CUANDO UN LIBERAL CLÁSICO CONFRONTÓ EL TERROR NAZI

Por Samuel Gregg
Law & Liberty
30 de enero del 2023

Hace noventa años, Adolf Hitler fue juramentado como Canciller de Alemania. El 30 de enero de 1933, a partir de ese entonces, sería considerado por los nacionalsocialistas alemanes como el Machtergreifung: el día que los nazis tomaron el poder y empezaron a mandar hacia su tumba a la República de Weimar.

Hitler nunca hizo un secreto de su intención de golpear a quienes él vio como sus enemigos, una vez que su puño sobre el poder se hubiera consolidado, Así, era un riesgo personal considerable que un joven profesor de economía alemán diera una conferencia pública en Frankfurt am Main, tan sólo ocho días luego de que Hitler asumiera el cargo, en donde aquel dejó clara su oposición al nuevo gobierno.

Wilhelm Röpke ya era conocido por ser un destacado crítico del nazismo. Personalmente había hecho campaña contra el Partido Nazi. “Usted será cómplice,” escribió él en un panfleto de la elección de 1930, “Si usted vota por los nazis o por un partido que no tiene reservas acerca de formar un gobierno junto con los nazis.” Ese indicado “o” era un golpe a las élites políticas y militares conservadoras que, tres años más tarde, permitirían a Hitler asumir el cargo bajo la ilusión de que podrían controlarlo.

No habría sido difícil para Röpke adaptarse a las realidades políticas de Alemania posteriores a enero de 1933. Para empezar, él no era judío. Es más, Röpke era un veterano de combate condecorado, quien había servido con distinción en las trincheras del Frente Occidental. Joven y atlético, hasta parecía un übermensch ario, alabado por la ideología nazi. A la edad de 24, Röpke se había convertido en el profesor más joven de Alemania y, para 1933, su fama como economista se extendía por toda Europa. Si Röpke hubiera estado dispuesto a un compromiso, podría haber llegado lejos bajo el nuevo régimen. Sin embargo, la conferencia de febrero de 1933 de Röpke indicó que él no iba a agacharse. A partir de ese momento, no tenía futuro en el Tercer Reich.

FIN DE LOS TIEMPOS

Cuando los nazis llegaron al poder en 1933, el efecto no fue una consternación en masa por parte de aquellos con recelos. Hasta el más importante grupo representativo, la Asociación Central de Ciudadanos Alemanes de Fe Judía, mantuvo que, a pesar del feroz antisemitismo de los nazis, “nadie se atrevería a tocar [sus] derechos constitucionales.”

En su conferencia del 8 de febrero, Röpke demostró que él no tenía tales ilusiones. Titulada “Epochenwende” (Fin de una Era), con precisión la conferencia de Röpke detalló por qué la entrada de Hitler a la Cancillería representaba algo totalmente distinto a un cambio normal de gobierno. El triunfo del nacionalsocialismo constituía, dijo Röpke una derrota a la razón y la libertad. El movimiento nazi, le dijo a su audiencia, con su llamamiento desnudo hacia “estados de ánimo y emociones” y la invocación constante a “mito,” “sangre,” y el “alma primordial” no dejó espacio para tales cosas.

No sólo, insistió Röpke, estaban “la estupidez y el estupor” siendo “inculcados de una manera que mendiga descripción;” para los nazis “todo acto brutal e inmoral,” señaló él, “se justifica por la santidad del objetivo político.” Las amenazas de destruir grupos enteros –“judíos en Alemania” y “enemigos hereditarios de todos los tipos”- no era, afirmó Röpke, simple retórica diseñada para agitar el resentimiento populista, que sería quietamente engavetada una vez que los nazis asumieran el poder. Era parte integral, sabía Röpke, del proyecto nacionalsocialista completo.

EL LIBERALISMO COMO CIVILIZACIÓN

Pero, la conferencia de Röpke fue más allá de ser un listado de los problemas profundos con el movimiento nazi. También, buscó identificar la esencia de lo que querían aniquilar los movimientos altamente ideológicos de la derecha y la izquierda, en aquel entonces luchando por el poder a lo largo de Europa. Aquí llegamos a la segunda dimensión de la conferencia de Röpke: su defensa del liberalismo.

Por liberalismo, Röpke no tenía en mente los partidos liberales de la Alemania de Weimar, que habían sido exprimidos por los comunistas alemanes a su izquierda y los nacionalsocialistas a su derecha. Tampoco estaba pensando en los pensadores y movimientos liberales que ejercieron considerable influencia en la Europa del siglo XIX. “La rebelión de hoy contra el liberalismo,” afirmó Röpke, “no es una simple rebelión contra ideales y modos de pensamiento perecederos del siglo XIX.” El liberalismo “no ha de equipararse con el liberalismo económico o político de ese siglo.” Con esto, Röpke tenía en mente al capitalismo industrial y figuras como el primer ministro liberal británico, William Gladstone.

En vez de ello, el liberalismo sirvió en la conferencia de Röpke cono sinónimo de la integración de ideas, culturas, e instituciones greco-romanas, judías y cristianas, y de la Ilustración que, creía él, constituían la civilización de Occidente. Röpke sostenía que el nazismo -y el bolchevismo, para el caso- deberían reconocerse como una insurrección contra esa complexión particular de conceptos, expectativas e instituciones.

Como un distinguido economista de libre mercado, Röpke se daba buena cuenta del papel desempeñado por la hiperinflación, que había subvertido económicamente y radicalizado políticamente a partes de la clase media alemana a principios de los años veinte, así como la Gran Depresión, en impulsar al partido nazi al poder. “La crisis del mundo actual” dijo él, “supera todos los estándares del pasado.” La caída económica que empezó en 1929 había llevado a Alemania al abismo político, al sacudir la estabilidad relativa que Weimar había logrado en 1926.

Pero, Röpke no era un determinista económico ni un materialista filosófico. La situación política en que Alemania se halló a sí misma no debería, alegó él, entenderse como el ingreso del país a “una nueva era histórica” del tipo predicho por la dialéctica marxista.

La causa más profunda del abrazo de muchos alemanes a los nazis, en la visión de Röpke, era la conversión, de aquellos a quienes él llamó “las masas,” así como, también, de buen número de profesores, contra valores muy específicos en nombre del “despertar de Alemania” y “la purificación del alma alemana.” Los acuerdos delicados y sofisticados del capitalismo y constitucionalismo liberal, arguyó Röpke, descansaron en algunas bases decididamente no materialistas, que muchos alemanes habían sido persuadidos a rechazar o que, en realidad, nunca los internalizaron.

INDIVIDUALIDAD, LIBERTAD, Y RAZÓN

Una premisa del liberalismo, a la cual la conferencia de Röpke le dedicó una atención particular, fue la individualidad de toda persona. El liberalismo, dijo él, involucraba una creencia en “la dignidad humana de todo individuo” y “la profunda convicción de que el hombre nunca debe ser degradado en un objeto.” Eso, dijo Röpke, era la razón por la que el liberalismo rechazaba la opresión de la gente debido a su raza o religión. Hizo ver que una concepción coherente de la tolerancia como tal, era imposible, sin una afirmación de principio de la dignidad inherente a cada individuo ̶ no menos importante porque excluía tratar a opositores políticos de uno como “enemigos” que pertenecían a un grupo diferente, y quienes finalmente tendrían que ser reducidos al estatus de no ciudadanos o del todo excluidos del cuerpo político.

No era coincidencia, aseveró Röpke, que los nacionalsocialistas sumergieran todo dentro del Volksgemeinschaft (“comunidad del pueblo,” “comunidad popular,” o “comunidad racial”). Para los nazis, lo que importaba era el grupo: en su caso, el colectivo racial.

En cierto nivel, esta era la alternativa nazi al énfasis de los comunistas alemanes en la clase de uno por encima de todo lo demás. No fue por razones ociosas que los miembros del partido nazi se llamaban entre ellos “Camarada.” No obstante, tal como la obsesión marxista con la identidad de clase pulverizó cualquier preocupación por el individuo, igual lo hizo la fijación nazi con la raza, para rebajar como verborrea burguesa el concepto de valor intrínseco de la persona individual.

Para Röpke, la defensa del individuo estaba atada a otras ideas que el liberalismo, como él lo entendió, enfatizaba. Una era la prioridad de la libertad. Por libertad, Röpke dio a entender más que “ser libre de algo.” También, libertad involucraba ser “libre para algo.” Ese “algo,” dijo él, era nada menos que la “civilización” – “el mismo aire” sin el cual nosotros “no podemos respirar.”

Así, en este sentido, libertad iba junto a lo que Röpke llamó una creencia en la razón. Y, la razón propiamente entendida, para Röpke, excedía en mucho la racionalidad empírica y los cálculos de utilidad. En última instancia, la razón tenía que ver con “la búsqueda absoluta de la verdad.” Si las sociedades querían ser libres, agregó él, ellas tenían “que aceptar la razón como el común denominador.” Dado que la razón, combinada con respeto por la libertad y la dignidad de cada individuo, era indispensable para el constitucionalismo liberal y el principio de legalidad que inhibían el tipo de poder arbitrario que los nazis llevarían a nuevos niveles. Violar el principio de legalidad, subrayó Röpke, era comportarse de una manera inherentemente irracional, no menos debido a que invariablemente involucraba elegir tratar a individuos como cosas y aplastar su libertad. Ahí yace el camino hacia el “servilismo” y el “estado total.”

Pero, ¿en última instancia, adónde ubicó Röpke las raíces de estas ideas liberales? Significativamente, Röpke no apuntó de inmediato a la filosofía kantiana, que era tan influyente entre pensadores liberales alemanes de su época. Más bien, urgió a su audiencia a ver, primero, “la Estoa [pórtico] griega y romana” (filósofos Estoicos), luego “la Cristiandad,” el desarrollo subsecuente de la “ley natural,” y, finalmente, el pensamiento de la Ilustración ̶ todos los cuales, tomados conjuntamente, rechazaban “el principio de la violencia a favor del principio de la razón.” Desde ese punto de vista, explicó Röpke, “El liberalismo tiene al menos dos mil años de edad.” Uno sospecha que Röpke había estado leyendo a Lord Acton.

Aquí encontramos, arguyó Röpke, “la esencia de la civilización.” Esto es lo que da lugar al surgimiento del “concepto de la civis, el ciudadano y sirve para hacer posible la Civitas, la comunidad, viviendo junta.” Tal sentido civilizatorio, afirmó Röpke, tenía que dar forma “al sentimiento natural” que “llamamos el amor por el país.” El verdadero patriota alemán no podía pretender que la elevada cultura alemana, de la que el propio Röpke era producto ejemplar, podía, de alguna manera, aislarse de raíces que “llegan tan hondo como Atenas, Roma, y Jerusalén.” Tal como el “nacionalismo económico conduce al empobrecimiento material,” sugirió Röpke, “el nacionalismo cultural conduce inevitablemente a los chismosos provincianos.”

EL EXILIO Y LA REIVINDICACIÓN

Todo esto fue anatema para los hombres juramentados a su cargo por el presidente Paul von Hindenburg en enero de 1933. Los nacionalsocialistas no tenían interés en la razón o el individuo, mucho menos como Röpke lo entendió. Ellos personificaron lo que Röpke llamó el “iliberalismo reinante,” que se caracterizaba por “palabras huecas, eslóganes… la glorificación de la acción directa, la violencia al tratar con aquellos de una opinión diferente, demagogia en todas las esferas, una retórica vacía, y efectos de escenario engañosos.” Tal iliberalismo, dijo él, “pisotearía el jardín de la civilización europea.” Eso, en su momento, fue lo que hizo el nacionalsocialismo, epitomizado por el intento del régimen de desaparecer al pueblo judío de la faz de la tierra.

Pero, la obscuridad yacía en el futuro. El problema inmediato de Röpke en 1933 fue la determinación del nuevo gobierno de moverse contra aquellos todavía dispuestos a expresar una oposición abierta al nazismo.

En el caso de Röpke, las autoridades universitarias no fueron lentas para actuar, Más del 50 por ciento de la ciudad de Marburgo había votado por los nazis, excediendo el promedio nacional en un 16.1 por ciento. La mayoría de estudiantes de la universidad de Röpke apoyó fervientemente al partido nazi. El 7 de abril de 1933, el Rector de la Universidad de Marburgo invitó a que renunciaran miembros del senado universitario conocidos por apoyar la República de Weimar. Ese fue un mensaje claro para Röpke. Ello fue seguido por un miembro nazi del Landtag [parlamento regional] prusiano, Hans Krawielitski, escribiéndole directamente al nuevo ministro de educación, denunciando a Röpke por su “actitud antinacional” y como un “peligro para los jóvenes académicos alemanes.” También, Krawielitski pidió un boicot a las clases de Röpke y su despido inmediato. Él ya no más podría considerarse “un profesor alemán.”

Inicialmente, Röpke fue suspendido de enseñar. Luego, a pesar de esfuerzos para protegerlo de amigos en sitios altos, Röpke fue obligado por la fuerza a jubilarse el 28 de septiembre de 1933, bajo los términos del artículo 4 de la nueva ley para reorganizar instituciones estatales. Röpke había partido al exilio varios meses antes. Pero, la ruptura entre Röpke y la nueva Alemania era ahora completa.

Quince años más tarde, Röpke se halló a sí mismo entre aquellos excepcionalmente posicionados para reorientar la economía alemana, lejos del corporativismo fuerte e intervencionismo diseminado al que el régimen alemán la había conducido. Pero, a la par de su insistencia en la necesidad de abrazar una economía de mercado, Röpke invirtió un tiempo igual explicando por qué su país y Occidente (más generalmente) tenían que abrazar un liberalismo basado en la civilización, que él había defendido en su conferencia de febrero de 1933. Eso, creía claramente Röpke, era esencial, si es que la era que prevaleció en Alemania ente 1933 y 1945 nunca fuera de nuevo a ver la luz del día, y si la amenaza comunista iba a ser resistida.

En nuestra propia era de servilismo rastrero, de despertar [wokeism], de amiguismo rampante, de política de identidad, de maniqueísmo amigo-enemigo y, en algunos casos, de un nihilismo rotundo a través el espectro político, ciertamente es un mensaje que hoy vale la pena considerar.

Samuel Gregg es Compañero Distinguido en Economía Política del American Institute for Economic Research, y editor contribuyente de Law & Liberty. Autor de 16 libros -incluyendo el premiado The Commercial Society (Rowman & Littlefield) [Un análisis moral y económico de la Economía de Mercado: Fundamentos y Desafíos en una Era Global], Wilhelm Röpke’s Political Economy (Edward Elgar), Becoming Europe (Encounter), el galardonado Reason, Faith, and the Struggle for Western Civilization (Regnery) [Razón, fe y lucha por la Civilización Occidental], y alrededor de 400 artículos y piezas de opinión- él escribe regularmente acerca de economía política, finanzas, conservadurismo estadounidense, civilización Occidental, y teoría de la ley natural. Es Académico Afiliado del Instituto Acton y Académico Visitante en el Centro B. Kenneth Simon de Estudios Estadounidenses de la Fundación Heritage.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.