Este comentario nos permite comprender por qué ciertos gremios hoy claman, con conocimiento o sin él, que el Banco Central revalúe el tipo de cambio -esto es el valor del colón con respecto al dólar- esto es, que haya que dar más colones por dólar a la fecha, pues así aumentan su protección ante importaciones competitivas.

EL MERCANTILISMO VIVE

Por Charles L. Hopper
Econlib
4 de abril del 2011

Nota del traductor: la fuente original en inglés de este artículo es charles l. hopper, econlib, mercantilism, April 4, 2011. En él podrá leer enlaces relevantes originalmente en azul en el texto.

Muchos estadounidenses pueden no darse cuenta que algunos de los lideres políticos y medios de la corriente principal de hoy, exponen ideas que fueron desacreditadas y dadas por muertas desde hace más de doscientos años. Como en cualquier cantidad de películas de horror, algunas veces los muertos no se quedan quietos.

Cuando estudié economía en la universidad, aprendí que el mercantilismo suplantó al feudalismo para convertirse en la doctrina económica predominante a través de la baja Edad Media. El mercantilismo, “nacionalismo económico con el propósito de edificar un estado rico y poderoso,” [1] se basa en esta lógica: “Entre más rica la nación, más fuerte la nación; entre más fuerte la nación, mejor para cada miembro de ese reino.” [2] No fue sino hasta el siglo XVII cuando el mercantilismo fue desafiado seriamente, y finalmente Adam Smith atravesó una estaca a través de su corazón al publicar La Riqueza de las Naciones hace 235 años. Tal vez la mayoría de economistas mantiene esta visión clara de la historia, pero, parece que el resto del mundo nunca recibió el memorándum. Por desgracia, las ideas ricas y contraproducentes del mercantilismo están vivas y pataleando en los Estados Unidos del siglo XXI.

El mercantilismo es una constelación algo amorfa de ideas que especifican cómo deberían organizarse los integrantes de la sociedad. No siempre los escritores mercantilistas estuvieron de acuerdo entre ellos e, irónicamente, a menudo, eran críticos del sistema mercantilista. Pero, emergieron algunos temas centrales: Medidas proteccionistas deberían ponerse en práctica para proteger a productores domésticos; las exportaciones deberían incrementarse y las importaciones reducirse; el desempleo debería promoverse en el mercado doméstico; y la política monetaria debería elevar la cantidad de dinero y metales preciosos. Con respecto a este último punto, si bien los bienes de consumo aumentan nuestra calidad de vida, los mercantilistas creían que el dinero era mejor que los bienes, pues el dinero siempre podría comprar más bienes, mientras que los bienes pueden terminar sin venderse e incluso echarse a perder. Además, razonaron, los bienes son consumidos y, por tanto, “desaparecen,” mientras que los metales preciosos tienen un valor duradero.

El mercantilismo es una teoría económica desde la perspectiva de exportadores, proteccionistas, políticos, y acaparadores de dinero, y las grandes empresas y el gran gobierno son sus principales beneficiarios. Básicamente, se está mejor entre más bienes vende usted fuera de su país y entre más trae oro y plata y lo almacena en sus bóvedas. Los corolarios son que las exportaciones son buenas, las importaciones malas, una moneda débil es maravillosa, y los excedentes comerciales son la octava maravilla.

Ya sea que se den cuenta o no, muchos políticos modernos de diversas procedencias son mercantilistas. Tan sólo escuche las noticias y verá a aquellos en nuestro gobierno y medios expresando puntos de vista predominantemente mercantilistas: Las monedas de nuestros socios comerciales son muy baratas y el déficit comercial es demasiado alto – juntos, estos dos factores reducen el empleo doméstico.

Una acción mercantilista disponible para nuestro país [por “nuestro” el autor se refiere a Estados Unidos] es devaluar su moneda, el dólar, lo que hace simultáneamente más baratas sus exportaciones y más caras sus importaciones. Esto puede sonar lógico, pero este principio del mercantilismo es contraproducente. Si usted tiene dólares [recuerde que para la explicación la moneda interna del autor es el dólar, tal como los es el colón en el nuestro] en su bolsillo y yo tengo yenes [la moneda externa del caso], ¿no estaría usted preocupado si sus dólares se hacen menos valiosos y se empobreciera comparado conmigo? ¿Puede usted imaginarse a alguien celebrando un descenso en el valor de sus activos?

¿Tiene usted más dólares en su portafolio que yenes, remimbíes o euros? Yo los tengo [recuerde que se trata de la moneda doméstica de Estados Unidos]. ¿No quiere usted que su portafolio aumente en valor? Yo sí. Entonces, ¿por qué desear que el dólar estadounidense decline en valor?

Aunque no tengo nada contra el oro o la plata (yo tengo un poco de ellos), son un almacén de valor -un medio para un fin- no un fin en sí. Espero usar mi oro y mi plata (y dólares, yenes, remimbíes, y euros) para algún día comprarme otra casa, otro carro, más educación, y más vacaciones. Son estos bienes y servicios -no los almacenes intermedios de valor que uso para comprarlos- los que mejoran y enriquecen mi vida. Al enfocarme en almacenar dinero y en el proceso impedir estructuralmente el mercado, las acciones mercantilistas aseguran que tendré menos de los bienes y servicios que quiero.

Otras acciones mercantilistas disponibles para el gobierno de Estados Unidos incluyen restricciones y tarifas a las importaciones, que diversos políticos y comentaristas discuten y promueven con regularidad. Al tomar esas acciones, bajo el supuesto objetivo de ayudar a los estadounidenses comunes, el gobierno de Estados Unidos dificultaría y encarecería comprar lo que queremos.

Abordemos directamente el tan vilipendiado déficit comercial. Si compro un carro Toyota hecho en Japón, ¿qué sucede? Sencillo. Obtengo un carro bonito y una compañía japonesa obtiene algunos dólares, que a su vez usa para pagar a sus suplidores, empleados, y accionistas (entre estos últimos estoy yo). ¿Qué puede hacer esa gente con los dólares que no gastan en productos estadounidenses? Sólo cinco cosas: comprar activos estadounidenses, incluyendo bonos, acciones, y tierra; involucrarse en inversión directa en Estados Unidos al construir plantas, etcétera; comprar servicios de Estados Unidos: intercambiar los dólares en el mercado cambiario: o mantenerlos.

Al comprar activos o servicios de Estados Unidos, los compradores enriquecen más a individuos y compañías estadounidenses. Después de todo, en cualquier intercambio, ambos lados ganan o de otra manera no se involucrarían en el intercambio. La inversión directa en plantas y equipos aumenta la productividad y, por tanto, los salarios de trabajadores estadounidenses. Si esos extranjeros conservan sus dólares, entonces, nosotros obtenemos carros valiosos y ellos obtienen pedazos de papel baratos que nuestro gobierno puede imprimir por centavos. Si ellos intercambian sus dólares en mercados internacionales de cambio de moneda, entonces, la persona o entidad con la que ellos intercambian tiene que tomar la misma decisión de invertir/comprar productos/comprar servicios/comerciar/mantener.

En el peor de los casos, nuestros dólares retornan para comprar productos, servicios, o activos estadounidenses. En el mejor de los casos, nuestros dólares no regresan y obtenemos bienes virtualmente de gratis. Un déficit comercial refleja el mejor caso, mientras que un excedente comercial refleja el peor -pero todavía bueno- de los casos.

Los mercantilistas arguyeron a favor de tener una nación fuerte con unos militares fuertes. Al importar bienes manufacturados, algunos temen una atrofia en la habilidad manufacturera estadounidense, y por ello los halcones (principalmente mercantilistas) son quienes ofrecen el único argumento moderno para mantener fuerte a la manufactura doméstica a expensas del resto de la economía. Ellos preguntan, “¿qué sucede si vamos a la guerra y no tenemos la habilidad de manufacturar tanques y armas?” [3] Por supuesto, la solución más sencilla es evitar empezar cualquier guerra. (La historia muestra que eso es poco posible.) Los militares estadounidenses están inclinados permanentemente hacia el músculo y la manufactura estadounidense sea persistentemente fuerte. Si bien es cierto que la manufactura ha despedido siete millones de trabajadores desde fines de los años setenta [este ensayo se escribió en el 2011], los trabajadores de hoy producen tres veces más que sus contrapartes de 1972. [4] La manufactura llegó a un récord de producción máximo de todos los tiempos en el 2007 [5] -antes de la recesión- y en efecto está empatada con China como la más grande. Considere que, si el sector de manufacturas estadounidense fuera una economía separada, calzaría muy bien entre Francia y el Reino Unido como la sexta economía más grande del mundo, disfrutando una producción anual de $2.155 billones [6] – difícilmente una razón para preocuparse.

Los mercantilistas modernos están diciendo que los consumidores estadounidenses deberían sufrir precios más elevados debido a aranceles, restricciones a la importación, y devaluaciones de la moneda, a fin de apoyar y proteger a manufactureros estadounidenses, quienes, entonces, contratarían trabajadores, exportarían bienes, y traerían moneda dura al país. La respuesta de economistas modernos es que esta es una forma de empobrecer una nación, no de enriquecerla. El comercio beneficia a ambas partes, ya sea que residan en Alemania o Germantown, Pennsylvania. La forma de enriquecer a la nación es mantener la moneda estable y permitir que florezca el comercio doméstico e internacional. Al hacerlo así, permitimos que individuos y áreas geográficas especificas se especialicen y descubran su ventaja comparativa – esa área de la producción en que somos más productivos y más eficientemente creamos lo que otros quieren. Al encontrar y proseguir nuestra ventaja comparativa, obtenemos el mayor valor para un insumo dado, y la nación como un todo se enriquece.

Como lo señaló Adam Smith,

“La máxima de cualquier prudente padre de familia es nunca intentar hacer en casa lo que le costaría más hacer que comprar… Si un país extranjero nos puede suministrar una mercancía a un precio menor que el que nos costaría fabricarla, será mejor comprársela con el producto de nuestro trabajo, dirigido en la forma que nos resulte más ventajosa.” [7]

Proteger las industrias domésticas tiene cierto atractivo. Al mantener alejados a competidores extranjeros, dice esa manera de pensar, podemos salvar empleos de estadounidenses y darles a industrias que están luchando el abrigo que necesitan para llegar a ser fuertes. Por desgracia, la realidad del proteccionismo es francamente fea. Primero, existe el esfuerzo que ponen cabildeando ante el Congreso en vez de tomar decisiones difíciles y crear una industria productiva.
Segundo, está el costo directo de los empleos protegidos. Por ejemplo, para salvar 226 empleos en la manufactura de valijas en Estados Unidos, los consumidores estadounidenses se han visto obligados a pagar anualmente $290 millones adicionales por sus valijas, lo que se traduce en unos escandalosos $1285 millones por cada empleo salvado. [8] (Nadie, en especial el consumidor estadounidense, argüiría que esos empleos valen ese tanto). Tercero, típicamente se emplean más trabajadores en industrias que usan el producto, que en industrias que hacen el producto protegido. Por ejemplo, los trabajadores en industrias que utilizan el acero, sobrepasan a aquellos en industrias productoras de acero en una proporción de 57 a 1. [9] Encarecer el acero daña a los 57 trabajadores que usan el acero, mientras que sólo es ayudado un trabajador de la industria productora de acero, y eso es en adición a todos los consumidores que fueron afectados.

¿Por qué, vale la pena preguntar, deberían los consumidores verse obligados a mantener a productores? ¿Por qué no obligar a productores a ofrecer un precio bajo a los consumidores? Uno es tan arbitrario como el otro. En efecto, muchos de nosotros hemos oído acerca de un amigo (“el consumidor”) que compra un carro de otro amigo (“el productor”), quien acude a la amistad para solicitar un precio menor.

Las políticas mercantilistas empobrecen nuestra nación y a nosotros, no nos enriquecen. Pero, usted nunca sabrá esto oyendo a la mayoría de políticos o leyendo la mayoría de periódicos. Adam Smith vio al sistema mercantil como una conspiración enorme contra los consumidores, y en 1776 escribió, “Sin embargo, nada puede ser más absurdo que toda esta doctrina de la balanza comercial.” [10] Como señaló el economista Henry George, “Lo que el proteccionismo nos enseña, es que nosotros mismos hagamos en tiempos de paz lo que los enemigos tratan de hacernos en épocas de guerra.” [11] Esa nunca será una buena política y nunca fortalecerá a los Estados Unidos, ¿No es hora de disipar ideas anacrónicas y escuchar a los maestros perspicaces de la economía moderna?

NOTAS AL PIE DE PÁGINA

1. Laura LaHaye, “Mercantilism,” en David R. Henderson, ed., The Concise Encyclopedia of Economics, Liberty Fund, 2008.
2. John J. McCusker, Review essay of Eli F. Heckscher’s Mercantilism, Economic History Association, 3 de diciembre del 2000.
3. Una autora escribe. “[L]a declinación de sectores industriales específicos, como fabricación de acero, electrónica, químicos y farmacéuticos limitará las opciones que tienen los planificadores militares para mantener las campañas militares más demandantes.” Ver Loren Thompson, “America’s Economic Decline,” Armed Forces Journal, marzo del 2009.
4. Mark J. Perry, “The Truth About U.S. Manufacturing,” en Wall Street Journal, 25 de febrero del 2011.
5. Donald J. Boudreaux, “Manufacturing Error,” Cafe Hayek, 12 de agosto del 2009.
6. Ibid. Mark J. Perry, “The Truth About U.S. Manufacturing.”
7. Adam Smith, An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations, The University of Chicago Press, Volumen I, Libro IV, Capítulo II, páginas 478-479, 1976, originalmente publicado in 1776. El pasaje es de los párrafos IV.2.11-IV.2.12.
8. The Fruits of Free Trade, 2002 Annual Report, Federal Reserve Bank of Dallas, Exhibit 11. The High Cost of Protectionism.
9. Ibid. Fruits of Free Trade, Exhibit 11.
10. Adam Smith, An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations, Vol. I, Libro IV, Capítulo III, Parte II, página 513. El pasaje es del párrafo IV.3.31.
11. Henry George, Protection or Free Trade, Cap. IV, página 12, Government Printing Office, 1892. El pasaje es del Chapter 6, párrafo. VI.7.

Charles L. Hopper es presidente de Objective Insights, una compañía que hace consultoría para empresas farmacéuticas y de biotecnología y compañero visitante de la Institución Hoover.