Lo prometido ayer.

LEYES CONTRA EL DISCURSO DE ODIO: LOS MEJORES ARGUMENTOS PARA ELLAS - Y CONTRA ELLAS

Por Julian Adorney
Fundación para la Educación Económica
Sábado 14 de enero del 2023

Nota del traductor: la fuente original en inglés de este artículo es julian adorney, foundation for economic education, hate speech, January 14, 2023. En él podrá leer enlaces relevantes originalmente en letra azul en el texto.

El discurso de odio es un problema, pero las leyes contra el discurso de odio no son una solución.

SECCIONES:


  • Vicios versus Crímenes
  • El Derecho a la Libertad de Expresión
  • La Primera Enmienda de la Constitución de Estados Unidos
  • ¿Por qué la Gente Quiere Prohibir el Discurso de Odio?
  • 1) La Idea de que el Discurso de Odio Causa Daño Físico a sus Víctimas
  • 2) La Idea de que el Discurso de Odio No Tiene Nada que Ofrecer al Mercado de las Ideas
  • 3) El Discurso de Odio Crea Contagio Social del Fanatismo
  • 4) El Discurso de Odio “Carga la Bomba” de la Violencia y el Genocidio
  • 5) La Idea que Legalizar el Discurso de Odio es Defender a los Tipos Malos


  • No Puede Existir Libre Expresión sin Libertad de Proferir el Discurso de Odio


¿Qué es el discurso de odio y por qué es tan controversial?

El discurso de odio es complicado de definir (más sobre esto luego), pero una definición operativa es:

“Cualquier forma de expresión por medio de la cual los voceros intentan vilipendiar, humillar, o incitar el odio contra algún grupo o clase de personas, con base en la raza, religión, color de la piel [,] identidad sexual, identidad de género, etnicidad, discapacidad, u origen nacional.”

El discurso de odio puede tener impactos negativos serios sobre sus objetivos, lo cual es una razón para que lo condene la gente de todo lado en este tema.

Pero, es menos claro si el discurso de odio debería ser o no prohibido por la fuerza de la ley.

Quienes prohibirían el discurso de odio citan el impacto que tiene sobre sus víctimas. También, afirman que una cultura de discurso de odio conduce a la violencia criminal, incluso al genocidio.

La mayoría de defensores de la libre expresión condenan el discurso de odio, pero defienden el derecho a proferirlo.
Afirman que legislar sobre el discurso de odio no funciona, y que, a menudo, suele ser contraproducente. También, aseveran que deberíamos distinguir vicios de crímenes, y que los vicios son mejor manejados por medio de la acción no gubernamental.

VICIOS VERSUS CRÍMENES

¿Qué es un vicio y cómo es diferente de un crimen? Esta distinción está en la esencia de por qué muchos quienes apoyan la libre expresión consideran injusto que el gobierno aprisione, multe, o censure a alguien por el discurso de odio.

Como escribió el gran abogado abolicionista Lysander Spooner en su ensayo Vices Are Not Crimes [Los vicios no son un crimen], “Los vicios son aquellos actos por los que un hombre se daña a sí mismo o su propiedad. Los crímenes son aquellas acciones por las que un hombre daña a otra persona o sus pertenencias.”

También, un vicio puede causar angustia a aquellos a alrededor nuestro, pero, hacer algo que a alguien no le gusta, no es en sí mismo una violación de derechos.

Spooner aseveró que sólo actos que violan los derechos de alguien más -esto es, la persona o propiedad de ellos- deberían considerarse como crímenes.

Estar echado en la casa todo el día en un estupor alcohólico es un vicio. Es molesto, e impone costos sociales sobre sus amigos y familia. Pero, eso no viola los derechos de alguien. Si sus amigos y familia se cansan de usted, ellos simplemente pueden ejercitar su derecho propio de dejar de pasar tiempo con usted.

Por contraste, incendiar la casa de su vecino es un crimen. Eso viola los derechos de propiedad de su vecino. Quienes cometen crímenes están sujetos al uso de la fuerza (incluyendo la fuerza gubernamental) para así defender y restaurar las víctimas.

El discurso de odio es un vicio. Como el alcoholismo cotidiano, es mal comportamiento que puede ser angustioso para quienes se asocian con usted.

Pero, los vicios no son crímenes. La pregunta relevante no es “¿es el vicio bueno o malo?” La pregunta relevante es, “¿estamos justificados en enviar gente con armas para amenazar y poner en prisión a gente que comete X vicio?”

La respuesta es un enfático no. El uso de la fuerza gubernamental (como el estado enviando la policía para llevarse a alguien a la cárcel) se justifica sólo en respuesta a la violación de derechos (como muerte o incendio). Poner en prisión a alguien por usar un insulto racial es moralmente indefensible; es una solución más mala que el problema que trata de resolver.

EL DERECHO A LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN

¿Cómo distinguimos crímenes de no crímenes (incluyendo tanto vicios como virtudes)? Hablamos acerca de derechos, pero, ¿exactamente qué significa eso?

De acuerdo con el liberalismo clásico -la filosofía política que sustenta la Declaración de Independencia y la Declaración de Derechos de Estados Unidos- el derecho fundacional del cual todos los otros derechos se derivan, es el derecho a la propiedad. El derecho a la propiedad no es simplemente el derecho a tener tierra. En vez de eso, ese derecho está compuesto de dos elementos:

1) La propiedad de uno mismo. Como ser humano, usted tiene un derecho inalienable a su propia persona. Cualquiera que físicamente lo asalte, que le mantenga cautivo, o que le coaccione, viola ese derecho.

2) La propiedad de bienes. También, usted tiene el derecho a poseer bienes externos. Por ejemplo, si usted hace una imprenta, usted tiene derecho a usar esa imprenta según le parezca. Ahora bien, tal vez usted no hizo esa imprenta por sí mismo, sino que la compró. En ese caso, usted aún tiene un derecho inalienable a ella, pues cambió los productos de su cuerpo (los bienes o servicios que produjo) por dinero, que usó para comprar la imprenta.

El gran filósofo John Locke lo pone sucintamente en The Second Treatise of Government [Segundo tratado sobre el gobierno civil]: “cada hombre tiene una Propiedad [esto es, es dueña] que pertenece a su propia Persona; y a esa propiedad Nadie tiene Derecho, excepto él mismo. El Trabajo de su Cuerpo, y la Labor producida por sus Manos, podemos decir que son suyos.” (Énfasis en el original).

En esta concepción, la libre expresión fluye inevitablemente del concepto de derechos a la propiedad. Usted tiene propiedad absoluta sobre sus propias cuerdas vocales, por tanto, puede hablar las palabras que desea. También, puede adquirir la propiedad de una imprenta (o un sitio en la red) y usar esa herramienta según lo desea.

En este sentido, el derecho a decir palabras que la mayoría de la gente considera viles o blasfemas -incluyendo el derecho a publicar esas palabras usando herramientas de su propiedad, o contratar con otros que poseen esas herramientas- moralmente no puede impedirse. El derecho sobre su propio cuerpo es fundamental para lo que significa ser un humano.

En contraste, si bien alguna gente se ofende (justificablemente) por insultos raciales y sexuales, no existe y no puede existir un derecho a no ser ofendido.

En una base moral, usted no puede ser responsabilizado por pensamientos y sentimientos de alguien más. Asumir ese derecho positivo (un derecho positivo es uno que impone penas sobre comportamientos de otras personas) limitaría sus propios derechos.

En un nivel práctico, leyes basadas en un supuesto derecho positivo a no ser ofendido son un desastre. La razón es que la ofensa es inherentemente subjetiva; el discurso que ofende a una persona puede hacer que otra simplemente se encoja de hombros (y viceversa).

El Reino Unido brinda un ejemplo escalofriante de qué sucede cuando la ley autoriza poner a la gente en la cárcel por causar ofensa. Hace poco, el gobierno de Hampshire pasó una ley que prohíbe “la comunicación maliciosa,” esto es, comunicación enviada, “Con la intención de causar sufrimiento o ansiedad en el receptor.” Los criterios para determinar lo que constituye comunicación maliciosa son inherentemente subjetivos: dependen del “impacto potencial” de la comunicación y (más preocupante” de “cómo la otra parte puede interpretar su comportamiento.”

¿Cuál fue el resultado de esta ley? La gente empezó a ser arrestada por poner memes en medios sociales. Un hombre hizo un meme de la bandera de derechos trans en una forma parecida a una esvástica. Los oficiales de la policía llegaron para llevárselo bajo custodia. Como le explicaron al autor del meme, “A alguien se le ha causado ansiedad con base en su mensaje en el medio social. Y esa es la razón por la que usted está siendo arrestado.”

Más allá de ser una violación flagrante a las libertades civiles, la idea de que causar ansiedad debiera ser ilegal es difícilmente un buen estándar legal. Uno se pregunta si la víctima del arresto podría hacer que arrestaran a los propios oficiales, con base en que enviarlo a la cárcel a él le causó ansiedad.

LA PRIMERA ENMIENDA CONSTITUCIONAL

El discurso no es un crimen; es decir, incluso el discurso de odio no viola los derechos de nadie. En contraste, lanzar a alguien a prisión por expresarse sería un crimen, pues injustamente limita su derecho sobre su propia persona y propiedad.

La Primera Enmienda de la Constitución de Estados Unidos se basa en la idea liberal clásica de derechos de propiedad. Como lo hace ver George Stephens, en un artículo en conjunto con la liberal clásica Fundación John Locke, las ideas de John Locke acerca de los derechos a la propiedad (lo que Locke llamó derechos de propiedad) fueron fundamentales
para los documentos que fundaron los Estados Unidos.

Cuando se escribió la Enmienda, ya los gobiernos tenían una larga historia de apresar a ciudadanos por expresiones que aquellos desaprobaban. Como lo comenta Jacob Mchangama en su libro Free Speech: A History from Socrates to Social Media, el Rey de Inglaterra Enrique VIII ilegalizó libros y otros escritos que insultaban a su majestad real o hacían alegaciones que Enrique determinó eran falsas.

Al garantizar los derechos a la expresión y de reunirse y de prensa, los Padres Fundadores esperaban proteger al incipiente país de cualquier gobierno que tratara de lanzar a ciudadanos a la cárcel, por decir lo que pensaban.

Pero, la defensa de la Primera Enmienda no es sólo un principio libertario. La inclinada hacia la izquierda Unión Estadounidense por las Libertades Civiles (ACLU por sus siglas en inglés) ha defendido los derechos de expresión de nazis y miembros del Ku Klux Klan (KKK). Una razón para las décadas de defensa de la ACLU basada en principios es esta: si empoderamos al gobierno para censurar a personas cuyas ideas nosotros encontramos que son horrendas, más tarde o más temprano, ese mismo poder se volcará contra personas cuyos fines nosotros encontramos que son nobles.

Como lo plantea Nadine Strossen, presidenta de la ACLU entre 1991 y el 2008, “Son precisamente aquellos que carecen de poder político o económico los que dependen más de una robusta libertad de expresión.”

El titán estatista [liberal en Estados Unidos] Noam Chomsky lo pone aún con mayor claridad: “Si no creemos en la libertad de expresión de aquellos que aborrecemos, del todo no creemos en ella.”

¿POR QUÉ HAY GENTE QUE QUIERE PROHIBIR EL DISCURSO DE ODIO

¿Por qué algunas personas quieren prohibir la expresión de odio? Sus argumentos, en resumen, son los siguientes:

1) La idea de que el discurso de odio puede causar daño físico a sus víctimas

2) La idea de que el discurso de odio no tiene nada que ofrecer al mercado de ideas

3) La idea de que el discurso de odio legal crea una norma cultural que apoya insultos raciales, desmoralizando a víctimas actuales y potenciales

4) La idea de que el discurso de odio atiza el fuego para la violencia y el genocidio

5) La idea de que legalizar el discurso de odio es defender los tipos malos

Consideremos cada uno de estos argumentos a la vez.

1) LA IDEA DE QUE EL DISCURSO DE ODIO PUEDE CAUSAR DAÑO FÍSICO A SUS VÍCTIMAS

El primer argumento es la idea de que el discurso de odio no sólo es irritante; puede causar un daño real a sus víctimas. Richard Delgado y Jean Stefancic desarrollan el caso en su artículo “Four Observations about Hate Speech" [“Cuatro observaciones acerca del discurso de odio”] publicado en Wake Forest Law Review:

“Aunque algunas cortes y comentaristas describen el daño del discurso de odio como una simple ofensa, el daño asociado al tipo de cara a cara, al menos, es a menudo mucho mayor que eso e incluye estremecimiento, endurecimiento de los músculos, aumentos de la adrenalina, e incapacidad para dormir. Algunas víctimas pueden sufrir daños psicosociales, incluso depresión, furia reprimida, un autoconcepto disminuido, un impedimento para trabajar y desempeñarse en la escuela. Algunos pueden refugiarse en drogas, alcohol, u otras formas de adicción, agravando su miseria.”


En una página de opinión en el New York Times titulada “When is speech violence? [“¿Cuándo la expresión es violencia?], la psicóloga clínica Lisa Feldman Barrets expresa un argumento similar: “Si la palabra puede causar estrés, y si un estrés prolongado puede causar daño físico, entonces, parece que la expresión -al menos cierto tipo de expresión- puede ser una forma de violencia.”

Si los objetivos del discurso de odio sufren daño físico -al causar estrés, robarles su sueño, aumentar su presión sanguínea- entonces, dice el argumento, tal vez estamos justificados en usar el poder del estado para proteger a las víctimas de ese daño.

CONTRAPUNTO A ESTA ARGUMENTACIÓN

La aseveración de que deberíamos prohibir el discurso de odio porque puede causar daño a sus víctimas, descansa en una confusión de dos términos. En realidad, el discurso de odio puede (pero no siempre) conducir a angustia; no conduce a daño.

¿Cuál es la diferencia? El daño, en el sentido clásico liberal, es una violación de derechos. Ser golpeado en la nariz produce daño. La angustia no es placentera, pero un sentimiento de angustia no significa que se violaran sus derechos.

El discurso de odio puede conducir a angustia, pero no se deduce que debamos prohibir el discurso de odio.

Escribiendo en The Atlantic, el psicólogo social Jonathan Haidt reconoce que el discurso odioso puede causar angustia, a la vez que rechaza la idea de que, por tanto, deberíamos prohibir dicha expresión. Como hace ver Haidt, otros comportamientos que pueden causar angustia incluyen, “chismorrear acerca de un rival” o “darles a los estudiantes de uno un montón de tarea para la casa.” Como explica Haidt, “Ambas prácticas pueden causar un estrés prolongado en otros, pero, eso no las convierte en formas de violencia [esto es, en daño].”

Los ejemplos de Haidt ilustran aún más la distinción central entre vicios y crímenes. Prohibir los crímenes (esto es, cosas que causan daño) es importante en una sociedad libre. Una prohibición de vicios, ya sea una expresión de odio o chismorrear acerca de un rival, sería una restricción tiránica de la libertad de las personas. Esencial para el propio concepto de libertad es la libertad de otros para hacer y decir cosas que personalmente nos aprobamos.

También, el argumento de que deberíamos prohibir el discurso de odio debido a la angustia que puede causar el discurso de odio, descansa en la visión equivocada de “estatismo ingenuo.” Supone que las leyes de discurso de odio (o cualquier ley, para el caso) trabajará tal como se propone: X es malo, así que, usted prohíbe a X y ese es el final de la historia. En este cuento de hadas, no existen consecuencias no previstas, y que con las prohibiciones de X no sale el tiro por la culata.

En la realidad, el impacto de las leyes de discurso de odio es muy diferente de lo que imaginan sus proponentes. ¿Cuál es su impacto real?

LAS LEYES DE DISCURSO DE ODIO EMPODERAN A CENSORES POLITIZADOS

Para empezar, no hay una definición acordada de qué es discurso de odio. Es inherentemente subjetivo. Aún más, estas leyes no pueden exhaustivamente ser diseñadas. La ley es un instrumento contundente, convertido en más contundente cuando va tras comportamiento que no pueden -por su naturaleza- concretarse.

¿Debería prohibirse la palabra n? Mucha gente considera ese un ejemplo claro de discurso de odio. Pero, ¿qué pasa cuando es emitida por un profesor que está leyendo verbatim [textualmente] del libro de James Baldwin The Fire Next Time [La próxima vez el fuego] (un libro acerca de la injusticia racial en el siglo XX)?

¿Debería prohibirse la expresión anti trans? Muchos comentaristas parecen pensar que sí, pero, ¿qué significaría eso? ¿Calificaría “deadnaming [neologismo en inglés que se refiere a la práctica de llamar a alguien por su deadname o “nombre muerto,” ya sea con intención de ofender o por descuido) a una persona trans (al referirse a esa persona por su nombre o género pre transición)? ¿Qué acerca de un padre que se rehúsa a llamar a su hijo trans por pronombres preferidos; debería el padre ser encerrado en una prisión (como ha sucedido en Canadá)?

Estos son sólo un par de casos extremos interminables que no se pueden decidir por adelantado y que, por tanto, cualquier ley de discurso de odio lo debe dejar a la amplia discrecionalidad de autoridades estatales.

Prohibiciones contra expresiones de odio XYZ son impuestas por aquellos en el poder. Cualesquiera prohibiciones serán politizadas en virtud de su misma naturaleza, pues la furia justa de una persona es el discurso de odio de otra persona.
Esto lo podemos ver en Twitter, que combina los impulsos de censura con la política de extrema izquierda para crear prohibiciones impactantemente politizadas. Sara Jeong, anterior escritora de editoriales en el New York Times, puso tuits odiosos tales como, “Están los blancos genéticamente predispuestos a quemarse más rápidamente en el sol, siendo así lógicamente apropiado vivir bajo tierra como duendes rastreros,” y, “¡Vaya!, es algo enfermizo cuánta alegría obtengo siendo cruel con hombres blancos viejos.”

A pesar del hecho que los tuits de Jeong vilipendiaron a personas con base en raza, Jeong todavía está activa en Twitter.

Al otro lado del pasillo, el medio satírico cristiano The Babylon Bee escribió un artículo llamando a Rachel Levine “Hombre del Año” (una mujer transgénero y Subsecretaria de Salud del Departamento de Salud y Servicios Humanos de Estados Unidos). Twitter decidió que la sátira era más odiosa que los tuits de Jeong, y suspendió a The Babylon Bee por su mensaje. (La Bee fue reinstalada luego de la compra de Twitter por Elon Musk.)

Cuando se aplican leyes de censura por gente con sesgos políticos (esto es, por seres humanos) ellas serán inherentemente aplicadas de forma desigual. Imagínese a sus opositores políticos teniendo el poder de prohibir el discurso de odio subjetivo. Los republicanos podrán prohibir cualquier discusión de la Teoría Racial Crítica. Los demócratas podrían prohibir cualquier crítica al movimiento de derechos transgénero.

Esto no es hipotético, y no sólo pasa en Twitter. Estos tipos de leyes son siempre aplicadas por aquellos en el poder para penalizar ideas que no les gustan. En Estados Unidos, durante los años cincuenta, leyes de “sindicalismo criminal” criminalizaron abogar por la violencia para lograr algún objetivo político. Esas leyes se usaron como armas contra ideas políticas que no les gustaban a los gobernantes estadounidenses. Escribiendo para el American Enterprise Institute, Tom Snyder hacer ver que:

“Aunque enmarcadas en términos generales, esas leyes fueron principalmente intentadas para ilegalizar abogar por la adopción del marxismo, comunismo, y la mayoría de formas de socialismo -todas las cuales predicaban la necesidad de una revolución violenta de trabajadores- en Estados Unidos. Las leyes de sindicalismo criminal podían así criminalizar no sólo la simple expresión que aboga por el marxismo, sino, también, ser miembro de un partido que abogaba por el marxismo.”

El resultado fue la purga extensa de izquierdistas conocida como McCarthyismo. Los impulsores de la censura deberían cuidarse de dar cabida a otra purga.

LAS LEYES DE DISCURSO DE ODIO LANZAN A LOS INTOLERANTES A LA CLANDESTINIDAD

Hasta cuando las leyes de discurso de odio en realidad hacen un blanco genuino del odio, ellas no lo eliminan, sólo envían a los intolerantes a la clandestinidad. Esto en realidad hace más difícil extraer de raíz a la intolerancia y confrontar gente prejuiciada con las ideas necesarias para ayudarles a avanzar, dejando de lado su prejuicio.

Daryl Davis es un músico de jazz negro que hace amistad con miembros del KKK y les convence que renieguen de sus creencias racistas. Él los encuentra, les habla en serio, escucha su odio… y cambia sus mentes. A la fecha, ha convencido a más de 200 miembros del KKK para que cuelguen sus mantos, incluyendo un Mago Imperial (el miembro de rango más alto del Klan).

En un mundo en que los supremacistas blancos no son libres de expresar sus creencias nocivas, el trabajo de Davis habría sido imposible. Él no sabría a quién dirigirse.

El trabajo de Davis requiere que miembros del KKK sean libres de expresar sus ideas, pues sólo así puede contrarrestarlas. Cuenta la historia de un miembro del KKK quien le dijo que, “Bueno, todos nosotros sabemos que todas las personas negras tienen dentro de ellas un gene que los hace violentos.” Escuchando al supremacista blanco, Davis estuvo en capacidad de darle vuelta al libreto y ofrecer un contraargumento. Davis respondió, “Bueno, todos nosotros sabemos que todas las personas blancas tienen un gene dentro de ellas que los convierte en asesinos en serie.” Cuando el miembro del KKK se sintió ofendido, Davis le respondió, “lo que dije fue una estupidez, pero no más estúpida de lo que usted me dijo.”

De acuerdo con Davis, después de su respuesta, el supremacista blanco “se puso muy, pero muy, calmado y cambió de tema. Cinco meses después, con base en esa conversación, él dejó el Klan.”

Si los intolerantes no ventilan sus ideas en público, es poco posible que estén expuestos a una refutación sólida de esas ideas. Si el miembro del KKK, que le dijo a Davis que todas las personas negras tenían un gene violento dentro de ellas, no hubiera estado en capacidad de ventilar sus ideas, Davis nunca podría haber estado en capacidad de refutarlas. En vez de colgar sus mantos, es posible que el hombre fuera parte aún del Klan.

He aquí la otra cara del concepto: lanzar a los intolerantes a la clandestinidad los radicaliza. En un mundo en que sus ideas odiosas son prohibidas, estos hombres y mujeres sólo se sentirán libres de expresar sus pensamientos a la gente que está de acuerdo con él. Eso crea cámaras de resonancia.

LAS LEYES DE DISCURSO DE ODIO LES ROBAN INFORMACIÓN CLAVE A LAS MINORÍAS

También, impulsar a los intolerantes a la clandestinidad roba información importante para las minorías.

Por ejemplo, si usted obliga a cristianos que piensan que la homosexualidad es un pecado a hornear queques de boda para parejas del mismo sexo, entonces, las parejas del mismo sexo no pueden discriminar en su elección de un fabricante de queques. Ellos no pueden votar con sus dólares y darles dinero a estadounidenses más tolerantes, a la vez que evitan darles dinero a homófobos.

Tampoco, ellos pueden tomar en cuenta las creencias de un fabricante de queques acerca de la homosexualidad, en su decisión acerca de cuál fabricante de queques contratar, aunque esas creencias sean altamente significativas. Un fabricante de queques que apoya el matrimonio gai es más posible que le ponga mayor dedicación y habilidad en el queque. Un fabricante de queques que se opone al matrimonio gai, y que resiente que se le obligue por ley a violar sus creencias religiosas, es más posible que escupa en el queque… o al menos que no ponga en él su mejor esfuerzo.

LAS LEYES DE DISCURSO DE ODIO CONVIERTEN EN MÁRTIRES A INTOLERANTES

Al mismo tiempo que las leyes de discurso de odio lanzan a la clandestinidad a muchos fanáticos -impidiendo al resto de la sociedad ser capaz de involucrarse en ello y curar su prejuicio- convierten en mártires a los pocos que se plantan contra las leyes.

La Alemania del Weimar trató de censurar a Hitler y los nazis antes de que asumieran el poder. El estado uso agresivamente la ley de discurso de odio, en un intento por aplastar la ideología nazi. La República de Weimar cerró cientos de periódicos nazis y en la realidad le prohibió al mismo Hitler hablar en muchas partes de Alemania, desde 1925 hasta 1927.

Lejos de ser impedidos por esas leyes, los nazis apalancaron esa censura para hacer consciencia y obtener apoyo a sus ideas. Un cartel decía, “¿Por qué a Adolf Hitler no se le permite hablar? ¡Porque él es implacable en destapar los gobernantes de la economía alemana, los judíos de los bancos internacionales y sus lacayos, los demócratas, los marxistas, los jesuitas, y los Francmasones! ¡Porque él quiere liberar a los trabajadores del dominio del dinero poderoso!” Una caricatura de los años veinte decía de Hitler, “Sólo él en dos mil millones de personas en la Tierra no puede hablar en Alemania.”

Greg Lukianoff, presidente ejecutivo de la Fundación de Derechos Individuales en la Educación, explica el efecto neto:

“Lejos de ser un impedimento a la diseminación de la ideología nacionalsocialista, Hitler y los nazis utilizaron los intentos por suprimir su expresión para dar golpes de relaciones públicas. El partido agitó la prohibición [de que Hitler hablara] como camisa sangrienta para alegar que ellos estaban siendo el blanco por exponer la conspiración internacional para suprimir a los ‘verdaderos’ alemanes.”

Esto fue especialmente efectivo, pues ya la ideología nazi postulaba una conspiración judía internacional para quitarles el poder a los alemanes arios. Hitler fue capaz de darle un giro a la censura como evidencia de esas afirmaciones: los poderes potenciales que le querían silenciado pues estaba exponiendo sus secretos.

Similarmente, reportar sobre juicios de expresiones de odio empodera a actores odiosos al elucidar las ideas de los fanáticos. En Canadá, en donde negar el Holocausto es visto como ofensa criminal, un negador del Holocausto fue llevado a las cortes en 1985. Periodistas del New York Times, que cubrieron el caso, tuvieron que explicar sus ideas y razonar para informar a sus lectores acerca de la controversia. Es difícil imaginar un vehículo de relaciones públicas más efectivo.

Crucialmente, este tipo de reporte amplifica las ideas de los intolerantes de una manera que no estimula una discusión con sentido. Más gente fue expuesta a la afirmación de que el Holocausto no fue real, pero, a los negadores del Holocausto no se les dio una oportunidad de discutir sus argumentos y, por ende, de cambiar sus mentes. Por consiguiente, eso representa lo peor de dos mundos: la cobertura mediática eleva las ideas de los intolerantes sin que se brinde un vehículo que los cure de su prejuicio.

LAS LEYES DE DISCURSO DE ODIO CREAN MÁS INTOLERANCIA

También, las leyes de discurso de odio pueden resultar contraproducentes de otra forma: pueden crear la ilusión de que el prejuicio es tanto popular como basado en ideas sólidas, reforzando inadvertidamente el caso a favor de intolerantes en sociedad.

En un correo que me envió Lukianoff describió cómo las leyes de discurso de odio pueden crear la ilusión de que el odio es extensamente popular en la sociedad:

“…[P]rohibir ciertas opiniones a menudo conduce a mucha gente a creer que esas opiniones son tan peligrosas y lo suficientemente extendidas, que deben prohibirse con la fuerza extraordinaria de la ley… Eso no sólo puede sino que enviará un mensaje de que más gente mantiene ciertas ideas de lo que en realidad mantiene.

Esto resulta en lo que John L. Jackson apodó ‘paranoia racial,’ en el sentido de que la única razón por la que la gente blanca no está exponiendo retórica odiosa se debe a la fuerza de la ley, en vez de serlo porque ellos no están, de hecho, de acuerdo con esas opiniones y retórica.”

La supresión de la expresión puede envalentonar a la gente con ideas odiosas, debido a que crea la impresión errada de que la mayoría silenciosa está de acuerdo con su prejuicio. Aún peor, esta “paranoia racial” puede, en realidad, conducir a la gente hacia la intolerancia. Después de todo, los humanos son animales sociales. Si creemos que la mayoría de nuestros iguales mantiene XYZ creencia, es más posible que nosotros consideramos, al menos, la creencia bajo una luz positiva.

También, las prohibiciones al discurso de odio pueden enviar el mensaje de que las ideas odiosas son demasiado efectivas como para que sean contrarrestadas con un argumento razonado. Como dijo Tyrion Lannister en A Clash of Kings [Choque de reyes] (el segundo libro en la saga A Song of Fire and Ice [Canción de hielo y fuego] que inspiró el popular espectáculo de la televisión Games of Thrones [Guerra de Tronos]), “Cuando usted le corta la lengua a un hombre, usted no está probando que él es un mentiroso, usted sólo está diciéndole al mundo que usted teme lo que él puede decir.” Las leyes de odio envían el mensaje de que la intolerancia no puede refutarse en el mercado de las ideas.
Después de todo, una idea que puede fácilmente refutarse no es tan peligrosa como para necesitar ser prohibida, es simplemente tonta.

O, como lo pone Lukianoff: las leyes de odio “pueden en la realidad impulsar a la gente a buscar evidencia de por qué los ‘malos muchachos’ pueden estar en algo.”

Esto no es sólo teoría. Muchos países en Europa Occidental han aprobado leyes de odio agresivas, pero sus pueblos son mucho más intolerantes que los ciudadanos estadounidenses. Un 24 por ciento de la población total de Europa Occidental abriga actitudes antisemíticas, según un índice de antisemitismo creado por la Liga Antidifamación (una entidad sin fines de lucro creada para medir y combatir el antisemitismo). Eso es a pesar del hecho de que muchos europeos occidentales odian leyes de odio que prohíben explícitamente la negación del Holocausto.

En Estados Unidos, el número de gente que abriga actitudes antisemíticas es sólo un 10 por ciento.

Las leyes de discurso de odio pueden incluso contribuir a la intolerancia. Como lo explica Lukianoff, “Prácticamente todo país que aprobó leyes contra el antisemitismo en Europa reportó que las tasas de antisemitismo han aumentado, y substancialmente. Los Estados Unidos, que no han aprobado tales leyes, no han visto un incremento similar.”

En 1987, el Reino Unido aprobó una ley contra, “palabras o comportamiento… que es posible que eleven el odio racial.” En los años siguientes, en la realidad, la tolerancia racial declinó.

Según un estudio del 2017 publicado en el European Journal of Political Research, el reciente aumento del extremismo en Europa Occidental fue parcialmente alimentado por, “una extensa represión pública de actores y opiniones de la derecha radical.”

2) LA IDEA DE QUE EL DISCURSO DE ODIO NO TIENE NADA QUE OFRECER AL MERCADO DE LAS IDEAS

El segundo argumento usado por impulsores de prohibiciones al discurso de odio es que el discurso de odio no es útil para la sociedad, así que nada se pierde si es prohibido.

Entender a plenitud este argumento requiere que regresemos, por un momento, a una de las defensas de la libertad de expresión. Algunos defensores de la libre expresión arguyen que no deberíamos prohibir ciertas palabras o ideas, pues la libertad es esencial para el “mercado de ideas,” Es decir, si creamos un mercado abierto en que las ideas de todos tipos sean libres de luchar, entonces, nosotros, como sociedad, en su momento nos moveremos más cerca de la verdad. Todo mundo se beneficia.

Pero, los proponentes de prohibir el discurso de odio arguyen que el discurso de odio no contribuye nada de valor en este mercado. No nos mejora como sociedad, y no le ayuda a la sociedad a ir a algún lado al que desearíamos ir; así que, no hay un lado negativo al prohibirlo. Como escribe David Shih para el NPR, “Eso puede significar que el discurso de odio racista no es un ‘mal necesario’ que reactiva la justicia racial dentro de un mercado liberal, sino que -en el futuro predecible- no es nada más que un daño a la gente de color autorizado por el estado.”

CONTRAARGUMENTO A ESTA AFIRMACIÓN

La idea de que el llamado discurso de odio nada contribuye de valor a la sociedad descansa en dos premisas equivocadas.

Primera, el “discurso de odio” no sólo significa insultos raciales. Las leyes de discurso de odio se aplican selectivamente por aquellos en el poder, y a lo largo de la historia los gobiernos han criminalizado muchas ideas que ahora pensamos tienen valor.

En el 2014, un artista del grafiti de Brooklyn fue arrestado por cargos de crimen de odio. ¿Su supuesto crimen? Pintar mensajes paredes con aerosol tales como “El Departamento de Policía de Nueva York se mete con los inofensivos” y “un arresto equivocado es un crimen.”

Al otro lado del pasillo, feministas radicales en Inglaterra han tenido problemas con leyes de crímenes de odio. ¿Su supuesto crimen? Insistir que los hombres y mujeres están marcados por diferencias biológicas. Diga lo que usted quiera acerca de derechos trans, pero, es difícil ver cómo afirmar hechos biológicos no contribuye al menos algo a nuestro diálogo nacional.

Hace unos pocos años, la teoría de “fuga de un laboratorio” del brote de COVID-19 (que el virus podía haberse originado en un laboratorio en Wuhan, China) fue calificada de idea odiosa y racista. Ahora está surgiendo evidencia de que la teoría puede ser cierta. Esto exhibe un problema fundamental con los intentos por ilegalizar el discurso de odio: las teorías de conspiración marginales de ayer pueden convertirse hoy en argumentos plausibles. Periodistas prominentes difamaron y descartaron la teoría de la “fuga de un laboratorio,” lo que dañó nuestra comprensión general de la pandemia.

Pero, aún si sólo miramos a los insultos racistas y sexistas, la idea de que el discurso de odio no tiene valor para la sociedad descansa en un entendimiento fallido de por qué la libertad de expresión es importante.

Es cierto que los epítetos raciales no contribuyen al mercado de ideas, pero ese no es el único valor de la libre expresión. Hay otro valor en permitir a la gente hablar libremente, cual es que la libre expresión nos ayuda a todos a entendernos mejor el uno con el otro – y la sociedad en que vivimos.

Greg Lukianoff llama a esto la teoría del “Laboratorio en el Espejo.” Así la describe él:

“Imagine ser un científico y llegar a un laboratorio nuevo con personal completo con el mejor equipo que se haya inventado. A usted no se le ha dicho nada acerca del proyecto en que estará trabajando, pero hay una enorme cortina al frente suyo. El director del proyecto anuncia que el estudio es el mayor desafío que jamás se haya llevado a cabo y que usted no podrá terminarlo durante su vida, pero que, incluso saber un poquito más acerca del tema, tendrá un valor casi ilimitado. Él corre la cortina para revelar un gigantesco espejo que mira directamente hacia usted.”

“Usted y sus colegas han ser los temas. El proyecto: conocer todo acerca de usted y todo lo relacionado con usted.” (El énfasis está en el original.)

Entonces, por supuesto, es esencial, si queremos entender la naturaleza humana, y la sociedad en que vivimos, dejar que los intolerantes hablen. El prejuicio es una parte desafortunada de la piscología de mucha gente, y entender ese prejuicio requiere oírla.

Tampoco este entendimiento es sólo útil para la filosofía abstracta. Más prácticamente, sólo podemos tratar una enfermedad cuando la entendemos. Si mañana aparecieran datos de que el 30 por ciento de estadounidenses piensa que la gente negra es inferior, eso sería terrible. También, representaría información esencial para poder nosotros entender acerca de nuestra sociedad, pues sólo cuando estamos armados con esa información, podemos diseñar algún tipo de respuesta útil.

Curar el prejuicio requiere entenderlo. Entenderlo requiere dejar que hablen quienes transmiten ese prejuicio.

3) EL DISCURSO DE ODIO CREA CONTAGIO SOCIAL DEL FANATISMO

El tercer argumento empleado por impulsores de prohibir el discurso de odio representa la idea de un “contagio social” por el discurso de odio. La idea es que, si Juan llama a una persona negra con la palabra n en público, entonces, la gente alrededor de Juan empieza a pensar que este tipo de retórica es aceptable. Los intolerantes se sentirán más libres de expresarse, y las normas sociales cambiarán para estimular el racismo, cuando hombres blancos en la cerca empiezan a preguntarse si Juan tiene alguna base para su odio racial.

Delgado y Stefancic resumen esta perspectiva: las acciones de Juan pueden “darles a observadores la impresión de que hostigar a minorías es socialmente aceptable, así que ellos pueden hacer lo mismo.” Para Delgado y Stefancic, esta aceptación abierta de insultos raciales hasta puede producir racismo: “muchos estadounidenses abrigan un ánimo medible hacia minorías raciales. ¿Puede deberse esto a que, oír el discurso de odio, en persona o en la radio, contribuye a ese resultado.?”

CONTRAPUNTO A ESTA ARGUMENTACIÓN

El mayor problema con esta teoría de “contagio social” es que precisamente invierte los hechos. Oír el discurso de odio no hace que sea más posible que alguien se convierta en un prejuiciado. En su libro Free Speech: A History from Socrates to Social Media, Jacob Mchangama desarrolla este punto usando uno de los regímenes más impactantemente odiosos de la historia humana. La Alemania nazi no sólo legalizó el discurso de odio antisemita, sino que usó organismos gubernamentales para diseminar una propaganda interminable acerca de los judíos. Si la teoría del “contagio social” fuera remotamente cierta, esa manguera de incendios de odio patrocinada por el estado debería haber lanzado el antisemitismo por las nubes.

¿Qué sucedió en realidad? Las medidas de antisemitismo escasamente lograron cambiar la opinión. La propaganda nazi consiguió un punto de apoyo “en distritos en donde el antisemitismo ya era prevalente antes de la toma del poder por los nazis.” En otras partes de Alemania -por ejemplo, entre la clase trabajadora y Católicos- la propaganda nazi no generó el odio esperado hacia el pueblo judío.

¿Por qué una oleada de discurso de odio no generó que se diseminara un antisemitismo entre el pueblo alemán? Aldous Huxley, autor de Brave New World [Un mundo feliz], describió los límites de la propaganda en 1936:

“La propaganda da fuerza y dirección a los movimientos sucesivos de sentimiento y deseo popular; pero no hace mucho por crear esos movimientos. El propagandista es un hombre que canaliza una corriente ya existente. En una tierra en donde no hay agua, él cava en vano.”

El discurso de odio -incluso cuando se disemina y presiona con todo el poder de un gobierno totalitario- puede empoderar a intolerantes a hablar más abiertamente, pero, en realidad, no tiene efecto en cuanto a crear más prejuicio.

Por contraste, como vimos al mirar a Europa Occidental, prohibir el discurso de odio puede crear más prejuicio. Hay una razón, cual es que, en promedio, Europa Occidental tiene más del doble de antisemitismo que los Estados Unidos.

También, vale la pena tomar nota que a diferencia de Alemania nazi -o hasta de grandes porciones de Europa Occidental- Estados Unidos particularmente no es un lugar odioso. Un hombre blanco que le grita la palabra n a un hombre negro en un área llena de personas, es poco posible que sea recibido con vítores y aplauso. Es mucho más posible que sea recibido con abucheos, condena social, e incluso puños en ciertas partes del país.

Como el mismo Lukianoff, un estatista [liberal en Estados Unidos] quien nunca ha votado por un republicano, me lo explicó, “Pienso que gente como Delgado ha inducido al error a mucha gente joven para que piense que nadie, antes del 2020, pensaba acerca del racismo. Entre tanto, al crecer en la década de los ochenta, al menos en los círculos en donde yo estaba, ya se había dado por un hecho que el racismo era un gran mal. Ninguna ley nos obligó a pensar así.”

¿Qué hay acerca de la idea de que, si nosotros como país permitimos el discurso de odio, entonces, aquellos en el poder (esto es, Nosotros el Pueblo en una república) están dando aprobación tácita a la intolerancia? Lukianoff encuentra a este argumento poco más que absurdo:

“Es difícil de tomar en serio el argumento de que, si uno se opone a hacer ilegal alguna especie de expresión, que él o ella están de acuerdo o la condonan. Aun asumiendo la interpretación más restringida, mínima, de libre expresión, que va tan lejos como la absolutamente necesaria para mantener una república democrática y, por tanto, que sólo debería aplicarse a expresión relacionada con la autonomía, usted aún no termina en un lugar en que es lo mismo una decisión para no hacer ilegales opiniones, ideas, o tipos de expresión, que aprobarlos.”

Tal como me lo explicó Lukianoff, la idea de que, si algo es legal, debe deducirse que aquellos en el poder la apoyan, es difícil de cuadrar con los ideales de una república. Ese tipo de lógica puede volar en una monarquía: al rey le disgusta algo, ergo, es prohibido. Pero, en una república, entendemos que libertad significa libertad de hacer cosas que aquellos en el poder no aprueban.

4) EL DISCURSO DE ODIO “CARGA LA BOMBA” DE LA VIOLENCIA Y EL GENOCIDIO

El cuarto argumento usado por proponentes de prohibir el discurso de odio es que la violencia racista fluye del discurso racista. La demonización de un grupo en la sociedad estimula el odio contra ese grupo. La violencia y el genocidio fluyen corriente abajo a partir de este odio.

O, como lo puso el Secretario General de las Naciones Unidos, Ban Ki-moon: “Una de las señales de advertencia claves [de genocidio] es la diseminación del discurso de odio en el diálogo público y los medios, que apunta a comunidades concretas.” Con base en esta afirmación, él les pidió a los gobiernos que “se mantuvieran firmes contra el discurso de odio y aquellos que incitan división y violencia.”

Ban Ki-moon citó el genocidio de Ruanda en 1994 como evidencie de que el discurso de odio siembra las bases para la violencia. Otros comentaristas han citado la demonización de los judíos en el Tercer Reich, para respaldar la noción de que el discurso de ocio conduce a la violencia.

CONTRAPUNTO A ESTA AFIRMACIÓN

Ambos ejemplos parecer ser un poco extraños, pues son ejemplos de propaganda patrocinada por el estado. Esa es un bestia completamente diferente de tan sólo legalizar el discurso de odio.

La Alemania nazi ilustra bien esta diferencia. Como se discutió arriba, la propaganda nazi fue ineficaz en generar actitudes antisemíticas entre adultos. Pero, hubo un grupo en que fue exitosa: la gente joven.

Mchangama escribe que, “Estudios han mostrado que la propaganda nazi fue más efectiva en jóvenes alemanes ̶ más impresionables, con poca experiencia de vivir en una sociedad libre y sujetos al adoctrinamiento institucional en escuelas y organizaciones de la Juventud Hitleriana...”

Eso tiene sentido. Si toma gente joven y la sujeta a una propaganda interminable de maestros y otros líderes acerca de cómo XYZ población es terrible y que debe ser severamente extirpada de la tierra, entonces, mucha de esta gente joven empezará a creerlo. La escuela moldea las mentes.

Pero, ¿piensa alguien que eso es remotamente aplicable a una discusión sobre regulación del discurso de odio? ¿Creen Delgado y Stefancic, en ausencia de leyes que prohíban el discurso de odio, que nuestras escuelas son simplemente órganos de propaganda, que indoctrinan a gente joven en la idea de que las minorías raciales son inferiores? La comparación es absurda.

La idea de que el genocidio de 1994 en Ruanda -en que los Hutus, la mayoría étnica, masacró un estimado de medio millón de miembros de la minoría étnica Tutsi- representa un argumento a favor de leyes de discurso de odio es
similarmente más que un poco extraña.

Es cierto que el genocidio fue acompañado de una oleada de expresión demonizando a los Tutsis. Como la antigua embajadora de Estados Unidos a las Naciones Unidas Samantha Power describió el genocidio, los asesinos, “llevaban un machete en una mano y un radio de transistores en la otra.”

Pero, ese discurso fue creado y propagado por medios estatales. Se prohibieron estaciones de radio que no siguieron la línea gubernamental. Había una estación estatal de radio oficial, y la mayoría de las otras estaciones eran controladas por fuerzas pro gobierno.

Lukianoff describe la importancia de esta distinción. “Usar los medios autorizados de un estado genocida como evidencia del peligro generado por una libertad excesiva, sugiere un fracaso en comprender el concepto básico de la libertad.”

Aún si los mensajes radiales hubieran venido de individuos privados, no calificarían como discurso protegido en Estados Unidos. A la par de un llamado a matarlos esos mensajes daban nombres y direcciones de Tutsis. Eso no es discurso protegido; es una incitación a cometer asesinato, que ya es ilegal bajo la ley existente en Estados Unidos.

Pero, ¿qué pasa con los mensajes que no se elevaron al nivel de incitación, pero que, aun así, llevaron mensajes tóxicos acerca de los Tutsis? Aquí los impulsores de leyes de discurso de odio se encuentran sobre una base más fuerte, pero sólo ligeramente.

Es posible que aquella expresión sentara las bases para el genocidio, pero tal afirmación es tenue y los expertos están divididos en cuanto a si esto es o no plausible.

El científico político Scott Strauss llevó a cabo un análisis profundo de la recepción de radio y la violencia genocida en Ruanda, para evaluar en qué grado los mensajes de radio impulsaron los asesinatos.

Él halló que las transmisiones de radio únicamente alcanzaron entre un 5 y un 10 por ciento de la población. En 1994, incluso sólo un 10 por ciento de la población poseía un radio, y la cobertura era irregular. Aún más, la violencia inicial no se correlacionó con áreas de cobertura de la transmisión. Él concluyó que las transmisiones de radio tenían efectos “marginales y con condiciones,” pero que “la radio por sí sola no puede dar cuenta de ambos, el inicio de la violencia más genocida, o la participación de la mayoría de perpetradores.”

Richard Carver, quien laboró tanto para Amnistía Internacional como con Human Rights Watch, concluyó que “[l]as masacres se habrían dado con o sin las transmisiones de la RTML [Radio Televison del Mille Collines, la principal estación de radio en Ruanda en esa época].”

Cuando vemos el impacto de las leyes vigentes de discurso del odio, en vez de propaganda gubernamental diseñada para incitar el crimen, la idea de que el discurso de odio privado conduce a la violencia simplemente no se sostiene.
Dinamarca, Alemania, y el Reino Unido, todos, tienen fuertes leyes de discurso de odio, mientras que Estados Unidos no. Si, en verdad, el discurso de odio legal cargara la bomba de la violencia, entonces, deberíamos esperar que Estados Unidos tuviera más crímenes de odio que esos tres países.

De hecho vemos el patrón opuesto. En Dinamarca, en el 2019, hubo 8.08 crímenes de odio por cada 100.000 personas. En Alemania, el número fue de 10.34 por cada 100.000 personas. En el Reino Unido, fue un asombroso 157.67 por cada 100.000 personas.

Los Estados Unidos vieron sólo 2.61 crímenes de odio por cada 100.000 personas. Eso es mucha gente, pero pinta un panorama claro: las leyes de discurso de odio no reducen la violencia contra minorías, y justamente pueden crear más de ella.

5) LA IDEA QUE LEGALIZAR EL DISCURSO DE ODIO ES DEFENDER A LOS TIPOS MALOS

El quinto argumento impulsado por proponentes del prohibir el discurso de odio conceptualiza la lucha contra el racismo como una lucha simplista, en que usted ya bien está ayudando a los racistas o bien dañándolos. En esa visión, la libre expresión no es el principio universal que Chomsky y Strossen describen. Más bien, la libre expresión es una herramienta que algunos grupos de personas usan para obtener el poder. Así, apoyar los derechos del grupo X implica apoyar al grupo como tal. Restringir su expresión es una vía de restringir el poder del grupo X.

Noah Berlatsky resume esta idea en un artículo para el noticiero de la NBC, en que pide nuevas leyes de discurso de odio, subtitulado “Tal vez es momento de dejar de defender a nazis.”

Yendo más profundo en esta concepción de “nosotros versus ellos” de cómo funciona la ley, Berlatsky escribe: “’¡Libre expresión!’ es un grito de batalla que ha sido recogido por neonazis y supremacistas blancos. Ellos ven como aliados a impulsores de la Primera Enmienda constitucional ̶ y no es porque aquellos aman la libertad.”

En esta idea, si los “neonazis y supremacistas blancos” ven como aliados a los defensores de la Primera Enmienda, tal vez significa que hay algo malo con la Primera Enmienda. Si una herramienta empodera a nuestros enemigos, entonces, deberíamos reformar o destruir el interior de esa herramienta.

CONTRAPUNTO A ESTA AFIRMACIÓN

Este argumento rechaza la perspectiva de la Ilustración del derecho como un principio universal. Rechaza la idea de que la ley debería tratar por igual a todos, y, en vez de eso, la ve como una herramienta para empoderar o desapoderar a ciertos grupos.

Tal argumento es profundamente errado. Defender la libertad de expresión de neonazis no sólo protege a las cabezas rapadas: nos protege a todos nosotros, pues así es como funciona la libertad Si usted empodera a que censores apunten a su oponente, entonces, pronto esos mismos censores apuntarán a sus amigos. Esto es cierto en especial en una república, en donde el poder cambia de manos en base regular.

Cuando la ACLU defendió los derechos de nazis a marchar, protegió esa misma libertad para grupos marginalizados futuros, tales como Black Lives Matter.

NO PUEDE HABER LIBERTAD DE EXPRESIÓN SIN LIBERTAD PARA PROFERIR EL DISCURSO DE ODIO

La esencia del argumento contra las leyes de discurso de odio es esta: sin un discurso de odio legal, no puede haber libertad de expresión.

Las leyes de discurso de odio son subjetivas y, por tanto, se emplean a discreción de aquellos en el poder. En la práctica, el discurso de odio está esencialmente diciendo cosas que no les gustan a aquellos en el poder.

Por ejemplo, hace poco China convirtió en crimen burlarse de los héroes del país. Rutinariamente, el Partido Comunista Chino arresta gente que critica al comunismo.

No es sólo China; los gobiernos, siempre y en todas partes, usan la censura como herramienta para aplastar los tipos de expresión que a ellos no les gustan. El activista de derechos humanos y firme estatista [liberal en Estados Unidos] Glenn Greenwald publicó un extenso artículo detallando cómo las leyes de discurso de odio se usan para penalizar a
progresistas. Luego de citar ejemplos de una media docena de países, hace ver que:

“Es así como las leyes de discurso de odio se usan en prácticamente todo país en que existen: no sólo para penalizar los tipos de fanatismo del ala derecha, que muchos simpatizantes creen serán suprimidos, sino, también, a un rango amplio de ideas que muchos en la izquierda creen deberían permitirse, sino es que aceptadas directamente. Por supuesto, eso es cierto: En última instancia, lo que constituye “discurso de odio” será decidido por mayorías, lo que significa que son las ideas minoritarias las vulnerables a la supresión.”

No puede haber libertad de expresión sin el derecho a decir aquello que quienes están en el poder no quieren que se diga.

¿ESTÁ PROTEGIDO CONSTITUCIONALMENTE EL DISCURSO DE ODIO?

En Estados Unidos, la Primera Enmienda claramente protege la expresión que alguna gente considera odiosa.

Por mucho tiempo, la Corte Suprema ha considerado la libertad de expresión como que es un principio estadounidense fundamental, que sólo puede limitarse en casos muy escasos. Estos casos incluyen difamación, acoso, obscenidad, palabras belicosas, y amenazas verdaderas. La Corte sabiamente no ha interpretado que la Primera Enmienda prohíbe el discurso de odio, por muchas de las razones citadas en este artículo, incluso que tal prohibición sería inherentemente subjetiva y moralmente errada.

Por supuesto, la cuestión de si el comportamiento de X es legal es un tema diferente de si es moral. Los insultos racistas y sexuales son profundamente inmorales. Pero, la Corte Suprema ha reconocido amplia y consistentemente que hay formas más efectivas que leyes contundentes para contrarrestar el discurso de odio.

SI LAS LEYES DE DISCURSO DE ODIO NO FUNCIONAN, ¿QUÉ PODEMOS HACER PARA REDUCIR LA INTOLERANCIA EN LA SOCIEDAD?

Hay dos formas poderosas para combatir la intolerancia, que no descansan en la fuerza del gobierno: la expresión en contra de ella, y darles suficiente cuerda a los fanáticos como para que se ahorquen por sí solos.

La expresión en contra -esencialmente llamar discurso de odio cuando lo vemos, y producir argumentos poderosos contra ideas odiosas- es la mejor forma de combatir el prejuicio. El juez de la Corte Suprema Anthony Kennedy lo describe bien:

“El remedio para un discurso que es falso es un discurso que es verdadero. Este es el curso ordinario en una sociedad libre. La respuesta a lo no razonado es lo racional; para lo no informado, lo ilustrado; para la mentira directa, la verdad sencilla.”

El discurso en contra es más efectivo que leyes que prohíben el discurso de odio, pues el discurso en contra ofrece la posibilidad de convencer a gente a que se aleje de sus malas ideas, en vez de simplemente amenazarla con someterla al silencio. Como lo pone las Naciones Unidas, “Como medio clave para contrarrestar el discurso de odio, las Naciones Unidas apoyan más discurso -no menos- y mantiene el respeto pleno de la libertad de expresión como norma.” (Énfasis en el original).

Como me dijo Lukianoff en un correo que me dirigió, “No pienso que hasta los más estridentes proponentes de leyes de discurso de odio argüirían que una cultura altamente tolerante, una que rechaza al racismo, es más efectiva para impedir el racismo, que una ley impuesta sobre gente intolerante.”

La segunda forma de combatir el prejuicio es darles a los intolerantes un micrófono. La mayoría de estadounidenses es gente decente, e incluso quienes apoyan a nacionalistas blancos, como Richard Spencer, se distancian con rapidez una vez que se llegan a conocer las ideas más odiosas de los oradores.

EL DISCURSO DE ODIO ES UN PROBLEMA, PERO LAS LEYES DE DISCURSO DE ODIO NO SON LA SOLUCIÓN

La intolerancia es un problema real en cualquier sociedad amplia, pero, las leyes de discurso de odio no son la solución.

Ellas envían al prejuicio bajo tierra y dejan que se pudra. Hay evidencia fuerte de que ellas, en realidad, pueden promover el prejuicio, en vez de reducirlo.

También, las leyes de discurso de odio representan limitaciones no éticas a nuestros derechos inalienables. Ningún humano es verdaderamente libre cuando puede ser puesto en prisión por decir algo que a los poderse fácticos no les gusta.

Lo que necesitamos para combatir el discurso de odio es el discurso en contra y una cultura de respeto hacia nuestros congéneres, no un silencio impuesto.

Julian Adorney es escritor previo de editoriales de política y actualmente es un mercadólogo sin fines de lucro. Su trabajo ha sido expuesto en la Fundación para la Educación Económica, el National Review, Playboy, y la antología económica de Lawrence Reed Excuse Me, Professor.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.