ES LA REALIDAD TAN COMPLEJA COMO PARA QUE SEA MEJORADA CON RESTRICCCIONES AL COMERCIO

Por Donald J. Boudreaux
American Institute for Economic Research
4 de enero del 2023

Nota del traductor: la fuente original en inglés de este artículo es donald j. boudreaux, american institute for economic research, reality, January 4, 2023. En él podrá leer enlaces relevantes originalmente en letra azul en el texto.

Mi columna reciente acerca de la necesidad de teorizar cuidadosamente acerca de la ventaja comparativa provocó que alguna gente compartiera conmigo, vía correo electrónico, sus objeciones a mi caso en favor de un libre comercio unilateral.

Algunas de esas objeciones se equivocan pues reflejan un fallo en distinguir entre hechos del mundo real relevantes al punto formulado, de hechos que son irrelevantes. Para aumentar la claridad de uno de mis argumentos acerca del comercio, yo usé los automóviles como ejemplo hipotético. Expliqué que, dado que la palabra “automóviles” se refiere a muchos tipos de vehículos, los productores en un país pueden tener ventaja comparativa en producir un tipo de automóvil (digamos, sedanes pequeños), mientras que productores en otros países pueden tener ventaja comparativa en producir un tipo diferente de automóviles (digamos, vehículos utilitarios deportivos (SUVs en inglés). Por tanto, cada país puede ser tanto exportador como importador de “automóviles,” sin que haya duda que esta configuración de intercambio la determina la ventaja comparativa. Tampoco la corrección o relevancia de este punto se afecta por el hecho de que cada uno de los gobiernos del mundo real exige grados de calidad del automóvil, y grava a los manufactureros de automóviles a tasas diferentes.

Una objeción más profunda lanzada contra mi columna es que yo soy (como lo alega un corresponsal) “inconsciente ante que no todas las ventajas comparativas son creadas iguales… en principio los aranceles pueden crear una mejor ventaja comparativa para el país.”

Estoy en desacuerdo.

Empecemos con “en principio.” Si ese término sólo significa “es lógicamente posible,” entonces, sí: ningún principio de lógica se viola al establecer que “en principio los aranceles pueden crear una mejor ventaja comparativa para el país” ̶ esto es, una configuración de ventajas comparativas mejor para el país, de lo que es la configuración que regiría bajo libre comercio. Pero, en el momento en que ponemos carne a los huesos desnudos de los preceptos lógicos, aquello que es posible “en principio” se convierte en fantásticamente improbable en la práctica.

Los aranceles son dictados por seres humanos. Para que las tarifas mejoren la ventaja comparativa del país de origen, los funcionarios de gobierno tendrían que predecir exactamente y en detalle dos futuros. Primero, esos funcionarios deben predecir qué recursos, industrias, habilidades, y preferencia de los consumidores se desarrollarían, en el país de origen y en el exterior, si es que el gobierno del país de origen fuera a seguir a una política de libre comercio. Segundo, esos funcionarios deben predecir exactamente cómo sus esfuerzos para fraguar la existencia de esas ventajas comparativas (que ellos, de alguna manera, se han imaginado ser superiores) se desarrollarán en su momento en la realidad compleja.

Los empleos, habilidades, firmas, e industrias visibles al ojo desnudo, o que pueden ser medidos por estadísticos, son sólo partes pequeñísimas de icebergs gigantescos, amorfos y no vistos de interacciones complejas. Cada empleo para trabajadores del acero (digamos) existe sólo porque él está económicamente conectado a multitudes de extraños; conectados no sólo con muchos consumidores diferentes, pero, más importante aquí, también incontables productores diferentes que son incitados a trabajar juntos en cosas como construir fábricas de acero, altos hornos, y redes de suministros de insumos que aseguran que cada acerería regularmente esté equipada con los materiales necesarios para que sus trabajadores produzcan acero. Y, no obstante, la vasta mayoría de trabajadores y empresas que hacen posible ese empleo del trabajador del acero está tan alejada, en la “red de suministros” económica, del trabajador del acero, que ninguna mente mortal puede detectar más que una fracción minúscula de estas conexiones.

El contador de una firma que produce. entre otros productos, amortiguadores de trabajo pesado utilizados por camiones que halan mineral de hiero a las acererías, no tiene ni idea de que es parte de la “red de suministros” de la producción de acero. Lo mismo para diseñadores del software utilizado por su contador en el desempeño de su trabajo. Y, también, lo mismo para los electricistas, cuyos esfuerzos suministran la energía usada por esos diseñadores de software.

E igual, por ejemplo, si las tarifas se ponen con la intención de aumentar la capacidad del país de origen de producir microchips (y si esta capacidad incrementada de producir microchips se cree mejora el desempeño general de la economía nacional), los funcionarios gubernamentales están prediciendo que esas tarifas tendrán el resultado intentado, Pero, no hay razón para creer que esta predicción resultará bien.

La complejidad inconmensurable de la realidad hace tontos todos los intentos de hacer tal predicción. ¿Cómo pueden saber funcionarios que ponen tarifas, de qué otras industrias, y, específicamente, qué cantidades, provendrán todos los recursos atraídos por aranceles a los microchips, hacia la producción de microchips? Ellos no pueden saberlo ̶ al menos no de antemano, que es cuando ese conocimiento es necesario. Más aún, si por algún milagro funcionarios que ponen aranceles estuvieran de previo en capacidad de reunir ese conocimiento, aún ellos no sabrían si o no las ganancias para la economía nacional provenientes de su capacidad ampliada para producir microchips, sobrepasarán o se quedarán cortas, comparadas con las pérdidas a la economía nacional por su capacidad disminuida de producir acero, trigo, productos farmacéuticos, cuido médico, y otros bienes y servicios, además de microchips.

En la práctica, entonces, lo mejor que cualquier país puede hacer es descansar en el mercado. Deje en libertad a los consumidores para que gasten su dinero según ellos elijan, a los inversionistas libres de invertir según sea su mejor juicio, y a las empresas libres de llenar las demandas del mercado en las formas que ellas creen serán las más rentables. Los éxitos serán recompensados con ganancias, y los fracasos penalizados con pérdidas. Los recursos cambiarán de usos menos rentables hacia los más rentables. Los “resultados” siempre quedarán lejos de la perfección, pero serán lo mejor que es humanamente posible.

La confianza en que los recursos se asignan más productivamente por mercados que por esfuerzos conscientes de funcionarios gubernamentales, se justifica principalmente porque los mercados confían en los precios. Como lo explicó F.A. Hayek en su artículo académico más famoso, “The Use of Knowledge in Society” [El uso del conocimiento en sociedad], cada precio de mercado, en relación con otros precios, informa a los productores no sólo acerca de qué productos son más urgentemente demandados por los compradores, sino, también, qué insumos son más abundantemente disponibles para ser usados en la producción. (Comparado con usar insumos que son menos abundantes, usar insumos que son más abundantes deja disponibles más insumos para producción de otros productos). Funcionarios de gobierno que buscan cambiar la asignación de recursos, no tienen una fuente comparable de información que les guíen.

Por tanto, políticos o administradores pueden sinceramente ser motivados a imponer aranceles de forma tal que mejore el desempeño económico de la economía nacional ̶ esto es, imponer tarifas que mejoren las ventajas comparativas de la economía nacional. Pero, esos políticos o administradores están volando a ciegas. El punto merece repetirse: a diferencia de los participantes en el mercado guiados por precios, estos funcionarios literalmente no tienen una información confiable que les guíe. Por tanto, serán guiados exclusivamente por sus propios sesgos e intuiciones.

La configuración de las ventajas comparativas es siempre cambiante, tanto a lo interno de cada país como entre países.
Y esta configuración cambia principalmente a través de las fuerzas de mercado, en vez de las fuerzas políticas. En mi próxima columna explicaré aún más por qué es errado suponer que cambios económicamente productivos en las ventajas comparativas, se logran mejor mediante aranceles y otras restricciones comerciales.

Donald J. Boudreaux es compañero sénior del American Institute for Economic Research y del Programa F.A. Hayek para el Estudio Avanzado en Filosofía, Política y Economía del Mercatus Center; miembro de la Junta Directiva del Mercatus Center y es profesor de economía y anterior jefe del departamento de economía de la Universidad George Mason. Es autor de los libros The Essential Hayek, Globalization, Hypocrites and Half-Wits, y sus artículos aparecen en publicaciones tales como el Wall Street Journal, New York Times, US News & World Report, así como en numerosas revistas académicas. Él escribe un blog llamado Café Hayek y es columnista regular de economía en el Pittsburgh Tribune-Review. Boudreaux obtuvo su PhD en economía en la Universidad Auburn y un grado en derecho de la Universidad de Virginia.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.