Tal vez este comentario ayude a comprender la diferencia entre el mercantilismo y el capitalismo, como lo esbozó Smith en su momento. Tal vez ese afecto por el mercantilismo se deriva de un más elevado aprecio por el proteccionismo.

ACERCA DE LOS ORÍGENES MERCANTILISTAS Y MONÁRQUICOS DEL CONCEPTO DE LA “BALANZA COMERCIAL”

Por Donald J. Boudreaux
American Institute for Economic Research
26 de junio del 2023

“Sin embargo, nada puede ser más absurdo que toda esta doctrina de la balanza comercial.” – Adam Smith (Investigación en la Naturaleza y Causas de la Riqueza de las Naciones, 1776)

Economistas a partir de Adam Smith repetidamente han desacreditado cada uno de los muchos mitos engendrados al “razonar” acerca de la llamada “balanza comercial.” Pero, esos mitos persisten tercamente. La razón de esta persistencia es que estos mitos son muy convenientes para el caso a favor del proteccionismo.

Observado directa y honestamente, es risible el caso a favor del proteccionismo como medio para aumentar la prosperidad de la nación. Hasta estudiantes de primer grado entienden la tontería de argüir que la gente tendrá mayor acceso a los bienes y servicios, si y cuando artificialmente el gobierno restringe el acceso de la gente a los bienes y servicios. El proteccionismo es el equivalente económico del argumento de que 10-3 = 15.

Por tanto, para ocultar el absurdo del proteccionismo, sus vendedores ambulantes lo despliegan entre el público en medio de humo y espejos – un fraude que, en apariencia, no sólo no engaña a la audiencia, sino, muy a menudo, a los mismos vendedores ambulantes. Y no hay humo más espeso o espejos más distorsionados que afirmaciones acerca de la balanza comercial. Para limpiar el humo y enderezar los espejos, es útil revisar los orígenes del concepto de la llamada “balanza comercial.”

UNA RELIQUIA DEL DESPOTISMO REAL

La balanza comercial -el “balance” entre el valor de las importaciones de un país y el valor de sus exportaciones- se remonta, como concepto, a la era cuando la corona pensaba de sí misma, y la gente pensaba de la corona, como encarnación de la nación. En ese contexto, el concepto tenía algún sentido. El Rey Luis tenía que mantener una familia, una corte, y, más importante, un ejército. Y, para ello, necesitaba ingresos para cubrir esos gastos. Si regularmente sus ingresos se quedaban cortos ante sus egresos, estaba destinado a ser Luis Ex Rex o, más posible, Luis El Último.

En la mente de Luis (y aquellas de sus ministros), país, gobierno, y economía nacional, todos, eran sinónimos. Hay un pequeño paso entre esta concepción de la nación y su economía y la conclusión que la economía nacional es una organización similar a una empresa comercial – una organización cuyo desempeño económico se puede describir bajo conceptos contables y herramientas como una hoja de balance y declaración de ingresos. Los dueños y administradores de esta economía -esta “Nación, Inc.,”- por supuesto, eran Luis y sus ministros. Y ellos luchaban por administrar la nación tal como se administraba cualquier empresa en busca de ganancias: producir bienes para la venta, con el objetivo de obtener ingresos por esas ventas que excedan, tanto como sea posible, los costos de producir esos bienes.

Así como una firma obtiene ganancias produciendo bienes para la venta a entidades distintas de ella -para consumidores y otras firmas y organizaciones- el reino de Luis lograba ganancias al producir bienes para la venta fuera de ella misma; esto es, a gente en otros países. Y, entre más altas eran las ventas por exportaciones, en comparación con la cantidad de dinero que el reino de Luis gastaba en importaciones, mayores eran las “utilidades” del reino de Luis.

Dada esta noción de la economía nacional, principalmente se pensó de los ciudadanos como fuentes de ingreso. Ellos existían no para sí mismos y sus familias, sino para beneficio de Luis y su corte. Cada vez que los súbditos importaban cosas, esas cosas eran pagadas con dinero – en aquel entonces, principalmente oro y plata. Por tanto, las importaciones hacían que el dinero saliera del reino de Luis, ocasionándole al reino de Luis una salida sin ambigüedad de riqueza.
Pero, cada vez que estos súbditos exportaban cosas, el dinero fluía hacia el reino de Luis, aumentando la riqueza del reino. Así, entre mayor el exceso de exportaciones sobre importaciones, más alta la entrada de dinero -de ganancias- al reino de Luis. Para maximizar las ganancias de Luis, se desalentaba la importación a la vez que se estimulaba la exportación.

Como eran vistas por Luis y su corte, las importaciones sólo eran útiles, y en tanto pudieran facilitar en el futuro cercano más exportaciones. Por ejemplo, las importaciones de materias primas pueden expandir la habilidad del país para producir productos terminados valiosos para exportarlos. Pero, las importaciones que amplían la habilidad de los consumidores para consumir dañan la economía nacional, al enviar dinero afuera sin que aumente la habilidad de la nación para incluso traer más dinero por medio de exportaciones.

En contraste, las exportaciones son maravillosas en tanto los bienes que se exportan no sean en sí mismos insumos muy escasos para producir exportaciones futuras.

Si el ministro de finanzas tenía éxito, anualmente las exportaciones excedían las importaciones. Crecía la cantidad de metales preciosos en el tesoro de Luis, lo que le permitía expandir el esplendor de su corte y poder de sus militares. Sí, tenía sentido describir un exceso de exportaciones sobre importaciones -un excedente comercial- como una “balanza comercial favorable,” y su opuesto, un exceso de importaciones sobre exportaciones – un déficit comercial- como una “balanza comercial desfavorable.” Bueno, tales descripciones tenían sentido, al menos para Luis y su corte. Sin embargo, para casi la totalidad de súbditos de Luis, no había nada especialmente favorable de lograr una “balanza comercial favorable.”

Las exportaciones producidas por el trabajo arduo de los súbditos de Smith fueron intercambiadas, no para propósitos de aumentar el acceso de los ciudadanos a bienes reales suplidos por extranjeros, sino con el objetivo de acumular metales preciosos – que, tan brillantes como son estos objetos para contemplarlos, no se pueden comer, coser en las ropas, ensamblar como viviendas, o usar en algo más que como joyería y dinero. Y, si bien el dinero es valioso como medio de cambio, precisamente porque el dinero en sí no puede consumirse, el dinero tiene valor en el tanto es intercambiable por bienes y servicios reales -intercambiable por cosas como comida, ropa, abrigo, muebles para el hogar, transporte, y cuido médico. Dado que la política comercial del Rey Luis era conducida para llenar al país -y, sobre todo, la propia casa de contabilidad de Luis- de dinero, en vez de bienes y servicios reales, los súbditos de Luis trabajaron duro para suplir a extranjeros con cosas como comida, ropa, y mobiliario para los hogares, a la vez que, a cambio, debido a que la importación era desalentada, recibían de los extranjeros relativamente pocos bienes reales.

El comercio internacional era valioso para Luis y sus aduladores sólo porque, y en el tanto en que, aumentaba la existencia de dinero en el reino y tesoro real de Luis.

De nuevo, para monarcas y otros potentados, esta política comercial mercantilista era racional, en especial porque cualquier rey o reina que gobernara durante el uso exitoso de esa política, disfrutaría de un tesoro en expansión, con el poder de comprar, si era necesario, armas, soldados, y armadas.

Pero, como lo explicó con brillantez Adam Smith, si el objetivo de la política económica es -como debería serlo- el logro de una prosperidad tan grande como fuera posible para la gente ordinaria, falla el mercantilismo. Empobrece a la gente ordinaria en vez de enriquecerla.

A pesar de lo anterior, hoy en día continuamos confundiendo términos mercantilistas y suposiciones mercantilistas erradas.

Los más confusos de todos los términos mercantilistas, ahora el lector no se sorprenderá con aprender, son el “balance comercial favorable” y el “balance comercial desfavorable.” Dado que el objetivo final de toda actividad económica, incluso el comercio con extranjeros, es aumentar la habilidad de uno para consumir, describir como “favorable” una situación en que la gente del país natal transporta muchos bienes y servicios reales a extranjeros y recibe a cambio cantidades menores de bienes y servicios reales, con la diferencia convertida en dinero, es, en efecto -como la llamó Adam Smith- un absurdo. Pero, todavía hoy persiste ese lenguaje, construyendo sutilmente en las mentes, tanto de quienes hablan como quienes escuchan, un sesgo contra las importaciones y una incomprensión del propósito de exportar.

La suposición mercantilista más equivocada es que la nación es una unidad productiva gigantesca, cuyo desempeño puede determinarse y mostrarse adecuadamente con las mismas herramientas contables, en especial, hojas de balance y declaraciones de ingresos, indispensables para medir el desempeño de las empresas. Pero, el ejercicio de una economía no puede ser exactamente determinado y mostrado. A diferencia de una empresa en busca de ganancias, una economía no existe para maximizar la cantidad de dinero que obtiene, neta de sus costos, en las ventas de sus productos. No obstante, persiste la práctica de clasificar las compras, ventas, y flujos de inversión internacionales, como si fueran transacciones de una corporación en busca de utilidades gigante y única. La confusión resultante no es sólo académica; despliega actitudes hacia el comercio -y, por tanto, da origen a políticas comerciales- que son económicamente destructivas.

Donald J. Boudreaux es compañero sénior del American Institute for Economic Research y del Programa F.A. Hayek para el Estudio Avanzado en Filosofía, Política y Economía del Mercatus Center; miembro de la Junta Directiva del Mercatus Center y es profesor de economía y anterior jefe del departamento de economía de la Universidad George Mason. Es autor de los libros The Essential Hayek, Globalization, Hypocrites and Half-Wits, y sus artículos aparecen en publicaciones tales como el Wall Street Journal, New York Times, US News & World Report, así como en numerosas revistas académicas. Él escribe un blog llamado Café Hayek y es columnista regular de economía en el Pittsburgh Tribune-Review. Boudreaux obtuvo su PhD en economía en la Universidad Auburn y un grado en derecho de la Universidad de Virginia.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.