QUÉ HACER CON LOS DÉFICITS Y LA DEUDA

Por Alexander William Salter
American Institute for Economic Research
15 de marzo del 2023

Nota del traductor: la fuente original en inglés de este artículo es alexander william salter, american institute for economic research, deficits, March 15, 2023. En él podrá leer enlaces relevantes originalmente en letra azul en el texto.

Los halcones del presupuesto federal están en apuros. Habiendo predicho nueve de las últimas crisis de deuda cero, aquellos de nosotros, preocupados por la trayectoria del gasto del gobierno de Estados Unidos, tenemos la tarea inevitable de convencer al público que esta vez es diferente. Va a ser algo difícil de vender, pero debemos tratar. El jolgorio en el gasto del Tío Sam es insostenible. No puede continuar por siempre, y no lo hará. Nuestro tiempo se está acabando.

Según proyecciones de la Oficina de Presupuesta del Congreso [OMB por sus siglas en inglés], el déficit del 2023 totalizará $1.4 billones. Promediará $2.0 billones por año por los próximos diez años. Inevitablemente la deuda de Estados Unidos, ya en niveles récords, aumentará. La deuda federal ya excede al 120 por ciento del PIB. Si continúa la tendencia de gasto, en treinta años la deuda alcanzará el 195 por ciento del PIB. Estos números no tienen precedente en Estados Unidos, aún en tiempos de guerra.

No hay garantía de que Estados Unidos pueda sostener niveles de deuda así de altos. Los mercados de bonos se asustarían mucho antes de mediados de siglo. Si es así, ¡ay del sistema financiero global! El número inmenso de portafolios construidos con base en una “tasa de rendimiento libre de riesgos” de los bonos del Tesoro sufrirá un golpe horrible.

No podemos salir del hoyo fiscal mediante impuestos. Durante los últimos cincuenta años los ingresos tributarios oscilaron entre 14 y 19 por ciento del PIB. A pesar de una variación significativa del código tributario durante ese tiempo, parece que hay una ventana estrecha para los ingresos federales, determinada por la estructura subyacente de la economía. La prudencia dicta que tomemos un 20 por ciento del PIB como el máximo absoluto de ingresos gubernamentales.

Cubrir el bache significa recortar gastos dolorosos pero necesarios, o un financiamiento inflacionario directo.

La Teoría Monetaria Moderna (TMM), hasta hace poco tema ardiente en el gremio de comentaristas económicos, sostiene que los gobiernos no enfrentan restricciones fiscales, sólo restricciones de recursos reales. Mientras el gobierno pueda imprimir dinero, dice la idea de la TMM, siempre puede cubrir las cuentas.

Últimamente, los promotores de esta posición absurda se han quedado quietos, por razones obvias. Tratamos de poner a funcionar las impresoras para cubrir la deuda gubernamental durante los años del COVID, y el resultado fue la inflación más alta de los últimos 40 años. Pero, necesitamos poner esto en perspectiva. Una expansión del 33 por ciento en la oferta de dinero entre el 2020 y el 2022, cubrió aproximadamente la mitad de la deuda gubernamental agregada durante ese período, ¡Imagínese cuán peor sería si descansáramos exclusivamente en que la FED empapelara nuestro despilfarro!

Eso deja los recortes en los gastos, El regateo partidista actual sobre el tope a la deuda puede que rinda algunas reformas beneficiosas, pero no deberíamos contar con ello. Tanto el presidente demócrata como la Cámara de Representantes republicana han excluido de la mesa reformas a programas de ayuda social. Como lo sabe cualquiera familiarizado con la aritmética presupuestaria, eso garantiza que el problema nunca será resuelto. La Seguridad Social, el Medicare, y el Medicaid son el grueso del gasto federal “obligatorio,” puesto bajo autopiloto legislado por políticos de antaño. Para el 2023 la OMB proyecta que esto aumentará a un 15.3 por ciento del PIB. En contraste, el gasto discrecional y gastos por intereses serán 6.0 por ciento y 3.6 por ciento, respectivamente.

Los recortes deben venir de los gastos en programas sociales. No hay suficiente espacio para recortar en otras áreas.
Las consecuencias económicas de la insostenibilidad fiscal serán severas. En su momento, los inversionistas sospecharán que el Tío Sam no puede reembolsar sus deudas. Demandarán tasas más altas en los bonos del gobierno para compensar el riesgo incrementado. Una vez que eso pasa, el servicio de la deuda devorará una gran porción incómoda de los gastos gubernamentales. Se estrujarán los servicios públicos. La polarización partidaria aumentará como resultado. Cuando hay menos generosidad para dispersar, las hienas deben luchar cada vez más fieramente sobre las sobras que aún quedan.

“Una sociedad se engrandece cuando los viejos siembran árboles en cuyas sombras saben que nunca se sentarán,” dice un antiguo proverbio griego. Para que progrese una república con autogobierno, cada generación debe administrar el presupuesto público con gran cuidado. Pero, durante tres generaciones, nuestros “viejos” optaron por recortar árboles, en vez de sembrarlos. Ahora sufrimos los costos.

Se nos ha infligido una injusticia intergeneracional. Pero, no tenemos derecho a amplificar esa injustica para quienes siguen. Cuando se trata de tonterías fiscales, esta vez es diferente. No pasemos la pelota. En vez de ello, hagamos los sacrificios necesarios que aseguren la integridad a largo plazo de los Estados Unidos. Sembremos los árboles.

Alexander William Salter es Profesor Asociado de Economía en el Colegio Rawls de Negocios y Compañero de Investigación en Economía Comparada del Instituto del Libre Mercado, ambos en la Universidad Texas Tech. Ha publicado artículos en revistas especializadas importantes tales como the Journal of Money, Credit and Banking, the Journal of Economic Dynamics and Control, the Journal of Macroeconomics, and the American Political Science Review. Sus artículos de opinión han aparecido en The Hill, The American Conservative, US News and World Report, Quillette, y numerosos otros sitios. Salter obtuvo su M.A. y PhD. en Economía en la Universidad George Mason y su licenciatura en Economía en Occidental College. Participó en el 2011 en el Programa de Becarios de Verano del AIER.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.