CÓMO LA ARROGANCIA AMENAZA LA LIBERTAD

Por Barry Brownstein
American Institute for Economic Research
24 de mayo del 2023

Nota del traductor: la fuente original en inglés de este artículo es barry brownstein, american institute for economic research, arrogance, May 24, 2023. En él podrá leer enlaces relevantes originalmente en letra azul en el texto.

En su libro de 1962 Capitalism and Freedom [Capitalismo y libertad], Milton Friedman afirmó. “La humildad es la virtud distintiva del creyente en la libertad; la arrogancia, es la del paternalista.”

Hoy, hay muchos más arrogantes paternalistas que no siempre usan la etiqueta progresista o socialista. Crean poco y demandan mucho de quienes agregan valor a las vidas de otros. Como escribió Friedman, el sistema de creencias para el cual vive el arrogante es una grave amenaza para la libertad.

En mis muchos años de enseñar liderazgo me he dado cuenta de cómo, para alguna gente, la humildad no parece ser una virtud que valga la pena cultivar. Tales individuos estaban preocupados de que otros abusaran de ellos; temieron que ser humildes los refrenaría.

Las virtudes son estados de la mente que no se asignan a comportamientos específicos, y la humildad no significa someterse rutinariamente a otros. Como la arrogancia, despreciarse a uno mismo es insistir que uno es lo que no es.

La humildad nos acerca a la realidad. Vemos con mayor claridad exactamente qué tan dependientes somos de la cooperación de otros para nuestra existencia. Vemos qué tan ignorantes somos, qué tan limitado es nuestro conocimiento útil. Vemos qué tanto hemos dado en comparación con cuánto hemos contribuido; todos somos usuarios de lo que ha sido construido por otros que vivieron antes que nosotros. Nos asombramos de la majestad de lo que ha creado el orden espontáneo. Cuando nos acercamos a la realidad, no podemos hacer más que estar agradecidos. La miseria deviene cuando vivimos en conflicto con la realidad. Cuando le damos la espalda a la realidad, la humildad nos ayuda a restablecer nuestra orientación.

Entre más humildad cultivemos, más podemos despersonalizar nuestras interpretaciones de la vida; ese cambio de punto de vista hace que sea más fácil estar cerca de nosotros y nos ayuda a ser un mayor promotor de la libertad.

Por la vía del Zoom, mi esposa y yo mantenemos un club de lectura familiar con nuestros hijos adultos. Cada semana trabajamos a través de un par de capítulos de libros que oscilan desde Camino de Servidumbre de F.A. Hayek, a Hábitos Atómicos de James Clear. Recientemente terminamos con Déjame solo y te haré rico de Deirdre McCloskey y Art Carden.

Al leer los últimos capítulos de Déjame solo, le cayó la peseta a nuestra hija; ella se dio cuenta que “la mano invisible no es personal.” McCloskey y Carden citan a Sobre la Libertad de John Stuart Mill: “La sociedad no reconoce a los competidores rechazados ningún derecho legal o moral a quedar exentos de esta clase de sufrimientos; y sólo se siente llamada a intervenir cuando los medios empleados para lograr el éxito son contrarios a los que el interés general permite; es decir, el fraude o la traición, y la violencia.”

Ningún individuo, ninguna empresa, tiene derecho a un tratamiento especial. La mano invisible es impersonal; no muestra favoritismo. El orden espontáneo no nos favorecerá, pero nos ayudará a elevarnos. En “Cosmos y Taxis” [de su libro Derecho, legislación y libertad], Hayek explica que los órdenes espontáneos no “tienen un propósito en particular” y que no son diseñados por mentes maestras. Pero, escribe Hayek, el orden espontáneo “puede ser extremamente importante para nuestra búsqueda exitosa” de nuestros propósitos.

Se nos ha dado una herramienta de un valor inmenso, no obstante, algunos quieren más. Quieren ser favorecidos por encima de otros. Ellos quieren garantías que el orden espontáneo nunca proveerá.

Vemos por qué alguna gente desprecia al orden espontáneo. Ella cree en mentes maestras. Cree que sus proyectos son especialmente merecedores y, a través del proceso político, busca lograr recompensas que de otra manera no ganaría.

La única forma de ser reconocido en los mercados es supliendo un bien o servicio que otros valoran. Lo explican McCloskey y Carden, “el innovador burgués obtiene ganancia, y su cena, al respetar la dignidad de otros. Funciona no mediante la coerción a otros en una ‘competencia’ violenta, sino haciendo una oferta a un cliente que puede aceptar o rechazar.”

Enfrentamos una elección fundamental de cómo ordenar la sociedad: decidir que alguna gente y empresas son especiales o que se respeta la dignidad de todos. Escriben McCloskey y Carden, “La alternativa al respeto de la dignidad individual es decidir colectivamente los asuntos económicos, por medio del gobierno, un gobierno atrapado por la ‘competencia’ política.” Aquellos cuestionan los poderes colectivistas al preguntar, “¿puede confiarse en que un gobierno con tales poderes no los usará para la ‘protección’ de los más aventajados?”

La respuesta, como sabemos, es no. En un discurso de 1977, Milton Friedman dijo, “En mi opinión, los dos enemigos mayores de la libre empresa en Estados Unidos han sido, por una parte, mis colegas intelectuales y, por otra, las corporaciones empresariales de este país.”

“Todo intelectual,” expuso Friedman, “está a favor de libertad para sí, y contra libertad para cualquier otro.” Acerca de las corporaciones, Friedman hizo ver que “toda empresa de negocios está a favor de libertad para cualquier otro, pero cuando se trata de sí misma, esa es una cuestión diferente.” Los líderes corporativos arguyen que sus negocios son especiales: “Tenemos que tener un arancel que nos proteja de la competencia desde el exterior. Tenemos que tener esa provisión especial en el código tributario. Tenemos que tener ese subsidio.”

Con tantos pensando que son especiales, en palabras de Hayek, hay “dificultad [para] encontrar apoyo genuino y desinteresado a una política sistemática de libertad.”

Quienes demandan un tratamiento especial mediante un proceso incontrolable, anónimo, e impersonal, carecen de humildad. Ellos quieren obtener crédito por sus logros, y culpan a otros cuando sus objetivos se quedan cortos. Con tal arrogancia, la libertad, en efecto, es imposible.

Lo explica Hayek, “Una civilización compleja como la nuestra se basa necesariamente sobre la acomodación del individuo mismo a cambios cuya causa y naturaleza no puede comprender.” Quienes carecen de humildad” dirigirán todos sus reproches [por resultados que no les gustan] hacia una obvia causa inmediata y evitable, mientras que las interrelaciones más complejas que determinan el cambio quedarán ineludiblemente ocultas para ellos.”

No debe dejarse de lado una advertencia contenida en Camino de Servidumbre. “El rechazo a someterse a algo que no podemos comprender,” escribió Hayek, “tiene que conducir a la ruina de nuestra civilización.” La arrogancia tiene sus consecuencias.

Podría parecernos que la misma gente que necesita practicar mayor humildad es aquella menos abierta al poder de su virtud. Esa sería una idea errada. Todos tenemos el poder de elegir, y culpar a otros por fallar en ejercitar tal libertad es la cumbre de la arrogancia. Podemos practicar ver nuestras propias necesidades de tratamiento especial.

Si hoy carecemos de humildad, no es un rasgo permanente del carácter. Como escribió la profesora de filosofía, Iskra Fileva, el carácter “no es un conjunto de disposiciones estables y unificadas.” Fileva brindó un consejo poderoso para quienes buscan un ejercicio consistente de virtudes. Ella señaló, “La unidad en el carácter es un logro. Y tenemos mejor posibilidad de lograrla si la tomamos como siendo una meta, en vez de un estado de cosas existente.” Sólo podemos mejorar “si [nosotros] hacemos un esfuerzo.” Nuestro carácter es un trabajo en proceso, tal como lo es la sociedad libre que ayudamos a crear.

El colectivismo reptante en el mundo está en conflicto con la realidad. Nuestra arrogancia, también en conflicto con la realidad, permite el colectivismo. Pero, no somos impotentes. Podemos dejar de autoengañarnos. Podemos ver los límites de nuestras mentes y sentir gratitud por cuánto muchos hacen por nosotros. Podemos cultivar la curiosidad acerca de los procesos espontáneos y darnos cuenta cómo la cooperación humana hace milagros. Si “la humildad es la virtud característica del creyente en la libertad,” entonces, hoy podemos darnos mayor cuenta de nuestra arrogancia y, con la práctica, girar de nuevo hacia la realidad.

Barry Brownstein es profesor emérito de economía y liderazgo en la Universidad de Baltimore. Es autor de The Inner-Work of Leadership, y sus ensayos han aparecido en publicaciones como la Fundación para la Educación Económica e Intellectual Takeout.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.