Aquí apenas estamos en la etapa de las quejas provenientes de los más diversos sectores acerca de la “baja” calidad de nuestra educación pública primaria y secundaria y pare de la privada correspondiente. Y la probabilidad de encontrar la solución a esos problemas mediante la existencia de una política de elección escolar se discute si acaso en un mínimo de sectores. Parece existir un temor de ofender el dogma de la necesariamente eficiente educación escolar primaria y secundaria tradicional pública no electa libremente. Tal vez cuando aprendamos del avance de estos esfuerzos, como en Estados Unidos, decidamos entrarle al toro por los cuernos y hacerlo libre de pasiones políticas y de dogmas ideológicos, para lograr algo mejor para nuestros hijos y nietos.

HORIZONTES LUMINOSOS PARA LA ELECCIÓN ESCOLAR

Por Frederick M. Hess
Law & Liberty
31 de mayo del 2023

Es un placer responder a tales ensayos incisivos y profundamente prácticos. Si bien hay desacuerdos entre los contribuyentes, pienso que son mucho más pequeños de lo que parecen – y entender por qué ayuda a iluminar nuestro camino hacia adelante.

El lector es impactado por lo que parecerían ser dos grandes desacuerdos. Uno es la advertencia de Daniel Buck acerca de los “peligros” de la elección escolar, que contrasta con cómo otros contribuyentes (incluyéndome) arribamos al tema. Buck nos recuerda que las escuelas públicas, “aunque imperfectas, son una de las instituciones fundacionales de la sociedad estadounidenses,” y que eso no debería descartarse ligeramente. Él advierte que los programas de elección podrían extender el alcance de una supervisión burocrática intrusiva, la que homogeneizaría las escuelas privadas.

Todo esto podría sonar como un golpe duro de rechazo a la elección escolar. Excepto que, no lo es.

Buck deja claro que está abierto a un régimen expansivo de elección educativa, en tanto también nos enfoquemos en las escuelas públicas tradicionales y tomemos en serio los desafíos postulados por la elección. Y, pienso que es seguro decir que Garnett, Wolf, y yo, estamos totalmente de acuerdo. El atractivo abstracto de la elección educativa no es lo que importa; lo que lo hace es cómo los programas funcionan en la realidad para los estudiantes, educadores, y familias.

Esa es la razón por la que, incansable y apropiadamente, Nicole Garnett y Patrick Wolf enfatizan la importancia del diseño y puesta en marcha del programa. Wolf arguye que algunas decisiones de diseño son más fáciles que otras, Garnett que cuentas de ahorro educacionales (ESASs) podrían terminar en un desastre, y ambos que fallar en seguir ganancias legislativas con una atención cuidadosa a la ejecución, es una receta para victorias pírricas.

No creo que Buck esté en descuerdo con algo de eso. Y tampoco yo.

El segundo desacuerdo aparente es la aseveración de Lindsey Burke y Jason Bedrick de que la comunidad erró el cálculo a favor de la elección al rechazar por mucho tiempo “argumentos basados en valores que apelaban a conservadores” por temor de “alienar” a aliados en la izquierda política. Ellos trazan el éxito reciente de la elección a la forma en que conflictos culturales han alimentado un apetito por la elección entre muchos más padres inclinados hacia la derecha.

Todo este podría leerse como un llamado a favor de la elección que es ideológico y performativo en busca de una guerra cultural. Excepto que, no lo es.

Burke y Bedrick advierten a lectores que ellos no están buscando una cruzada abstracta, ideológica. Como lo ponen, “Afirmamos clara y enfáticamente que creemos que los proponentes de la elección deberían tratar de apelar al número más amplio de estadounidenses y dar la bienvenida a impulsores de todas las tendencias políticas.” Ellos ven la elección alimentada por el valor como una forma práctica de enfrentar preocupaciones parentales y como herramienta para reducir lo que está en juego en nuestras guerras culturales.

Estoy de acuerdo de todo corazón, y pienso que los diversos ensayos muestran profunda simpatía por sus tesis.

De hecho, todo este intercambio podría leerse como evidencia de una evolución extraordinariamente saludable en cómo pensamos acerca de la elección escolar. El detalle de estos desacuerdos es menos acerca de animar o negar que de presuntas prácticas acerca de programas, políticas, y necesidades paternales.

Como señalé en mi ensayo anterior, la elección escolar por mucho tiempo ha sido un grito de guerra a partir de la presunción de que familias pobres deberían ser capaces de escapar de escuelas espantosas. Por muchos años, cuando impulsores de la elección arañaron modestas ganancias legislativas y jugaron a la defensiva en las cortes, esta defensa minimalista tenía cierto grado de sentido. De hecho, Garnett (muy cortés y gentilmente) me lleva a la tarea de adivinar esa estrategia. Tal vez, ella está en lo correcto. Eso es material para otra conversación.

Pero pienso, ya sea correcto o equivocado, que es muy claro que este enfoque tenía algunas consecuencias desafortunadas. Un movimiento por la elección asediado era defensivo, insuficientemente interesado en particularidades y restringido en su visión. Unas pocas anécdotas pueden ayudar a ilustrar lo que doy a entender.

Allá en el 2002, publiqué Revolution at the Margins, en que examiné cómo los programas de elección habían impactado los sistemas de escuelas públicas en Milwaukee, Cleveland, y Edgewood, Texas (hogar del programa de bonos privadamente financiados más grande del país. En resumen, era difícil ver mucha evidencia de que los sistemas estaban respondiendo más allá de formas simbólicas. Esto se ofreció no como un enjuiciamiento de la elección, sino como una forma de entender que el tamaño del programa, las reglas de financiamientos, los incentivos, la rutina burocrática, y mucho más, determinarían como resultaba en la práctica la competencia inducida por la elección. Tenía la esperanza de que el análisis sería tomado como útil por impulsores y reformadores. No lo fue. En vez de ello, fui criticado por ser muy negativo (incluyendo por promotores que dijeron privadamente que estaban de acuerdo con el análisis, pero que les preocupaba esa óptica) y por hacer las cosas más complicadas de lo que se necesitaba Esta atmósfera enfrió el tipo de intercambio franco, práctico y esencial tan evidente en este foro.

En los años luego de la aprobación de la ley Que Ningún Niño se Quede Atrás (NCLB por sus siglas en inglés), hubo mucha discusión acerca de sus provisiones de elección escolar. Para quienes no recuerdan, mientras que el presidente Bush abandonó en las negociaciones su propuesta previa de un bono, la administración Bush anunció entusiastamente propuestas que ordenaban la elección escolar pública y “servicios de educación suplementarios” para estudiantes en escuelas de bajo desempeño. En respuesta, Chester Finn y yo convocamos dos conferencias importantes y publicamos un par de volúmenes (Leaving No Child Behind? y No Remedy Left Behind), enfocados a examinar cómo estaban funcionando esos remedios relacionados con la elección. La realidad está lejos de ser tranquilizadora. Había asuntos importantes en relación con capacidad, calidad, coordinación, ejecución, y transparencia. Pero, una ausencia de interés o de un ancho de banda significaba que no se hizo mucho acerca de algo de esto, mientras que arquitectos de la NCLB prefirieron no entremeterse indebidamente en algo de eso. El resultado fue una contracultura de exceso de promesas, diseño sospechoso, y desatención a la puesta en marcha.

A inicios de la administración de Scott Walker como gobernador de Wisconsin, hace poco más de una década, se me pidió en Milwaukee esbozar un esquema para la siguiente etapa de la reforma. Parte de ese esfuerzo incluía un montón de encuestas a través del estado. Confirmando algo que por mucho tiempo había sospechado, resultó que la mayoría de padres de Wisconsin dijo que a ellos, en realidad, les gustaba la escuela de sus hijos, pero, también, el que les gustara la escuela no necesariamente significaba que les gustaba el programa de artes o la clase de matemáticas de sus niños (extrañamente, el tipo de preguntas dirigidas a esto rara vez es preguntado). Para mí, esto implicaba que la elección escolar debería ser acerca de empoderar a las familias para cambiar de escuelas y también acerca de ayudarlas a abordar sus inquietudes sin necesidad de hacerlo. La elección de cursos, maestros, o proveedores podía ofrecer soluciones prácticas, tanto a padres atrapados en escuelas horribles como aquellos que deseaban menos que un cambio al por mayor. En aquel entonces, esto me sometió a más de pocos señalamientos con los dedos en conferencias de impulsores y financistas preocupados porque yo estaba “embarrialando la narrativa.” Hoy, estamos discutiendo abiertamente las posibilidades y desafíos de una visión más expandida. Este es un cambio tan grande como el mar.

Estoy seguro que, en gran parte, este cambio se debe a los éxitos que han sido tan fuertes posteriores a la pandemia. Es mucho más fácil tolerar la heterodoxia cuando la elección escolar está acumulando un triunfo tras otro sin precedentes. También, esas ganancias hacen que este sea un momento crucial para una reflexión con sentido. Después de todo, las apuestas han aumentado. El éxito será más visible y el fracaso será más devastador. Así que, como aconseja Buck, los impulsores de la elección necesitan cuidar que políticas ganadoras rindan soluciones prácticas, y no tienen experiencia de un ataque jacobino a instituciones valoradas de la comunidad. Como sugieren Burke y Bedrick, su enfoque debería ser incluyente y expansivo – dando la bienvenida tanto a la derecha como a la izquierda, valorando los valores así como los resultados de exámenes. Y, como lo dejan claro Wolf y Garnett, quienes luchan por empoderar a las familias será mejor que traigan su mejor juego al tratar de escribir las reglas de las ESASs, el manejo de fondos públicos, y el combate del fraude. Fallar en hacer eso arriesga convertir grandes ganancias políticas en serios fiascos políticos.

Y esa es la razón muy práctica de porqué yo estoy tan esperanzado por la reflexión, seriedad, y precisión de este intercambio.

Frederick M. Hess es director de estudios de política de la educación en el Instituto estadounidense de la Empresa. Su libro más reciente es The Great School Rethink, de Harvard Education Press (2023).

Traducido al español por Jorge Corrales Quesada.