CUÍDESE DEL TOTALITARISMO DE LA SALUD

Por Theodore Dalrymple
Law & Liberty
15 de marzo del 2023

Richard Gunderman inicia su ensayo con una exposición de los absurdos intelectuales, deficiencias históricas, e inconsistencias del notorio nuevo juramento administrado a estudiantes de primer año en la Escuela de Medicina de Minnesota. Eso no es muy difícil de hacer y al momento se ha hecho múltiples veces, pero, luego, Gunderman continúa diciendo algo mucho más original; esto es, que el juramento es una manifestación de idealismo, si bien de una variedad errada e incluso pervertida, y de una concienciación subliminal de que los practicantes de medicina deberían tener una perspectiva social mucho más amplia de la que ahora tienen. En un grado creciente, dice él, los médicos han llegado a ser técnicos sofisticados estrechamente enfocados en un aspecto pequeño de la existencia humana, digamos una célula cancerosa en particular, sin considerar el contenido social en que la enfermedad se desarrolla y es causada, tratada, y curada.

Pienso que Gunderman es más bien muy generoso con quienes escribieron e impusieron ese juramente. Su objetivo (supongo, pues no puedo probarlo en definitiva) no es producir algún beneficio tangible para el pueblo Dakota, en cuya tierra ancestral se supone que funciona la escuela de medicina, aún si esa gente pudiera ser identificada sin ambigüedad. El propósito del juramento es todo lo contrario: es un instrumento para lograr poder.

El instrumento destruye la probidad moral, de quienes lo toman, y, al hacerlo, fractura el espíritu. La propaganda política nunca ha tenido la intención de informar, y, bajo regímenes totalitarios, ni siquiera intenta persuadir. En condiciones en que es obligatorio estar de acuerdo, aplaudir, y aún repetir y estar a tono, dañar la verdad puede convertirse en un objetivo como tal. Entre menos veraz sea la propaganda, cuanto más discrepe con el sentido común y la experiencia común, mejor, pues, al obligar a la gente a asentir públicamente con lo que sabe es falso, los propagandistas los humillan y violentan su respeto a sí misma. Tal gente es fácil de conducir como manada y de dominar: su legitimación [locus standi] para resistirse a imposiciones futuras ha sido destruida por adelantado.

Los estudiantes que hicieron el juramento lo fueron ya sea porque creían en lo que dijeron o porque no creían en él. Si ellos lo creyeron, creyeron lo que el mismo Gunderman cree es una falsedad egregia; si no lo creyeron, pero a pesar de ello hicieron el juramento de forma que así pudieran progresar a la siguiente etapa de su educación, ellos mismos sabían que eran arribistas, que es decir personas fácilmente manipuladas por practicantes futuros de gerencialismo, quienes usarán métodos similares para asegurar su cumplimiento.

Así, hay más en el juramento de Minnesota de lo que Gunderman admite: es la forma de cosas por venir. Hemos visto el futuro y es la falta de libertad.

En esencia, Gunderman lamenta que las escuelas de medicina estén produciendo médicos que no son personas educadas sino simplemente operativos de la tecnología. Y, en verdad, esta es una queja frecuente de pacientes (incluyéndome) de que sus doctores parecen estar más interesados en sus pantallas de computadora, que en el ser viviente frente a ellos. Hay una nueva tendencia médica de considerar a la gente que sirven como si fueron posibilidades permanentes de problemas técnicos, tal como John Stuart Mill definió un objeto físico como la posibilidad permanente de sensación.

Si bien es cierto que las personas deberían siempre ser tratadas humanamente y con tanta comprensión humana como sea posible, el grado en que ellas presentan problemas técnicos varía. Una tibia rota no es un corazón roto, aunque quien sufre cualquiera de ellos puede buscar atención médica. Que la simpatía o empatía pueda enseñarse es tema de disputa; me sospecho que el ejemplo es mejor que el precepto, y que la práctica es mejor que aprenderse libros (o hacerlo por medio de una pantalla de computadora). Es más, debe recordarse que la profesión de la medicina ha sido hasta ahora un hogar de muchas mansiones, y que las cualidades humanas necesarias para ser un buen histólogo o patólogo forense son muy diferentes de aquellas necesarias para ser un buen ginecólogo o psiquiatra. Cualquier intento de educar una buena profesión médica como un todo, debe, por lo tanto ser, grosso modo, más que finamente afinada, y no debería existir una estandarización del carácter de los estudiantes de medicina diferente de la exclusión de psicópatas obvios y la necesidad de un nivel decente de inteligencia y diligencia. La naturaleza hará el resto.

Gunderman hace una súplica para una educación humanista a la vez que técnica y estoy visceralmente a favor de lo que él pide, aunque en estos tiempos de medicina basada en la evidencia, alguien se ve obligado a exigir conocer la evidencia de que un bien instruido médico de familia, digamos, tiene mejores resultados que uno que no lee algo más elevado que el periódico USA Today, o que, de hecho, no lee nada del todo fuera de la literatura médica. Me inclino a dudar que las escuelas de medicina estén bien situadas para educar humanísticamente a los médicos o inculcar en ellos una vocación por las humanidades; esto en verdad debería haberse hecho en colegios de secundaria. Hay un peligro que el aprendizaje humanístico, si es prescribe como parte del currículo, simplemente se convierta en sólo un aro más para que los estudiantes de medicina salten a través de él, muy posiblemente uno odiado; es más, como están las cosas ahora, el aprendizaje humanístico especial a nivel universitario está, casi en su totalidad, en manos de maestros con la mentalidad que produjo el nuevo juramento en la Escuela de Medicina de Minnesota. Tal como las humanidades se enseñan en la actualidad probablemente podrían ser mejor designadas como las inhumanidades.

Ciertamente, el principio o actividad arquetípica de los médicos seguirá siendo aquel de una consulta con un paciente, que tiene una enfermedad o indisposición que quiere curarse. Por ejemplo, un amigo mío hace poco fue diagnosticado con cáncer en el pulmón. Él no necesitaba, ni tampoco quería, una disquisición acerca del fumado como causa del cáncer, aún menos una disquisición acerca de los determinantes sociales (o correlativos, que no es exactamente la misma cosa) del hábito del fumado. Él no quiere saber que el fumado es ahora, hablando estadísticamente, un hábito de la clase baja, que el precio de los cigarrillos afecta la cantidad consumida, que un impuesto al tabaco es altamente regresivo, que las tabacaleras han tratado constante y deshonestamente de minimizar los daños causados por el fumado, que el tabaquismo pasivo perjudica a los niños y que puede haber dañado a los suyos, que la ley podía ser alterada para prohibir el fumado, etcétera, etcétera. Lo que él quiere es que el cáncer sea removido y que su vida sea prolongada tanto como sea posible. El cirujano removió el cáncer en su totalidad, según lo que se vio, e investigaciones subsecuentes altamente técnicas mostraron que, dentro de los límites de esas investigaciones, el cáncer no se ha diseminado. Esto es precisamente lo que él quería, y esperaba de sus médicos.

Nada de eso es para negar que el fumado causa cáncer o el valor de las investigaciones epidemiológicas que de primero establecieron el ligamen. Pero, el cirujano que removió el cáncer del pulmón de mi amigo no era un epidemiólogo algo más que un epidemiólogo es un cirujano. Hay una división del trabajo inevitable en la medicina, y si bien es importante que los doctores se deberían estar atentos a la epidemiología, no es necesario e incluso aconsejable que todos los médicos sean epidemiólogos aficionados, mucho menos reformadores sociales aficionados.

Cualquier médico que lea las revistas médicas generales – el Lancet, el Journal of the American Medical Association, el New England Journal of Medicine, el British Medical Journal- no es posible que no se haya dado cuenta de la epidemiología como disciplina médica, pues una gran proporción de lo que se publica en esas revistas es epidemiológico en su naturaleza. Mucho de ello tiene que ver, hasta el punto de obsesión, con disparidades raciales o económicas, correlaciones que casi siempre se toman como causas en la forma más directa, en efecto, burda. Uno algunas veces tiene la impresión de que está leyendo Pravda, al menos en el grado en que puntos de vista opuestos o que incluso disienten ligeramente o detallados, raramente se escuchan.

Si bien las investigaciones epidemiológicas son claramente importantes y valiosas, ellas tienen sus peligros, como tal vez lo demuestra la respuesta a la pandemia del COVID-19. Durante la pandemia, la distinción que brillantemente señaló Frederic Bastiat en los años de 1840, entre lo visto y lo no visto, se perdió de vista: y fue ignorado por muchos epidemiólogos el hecho de cerrar sociedades completas para prevenir que la enfermedad se diseminara a gente a la que le causaría poco daño, puede haber tenido consecuencias muy serias. Ellos fueron como personas que detendrían todo tránsito porque el tránsito resulta en accidentes.

Existe un peligro de lo que puede llamarse totalitarismo de la salud implícito en las ideas de Virchow, el gran patóloga y héroe de Gunderman. Por supuesto, cuando Virchow estaba escribiendo, no había agua limpia, la disposición de desechos era pobre, el ambiente cercano a los humanos era mucho más contaminado de lo que es hoy, era difícil para la gente conservarse limpia, los accidentes fatales eran más numerosos, las deficiencias nutricionales y enfermedades ocupacionales era groseras y frecuentes, no había tratamientos efectivos para infecciones, la más pequeña herida a menudo resultaba en septicemia, más de una décima parte de los niños moría antes de su primer cumpleaños, etcétera. Era, por tanto, compresible y perdonable que Virchow escribiera lo siguiente:

“La medicina es una ciencia social y la política no es nada más que medicina en gran escala. La medicina como ciencia social, como la ciencia de los seres humanos, tiene la obligación de señalar los problemas e intentar su solución teórica; el político, el antropólogo práctico, debe hallar los medios para su solución actual.”

Pero, Gunderman falla en ver las implicaciones siniestras de esto en el contexto moderno.

Shelley dijo que los poetas eran los legisladores no reconocidos del mundo; Gunderman parecería querer que médicos, entrenados tal como él piensa deberían serlo, sean reconocidos como los legisladores del mundo. El médico no sólo debería tratar dolores de garganta, sino todo, desde la pobreza a la injusticia hasta opiniones equivocadas. Si esta es la conclusión de la educación liberal que Gunderman piensa que los médicos deberían tener, me arriesgaré con los médicos como lo son ahora.

Theodore Dalrymple es un psiquiatra y médico de prisiones retirado, editor contribuyente de City Journal, y Compañero Dietrich Weissman del Manhattan Institute. Si libro más reciente es Embargo and other stories (Mirabeau Press, 2020).

Traducido por Jorge Corrales Quesada.