¿ADÓNDE VAN DAR LOS AHORROS?

Por Art Carden
American Institute for Economic Research
28 de diciembre del 2022

Nota del traductor: la fuente original en inglés de este artículo es art carden, american institute for economic research, savings, December 28, 2022. En él podrá leer enlaces relevantes originalmente en letra azul en el texto.

La innovación y el comercio pueden ser frustrantemente aburridos, en particular dado que hay costos concentrados e intensos (en forma de empleos perdidos y comunidades que luchan) y beneficios dispersos a través de millones de personas que puede que ni siquiera lo noten. ¿Vale la pena cerrar una textilería en Estados Unidos y abrir un “taller explotador” en el sureste de Asia, de forma que los estadounidenses puedan ahorrarse unos pocos centavos en calcetines?

Los oponentes al intercambio e innovación tienden a no poner mucho peso en los beneficios dispersos. Alguna gente cree que es especialmente virtuoso pagar extra por ropas que no se producen en “talleres explotadores” o para apoyar negocios locales. Pero, como nos recuerda Henry Hazlitt, el arte de la economía consiste no sólo de ver los efectos sobre los grupos más visibles, sino en trazar los efectos sobre todos.

Suponga que libre comercio significa que Textiles Amalgamados traslada sus operaciones a las Filipinas, adonde paga a trabajadores míseros $11 al día, alguna gente en las fábricas de Amalgamated en Estados Unidos pierde su empleo, y cada uno de los estadounidenses se ahorra un centavo al año en calcetines. Los efectos sobre trabajadores estadounidenses que pierden sus empleos son reales y dolorosos. ¿Vale la pena ponerlos a través de tal angustia tan sólo para ahorrar un mísero centavo en calcetines hechos por gente explotada en trabajos a la que se le paga menos al día de lo que gana el trabajador promedio estadounidense en poco más de veinte minutos?

Una vez que tomamos en cuenta todos los efectos, queda muy claro que la movida es una ganancia neta para el mundo. Veamos cómo afecta no a sólo un grupo (trabajadores estadounidenses que pierden su empleo), sino a todos los grupos.

Primero, están los trabajadores filipinos, para quienes el dólar extra al día es enorme. El salario mínimo de trabajadores no agrícolas en la región de la capital Manila es de 570 pesos filipinos al día. Esto es alrededor de $10. Un dólar extra al día para alguien que trabaja a ese salario mínimo, es una mejora substancial en su estándar de vida, y eso no toma en cuenta el hecho que las condiciones de trabajo en la textilería son probablemente mejores que las condiciones de trabajo en otros empleos, y ciertamente mejor que en la agricultura. Puede que no elimine el pagpag [restos de comida de restaurantes recogidos en basureros] de la dieta familiar, pero puede limitarlo. Podría ser la diferencia entre vida y muerte. La pobreza es un mal que se lamenta, pero descartar esa mejora substancial es ver los dientes a un caballo regalado.

Segundo, está lo que pasa con ese centavo extra que la gente ahorra cada año. Por simplicidad, suponga que ellos llevan al banco esos ahorros casi imposibles de notar. Es muy posible que nadie note ese centavo, pero 330 millones de centavos significan $3.3 millones extras cada año en nuevos fondos prestables.

¿Qué puede hacer la gente con esos $3.3 millones extras? Cuando primero empecé a escribir esto, fue inmediatamente después de una visita a Bowling Green, Kentucky, adonde visité un restaurante Freddy’s Custard [flanes] and Steakburger [hamburguesa de carne]. Dado que no tengo un Freddy’s cercano a mí (hay algunos al sur de Birmingham, Alabama), me pregunté cuánto costaría traer uno. Una mirada al sitio en la red muestra que dueños potenciales de la franquicia pueden esperar una inversión inicial de “$641 mil a $2.2 millones,” y existe un requisito de tener una riqueza neta de $1 millón y $400.000 en activos líquidos. Eso es mucho, y tal vez fuera del alcance de alguien que acaba de perder su empleo en la fábrica de calcetines. Pero, cuando los juntamos, los centavos que los estadounidenses se ahorran en calcetines pueden financiar alrededor de una y media de nuevas franquicias de Freddy’s cada año por el resto de la eternidad. Y, por supuesto, esos restaurantes necesitarán cocineros, administradores, y otro personal. Puede que ellos no contraten la gente específica que perdió sus empleos en la fábrica de calcetines, pero podrán contratar a alguien y crear una oportunidad que no existiría si los ahorros no estuvieran allí. Por supuesto, los consumidores estadounidenses están mejor: en vez de sólo obtener calcetines, ahora obtenemos los calcetines más la capacidad de hacer nuevas hamburguesas y flanes.

Pero, ¿qué pasa con los trabajadores estadounidenses que perdieron sus empleos? El hecho que hay beneficios netos para la sociedad es probablemente un frío consuelo para los trabajadores de la textilería, que ahora no saben cómo van a hacer para pagar el alquiler o comprar alimentos. Esta es la razón por la que las instituciones de la sociedad civil, como iglesias y sociedades fraternales, son tan importantes. También es por qué, como mínimo, se puede hacer un caso para reemplazar el desayuno de perros de programas contradictorios que constituyen el estado de bienestar estadounidense de una garantía básica de ingreso. La objeción a los mercados que dice “¿está usted realmente dispuesto a poner a sufrir a la gente de forma que usted se pueda ahorrar unos pocos pesos?” es una especie de apelación intuitiva y superficial. Eso no es lo que sucede cuando tenemos innovaciones y reducciones en las barreras comerciales. Hay costos de transición de corto plazo, pero, las instituciones de las sociedades civiles que funcionan bien, deberían ser más que suficientes para cuidar de ellos. Cuando ahorramos recursos, ahorramos recursos, y los ahorros nos posibilitan producir aún más de lo que antes podíamos. Eso, a su vez, nos facilita resolver problemas aún más apremiantes que encaramos diariamente.

Art Carden es compañero sénior del American Institute for Economic Research. También es profesor asociado de Economía en la Universidad Samford, en Birmingham, Alabama y compañero de investigación del Independent Institute.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.