SIGNIFICADO DE “CONSUMO” PARA LOS ECONOMISTAS

Por Donald J. Boudreaux
American Institute for Economic Research
5 de abril del 2023

El lenguaje natural es una herramienta maravillosa para la comunicación. Al usar el lenguaje, nosotros, los humanos, manipulamos aire, papel, y pixeles, para transportar ideas desde un cerebro a otros. El lenguaje permite que, figurativamente, cada uno de nosotros pueda poner a otras personas en buenas formas en nuestras cabezas. Usted sabe, al leer mi frase, “Yo amo las papas tostadas,” que disfruto enormemente comer tajadas muy delgadas de papas fritas y saladas. En ningún momento usted piensa que, al escribir esa frase, le estoy informando a usted que un aperitivo evoca en mi persona, algo parecido a un apego emocional similar al apego emocional que tengo por, digamos, mi hijo, de quien me siento feliz de decirles que yo también lo amo.

Pero, como todas las cosas humanas, el lenguaje es imperfecto. Hasta el más hábil artífice de la palabra no puede ubicar a otras personas plenamente en su cabeza. El hipotético “Yo amo las papas tostadas” destaca una razón para esta imperfección: muy a menudo, una palabra tiene dos o más sentidos diferentes, si bien no totalmente distintos. Hay alguna coincidencia en el “amor” que tengo por las papas tostadas y el “amor” que tengo por mi hijo. Me siento muy contento de que en mi vida existan tanto las papas tostadas como mi hijo: ambos, las papas tostadas y mi hijo, me proporcionan felicidad para la que estoy dispuesto a incurrir en algunos sacrificios para experimentarla. No obstante, nadie que me escuche decir “Yo amo las papas tostadas” supondrá que los sentimientos que tengo por las papas tostadas son comparables con, y mucho menos iguales, los sentimientos que tengo por mi hijo.

Por desgracia, a menudo el uso de palabras con sentidos diferentes, si bien no altamente diferenciados, provoca malos entendimientos genuinos. El equívoco es frecuente cuando los economistas hablan con el público en general.

Pocas afirmaciones de economistas están sujetas a tal incomprensión como la famosa aseveración de Adam Smith, en La Riqueza de las Naciones, de que “El consumo es el único fin y objetivo de toda producción, y el interés del productor merece ser atendido sólo en la medida en que sea necesario para promover el del consumidor. Este aforismo es tan evidente que sería absurdo molestarse en demostrarlo. Sin embargo, en el sistema mercantil el interés del consumidor es casi constantemente sacrificado frente al del productor, porque parece considerarse que la finalidad y propósito últimos de cualquier actividad y comercio es la producción y no el consumo.”

Para un economista, la afirmación de Smith de que el consumo es el único fin y propósito de toda producción es, de hecho, perfectamente autoevidente. Negar la verdad de esta afirmación no tiene sentido, Pero, mucha gente -casi toda no economista- la niega. La razón para esta divergencia entre no economistas y economistas es que la palabra “consumo” evoca en las mentes de no economistas un significado sutilmente diferente del que tiene para economistas.

Para un economista el “consumo” es definido como el propósito final de la actividad económica. Sus deseos de consumir son cualquier cosa que usted crea contribuirá directamente de manera positiva a su satisfacción con la vida. “Los bienes de consumo,” a su vez, son esos bienes (y servicios) que usted cree que permitirán, al usuario, satisfacer directamente sus deseos de consumo.

Un sitio confortable en el cual descansar y dormir regularmente es un contribuyente obvio para una mejora en la satisfacción de la vida. Así que, usted compra o alquila una casa y la amuebla con artefactos y mobiliario, todos los cuales usted usa directamente. Su casa, artefactos, y muebles están entre sus bienes de consumo. Si bien, por ejemplo, cada noche, en la práctica, su cama le ayuda a prepararse para ser un trabajador más efectivo el día siguiente, usted no piensa de su cama como un medio. Usted no compró su cama como un insumo para mejorar su desempeño en el trabajo. Es más cercano a la verdad decir que su reciente desempeño en el trabajo es un medio para que usted adquiera, entre otros bienes de consumo, una cama confortable.

No hay dos personas que tienen exactamente los mismos gustos y preferencias. Usted puede preferir una cama super grande a una de tamaño mediano. Pero, toda persona tiene deseos de consumo. Y, para cada persona, esos deseos son los que la motivan para involucrarse en una actividad económica – esto es, trabajar e intercambiar. El trabajo y el intercambio pueden, y lo hacen, a menudo, suplir satisfacción directamente con independencia de lo que sea que es creado por el trabajo, o lo que sea que se obtiene por medio del intercambio. Pero, trabajar e intercambiar son abrumadoramente medios para obtener bienes y servicios de consumo.

He conocido mucha gente -incluso yo mismo- que ama sus trabajos. Pero, nunca he conocido a alguien que estaba tan enamorado de ese trabajo, que continuaría haciéndolo sin ser pagado. Incluso empleos que la gente ama son medios, no fines.

De la misma forma, mis abuelos y mi padre, todos, disfrutaron de la carpintería como un hobby, al igual que hoy lo hace mi hijo. Pero, nunca he conocido a alguno de ellos siendo indiferente a los resultados físicos finales de sus esfuerzos de carpintería. Cada uno de esos hombres trabajó para construir cosas -tablas para cortar en las cocinas, libreros, además de la casa- eso, al terminarse, suministraba satisfacción humana. Ninguno de esos hombres alguna vez aserró, martilleó, lijó, hizo hoyos, o puso pegamento sólo por el placer de aserrar, martillar, lijar, hacer hoyos, o poner pegamento. En esas ocasiones raras en que los resultados de su carpintería eran peores de lo que habían anticipado -digamos, que el librero no estaba nivelado o que la tabla para cortar en la cocina era estéticamente desagradable- ellos se desilusionaron. Ellos valoraron el tiempo y esfuerzo gastado como desperdicio en producir esos productos defectuosos.

Entonces, el economista razona a partir de esta realidad de que la producción no es simplemente el ejercicio del esfuerzo humano por transformar insumos en productos. La producción es creación de valor – en donde “valor” significa adiciones al bienestar del consumidor. Para el economista, producción y consumo son dos lados de la misma moneda económica; uno es inseparable del otro. Como es obvio, nada puede consumirse a menos que primero sea producido. Pero, también, y como tal es menos obvio, nada se produce a menos que esté destinado satisfacer los deseos de consumo.

A menudo, el no economista deja de lado la inseparabilidad del concepto de producción de aquel de consumo. A menudo, el no economista piensa de la producción y consumo con siendo valores alternativos que compiten entre sí. No puedo contar el número de veces que he escuchado o leído a alguien acusar a economistas -en especial economistas que apoyan los mercados libres- de tener una idea vacía, o excesivamente materialista, acerca de los humanos. “¡La vida es más que consumo! Se nos dice, “También, ¡la gente encuentra sentido en la familia, comunidad, y trabajo!

A los oídos de muchos no economistas, la palabra “consumo” parece significar sólo la satisfacción de deseos físicos. Aquí, la palabra acarrea una connotación casi negativa; conjura imágenes de individuos que satisfacen auto interesada y estrechamente deseos “bajos,” con poca preocupación en personas más allá de ellas mismas y sus familias inmediatas, o por valores más allá de la base de una gratificación sensorial.

En efecto, bajo esta comprensión de “consumo,” la vida es acerca de más -mucho más- que de consumo. Pero, de nuevo, este entendimiento de “consumo” enfáticamente no es la compresión de economistas. En el entendimiento de economistas, el consumo incluye no sólo cosas como comer, ver el Super Bowl, y agasajarse con joyería. El consumo incluye también la satisfacción que obtenemos de vivir en comunidades seguras y que crecen, del disfrute de nuestros empleos, de la interacción placentera con nuestros vecinos, con nuestros compañeros de iglesia, y nuestros colaboradores en el trabajo. Eso incluye la alegría y conocimiento que derivamos de viajar, leer, y asistir a conferencias públicas.

El consumo, como lo entienden los economistas, es ese amplio conjunto de acciones cuya experiencia anticipamos hará directamente más satisfactorias a nuestras vidas. El hecho que la producción es un medio necesario para permitir el consumo es innegable. Pero, precisamente porque la producción es un medio, mientras el consumo es un fin, no hay conflicto entre el “valor social” del consumo” y el “valor social” de la producción. Más consumo requiere más producción, y más producción permite mayor consumo.

Por esta razón, nadie en realidad elige otorgar un valor mayor a las actividades de producción, a la vez que se otorgan menores valores a las actividades de consumo; producir más es necesariamente permitir mayor consumo. La gente que admiramos por ser “altamente productiva” es admirada precisamente porque produce cantidades de bienes y servicios para su consumo o el de otras personas. Si bien podemos admirar la determinación y capacidad de un trabajador que labora por mucho tiempo y con fuerza, en última instancia esa admiración se enraíza en nuestra comprensión de que la aplicación de tal determinación y habilidad son altamente productivas de productos deseados para un consumo adicional. Ninguna admiración se otorgaría a un trabajador que laborara por mucho tiempo, con fuerza, y que hábilmente hornea aserrín y pasteles de gusanos, pues tal trabajador no haría nada por aumentar las oportunidades de consumo de los seres humanos.

Debido a que “producir” significa “aumentar las oportunidades de los humanos para consumir,” Adam Smith está en lo correcto; en efecto, el consumo es el único fin y propósito de toda producción.

Donald J. Boudreaux es compañero sénior del American Institute for Economic Research y del Programa F.A. Hayek para el Estudio Avanzado en Filosofía, Política y Economía del Mercatus Center; miembro de la Junta Directiva del Mercatus Center y es profesor de economía y anterior jefe del departamento de economía de la Universidad George Mason. Es autor de los libros The Essential Hayek, Globalization, Hypocrites and Half-Wits, y sus artículos aparecen en publicaciones tales como el Wall Street Journal, New York Times, US News & World Report, así como en numerosas revistas académicas. Él escribe un blog llamado Café Hayek y es columnista regular de economía en el Pittsburgh Tribune-Review. Boudreaux obtuvo su PhD en economía en la Universidad Auburn y un grado en derecho de la Universidad de Virginia.


Traducido por Jorge Corrales Quesada.