ALGUNOS ERRORES FÁCTICOS Y ECONÓMICOS DEL “CAPITALISMO DEL BIEN COMÚN”

Por Donald J. Boudreaux
American institute for Economic Research
25 de abril del 2023

Nota del traductor: la fuente original en inglés de este artículo es donald j. boudreaux, american institute for economic research, common good, April 25, 2023. En él podrá leer enlaces relevantes originalmente en letra azul en el texto.

Últimamente se ha hablado mucho acerca del “capitalismo del bien común.” Entre las principales voces que insisten en que el estado debe diseñar el capitalismo para asegurarse que sirve al bien común, están el senador Marco Rubio (Republicano de Florida) y el fundador de American Compass, Oren Cass. También escribiendo favorablemente acerca del “capitalismo del bien común” está un frecuente contribuyente del American Institute for Economic Research, Alex Salter.

Yo estoy en desacuerdo.

Si todo lo que “capitalismo del bien común” significa es capitalismo según se entiende e impulsa en los últimos 250 años por académicos liberales como Adam Smith y Frédéric Bastiat, seguidos de F.A. Hayek, Milton Friedman, y, hoy, Thomas Sowell y Deirdre McCloskey, entonces, darle un nuevo nombre no sirve para un buen fin. Este nuevo apelativo sólo confunde, al sugerir que (lo que llamaré) el “verdadero capitalismo” no sólo no promueve el bien común, sino que, también, sus impulsores no creen que lo logra. Pero, cada académico aquí mencionado de hecho cree que el verdadero capitalismo promueve el bien común, junto con otros impulsores de él (yo incluido). Y, para respaldar nuestro caso, tenemos abundancia de teoría y evidencia sólidas.

Por supuesto, el “capitalismo del bien común” en efecto difiere, categóricamente, del verdadero capitalismo. Para empezar -y es el tema de esta columna- los argumentos para el “capitalismo del bien común” están llenos tanto de errores fácticos como de un razonamiento económico fallido de un tipo no encontrado en argumentos a favor de un capitalismo verdadero. Segundo -y es el tema de mi columna siguiente- a diferencia del verdadero capitalismo, el “capitalismo del bien común” esta enraizado en un rechazo del liberalismo. Pero, los verdaderos capitalismo y liberalismo son inseparables entre sí. El capitalismo no puede estar más divorciado del liberalismo que el cristianismo o el judaísmo pueden estar divorciados de la creencia en Dios, o que la ciencia puede estar divorciada de una apertura al descubrimiento de nuevo conocimiento.

ERRORES FÁCTICOS

Mi propósito aquí no es exhibir el conjunto total de errores fácticos cometido por “capitalistas del bien común.” Dar un listado de estos errores llenaría una monografía extensa. Pero, una muestra de esos errores vale la pena, pues revela que la comprensión que tienen de la realidad empírica los “capitalistas del bien común” es tan débil, que un escepticismo intenso debería dar la bienvenida a sus análisis y recetas.

Entre las afirmaciones más frecuentemente encontradas de los “capitalistas del bien común” está el alegato de que a los trabajadores estadounidenses en décadas recientes se les ha negado, y continúa siendo, su porción justa de los frutos del crecimiento económico. El senador Rubio insiste en que los trabajadores estadounidenses están “sufriendo,” mientras que Oren Cass asevera que los salarios de los trabajadores estadounidenses están “estancados.” Este sufrimiento y estancamiento, a su vez, se dice que -como, por ejemplo, en et estudio de American Compas- resultan en ingresos menores para familias de ingresos medios y una desigualdad económica creciente.

Estas y afirmaciones relacionadas han sido repetidamente descartadas por académicos serios que, a diferencia de la mayoría de “capitalistas del bien común,” son profundos conocedores de los datos y los interpretan competentemente. En especial, consulte el trabajo de Scott Winship, el de Michael Strain, y el de Phil Gramm, Robert Ekelund, y John Early. Casi toda afirmación que hacen los “capitalistas del bien común” acerca de la supuestamente desesperada y condición económica de los estadounidenses ordinarios en deterioro está equivocada y, a menudo, espectacularmente. Lejos de que los estadounidenses ordinarios estén siendo aplastados en las últimas décadas por la globalización y el dinamismo empresarial que Adam Thierer llama “innovación sin permiso,” las oportunidades económicas de los estadounidenses ordinarios se han expandido y su estándar de vida se ha disparado.

Considere, por ejemplo, este hecho destacable, ampliamente apoyado por los datos, descrito por Gramm, Ekelund, y Early

“Cuando el ajuste inflacionario da cuenta más completa de la mejora extraordinaria en nuestro bienestar por productos nuevos y mejorados, durante los últimos cincuenta años, todos, excepto el 6.2 por ciento de las familias en el 2017, tuvo ingresos que los habría ubicado en el quintil superior en 1967.”

O, pondere el resumen de Michael Strain de sus bien documentados hallazgos:

“Un país tan grande como el nuestro, en que los ciudadanos tienen experiencias tan variadas, hace difícil generalizar. Pero, la narrativa hoy prevaleciente es tan marcada que la tarea de generalizar se hace más fácil. La narrativa se equivoca. Los Estados Unidos son móviles al alza, en particular aquellos cerca del fondo de la distribución del ingreso. Los ingresos no están estancados. Los trabajadores disfrutan de los frutos de su trabajo. El argumento de que la vida no ha mejorado para los hogares típicos se aproxima al absurdo.”

Otro falso alegato usado por “capitalistas del bien común” en apoyo de su caso a favor de la intervención gubernamental es la aseveración de que la globalización debilita los Estados Unidos en su poder manufacturero y disminuye su capacidad industrial. Sin embargo, de hecho, la producción manufacturera en los Estados Unidos continúa bien, tal como lo hace la capacidad industrial estadounidense.

Aquí, del senador Rubio, está una observación particularmente inquietante:

“La inversión en empresas en Estados Unidos está decreciendo… La inversión doméstica privada neta, o la cantidad total de inversión privada en activos fijos como equipo, maquinaria, o propiedad luego de tomar en cuenta la depreciación, cayó de casi un décimo del Producto Interno Bruto de Estados Unidos (PIB) a fines de mediados de los ochentas, a menos de la mitad de ese monto para fines del 2028…”

Por fortuna, una investigación de esta observación resulta ser tan errada de forma que no deberíamos ser inquietados por ella.

La cantidad absoluta de inversión doméstica privada neta ajustada por la inflación fue, en el 2018, apenas un pelo menor de su máximo de todos los tiempos, y fue un 81 por ciento superior a lo que fue en 1984. Sin embargo, es cierto que esta inversión en el 2018 fue ligeramente menor de lo que fue en el 2000 y de nuevo en el 2005-2006 – en ambos casos en años exactamente previos a recesiones. Pero, como muestran los datos, al terminar las recesiones, se eleva la inversión doméstica privada neta ajustada por la inflación. En efecto, recientemente esta inversión ha aumentado, post recesión, más impresionantemente de como lo hizo durante el período ente 1967 (primer año para el que hay datos disponibles) hasta 1991. Aunque durante los años 1967-1991 la inversión domestica privada real neta anual tuvo (como siempre lo hace) alzas y bajas, esta inversión en 1991 fue, más o menos, la misma que en 1967. En un claro contraste, luego de crecer muy consistentemente de su posición negativa en el 2009, esta inversión en el 2018 fue un 242 por ciento más alta de lo que fue en 1991. Hoy (2021), a pesar de las cuarentenas por el COVID y la hostilidad creciente de los demócratas y de muchos republicanos hacia el sector privado, esta inversión permanece elevada según estándares históricos.

Lectores astutos señalarán que el senador Rubio calificó su alegato al escribir acerca de la inversión neta como porción del PIB. Bueno…

Para empezar, la afirmación del senador de que la inversión doméstica privada neta era “cercana a un décimo” del PIB a mediados de los ochenta, parece ser errada. Según mi cálculo, en 1984 (el año en los ochenta cuando tal inversión llegó a un pico) esta inversión no era cercana al diez por ciento del PIB. A partir de este gráfico, usé la cifra del PIB de 1984, $7.48 billones, expresados en dólares del 2012. Luego, dividí los $7.48 billones entre $483.8 billones, que es la inversión doméstica privada neta en 1984, también expresada en dólares del 2012. La inversión doméstica privada neta real resulta haber sido sólo un 6.5 por ciento del PIB.

El mismo cálculo hecho para el 2018 encuentra que la inversión doméstica privada neta real para ese año -$876.8 miles de millones (expresada en dólares del 2012)- fue un 4.7 por ciento del PIB (($18.73 billones [en dólares del 2012]). Sí, la inversión doméstica privada neta como porción del PIB fue menor en el 2018, pero, comparada con la de 1984, está lejos de ser “menos de la mitad” de lo que fue 34 años antes.

Aún más, dada la volatilidad año a año de tal inversión, comparar cualquier par de años entre sí induce altamente al error. Por ejemplo, si el senador Rubio hubiera comparado la inversión doméstica privada neta como porción del PIB en el 2018 con aquella de 1983, en vez del de 1984, habría descubierto que su inversión era mayor, como porción del PIB, en el 2018 (4.7 por ciento) de lo que fue en 1983 (3.6 por ciento). Similarmente, si hubiera comparado el 2018 con 1988, encontraría que la inversión doméstica privada neta fue, como porción del PIB, de un 4.7 por ciento, la misma en el 2018 que en 1988. Sin embargo, estos hallazgos no habrían apoyado su aseveración de que la economía estadounidense está hoy dominada por un estancamiento crónico.

El significado de los “hechos” del senador Rubio disminuye aún más al darse cuenta que, si se hacen esas comparaciones para cualquier par de años durante la era aparentemente dorada de Estados Unidos, fácilmente se puede encontrar hallazgos similares a aquel que él reportó como evidencia de la necesidad de intervención gubernamental – en específico, que la inversión doméstica privada neta como porción del PIB es menor en los últimos años de lo que fue un año antes. Por ejemplo, en 1973, la inversión doméstica privada neta como porcentaje del PIB fue de 6.4, mientras que, de nuevo, en 1983 fue de 3.6.

Pero, el argumento de Rubio está plagado de un problema aún más fundamental, cual es este: Una mejor medición (que la inversión doméstica privada neta como porción del PIB) de la productividad y promesa de la economía estadounidense es la riqueza neta de las firmas estadounidenses. La riqueza neta de una empresa refleja su rentabilidad esperada en los años siguientes y, en una economía de mercado, la rentabilidad esperada la determina la cantidad de valor neto que se espera produzca esa empresa. Para una firma operando sin subsidios u otros privilegios especiales en un mercado, entre más alto sea su valor neto, mayor es su productividad posible.

Sin ir más lejos, la riqueza neta de empresas corporativas no financieras de Estados Unidos está hoy cerca de lo más alto de todos los tiempos. En el 2019 (año antes del COVID y sus distorsiones monetarios concomitantes), la riqueza neta de las corporaciones no financieras de Estados Unidos fue, en dólares del 2019, de $24.8 billones. (En el ultimo trimestre del 2022 fue, en dólares del 2019, de $27.6 billones.) En 1984, la riqueza neta de las corporaciones no financieras de Estados Unidos fue, en dólares del 2019, de $9.0 billones. Así, en los 35 años antes del COVID, la riqueza neta real de las corporaciones no financieras de Estados Unidos casi que se triplicó. (Estos datos sobre riqueza corporativa neta no están ajustados por la inflación. Por eso, usé este índice de precios de Gastos de Consumo Personal como calculador de inflación, para convertir dólares de 1984 a dólares del 2019.) Esta triplicación de la riqueza neta real de corporaciones no financieras de Estados Unidos es evidencia poderosa de que la productividad de la economía estadounidense es alta y creciente – una evidencia que difícilmente sorprende, dado el incremento constante en ese mismo tiempo del valor real de la existencia [stock] de capital de Estados Unidos.

Simplemente, los datos dicen lo contrario de las aseveraciones de “capitalistas del bien común,” de que la economía estadounidense está en serias dificultades.

ERRORES ECONÓMICOS

El descuido con los datos de “capitalistas del bien común” se empareja con un fracaso a menudo cómico de su comprensión de economía básica. Uno de esos errores recurrentes es la afirmación de que los déficits comerciales de Estados Unidos representan, o resultan, en reducciones netas en la demanda de productos hechos en Estados Unidos. Como lo plantea Oren Cass en una colaboración en la página editorial del 2019 en el New York Times, “Más comercio es bueno, si tal comercio es balanceado. Pero, déficits comerciales enormes representan suministros [producidos por] trabajadores extranjeros que ingresan desde lejos al mercado estadounidense sin un aumento conmensurado en la demanda de lo que producen los trabajadores estadounidenses.”

Esta afirmación es tanto falsa según los hechos y se enraíza en una premisa errada.

Es falsa según los hechos porque, no obstante, la mayoría de los dólares que los extranjeros no gastan en comprar exportaciones estadounidenses, regresa a los Estados Unidos; lo hacen como inversiones. Y este influjo de dólares de inversión desde el extranjero, no menos que un influjo de dólares para comprar exportaciones estadounidenses, alimenta “la demanda de lo que producen los trabajadores estadounidenses.” Puede alimentar esta demanda directamente como cuando la compañía holandesa Ikea usa dólares para construir una nueva tienda en Estados Unidos. O puede alimentar esta demanda indirectamente, como cuando no estadounidenses compran bonos del gobierno de Estados Unidos, cuyos ingresos por esas ventas se gastan luego por el gobierno de Estados Unidos en armamento militar o programas de bienestar que elevan el poder adquisitivo de quienes los reciben. Una realidad clave que el Sr. Cass y otros “capitalistas de bien común” dejan de lado es que los extranjeros aceptan dólares a cambio de sus exportaciones, no porque los ellos quieren almacenar retratos monocromáticos de estadistas estadounidenses muertos, sino porque los extranjeros quieren gastar o invertir esos dólares en Estados Unidos.

La premisa equivocada en la afirmación del señor Cass de que los estadounidenses serían afectados si, en contra de los hechos, los extranjeros literal o figurativamente metieran la mayoría o todos sus dólares bajo colchones. Si los extranjeros fueran a rehusarse gastar o invertir sus dólares en Estados Unidos, eso sería para nosotros, los estadounidenses, desde el punto de vista del comercio, el mejor de todos los mundos posibles. Nosotros los estadounidenses nos enriqueceríamos aún más a expensas (voluntarias) de los extranjeros.

El costo de imprimir un billete de $100 es 17 centavos de dólar. Así, si los extranjeros acumularan sus dólares, por cada millón de dólares de valor en bienes que importamos a cambio de los billetes de cien dólares, sólo gastaríamos $1.700 – dejando en el neto a los estadounidenses una jugosa ganancia de $989.300 por cada $1.000.000 de importaciones que se hacen. Puesto de otra forma, la tasa de rendimiento, en términos del valor de los bienes y servicios importados, al intercambiar con extranjeros sería de ¡58.724 por ciento! Esta tasa neta de rendimiento sería aún mayor si pagáramos con billetes de denominaciones menores (que cuestan menos de producir que billetes de $100, y más elevada aún si pagáramos sólo con entradas bancarias digitales.

No me cabe en la cabeza cómo los estadounidenses nos empobreceríamos si los extranjeros deciden vendernos bienes y servicios valiosos a cambio de papeles de lino y algodón producidos elegantemente a un costo mínimo. Pobre de mí, pero, los extranjeros son como nosotros: producen y venden a cambio de dólares sólo porque en ultima instancia quieren gastar o invertir estos dólares en Estados Unidos. Y el gasto e inversión de dólares de extranjeros crea demanda de mano de obra estadounidense, no menos de como lo hace el gasto e inversión de dólares por estadounidenses.

Otra falacia económica es la descripción que hace el Sr. Cass del proceso de mercado dirigiendo la inversión de recursos como un “burro borracho,” una bestia que da vueltas sin sentido, si bien tercamente. Sin embargo, el hecho es que las tasas de interés establecidas por los mercados coordinan la asignación inter temporal de recursos. Tales tasas de interés reflejan tanto las preferencias acerca de quienes tienen ingresos para consumir hoy comparadas con consumir mañana, así como la promesa de varias posibilidades de invertir recursos en el presente para producir bienes de consumo en el el futuro. En adición, trabajadores y empresarios consultan los precios y tasas de interés de hoy para determinar sí y cómo ellos deberían “cambiar” sus ventajas comparativas al invertir su tiempo y dinero.

Si estas decisiones de inversión guiadas por el mercado fueran, en general, no mejores que aquellas que haría un burro intoxicado, el sector privado de la economía estadounidense nunca habría florecido económicamente. Más general, los países con mayor libertad económica se encontrarían, a lo largo del tiempo, que son más prósperos que aquellos países en donde el estado ejerce mayor control sobre la asignación de recursos. Pero, en efecto, la libertad económica está positivamente correlacionada con ingresos per cápita más altos y mayor crecimiento económico.

Tan graves como son los problemas arriba documentados con el “capitalismo del bien común,” un problema más profundo es el rechazo de este movimiento al liberalismo – un rechazo que discutiré en mi columna siguiente.

Donald J. Boudreaux es compañero sénior del American Institute for Economic Research y del Programa F.A. Hayek para el Estudio Avanzado en Filosofía, Política y Economía del Mercatus Center; miembro de la Junta Directiva del Mercatus Center y es profesor de economía y anterior jefe del departamento de economía de la Universidad George Mason. Es autor de los libros The Essential Hayek, Globalization, Hypocrites and Half-Wits, y sus artículos aparecen en publicaciones tales como el Wall Street Journal, New York Times, US News & World Report, así como en numerosas revistas académicas. Él escribe un blog llamado Café Hayek y es columnista regular de economía en el Pittsburgh Tribune-Review. Boudreaux obtuvo su PhD en economía en la Universidad Auburn y un grado en derecho de la Universidad de Virginia.


Traducido por Jorge Corrales Quesada.