LOS ANTICAPITALISTAS DE HOY QUIEREN REGULAR LO QUE USTED PUEDE COMER, QUÉ TAN A MENUDO MANEJA, Y EL TAMAÑO DE SU HOGAR

Por Rainer Zitelmann
Fundación para la Educación Económica
Sábado 4 de febrero del 2023

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Puede sonar cruel decirlo, pero, tal pensamiento refleja cercanamente aquel del Khmer Rojo en Camboya.

Las economías planificadas todavía están disfrutando de otro renacimiento. Los impulsores de la protección del clima y los anticapitalistas están exigiendo que el capitalismo sea abolido y reemplazado por una economía planificada.

De otra forma, alegan ellos, la humanidad no tiene posibilidades de sobrevivir.

En Alemania, un libro llamado Das Ende des Kapitalismus es un éxito de ventas y su autora, Ulrike Herrmann, se ha convertido en huésped regular de todos los programas de entrevistas. Promueve abiertamente una economía planificada, si bien esa ya fracasó una vez en Alemania ̶ al igual que en cualquier parte en que se ha intentado.

A diferencia del socialismo clásico, en una economía planificada, las empresas no son nacionalizadas, se les permite seguir en manos privadas. Pero, es el estado el que especifica con precisión qué y cuánto se ha de producir.

No habría más vuelos y no más vehículos motorizados privados. El estado determinaría así cada faceta de la vida diaria ̶ por ejemplo, ya no habría casas unifamiliares y a nadie se le permitiría ser dueño de una segunda casa. Se prohibiría la construcción nueva pues es dañina para el ambiente. En vez de ello, la tierra existente sería distribuida “justamente,” con el estado decidiendo cuánto espacio apropiar para cada individuo. Y el consumo de carne sería permitido sólo como excepción, pues la producción de carne es dañina para el ambiente.

En general, la gente no debería comer tanto: 2.500 calorías al día son suficientes, dice Herrmann, quien propone un consumo diario de 500 gramos de frutas y vegetales, 232 gramos de cereales integrales o arroz, 13 gramos de huevos, y 7 gramos de cerdo.

“A primera vista, este menú puede parecer un poco pobre, pero los alemanes serían más sanos si cambiaran sus hábitos de comida,” reasegura esta crítica del capitalismo. Y, dado que las personas serían iguales, ellas también serían felices: “El racionamiento parece ser desagradable. Pero, tal vez, la vida sería más placentera de lo que es hoy, pues la justicia hace feliz a las personas.”

De ninguna manera estas ideas son nuevas. La popular crítica canadiense del capitalismo y la globalización, Naomi Klein, admite que ella inicialmente no tenía un interés particular en el cambio climático. Luego, en el 2014, escribió un extenso tomo de 500 páginas llamado This Changes Everything: Capitalism vs. the Climate [Esto lo cambia todo: El capitalismo contra el clima].

¿Por qué ella súbitamente llegó a interesarse tanto?

Bueno, antes de escribir este libro, el principal interés de Klein fue la lucha contra el libre comercio y la globalización. Lo dice muy abiertamente: “Fui impulsada hacia un compromiso más profundo con él parcialmente porque me di cuenta que podría ser un catalizador de formas de justicia social y económica en las que ya creía.” Ella pide una “economía cuidadosamente planificada” y directrices gubernamentales sobre “qué tan a menudo manejamos, qué tan a menudo volamos, si nuestra comida tiene que sernos enviada, si los bienes que compramos son construidos para durar… que tan amplias son nuestras casas.” También, abraza una sugerencia de que el 20 por ciento de la población en mejor situación económica debe aceptar recortes más grandes para crear una sociedad más justa.

Estas citas -a las que se les podrían agregar muchas más declaraciones en el libro de Klein- confirman que, el objetivo más importante de anticapitalistas como Herrmann y Klein, no es mejorar el ambiente o encontrar soluciones para el cambio climático. Su objetivo real es eliminar el capitalismo y establecer una economía planificada manejada por el estado. En realidad, esto involucraría la abolición de la propiedad privada, aún cuando, técnicamente, los derechos de propiedad continuarían existiendo. Pues todo lo que quedaría es el título legal formal de propiedad. El “empresario” todavía poseería su fábrica, pero qué y cuántos produce sería decidido por el estado sólo. Aquel se convertiría en un administrador empleado por el estado.

El mayor error de estos promotores de la economía planificada siempre ha sido creer en la ilusión de que un orden económico podía ser planificado en el papel; que una autoridad se sentaría en su escritorio y vendría con el orden económico ideal. Todo lo que quedaría por hacer es convencer a suficientes políticos que lleven a cabo el orden económico en el mundo real. Puede sonar cruel, pero, también, el Khmer Rojo en Camboya pensó de tal manera.

El experimento socialista más radical en la historia, que tuvo su lugar en Camboya a mediados y fines de los años setenta, originalmente fue concebido en las universidades de París. Este experimento, al que el líder del Khmer Rojo, Pol Pot (también referido como “Hermano”) llamó el “Súper Gran Salto hacia Adelante,” en honor al Gran Salto hacia Adelante de Mao, es lo más revelador, pues ofrece una demostración extrema de la creencia en que una sociedad puede ser construida artificialmente en una pizarra.

Hoy, a menudo, se alega que Pol Pot y sus camaradas querían poner en marcha una forma puritana de “comunismo primitivo,” y su gobierno es pintado como una manifestación de irracionalidad sin límite. En efecto, eso no podría estar más alejado de la verdad. Esas mentes maestras y líderes del Khmer Rojo eran intelectuales de familias respetables, quienes habían estudiado en París y eran miembros del Partido Comunista Francés. Dos de esas mentes maestras, Khieu Samphan y Hu Nim, habían escrito disertaciones marxistas y maoístas en París. En efecto, la élite intelectual que había estudiado en París ocupó casi todas las posiciones dirigentes del gobierno, luego de tomar el poder.

Ellos habían desarrollado un detallado Plan Cuatrienal que daba una lista de productos que el país necesitaría con un detalle exacto (agujas, tijeras, encendedores, tazas, peines, etcétera). El nivel de especificidad era altamente inusual, aún para una economía planificada. Por ejemplo, decía, “Comer y beber están colectivizados. El postre también es preparado colectivamente. En breve, elevar los estándares de vida del pueblo en nuestro propio país significa hacerlo colectivamente. En 1977, debe haber dos postres por semana. En 1978, hay un postre cada dos días. Luego, en 1979, hay uno cada día, etcétera. Así que el pueblo vive colectivamente con lo suficiente para comer; es alimentado con bocadillos. Es feliz viviendo en este sistema.”

El partido, escribe en su análisis el sociólogo Daniel Bultmann, “planificó las vidas de la población como si se hiciera en una pizarra de dibujo, ajustándolas en espacios y necesidades predeterminados.” En todas partes, se construyeron gigantescos sistemas de campos de irrigación bajo un modelo uniforme, rectilíneo. Todas las regiones estuvieron sujetas a los mismos objetivos, cuando el Partido creyó que las condiciones estandarizadas en campos de exactamente el mismo tamaño, también producirían rendimientos estandarizados. Bajo el nuevo sistema de irrigación y campos de arroz en forma de un tablero de ajedrez, la naturaleza era aprovechada hacia la realidad utópica de un orden colectivista pleno, que eliminaba la desigualdad desde el primer día.

Pero, la colocación de presas de irrigación en cuadrados iguales en el centro de campos igualmente cuadrados, condujo a inundaciones frecuentes, pues el sistema ignoró totalmente los flujos naturales del agua, y no funcionó un 80 por ciento de los sistemas de irrigación ̶ de la misma forma en que no funcionaron los pequeños altos hornos del Gran Salto hacia Adelante de Mao.

A través de la historia, el capitalismo ha evolucionado, tal como los lenguajes han evolucionado. Los idiomas no fueron inventados, construidos, y concebidos, sino que son resultado de procesos espontáneos no controlados. Si bien el aptamente llamado “lenguaje planeado”, el Esperanto, se inventó tan temprano como 1887, del todo ha fallado en establecerse como el idioma extranjero más ampliamente hablado del mundo, tal como sus inventores habían esperado.

El socialismo tiene mucho en común con un idioma planificado, un sistema desarrollado por intelectuales. Sus adherentes luchan por ganar poder político para, entonces, poner en práctica su sistema elegido. Ninguno de esos sistemas jamás ha funcionado en parte alguna ̶ pero eso, en apariencia, no detiene a intelectuales de creer que ellos han encontrado, en su torre de marfil, la piedra filosofal, y diseñado, por fin, el sistema económico perfecto. No tiene sentido discutir en detalle ideas como las de Herrmann o de Klein, pues todo el enfoque constructivista -esto es, la idea de que un autor puede “soñar” un sistema económico en su cabeza o un papel - es equivocado.

El historiador y sociólogo Rainer Zitelmann es autor del libro “En defensa del capitalismo,” el cual está siendo publicado en 30 lenguajes.

El Dr. Rainer Zitelmann es un historiador y sociólogo. También es un autor mundialmente reconocido, un empresario exitoso y un inversionista en bienes raíces. Zitelmann ha escrito más de 20 libros. Sus libros son un éxito alrededor del mundo, en especial en China. India y Corea del Sur. Sus libros más recientes son The Rich in Public Opinion, publicado en mayo del 2020 y The Power of Capitalism, que fue publicado en el 2019.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.