CAOS EN COLOMBIA

Por Edgar Beltrán
Law & Liberty
13 de junio del 2023

Hace diez meses, Gustavo Petro fue electo como el primer presidente abiertamente del ala izquierda de la moderna Colombia. Desde ese entones, la situación de Colombia ha sido crecientemente tumultuosa cuando, al inicio, partidos del centro y centro derecha trataron de moderarlo, promoviendo partes de su agenda a cambio de posiciones en su gabinete. Esta estrategia finalmente fracasó cuando ellos rechazaron su reforma de salud, y crecieron los escándalos políticos. Más recientemente, el suicidio del coronel Óscar Dávila, una figura clave en un escándalo político, ha planteado la especulación acerca de un posible asesinato político.

Al inicio, muchos eran optimistas acerca de la presidencia de Petro. Al principio desplegó unas hasta ese entonces no vistas habilidades de negociación, simplificando la mayor parte de su agenda. Sin embargo, lenta pero ciertamente, su coalición, la que incluía los dos partidos más tradicionales de Colombia y el partido del anterior presidente y ganador del premio Nobel Juan Manuel Santos, empezó a flaquear.

Como respuesta, empezó a coquetear con el autoritarismo, y dio un fuerte giro hacia la izquierda. Petro despidió a más de la mitad de su gabinete, incluyendo posiciones claves como los ministerios del Interior, Salud, Finanzas, y Agricultura, y los rellenó con leales. En un discurso el 1 de mayo en celebración del Día de los Trabajadores, amenazó con iniciar una revolución si su agenda no se aprobada. También, le dijo al Fiscal General (que en Colombia lo escoge la Corte Suprema, no el presidente y quien pertenece al poder judicial) que él era la “cabeza del estado y, así, su jefe.”

Claramente, esto es preocupante. Pero, para entender la llegada al poder de Petro y su flirteo con el autoritarismo, debemos entender de dónde proviene, y cómo Colombia se llegó a enamorar de Petro.

A los 17, Petro se hizo miembro del Movimiento 19 de abril (M19), un grupo de guerrilla urbana conformado principalmente por jóvenes educados de clase media a alta, cautivados por el marxismo. El M19 es mejor conocido en Colombia por el infame ataque a la Corte Suprema en 1985, cuando fueron asesinados doce Jueces de la Corte Suprema junto con casi otras 100 personas – muchas de ellas a sangre fría por el M19, otros quemados en incendios que sobrevinieron, y aún otros fueron objeto de disparos en un fuego cruzado entre el M19 y el Ejército y la Policía de Colombia.

Petro, quien en esa época era un concejal, no estaba en el palacio, pero servía una sentencia en prisión por almacenar armas ilegalmente. Luego que se desbandó el M9 en 1990, Petro aconsejó volver a escribir la Constitución de Colombia en 1991 y fue electo como congresista, lo que desataría una larga carrera política que incluiría un cargo diplomático en Bélgica, un período de ocho años como congresista, un lapso de cuatro años como senador, cuatro años como Alcalde de Bogotá, y dos intentos fallidos como candidato presidencial.

A pesar de lo anterior, montado en una ola de descontento que condujo a protestas violentas masivas en el 2021, Petro sería electo presidente en el 2022.

En la mayor parte de su historia contemporánea, Colombia tuvo un sistema bipartito de gobierno. Excepto por la dictadura de cinco años de Gustavo Rojas Pinilla, Colombia fue gobernada por el Partido Conservador o el Partido Liberal entre 1900 y el 2002, hasta la presidencia de Álvaro Uribe Vélez, quien terminó con el bipartidismo tradicional. Uribe les dio un golpe mortal a las guerrillas en el país, y se convirtió en el hacedor de reyes luego de sus ocho años en la presidencia: el siguiente presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, fue su ministro de Defensa (aunque luego rompería con Uribe), y su sucesor, Iván Duque, fue el candidato de Uribe en el 2018.

Pero, la forma confrontativa de hacer política de Uribe, quien llegó tan lejos como armar a civiles para encarar a las guerrillas, sembró la división en el país. El controversial acuerdo de paz de Santos y la presidencia mediocre de Duque, que se topó con las violentas protestas del 2021 que casi terminaron su presidencia, sólo empeoró las cosas y abrió el camino para un candidato antisistema. Muchos colombianos estaban cansados con las élites tradicionales. Y Petro, un hombre que había estado involucrado con la política colombiana durante 30 años, denunciando la corrupción del sistema y pidiendo una reforma radical de ala izquierda al sistema político colombiano, se montó en la ola.

Petro derrotó por poco a Rodolfo Hernández, otro candidato de las afueras, en la elección del 2022 por un 3%. Su alianza sólo obtuvo 39 de 109 asientos en el Senado, y 70 de 188 en la Casa de Representantes, difícilmente lo suficiente para convertir a Colombia en el paraíso socialista que tenía en mente. Muchos pensaron que él sufriría de las mismas restricciones que Duque durante los cuatro años previos: sin suficiente apoyo parlamentario, su gobierno se vararía y quedaría limitado a unos pocos discursos y decretos ejecutivos. Serían otros cuatro años mediocres para Colombia. Después de todo, Petro se ganó la vida confrontando a la clase política tradicional y clamando contra su corrupción. Él era un boxeador, no un jugador de ajedrez.

Lo que ellos no esperaron fue que Petro era lo suficientemente audaz como para jugar de bueno con los partidos tradicionales: él ofreció posiciones en su gabinete tanto a los partidos Conservador así como Liberal, y al partido de la U (el partido del anterior presidente Santos) y prometió moderar algo su posición (por ejemplo, diciendo que no sharía más simple la expropiación) A cambio, estos partidos aprobarían rápidamente su agenda. Con su apoyo, él tenía mayoría de dos tercios en ambas salas del Congreso, más que suficiente para convertir su proyecto en ley.

Al inicio, estuvo en capacidad de hacerlo. Rápidamente pasó una reforma tributaria, la ley de “paz total” que establece un nuevo marco de negociación con los carteles de la droga y las guerrillas en el país, y parte de su programa de reforma agraria para darles tierra a pequeños agricultores.

Pero, una reforma contenciosa a la salud mostró que, ante los ojos de Petro, trabajar con su coalición era un acto de balance insuperable. Es la Colombia que tiene en su cabeza mesiánica o nada. A fines de abril, la reforma fracasó en lograr el voto en el Congreso.

El hombre más rico de Colombia, Luis Sarmiento, se movió con rapidez para duplicar sus donativos a los partidos políticos tradicionales de Colombia, incluso aquellos en la coalición gubernamental, lo que le dio a Petro mayor razón para alegar que las élites del país estaban tratando de derribar su proyecto. Luego de esto, la cara mejor conocida de Petro -el populista con impulsos autoritarios- se mostró para que todos la vieran.

“Ellos se están burlando de la decisión de los votantes y eso no debería ser,” dijo Petro en una conferencia de prensa. “Pienso que el gobierno debe declararse a sí mismo en emergencia.”

Luego de enfrentar un único tropiezo legislativo, Petro amenazó con crear un gobierno de emergencia que le daría más poder a él. Redactó un Plan de Desarrollo Nacional que incluye medidas para darle al presidente poderes extraordinarios para asuntos ambientales y de seguridad en línea. Sin embargo, el Plan aprobado a principios de mayo no incluye tales provisiones.

Entonces, él le pidió al gabinete en pleno su renuncia. En total, 12 de sus 19 ministros habían sido reemplazados en sus primeros nueve meses, siete de quienes fueron después del berrinche de Petro, además del jefe de gabinete.

“La invitación para formar un pacto social para el cambio [en Colombia] se rechazó,” anuncio Petro en su cuenta de Tuiter – un claro trasfondo dirigido hacia los partidos tradicionales que trataron de calmar a Petro y moderar su agenda.

Todos los ministros despedidos eran miembros moderados de su coalición, como su ministro de finanzas, José Antonio Ocampo, miembro del Partido Liberal. Introduzca a izquierdistas de línea dura y algunos de quienes le apoyan más fuertemente, que sobrevivieron la puerta giratoria de su período como alcalde de Bogotá (cuando en cuatro años más de 50 personas pasaron por su gabinete de nueve miembros).

Aún peor, el intento de los partidos de calmar a Petro y unirse a él en el gobierno creó un problema mayor: la rebelión interna. Algunos miembros de los partidos Conservador, Liberal, y U aún desean apoyar a Petro e impulsar su agenda. Petro está apostando que puede tener éxito al negociar individuamente con miembros de los tres partidos en el Congreso, en vez de lidiar con el liderazgo de los partidos. En este momento, podría funcionar.

Él despidió a la asediada ministra de salud Carolina Corcho, al reemplazarla por el camaleón del ala izquierda Guillermo Alfonso Jaramillo. Jaramillo sirvió bajo Petro como su secretario de salud en Bogotá, al igual que lo hizo el nuevo ministro de finanzas, Ricardo Bonilla. También, nombró a Carlos Ramón González, un antiguo miembro de la guerrilla e izquierdista inflexible, como jefe de gabinete.

Y, entonces, pasó a la ofensiva. En un discurso del primero de mayo desde el balcón presidencial, él indicó una disposición de apoderarse de la propiedad privada, al decir “La gran revolución en progreso requiere una clase trabajadora movilizada, organizada, unida y luchadora, este gobierno quiere una alianza profunda, inquebrantable, con el pueblo trabajador.”

“La tierra es para quien la trabaja,” dijo él. “Tiene una función social, una función ambiental. La tierra no es para un grupo feudal y herederos de dueños de esclavos que la mantienen… y la defienden matando a gente pobre.” Agregó el, “El gobierno tiene que tomar la tierra.”

Esto es preocupante, pero no fue la peor parte.

“No es suficiente con ganar los comicios, el cambio social implica una lucha permanente y la lucha permanente tiene su lugar con gente movilizada, y a la cabeza de esa gente deben estar los jóvenes, la gente trabajadora, la clase trabajadora. El intento por frenar las reformas podría conducir a una revolución,” agregó en el discurso, en el que se comparó a sí mismo con Simón Bolívar, el liberador venezolano de Colombia.

La amenaza de revolución no pasó desapercibida.

Dos días más tarde, el 3 de mayo, 3.600 hombres de la llamada Guardia Indígena marchó hasta las premisas del Congreso de Colombia, vestidos de negro, con los rostros cubiertos y garrotes en sus manos, mientras el Congreso discutía el Plan de Desarrollo Nacional de Petro. Muchos medios locales consideraron esto como un intento inaceptable de intimidar al Congreso para que aprobara las reformas de Petro, y la Guardia volvió el jueves, momento en que el plan era aprobado.

Pero, Petro no se detuvo ahí. El 26 de abril compartió un reporte noticioso que decía que un fiscal, Daniel Hernández, ocultó información acerca de asesinatos perpetrados por el Cartel del Golfo, el cartel de drogas más poderoso de Colombia. El Fiscal General Francisco Barbosa criticó a Petro, al decir que él estaba poniendo en peligro a Hernández y su familia. Luego, el 5 de mayo, se le preguntó acerca de Barbosa, y dijo, “él se olvida que soy la cabeza del estado, y, por tanto, el jefe,” y luego volvió a repetir su posición en los medios sociales, alegando que Barbosa le había “irrespetado” como “cabeza del estado, representante de la Nación ante el mundo y el pueblo.”

En Colombia, la Corte Suprema nombra al Fiscal General, no el ejecutivo. Pareció como si Petro estuviera tratando de intervenir en otra rama del poder público – una semana después de amenazar a la rama legislativa. De inmediato, la Corte Suprema publicó una declaración en que el presidente de la corte, Fernando Castillo, declaró que el Fiscal General no tenía un superior jerárquico y que “despreciar o no entender las bases de nuestro principio de legalidad crea incertidumbre, fragmentación, e inestabilidad institucional.” Entre tanto, Barbosa dijo en una entrevista que Petro estaba tratando de terminar con “la Constitución de 1991… al materializar su intención de estar por encima de la rama judicial del poder público,” y le llamó un “dictador” que está tratando de “llevar a cabo un golpe al poder judicial.”

Ahora, Petro está enfrenando uno de los escándalos más grandes de su administración, luego que, a principios de junio, se reveló que su anterior jefa de gabinete, Laura Sarabia, llegó tan lejos cómo hacer que la policía interviniera el teléfono de su niñera luego de sospechar que ella le había robado dinero en casa de Sarabia. Entre tanto, el anterior jefe de campaña de Petro y embajador en Venezuela, el controversial Armando Benedetti, se enojó cuando nunca recibió un nombramiento a nivel de gabinete, y reveló que Sarabia le llamó para que enterrara la historia de la niñera, que condujo a Ernesto Benedetti, en una entrevista totalmente reveladora, a hablar acerca del posible involucramiento de los carteles en el financiamiento de la campaña de Petro, entre otras irregularidades.

Se estableció que el Fiscal General de Colombia interrogara al coronel Óscar Dávila en relación con una intervención telefónica no autorizada, pero él, supuestamente, se dio un balazo el día antes del interrogatorio. Esta era una entrevista que personalmente había solicitado por medio de su abogado en una carta pública. Muchos están sospechando de juego sucio, pues el primer periodista que llegó a la escena del crimen reportó que vio dos hoyos de balas.

De nuevo, Petro respondió pidiendo a seguidores que salieran a las calles – y culpó a una conspiración del ala derecha por todo el problema, También, insistió en que el Fiscal General y los medios eran los responsables del supuesto suicidio de Dávila.

Los colombianos rápidamente se han cansado de Petro. En sólo nueve meses, pasó de ser uno de los presidentes más popular de América Latina, a tener una tasa de aprobación del 35%. Aún en sus períodos relativamente benévolos, pequeños escándalos han afectado su presidencia. Su vicepresidenta, Francia Márquez, una activista negra ambientalista, ha sido criticada por usar un helicóptero gubernamental en asuntos privados. Su hijo, Nicolás Petro, fue acusado de tener ligámenes con carteles de la droga, y Petro trató de desviar la situación alegando que “él no lo había creado,” pues Petro estaba en el ejército guerrillero mientras Nicolás era un niño, así que no podía responsabilizarse de Nicolás. Esto no fue convincente pues Petro fue responsable del lanzamiento de la carrera política de su hijo. Sus intentos por aumentar la participación estatal en sectores de la economía, frenar contratos petroleros, restringir leyes laborales, y amenazar la propiedad privada, más temprano que tarde tendrán un efecto contraproducente. Y su coalición legislativa sólo ha crecido a menos, y se ha radicalizado más, en el curso del tiempo en su cargo.

Petro se ha colocado por sí sólo en un gran problema. Eligió la confrontación y desafió las instituciones colombianas, que, valientes pero escasamente, han resistido a través de guerras civiles, drogas y guerrillas. ¿Cuánto tiempo pueden ellas sobrevivir a un autócrata caprichoso?

Edgar Beltrán es un politólogo y filósofo venezolano. Actualmente estudia una maestría en Filosofía de la Religión en la Universidad Radbou, en Nijmegen, Holanda.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.