AMÉRICA LATINA Y LA GRAN DEPRESIÓN

Por Ibsen Martínez
Econlib
6 de abril del 2009

¿Cómo le fue a América Latina durante la Gran Depresión? ¿Qué efectos económicos tuvo la caída de 1929 a través de la región? ¿Pueden tener algún uso las lecciones del pasado a la luz de la recesión en ascenso de la actualidad?

Mientras muchos analistas de Estados Unidos y Europa desempolvaron esa palabra sombría - “depresión”- para describir la crisis global actual, una mayoría de líderes latinoamericanos descartó con vehemencia cualquier posibilidad de ver sus economías afectadas seriamente por factores externos.

No obstante, esta actitud es muy entendible pues lideres populistas dominantes de la región detestan reconocer realidades económicas duras. Así, ellos no se encuentran preparados para estudiar las experiencias históricas propias de sus países, a fin de derivar enseñanzas para las situaciones difíciles de hoy.

Pero, es razonable pensar que muchas partes interesadas -por ejemplo, funcionarios de gobierno en verdad preocupados, así como empresarios, economistas académicos y líderes sindicales- se benefician de un examen más completo de cómo nuestras repúblicas lidiaron con los problemas presentados a principios de los años treinta.

Sondear los múltiples desempeños económicos nacionales de América Latina en épocas pasadas, puede ayudar a responder preguntas como cuáles de nuestros países experimentaron las circunstancias menos extremas y cuáles las más extremas durante los treintas. También, podría contribuir a un mejor entendimiento de la transmisión internacional de los ciclos de los negocios.

LOS PRIMEROS EFECTOS: COMERCIO Y TASAS DE CAMBIO FIJAS

En vísperas de la Gran Depresión, las economías de América Latina continuaban siguiendo un modelo de desarrollo impulsado por exportaciones, que prevaleció desde ese entonces desde que la mayoría de nuestras naciones se independizó en la década de 1820 del siglo XIX. Hasta las economías más grandes eran aun altamente dependientes del comercio a fines de la década de 1920, y tenían sectores industriales relativamente pequeños. Este modelo las hizo altamente vulnerables a las condiciones adversas en los mercados mundiales de materias primas.

Considere: Durante los últimos años de la década de 1920, tres productos de exportación principales daban cuenta de al menos el 50 por ciento de los ingresos de divisas y un producto daba cuenta de más del 50 por ciento en diez países de las veinte repúblicas.

Prácticamente, todos los ingresos por exportaciones provenían de productos primarios y casi un 70 por ciento del comercio exterior se conducía con sólo cuatro países: esto son, Gran Bretaña, Estados Unidos, Francia, y Alemania.
También, era elevada la dependencia del sector público en los impuestos al comercio exterior. Por ejemplo, en Chile, fue de más del 50 por ciento durante los años veinte.

Aún más, el lento crecimiento de la economía británica en los años veinte – así como la adopción por Gran Bretaña de una paridad sobrevaluada de la libra esterlina- fue un golpe a muchos de nuestros países que tradicionalmente habían visto a Gran Bretaña como un mercado para sus productos primarios.

Por otra parte, el surgimiento de Estados Unidos como poder dominante servía de poca consolación para aquellas de nuestras repúblicas que vendían sus bienes en competencia con agricultores estadounidenses. El nuevo rol de Estados Unidos como poder económico global no dio lugar a una reducción en sus tendencias proteccionistas. En efecto, en los años treinta el principal cambio en el sistema comercial del mundo fue el crecimiento del proteccionismo. El notable arancel de Estados Unidos Smoot-Hawley y el retroceso de Gran Bretaña tras un sistema de preferencia imperial, dejó a América Latina enfrentando aranceles discriminatorios en ambos de sus mercados más grandes.

Pero, al mismo tiempo, Estados Unidos se expandió rápidamente como fuente importante de capital externo para América Latina.

La respuesta inicial de América Latina al colapso de 1929 fue la reacción ortodoxa bajo el sistema de tipo de cambio basado en el oro. La disminuida demanda extranjera de bienes latinoamericanos hizo que el oro y las divisas salieran de América Latina más rápido de como llegaban. Así, la deflación interna se agregó al impacto del colapso de las exportaciones. El colapso de las exportaciones condujo a una gran caída en el empleo. Un alejamiento de las reglas estrictas del patrón oro del período habría tenido un fuerte efecto en la subsiguiente crisis de la deuda externa de América Latina.

El abandono de las reglas del patrón oro después de 1931 condujo a una serie de impagos de deuda a través de la región. La depreciación del tipo de cambio hizo que el peso de la deuda sobre el presupuesto fuera simplemente intolerable.

Para 1934, sólo Argentina, Honduras, Haití y la República Dominicana no habían caído en impago. Habiendo ya pagado su deuda, Venezuela no necesitaba caer en impago. Eso es sólo cinco países de veinte.

Pero, de una forma que habría sido impensada en los años ochenta, los mercados financieros internacionales permitieron el impago. La razón para ello fue la importancia numérica de tenedores de bonos individuales. A diferencia de los ochenta, cuando predominaban todos los tipos de instituciones, esos tenedores de bonos individuales tenían poco poder de negociación. En consecuencia, el impago pronto aumentó la disponibilidad de divisas tanto como un 20 por ciento.

La aparición de mercados de capital dinámicos en Estados Unidos vino en un momento oportuno, en vista del excedente de capital que disminuía proveniente de mercados europeos tradicionales. Algunos académicos han considerado que este surgimiento del crédito es una bendición mixta. Según el historiador económico Víctor Bulmer-Thomas,

“En las repúblicas más pequeñas los préstamos nuevos estaban inextricablemente unidos a los objetivos de la política exterior estadounidense, y muchos países se vieron obligados a someterse al control estadunidense de las aduanas o hasta de los ferrocarriles nacionales para garantizar el pronto pago de su deuda. En algunas de las repúblicas más grandes los nuevos préstamos alcanzaron proporciones tan epidémicas que se les llegó a conocer como “la danza de los millones”. Casi no se hicieron esfuerzos para asegurar que los fondos se invirtieran productivamente en proyectos que pudiesen garantizar su pago en divisas extranjeras, y en ciertos casos la corrupción alcanzó proporciones faraónicas. Las aduanas podían ser intervenidas por funcionarios estadunidenses en busca de rectitud fiscal, pero éstos ejercían poco o ningún control sobre sus compatriotas banqueros que emitían bonos para cubrir los crecientes déficit del sector público.” [1]

El inicio de la Gran Depresión usualmente se asocia con la caída del mercado de valores de Wall Street en octubre de 1929, pero, para América Latina, algunas de las señales de advertencia llegaron antes. En muchos casos, los precios de las materias primas llegaron a un pico antes de la caída, cuando la oferta, que había sido restaurada luego de las alteraciones de la Primera Guerra Mundial- empezó a sobrepasar a la demanda. Por ejemplo, el precio del café brasileño llegó a su máximo en marzo de 1929; el azúcar cubano en marzo de 1928, y el trigo argentino en mayo de 1927.

El auge en el mercado de valores que condujo a la caída de Wall Street fue acompañado de un exceso de demanda de crédito y un surgimiento en las tasas mundiales de interés, elevando el costo de mantener inventarios y reduciendo la demanda de muchos de los productos primarios exportados por América Latina. El alza en las tasas de interés puso una presión adicional sobre América Latina por la vía del mercado de capitales, Aumentó la huida de capitales -atraída por tasas de interés más altas fuera de la región- mientras declinaron los ingresos de capital cuando el inversionista extranjero aprovechó las tasas de rendimiento más atractivas ofrecidas en Londres, París, o Nueva York. Todo el sistema financiero sufrió una presión severa.

La caída en el valor de los activos financieros luego de la caída del mercado de valores de 1929, redujo la demanda del consumidor. Los impagos de préstamos condujeron a una estrechez de crédito nuevo. Las tasas de interés empezaron a caer a fines de 1929, pero los importadores no estuvieron en capacidad o disposición de reconstruir existencias de productos primarios, al temer más restricciones al crédito y una caída más fuerte en la demanda. La caída en los precios de los productos primarios fue realmente dramática y todo país latinoamericano se vio afectado.

Entre 1928 y 1932, el valor unitario de las exportaciones cayó en más de 50 por ciento en la mayoría de países para los que hay datos disponibles; los únicos países con una caída modesta en los valores unitarios fueron Venezuela y Honduras (petróleo, bananos), en donde los precios eran administrados por compañías extranjeras y no eran un reflejo exacto de las fuerzas del mercado.

RECUPERACIÓN DEL SECTOR FINANCIERO

La depresión global que empezó a fines de los veintes se transmitió a América Latina a través del sector externo, pero, para quedar claros, también hubo una recuperación igualmente impresionante y rápida del sector financiero latinoamericano. La depresión en Europa y Estados Unidos significó una crisis catastrófica del sistema financiero de los países desarrollados, siendo las corridas de depósitos y colapsos de bancos una experiencia frecuente. En contraste, América Latina pasó a través de los peores años de la Depresión con sólo daños modestos a su sector financiero.

La estabilidad del sistema financiero latinoamericano fue aún más notable en vista de la relación estrecha entre muchos bancos y el sector exportador. Los ligámenes estrechos entre bancos de América Latina e instituciones financieras del exterior también condujeron a una dependencia en alto grado de fondos extranjeros.

Pero, varios factores ayudaron a mitigar la situación y contribuyeron a la supervivencia del sistema financiero latinoamericano. Tal vez, la razón más poderosos de esto fue las reformas financieras globales de los años veinte, alentadas en muchos casos por el profesor Edwin Walter Kemmerer. Él fue responsable de la creación de muchos bancos centrales y de otras instituciones típicas de un sistema monetario moderno, así como de elementos de un sistema impositivo moderno.

Las reformas impulsadas por el célebre “Doctor de los Bancos” condujeron a la creación de un sistema financiero mucho más centralizado, que ya tenía reglas claramente definidas en el momento en que se presentó la Gran Depresión. Una vez que se aceptó universalmente el abandono de las reglas del patrón oro, una minoría de pequeños países de la región fijó sus monedas al dólar de Estados Unidos. La mayoría de repúblicas optó por un sistema administrado de tipos de cambio múltiples.

En 1945, luego de la Conferencia de Bretton-Woods, el recién formado Fondo Monetario Interaccional (FMI) encontró que trece de los catorce países en el mundo que operaban sistemas de tipos de cambio múltiples estaban en América Latina.

Las novedades introducidas al sistema financiero significaron que, en muchos países, los cocientes de efectivo-reservas fueran muy superiores a los límites legales, así que se facilitó más absorber la declinación inevitable de depósitos. La existencia de control de cambios guardó a un número de bancos de tener que hacer pagos de intereses o capitales a acreedores extranjeros que podían haber quebrado a las instituciones.

Otra razón de la supervivencia del sistema bancario fue su rol en financiar durante los años treinta a los déficits de los presupuestos gubernamentales de América Latina. El financiamiento bancario de los déficits contribuyó en alto grado al aumento de los precios a través de América Latina luego de los treintas, pero la inflación se mantuvo moderada, En cierto momento, el sector exportador se recuperó y los bancos pudieron regresar a relaciones más normales con muchos de sus clientes tradicionales.

RESPUESTAS GUBERNAMENTALES

Puede decirse que en América Latina los años de la Gran Depresión tomaron la forma de un fuerte imperativo para el cambio y que el registro general de capacidad para el cambio fuera impresionante, A la luz de un ambiente externo generalmente hostil, la mayoría de repúblicas hizo bien en reconstruir sus sectores de exportación. Obviamente, esta capacidad de respuesta varió ampliamente entre países.

Con las excepciones importantes de Argentina y Colombia, la mayoría de países basó su recuperación de la Depresión principalmente en el sector exportador.

En Colombia, el crecimiento del sector exportador a fines de la década de los treinta fue eclipsado por un impresionante surgimiento del sector manufacturero, en particular en producción textil. En Argentina, el sector exportador -carne, trigo- se estancó en términos reales, pero, la recuperación fue posible gracias al desempeño del sector no exportador, notablemente la industria, transporte y construcción. México se benefició de reformas importantes en la tenencia de la tierra, así como de la expansión de una industria petrolera nacionalizada.

Aunque Brasil registró una recuperación importante de las exportaciones hacia finales de los años treinta, su economía empezó a cambiar en favor de la industria.

Pero, en Cuba el impacto de la Gran Depresión fue devastador, El acuerdo comercial del Nuevo Trato facilitó el acceso de manufactureros estadounidenses al mercado cubano, mientras que la dependencia arraigada en el azúcar forzó a la economía a permanecer completamente ligada a ese bien, asegurando, por tanto, el fracaso de cualquier proyecto de diversificación.

CONCLUSIÓN

La Gran Depresión obligó a muchos gobiernos y élites económicas latinoamericanas a tomar decisiones difíciles acerca de políticas de tipo de cambio, monetarias y fiscales. Esas elecciones marcaron un alejamiento claro del modelo que había prevalecido en la región por casi un siglo. Podríamos decir que el nuevo modelo implicó una “respuesta de la industrialización” a la crisis.

Así, Argentina, Brasil, México, Colombia, y, en menor grado, Chile y Uruguay, tomaron ventaja de las extraordinarias condiciones de limitada duración enfrentadas por el sector manufacturero, una vez que la demanda doméstica empezó a recuperarse.

En el resto de nuestros países, aunque comparativamente de forma menos pronunciada, la expansión de la tierra y la mano de obra permitieron una diversificación significativa de la agricultura. En la mayoría de los casos, fue posible el impago de la deuda sin sanciones, pues tanto ni los préstamos como la inversión directa se podrían esperar en esos tiempos difíciles.

Como lo expone Rosemary Thorp en su libro de 1998 Progress, Poverty and Exclusion: An Economic History of Latin America in the XX Century [Progreso, pobreza y exclusión: una historia económica de America Latina en el siglo XX], “El mundo flexible aunque no bondadoso de los años treinta permitió la ‘recuperación’ por medio de quiebras, estrechez de márgenes e incluso hambre en forma de salarios reducidos… La inflación no eliminó los beneficios de la devaluación del tipo de cambio, de forma que las exportaciones pudieron ser estimuladas… Todo esto presagia en la imagen de espejo el relato de un cuento muy diferente 50 años más tarde.”

Los cambios llevados a cabo en respuesta al impacto de la Gran Depresión fueron suficientes para permitir que los años treinta se describan como marcando la transición definitiva de América Latina desde un desarrollo basado en exportaciones hacia uno que mira hacia el interior.

NOTAS AL PIE DE PÁGINA

[1] Víctor Bulmer-Thomas, The Economic History Of Latin America Since Independence, Cambridge University Press, 1994, p.161.

Ibsen Martínez es un columnista, periodista, y escritor ganador de premios de Caracas, Venezuela. Sus escritos han aparecido en El Nuevo Herald de Miami, Letras Libres de Madrid, y El País de Madrid. A partir de 1995, ha escrito una columna semanal para El Nacional.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.