ENGAÑÁNDONOS A NOSOTROS MISMOS

Por Theodore Dalrymple
Law & Liberty
15 de febrero del 2023

Una de las peculiaridades de nuestra época es la ferocidad con que intelectuales y políticos defienden propuestas que ellos no creen -porque no pueden- son verdad, por lo escandalosas que son, por la violencia que ocasionan a la verdad más obvia y evidente. Agatha Christie (una psicóloga mucho más grande que Sigmund Freud), llamo la atención hace casi un siglo al fenómeno, al hizo que el Dr. Sheppard, el protagonista y culpable de El asesinato de Roger Ackroyd, dijera, “Cuando tienes una sospecha, resulta extraño admitir que no la quieres confesar. El hecho de que otra persona la exprese en voz alta te impulsa a negarla con toda vehemencia.”

Entre las proposiciones defendidas con ferocidad sospechosa está que los hombres pueden cambiar directa y sin ambigüedad en mujeres, y viceversa. Ahora cualquiera acepta que pueden cambiar en algo diferente de hombres y mujeres ordinarios, y que pueden vivir como si fueran el opuesto de su sexo al nacimiento; es más, no hay razón para abusar o de lo contrario maltratarlos si lo hacen, y la bondad y decencia humana requieren que no humillemos o hagamos más difíciles sus vidas de lo que ya lo son. Pero, esto no es del todo para alegar que, quienes toman hormonas y se operan son, en realidad, el sexo que eligen, o que es correcto que se consagre la falsedad en la ley y, por tanto, obligar a la gente a asentir con lo que ellos saben es falso. Así miente el totalitarismo.

Proponer y defender ideas que usted sabe son falsas es intelectual y moralmente frívolo, pero eso carece del disfrute usual que se supone suministra la frivolidad. Se combina con la sinceridad pero no la seriedad: uno piensa acerca de los austriacos diciendo de los Habsburgos, “la situación es catastrófica pero no seria.”

Un ejemplo reciente de la tendencia a adoptar ideas que son conocidas por falsas, y, aún así, hacerlas la base de la política, es el proyecto de ley del gobierno escocés para reducir los obstáculos legales al cambio de sexo. El proyecto propuso que los adolescentes, a partir de los dieciséis años, podían cambiar su sexo (para todos los fines legales) sin tener que someterse a algún tratamiento o examen médico, y sencillamente luego de completar tres meses viviendo como el sexo que desean ser.

Dejemos de lado el hecho de que “vivir como una mujer” o “vivir como un hombre” implica que hay una distinción binaria entre hombre y mujer, que no es sólo un asunto de convención social: nadie, ciertamente, podría de verdad creer que, después de tres meses de desempeñar roles, sin importar lo exitoso o gratificante para la persona que desempeña el rol, alguien cambia su sexo. Y esta teoría fue puesta a prueba práctica poco después de aprobarse el proyecto (aunque lo vetó el gobierno británico). Hubo una queja comprensible en Escocia cuando agresores sexuales violentos contra mujeres, quienes alegaban estar cambiando sexo, fueron enviados a prisiones de mujeres. La administración escocesa fue obligada a echar marcha atrás, y, en vez de ello, ambos fueron enviados a prisiones de hombres.

Ahora, según la teoría adoptada por el gobierno, sencillamente estos hombres eran mujeres pues ellos se identificaron como tales. Eran tan mujeres como Marilyn Monroe. Su motivo para cambiar de sexo era irrelevante: según la teoría, era su autoidentificación lo que contaba. Y, el hecho que habían sido violentos contra mujeres, era irrelevante: una prisión de mujeres, después de todo, puede esperarse que aloje mujeres que han sido violentas con mujeres. Si genuinamente la administración creía la historia detrás de su propia legislación, se habría mantenido firme: los agresores sexuales que eran hombres cuando cometieron sus ofensas eran ahora mujeres, y, dado que las mujeres deberían enviarse a prisiones de mujeres, estos dos agresores deberían haber sido enviados a prisiones de mujeres, protesten o no.

Si tratamos de ver este episodio con el ojo de un futuro investigador social, bajo el supuesto (de ninguna manera seguro) de que las sociedades occidentales algún día volverán a sus sentidos y que sus historiadores sociales serán, al menos, moderadamente sensatos, ¿qué hipotetizaremos? ¿Cómo explicar que, sociedades que se enorgullecían de haber derrocado la superstición y basarse en un grado sin precedentes en la investigación científica, y que tenían el porcentaje más alto de gente educada como nunca antes en la historia humana, creyera, sin embargo, en los absurdos más groseros? ¿Qué puede haberlas poseído?

Pienso que los historiadores sociales encontrarán una pista en el libro de G.K. Chesterton, Orthodoxy [Ortodoxia], aunque se publicó en 1908, mucho más de un siglo antes que el fenómeno para el cual se busca una explicación. Chesterton escribió:

“El mundo moderno no es malo; en algunos aspectos el mundo moderno es demasiado bueno. Está lleno de virtudes salvajes y desperdiciadas. Cuando se rompe un esquema religioso… no son sólo los vicios los que se liberan. Los vicios están, en efecto, sueltos, y vagan y hacen daño. Pero también se sueltan las virtudes; y las virtudes vagan más salvajemente, y las virtudes hacen un daño más terrible. El mundo moderno está lleno de las antiguas virtudes cristianas enloquecidas. Las virtudes se han vuelto locas porque han sido aisladas unas de otras y vagan solas. Así, algunos científicos se preocupan por la verdad; y su verdad es despiadada. Así, algunos humanistas sólo se preocupan por la compasión; y su compasión (lamento decirlo) es a menudo falsa.”

La lástima y compasión, previamente virtudes cristianas, son las virtudes que vuelan en la mente del liberal social moderno. En efecto, uno casi que puede decir que él se ha hecho adicto a ellas, pues son las que le dan sentido y propósito a su vida. Él siempre está atento a nuevos mundos no para conquistar, sino para compadecerse. En su mente, la lástima y la compasión requieren que adopte sin objeción el punto de vista de la persona a la que compadece, o, de lo contario, podría molestarlo; por tanto, no debe criticar. En resumen, si es necesario, él debe mentir, y con frecuencia termina autoengañándose, así como a otros. Y, si él tiene poder, convertirá las mentiras en política.

Theodore Dalrymple es un psiquiatra y médico de prisiones retirado, editor contribuyente de City Journal, y Compañero Dietrich Weissman del Manhattan Institute. Si libro más reciente es Embargo and other stories (Mirabeau Press, 2020).

Traducido por Jorge Corrales Quesada.