Recomiendo la lectura de este artículo que muestra no sólo las falacias alrededor del aumento de la desigualdad creciente en el ingreso de las familias en Estados Unidos, sino, también, la manipulación que se hace de ciertas cifras, por omisión en muchas ocasiones, para dar a entender ese presunto agravamiento.

FALSAS NARRATIVAS ACERCA DE LA DESIGUALDAD

Por David Lewis Schaefer
Law & Liberty
27 de diciembre del 2022

Nota del traductor: la fuente original en inglés de este artículo es david lewis schaefer law & liberty, inequality, December 27, 2022. En él podrá leer enlaces relevantes originalmente en letra azul en el texto.

Por décadas, no ha habido ruta más segura para tener éxito dentro de departamentos académicos de la ciencia social e historia, o en el lado izquierdo de la división partidaria, que lamentar la persistencia y surgimiento de la desigualdad económica en Estados Unidos. Algunos hasta mantienen que la desigualdad ha transformado la nación en una oligarquía, en vez de una república constitucional. En el 2014, Bernie Sanders denunció “el nivel obsceno y creciente de desigualdad en el nivel de riqueza e ingreso en este país” como “inmoral, antiestadounidense, e insostenible.” Y, más ampliamente, en el 2020, la revista The Economist, encausando a Jane Austen, proclamó “una verdad universalmente reconocida que la desigualdad en el mundo rico es alta y creciente.”

El problema con estas aseveraciones (ambas citadas en la página introductoria de este libro [The Myth of American Inequality: How Governments Biases Policy Debate]), tal como el economista (y anteriormente senador) Phil Gramm y otros dos distinguidos colegas académicos demuestran, es que son falsas. Y su falsedad es producto de una distorsión de estadísticas por economistas a lo interno y externo del gobierno. La consecuencia es tanto una subestimación radical de las oportunidades que Estados Unidos le ofrece a la gente pobre, como un extravío de la política pública que debilita su habilidad para lograr lo que proclamó en 1964 el presidente Lyndon Johnson, como objetivo de la Guerra contra la Pobreza: no hacer que los pobres sean dependientes permanentes, sino “permitirles desarrollar y usar sus capacidades” para así compartir en la “promesa” de Estados Unidos.

PECADOS POR OMISIÓN

El punto de mayor impacto de los autores [Gramm et al.] es el contraste entre las frecuentemente citadas estadísticas emitidas por la Oficina del Censo de Estados Unidos, que exhiben vastas desigualdades en el ingreso entre los quintiles [el 20 por ciento del número total de individuos de una población determinada] superior e inferior de las familias estadounidenses (siendo el primero 16.7 veces más alto que el último en el 2017), junto con una tasa de pobreza que no ha cambiado desde que empezó la Guerra contra la Pobreza, reforzado por datos de la Oficina de Estadísticas del Trabajo de Estados Unidos, haciendo parecer que los ingresos promedio por hora de los trabajadores de producción y la realidad de la vida económica estadounidense “llegaron a un pico hace más de 45 años.”

El corazón del problema es que estas estadísticas omiten la mayoría de pagos de transferencia del gobierno hacia hogares en el quintil más bajo, que más que se duplicaron en términos ajustados por la inflación, desde $9.677 hasta $45.389 entre 1967 y el 2017. En consecuencia, en el 2017, si bien “el hogar promedio con ingreso ganado en el 20 por ciento inferior… recibió más de $45.000 en pagos del gobierno… El Censo falló en medir como ingreso casi $32.000 de esas transferencias.” Los pagos de transferencia incluyen beneficios como cupones de alimentos, Crédito del Impuesto al Ingreso Ganado “reembolsable,” suplementos para vivienda, Medicare, y Medicaid, midiendo la Oficina del Censo menos de un tercio de esos pagos efectuados por los gobiernos federal, estatal y local, que totalizaron $2.8 billones en el 2017, con más de dos tercios yendo al 40 por ciento más bajo de los hogares.

Además, al medir el ingreso de los hogares, las estadísticas de la Oficina del Censo acerca de la desigualdad omiten impuestos al ingreso en los tres niveles de gobierno, de lo cual un 82 por ciento es pagado por el 40 por ciento más alto de los hogares. Al llevarse a cabo los ajustes por estas omisiones, la desigualdad del ingreso prueba ser sólo una cuarta parte de grande de lo que indican las estadísticas del Censo. Y, lejos de elevarse en un 22.9 por ciento desde 1947, como lo hacen aparecer las cifras del Censo, la desigualdad se ha reducido en un 3 por ciento desde 1947. Finalmente, una vez tomadas en cuenta todas las transferencias, “el número de estadounidenses que vive en la pobreza en el 2017 se desploma desde un 12.3 por ciento, la cifra oficial del Censo, a sólo un 2.5 por ciento.”

Concediendo que alguna poca gente que es “física o mentalmente incapaz de cuidar por sí misma” puede haber “caído a través de las grietas” del sistema de bienestar social, los autores concluyen que “para todos los fines prácticos, la pobreza debido a la carencia de apoyo público o privado virtualmente ha sido eliminada de los Estados Unidos.” Entre tanto, al contrario del cargo a menudo escuchado de que los ricos no pagan su “porción correcta” de impuestos, “los hogares en el veinte por ciento más alto de generación de ingresos pierden un 32.5 por ciento de su ingreso antes de impuestos, al pagar los impuestos de todo tipo,” mientras que “aquellos en el veinte por ciento más bajo… pierden sólo un 7.5 por ciento.”

También, los autores [Gramm et al.] indican otros factores a tener en mente evaluar las diferencias en el ingreso. Primero, dado que, por definición, los generadores de ingreso deben caer por igual en uno de los quintiles, “cuando una familia se mueve hacia arriba en su clasificación de quintil, otra familia” debe “caer en un quintil inferior aun cuando el ingreso del hogar puede haber permanecido igual o hasta aumentado.” En adición, señalo, el hecho de la inmigración, aún antes del aumento masivo de años recientes, significa que el quintil más bajo se verá constantemente rellenado por recién llegados, pobres en su mayoritaria. Este no es un argumento contra la inmigración legal, sino sólo un hecho adicional que debe tenerse presente al evaluar la distribución del ingreso: con el paso del tiempo, muchos inmigrantes pobres, o sus hijos, se elevarán en estatus económico, tal como sus predecesores, pero ellos serán reemplazados por otros en el fondo de la escala.

Aunque los autores sólo mencionan este punto, un aspecto adicional que induce al error de las estadísticas acerca de la distribución del ingreso es que el quintil de ingreso más bajo, en un momento dado, incluirá un número substancial de estudiantes que se gradúan (cuyos ingresos se elevarán una vez que obtienen sus títulos) y de pensionados (que están viviendo del ahorro y la Seguridad Social, por lo general a un nivel de ingreso menor al que tenían cuando estaban empleados). Tampoco las divisiones por quintiles basadas en el número simple de “hogares” (incluyendo individuos) dan cabida a diferencias por el tamaño de la familia; si bien tener más hijos puede reducir el ingreso per cápita en la familia, puede incentivar a los padres a trabajar más duro para dar sostén a sus hijos.

El punto de los autores, al citar estadísticas corregidos acerca del ingreso que toman en cuenta impuestos y trasferencias, no es para argüir a favor de alguna otra distribución del ingreso con base en justicia ̶ una pregunta que no se presta como tal a una respuesta formulada. Más bien, plantean un par de problemas para los relativamente pobres causado por el hecho que de momento la redistribución del gobierno lleva al ingreso promedio del quinto más bajo de la población hasta un punto en que es sólo mínimamente inferior al del quinto siguiente.

Primero, esas políticas desalientan el incentivo para trabajar -lo que (como lo ha demostrado Nicholas Eberstadt en su libro Men Without Work)- es detrimento para la salud moral de la clase dependiente, al estimular un estilo de vida basado en mirar pantallas y drogas. Segundo, aquellas promueven el resentimiento de miembros trabajadores y autosuficientes de la clase media, cuando son gravados para permitir que, quienes no están trabajando o están buscando empleo, disfruten casi de un nivel de vida tan alto como el que ellos tienen. (Este resentimiento ayuda a llevar la clase media y trabajadores de cuello azul a políticos como Donald Trump y Sanders, quienes los persuaden de que “el sistema” está sesgado contra ellos.)

Si bien los requisitos de empleo en la ley de 1996 de Reforma al Asistencialismo mostraron resultados esperanzadores, un empleo creciente y reducción de pobreza, el requisito “no se aplicó a otros programas asistenciales, tales como cupones para alimentos y seguro de desempleo,” que “continuaron aumentando y creando incentivos adicionales para no trabajar,” mientras que el mandato subsecuentemente se debilitó al permitir que los estados dejaran de aplicarlo. En efecto, el Departamento de Agricultura de Estados Unidos “entrenó agencias estatales y locales para que estimularan a sus clientes de asistencia pública a matricularse en programas de cupones de alimentos,” recompensando el éxito de las agencias “al sobreponerse a la “’montaña de orgullo’ de beneficiarios potenciales que no deseaban depender de otros.” (Eso es todo para las aspiraciones de Lyndon B. Johnson). Entre tanto, los Créditos Impositivos por el Ingreso Ganado y por Hijos en promedio “eliminó toda obligación de pago de impuesto al ingreso” para cada uno de los dos quintiles más bajos, más bien entregando pagos efectivos promedio en época de pago de impuestos de $1.884 y $1.231 en el 2017, para aquellos en los quintiles más bajo y el siguiente al más bajo, respectivamente.

EN REALIDAD LA VIDA AHORA ES MEJOR

Desafiando la “sabiduría” económica generalmente aceptada, los autores hacen ver que las estadísticas mencionadas por los célebres economistas franceses Thomas Piketty, Emmanuel Saez, y Gabriel Zucman para demostrar la “evasion” de impuestos por estadounidenses ricos, omitieron un cambio en cómo se categorizaba el ingreso por la Oficina del Censo, luego de la Ley de Reforma Tributaria de 1986, que no alteró la cuenta por impuestos de nadie. De hecho, la participación de impuestos relacionados con ingresos pagados por el 10 por ciento más alto de hogares estadounidenses -1.35 de su participación en los ingresos- lo convierte en el sistema más progresivo de cualquier nación de la OCDE [Organización para la Cooperación Económica y el Desarrollo], muy “por delante” de países como Francia y Alemania. (Los economistas franceses también ignoran los pagos de transferencia al evaluar la desigualdad.)

Aún más, a pesar de la publicación por la OCDE de coeficientes de Gini (que miden la desigualdad) que muestra a Estados Unidos como teniendo niveles de pobreza más altos que Francia y Alemania, en relación con la mediana del ingreso de cada país, el ingreso mediano mayor ganado por los estadounidenses significa que un porcentaje mucho menor de la población vive en pobreza que en aquellos países. Por tanto, el ingreso del hogar en Estados Unidos “difiere” principalmente de aquel de otras naciones porque los “estadounidenses en todos los niveles tienen mucho más de él.”

Los autores dedican un capítulo entero a “Mediciones de Bienestar,” para refutar el alegato emitido por la Oficina de Estadísticas del Trabajo de que “los ingresos reales por hora promedio de empleados de producción y no supervisores,” tuvieron un pico en 1972, luego, cayeron durante 22 años antes de regresar al nivel de diciembre de 1972 en diciembre del 2018 ̶ así alimentando el alegato de Sanders del 2019 de que “el estadounidense promedio” no se había ganado 5 centavos en salarios reales durante los 45 años previos. Para empezar, la afirmación típicamente se formula al “comparar sólo sueldos y salarios y, por tanto, excluyendo beneficios pagados por el empleador,” tales como seguro de salud, que aumentó la compensación individual en un 6.7 por ciento. También, las cifras “excluyen a más de un tercio de todos los trabajadores,” los autoempleados, a quienes trabajan en la agricultura y el gobierno, y empleados supervisores o administrativos.

Pero, el fallo mas grande en el alegato es que descarta mejoras en lo que comprará una suma dada ajustada por la inflación desde 1972: desde casas más espaciosas, a menudo equipadas con aire acondicionado central, lavadoras de platos, y televisiones a color, a “un conjunto mucho mayor de productos alimenticios,” incluyendo “frutas de fuera de estación, provenientes de medio mundo en la lejanía” (aun cuando esta abundancia nutricional cuesta “una proporción cada vez menor” de los presupuestos de las familias), a carros que son más seguros y que “duran más del doble,” a triplicar el número de graduados universitarios, hasta un aumento en el promedio de vida de 7.8 años, debido principalmente a innovaciones médicas. Estos cambios se omiten en las estadísticas publicadas por la Oficina del Censo y la Oficina de Estadísticas del Trabajo, pues ambas agencias exageran la inflación gracias a que descansan en mediciones que omiten mejoras en la calidad de los bienes con el paso del tiempo, incluso cuando los índices de precios que toman en cuenta tales cambios, han estado disponibles por mucho tiempo. También, la sobrestimación ocasionó que la Oficina del Censo exagerara el umbral para definir la pobreza – esto es, el ingreso mínimo necesario para no ser pobre- en un 72 por ciento entre 1963 y el 2017.

En su capítulo acerca de los “Superricos” (el 0.1 por ciento más alto de los generadores de ingresos), los autores hacen ver que incluso ese grupo obtiene una parte sustancial de su ingreso proveniente del trabajo, en vez de recortar cupones; que “casi dos tercios” venía de familias de clases pobres y media superior; y que “inversionistas ricos que acumulan riqueza no la consumen” (como el ficticio Ebenezer Scrooge, o el real Warren Buffett) son benefactores públicos, no ladrones, pues “su riqueza está creando empleos” y, a partir de ello, “promoviendo la prosperidad general.”

En 1843, cuando Charles Dickens publicó A Christmas Carol [Canción de Navidad], la Revolución del Mercado, alimentada por el ahorro de los Scrooges británicos, ya estaba enriqueciendo a toda la humanidad,” iniciando “un período de prosperidad diseminada, cuyos tipos nunca habían ocurrido en la historia registrada,” y una trayectoria de progreso (interrumpida, uno debe reconocer, por guerras periódicas y otras catástrofes) que “nunca han terminado.” (Yo recomiendo la trilogía de la historiadora económica Deirdre McCloskey, Bourgeois Dignity, Bourgeois Equality, y Bourgeois Virtue [Las virtudes burguesas]).

Todavía persiste el alto grado de movilidad económica que continuamente los estadounidenses han disfrutado durante el medio siglo pasado. Como lo hacen ver los autores, este hecho es visible para cualquiera que haya vivido a lo largo de los últimos cincuenta años de progreso económico, tal que “todas, excepto un 6.2 por ciento, de las familias en el 2017” habían logrado “ingresos que las habría puesto en 1967 en el quintil superior” ̶ y que nos recuerda que en los años iniciales, “la mitad de todos los hogares en el quintil más bajo" carecía de plomería “completa” (mientras hoy lo carece menos de un 2 por ciento), y que, cuando en la actualidad la gente en cualquier nivel de ingreso requiere hospitalización, “sólo permanecerá una fracción del tiempo gastado en 1967, y emergerá con mayor posibilidad plenamente restaurada, y es menos posible que sea readmitida con la misma queja.”

En lo que respecta a diferencias raciales o étnicas en el ingreso, los autores reconocen la persistencia de un “bache de ingresos” (en algo reducido a partir de 1967) entre negros y blancos (con los negros aún ganando un 36.4 por ciento menos que los blancos, mientras que los asiático-estadounidense, a su vez, ganan un 38.5 por ciento más). Ellos atribuyen esas diferencias a niveles de escolaridad, elecciones de ocupaciones, diferencias en edad promedio, y variaciones geográficas. Pero ellos, en general, indican que, durante el pasado medio siglo, “la economía estadounidense ha sobrepasado a todas las otras economías grandes desarrolladas,” ameritando “el título de una era dorada.”

EL CAMINO HACIA ADELANTE

Los autores concluyen recordándonos que, previo a la Ilustración, “la principal fuente de ingreso y riqueza era la tierra,” cuya cantidad era fija: por tanto (excepto en un grado limitado bajo el imperio romano) nada de crecimiento económico, y ninguna ganancia individual excepto a expensas de algún otro. En contraste, la moderna república comercial le ofrece a gente ordinaria el “campo abierto” y “una posibilidad justa” que Abraham Lincoln expuso para que avanzara por medio de su propio trabajo y talentos.

En el 2021, líderes del partido demócrata de Estados Unidos prometieron “reducir la pobreza infantil a la mitad” por medio de un crédito impositivo mensual que costaba $1.6 billones durante una década, una promesa equivocada, no sólo porque la tasa de pobreza infantil oficialmente reportada habría sido sólo una quinta parte de elevada, si el gobierno hubiera incluido los pagos de transferencia como ingreso, sino porque la ruta verdadera para superar cualquier pobreza remanente es estimular el trabajo individual, en vez de ponerle impuestos a sus frutos a como hubiera lugar. Actualmente una proporción siempre creciente de la población descansa en la asistencia pública, a la vez que los empleadores buscan llenar once millones de empleos.

Para superar esta situación, los autores recomiendan restaurar y poner en vigencia requisitos de trabajo para recibir asistencia pública; reformar la educación pública para romper el “monopolio educativo” por medio de elección escolar generalizada (escuelas autónomas subvencionadas, bonos para la educación) que les darían opciones reales a familias pobres; y abolir requisitos de autorizaciones indignantes impuestas por el estado para poder trabajar (¡hasta para ser asistente de champús!) que impiden el ingreso a la fuerza de trabajo. Su objetivo, como el de Lincoln y Lyndon B. Johnson, es “unos Estados Unidos en que la gente puede surgir tan alto e ir tan lejos como los lleve el sudor de sus propias frentes,” así siendo capaces de enorgullecerse con sus logros, grandes o pequeños.

Debido a su confianza en estadísticas en vez de afirmaciones políticas radicales o referencias literarias, uno no puede esperar que este libro disfrute de la cantidad de lectores e influencia de Capital in the Twenty-First Century [El capital en el siglo XXI] de Piketty (no se basa en la “evidencia” de novelas de Balzac, predice la inminente caída del capitalismo, o exige una autoridad que ponga impuestos a todo el mundo). No obstante, sería una bendición para Estados Unidos si su lectura fuera requerida para todo maestro de historia y ciencias sociales en colegios y universidades, como parte de su certificación para el trabajo.

David Lewis Schaefer es profesor de Ciencia Política en la Universidad de la Santa Cruz. Sus libros incluyen Illiberal Justice: John Rawls vs. the American Political Tradition (2007) y The Political Philosophy of Montaigne (segunda impresión, 2019). Es compañero en tres ocasiones del Fondo Nacional para las Humanidades.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.