vida adulta entera y extensa, Estados Unidos ha tenido déficits comerciales. Si los déficits comerciales de Estados Unidos de verdad reducen la riqueza neta de los estadounidenses, para ahora seríamos una nación de paupérrimos. Pero, no lo somos. Ni siquiera remotamente.

Por ejemplo, la riqueza neta real de las empresas corporativas no financieras en Estados Unidos es hoy 354 por ciento más elevada de lo que era en 1975, último año en que Estados Unidos no tuvo déficit comercial. (Llegué a este cálculo tomando de aquí las cifras disponibles en dólares corrientes y ajustándolas por la inflación, usando este calculador del índice de Gastos de Consumo Personal.)

Aún más revelador, el primer trimestre del 2022 la riqueza neta real de los hogares estadounidenses llegó al pico más alto de todos los tiempos y aún hoy está cerca de esa altura. Puedo encontrar datos consistentes sobre la riqueza neta de los hogares regresando tan sólo al último trimestre de 1987, pero, dado que ninguna persona informada cree que los hogares estadounidenses tuvieron una riqueza neta menor en 1987 que en 1975, no obstante esos datos que puedo encontrar son útiles. Al ajustarlos por la inflación revelan que, en el 2023, la riqueza neta real de los hogares estadounidenses es 257 por ciento más alta de lo que fue en el trimestre final de 1987.

A propósito, ninguno de los dos felices hallazgos de arriba puede descartarse haciendo ver que los Estados Unidos de hoy tienen una población mayor. La población de Estados Unidos es sólo 55 por ciento mayor de lo que era en 1975 y sólo 40% más alta de lo que fue en 1987. De hecho, en una base per cápita, los estadounidenses somos mucho más ricos de lo que éramos cuando Estados Unidos tuvo el último superávit comercial – una realidad que es prácticamente imposible de cuadrar con afirmaciones comunes acerca de los déficits comerciales de Estados Unidos.

El cuento convencional de los déficits comerciales falla tan intensamente en calzar con la realidad porque, quienes cuentan este cuento convencional, nunca se preocupan por intentar seriamente entender por qué los extranjeros están dispuestos, década tras década, a enviar a Estados Unidos más bienes y servicios de los que ellos reciben a cambio desde Estados Unidos. Como explicaré en una columna futura, los extranjeros, dispuestos y consistentemente, exportan más a Estados Unidos de lo que importan desde Estados Unidos, debido a que ellos invierten en Estados Unidos – y lo hacen en maneras que, lejos de despojar de activos a Estados Unidos y los estadounidenses, aumentan productivamente aquí el stock de capital.

Donald J. Boudreaux es compañero sénior del American Institute for Economic Research y del Programa F.A. Hayek para el Estudio Avanzado en Filosofía, Política y Economía del Mercatus Center; miembro de la Junta Directiva del Mercatus Center y es profesor de economía y anterior jefe del departamento de economía de la Universidad George Mason. Es autor de los libros The Essential Hayek, Globalization, Hypocrites and Half-Wits, y sus artículos aparecen en publicaciones tales como el Wall Street Journal, New York Times, US News & World Report, así como en numerosas revistas académicas. Él escribe un blog llamado Café Hayek y es columnista regular de economía en el Pittsburgh Tribune-Review. Boudreaux obtuvo su PhD en economía en la Universidad Auburn y un grado en derecho de la Universidad de Virginia.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.