CÓMO LOS INDIVIDUOS FACILITAN LA TIRANÍA

Por Barry Brownstein
American Institute for Economic Research
13 de enero del 2023

Nota del traductor: la fuente original en inglés de este artículo es barry brownstein, american institute for economic research, tyranny, January 13, 2023. En él podrá leer enlaces relevantes originalmente en letra azul en el texto.

Es fácil pensar que las raíces de la tiranía yacen fuera de nosotros mismos, pero, tal vez, estamos mirando muy hacia lo lejos.

En la novela de Milan Kundera, The Unbearable Lightness of Being [La insoportable levedad del ser] una refugiada checa que vive en París se une a una marcha de protesta contra la invasión soviética de su tierra notal en 1968. Para su sorpresa, la refugiada no podía atreverse a gritar con los otros manifestantes y pronto dejó la manifestación. Sus amigos franceses nunca entendieron su renuencia. En silencio, la refugiada musitó que sus amigos nunca podrían entender que “detrás del Comunismo, del Fascismo, detrás de todas las ocupaciones e invasiones, yace un mal más básico y generalizado y que la imagen de ese mal era un desfile de gente marchando con los puños en alto y gritando sílabas idénticas al unísono.”

Cuídese de grupos marchando al unísono, aun por una aparentemente buena causa, advierte Kundera.

En On Liberty [Sobre la libertad] John Stuart Mill nos apuntó en una dirección similar cuando observó una tiranía tan terrible como cualquiera impuesta por “autoridades públicas.” Mill la llamó la “tiranía de la opinión y sentimiento prevalecientes.”

Mill describió “la tendencia de la sociedad a imponer, por medios distintos a penas civiles, sus propias ideas y prácticas como reglas de conducta a quienes disentían de ellas.” Aconsejó Mill, “la independencia individual” protegida de la “injerencia” de la mayoría “es tan indispensable para una buena condición de los asuntos humanos, como una protección contra el despotismo político.”

La tiranía de las órdenes sociales, advirtió Mill, puede ser “más formidable que muchos tipos de opresión política, pues… deja menos medios de escape, penetrando mucho más profundamente en los detalles de la vida, y esclavizando el alma como tal.”

Sobre la libertad
se publicó en 1859. Tristemente, la tendencia que Mill describió es demasiado frecuente entre individuos que viven en el 2023, quienes creen que “sus sentimientos …son mejores que razones, y convierten en innecesarias a las razones.”

A menudo, tales “sentimientos” se basan en la ortodoxia prevaleciente diseminada por The New York Times, la Radio Nacional Pública, y otros medios como esos.

Peor, individuos guiados por sentimientos elevan la presión y exigen que otros se ajusten. Lo explicó Mill, “En las opiniones sobre la ordenación de la conducta humana nos guía el principio práctico de que los demás deben obrar cómo uno obra y en cómo los que con uno simpatizan desearían que se obrara.”

Otros pueden compartir sus sentimientos y preferencias. Pero, razonó Mill, aun al compartirse, las preferencias individuales no se elevan a ser guía para la vida de otros:

“Nadie confiesa que el principio regulador de su juicio en tales materias sea su propio gusto; pero una opinión sobre materia de conducta, que no esté avalada por razones, nunca podrá ser considerada más que como una preferencia personal; y si las razones, al darse, no son más que una simple apelación a una preferencia semejante experimentada por otras personas, en este caso estamos ante la tendencia de varias personas, en lugar de serlo de una sola.”

He aquí la línea que resume a Mill: “[L]a única razón legítima para usar de la fuerza contra un miembro de una comunidad civilizada es la de impedirle perjudicar a otros.” Sus sentimientos, sus opiniones, su sentido de qué es bueno para usted, su sentido de qué lo hará a usted más feliz “no es garantía suficiente” para interferir con la soberanía individual de alguien más.

Mill no se equivocaba en torno a lo malo de silenciar voces disidentes: “Si toda la especie humana no tuviera más que una opinión, y solamente una persona tuviera la opinión contraria, no sería más justo imponer silencio a esta sola persona, que si esta sola persona tratara de imponérselo a toda la humanidad.”

Nunca ha habido una novela distópica, ni una sociedad totalitaria, en que la libertad de expresión no fue suprimida.

La pregunta inquietante es ¿por qué tantos facilitan a los totalitarios al exigir que otros se ajusten a sus sentimientos personales?

Mill nos enseñó a renunciar como facilitador de la tiranía. Nuestros sentimientos acerca de un asunto, sin importar qué tan ampliamente compartido, nunca son justificación para coaccionar a otros o censurar ideas competidoras. Escribió Mill, “La opinión que se intenta suprimir por la autoridad puede muy bien ser verdadera; pero no es infalible.” Él afirmó que, quienes suprimen otras ideas, “no tienen ninguna autoridad para decidir la cuestión por todo el género humano, e impedir a otros el derecho de juzgar. No dejar conocer una opinión, porque se está seguro de su falsedad, es como afirmar que su propia certeza es la misma cosa que certeza absoluta.

Quienes creen que deberían imponer sus opiniones sobre otros probablemente no lean este ensayo. Ente ellos hay personas que actúan como si fueran infalibles.

Al escuchar los argumentos de Mill, algunos lectores pueden silenciarse a sí mismos, al creer que sus opiniones no son socialmente aceptables. Cuando permanecemos en silencio, contribuimos a crear “ilusiones colectivas” que, escribió Todd Rose, son “mentiras sociales” que se dan “en situaciones en que una mayoría de individuos en un grupo rechaza privadamente una opinión en particular, pero la aceptan porque suponen (incorrectamente) que la mayoría de la gente la acepta.”

Explicó Rose, “A menudo nos sometemos porque tenemos temor a ser avergonzados. Nuestros niveles de estrés se elevan ante el pensamiento de ser objeto de burla o visto como incompetente, y, cuando eso pasa, toma su lugar la parte basada en el temor de nuestro cerebro.”

La elección de permanecer en silencio, de autocensurarse, se conecta con la creencia errónea de que, al estar de acuerdo con la mayoría, nuestra “responsabilidad personal por nuestras decisiones” se dispersa, “facilitando soportar errores.”

Una persona que valora la libertad entiende los costos elevados de calmar los sentimientos al eludir la responsabilidad.
Václav Havel fue un dramaturgo checo, disidente, y el primer presidente de Checoslovaquia luego de la caída del comunismo. En su ensayo “The Power of the Powerless” [El poder de los sin poder], Havel exploró la dinámica de impensadamente estar de acuerdo con los sentimientos prevalecientes. Un administrador de un negocio de alimentos pone un cartel en una ventana de su negocio: “¡Trabajadores del mundo, uníos!” Havel reveló que el administrador puso el cartel, no como un apoyo verdadero al eslogan, sino para evitar “problemas” y “llevarse bien en la vida.” No es gran cosa, puede pensar el administrador: “Es uno de los miles de detalles que [me] garantizan una vida tranquila ‘en armonía con la sociedad.’”

El administrador del negocio de Havel tiene la esperanza de que su cartel señale que “Soy obediente y, por tanto, tengo el derecho a ser dejado en paz.”

Havel escribió este ensayo en 1978. ¿Podría Havel haberse imaginado que la señalización de virtud sería la norma en Occidente en el 2023?

Si el cartel dijera “Tengo temor y, por ello, soy incuestionablemente obediente,” razonó Havel, el tendero no degradaría ansiosamente su “dignidad” al señalizar su temor.

“La ideología,” escribió Havel, “es una vía engañosa de relacionarse con el mundo. Les ofrece a los seres humanos la ilusión de una identidad, de dignidad, y de moral, a la vez que les facilita separarse de ellas.”

Havel reveló un propósito al adoptar una ideología en la que usted no cree: usted puede vivir bajo la “ilusión de que el sistema está en armonía con el orden humano y el orden del universo.”

Havel llamó a esto un “sistema post totalitario,” lleno de “hipocresía y mentiras,” en que “la ausencia de libre expresión [se alega es] la forma más elevada de libertad.”

Havel fue claro: para apuntalar la hipocresía y las mentiras, debemos comportarnos como si creyéramos en las mentiras. Los individuos, escribió él, “confirman el sistema, llenan el sistema, hacen el sistema, son el sistema.”

Havel despertó la esperanza cuando terminó su ensayo; “La cuestión verdadera es si el futuro más brillante en realidad está siempre tan distante. ¿Qué si, por el contrario, ha estado allí ya por mucho tiempo, y sólo nuestra ceguera y debilidad nos ha impedido verlo alrededor nuestro y dentro de nosotros, e impedirnos desarrollarlo?

Mill, Havel, y Kundera, todos, nos indican una verdad terrible: nuestra debilidad moral, el deseo de evadir la responsabilidad, y la ilusión de que la mayoría acierta, nos han conducido por la pendiente resbaladiza de perder nuestra libertad.

¿Cómo les respondemos a quienes están trabajando por subvertir los derechos humanos? La solución es sencilla, pero no es exenta de costos personales. Dejar de mentir, dejar de degradarse a uno mismo, dejar de pretender creer en lo que no se cree y renunciar al papel de facilitador de la tiranía.

Barry Brownstein es profesor emérito de economía y liderazgo en la Universidad de Baltimore. Es autor de The Inner-Work of Leadership, y sus ensayos han aparecido en publicaciones como la Fundación para la Educación Económica e Intellectual Takeout.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.