¿SON LOS LIBRECAMBISTAS CULPABLES DE UN GLOBALISMO INGENUO?

Por Donald J. Boudreaux
American Institute for Economic Research
12 de diciembre del 2022

Nota del traductor: la fuente original en inglés de este artículo es donald j. boudreaux, american institute for economic research, globalism, December 12, 2022. En él podrá leer enlaces relevantes originalmente en letra azul en el texto.

El libro de Samuel Gregg del 2022, The Next American Economy, es un logro importante y brillante. Con elocuencia, Gregg defiende la sociedad comercial, libre, contra sus muchos detractores. Por supuesto, entre estos detractores están los hoy llamados “conservadores nacionales” (algunos, no todos, de esos pueden ser justamente descritos como Trumpistas). Pero hay Progresistas no menos hostiles hacia la economía liberal que Gregg defiende con capacidad. Si bien los conservadores nacionales y los Progresistas tienen diferencias significativas en muchos frentes, en la economía del comercio internacional ambos grupos cometen la misma multitud de errores fácticos y teóricos.

La manera de Gregg de exponer esos errores es tan académica, tan imparcial, y tan paciente que el lector se sorprende al darse cuenta, al llegar al final el libro, que encontró una evisceración del caso moderno a favor del proteccionismo, y su hermano fraterno, la política industrial.

También, sabiamente Gregg aconseja a colegas defensores del libre comercio acerca de cómo formular el mejor caso para el público en general. En específico, Gregg aconseja que se tomen en cuenta, tanto la realidad del estado nación, como los afectos de la gente por su país. Los llamados de libertarios radicales que tratan las fronteras nacionales como un fenómeno irreal o irracional, caerán en oídos sordos.

Estoy de acuerdo con todo lo que Gregg dice acerca del sitio prominente ocupado por el estado nación en los corazones y mentes de la gente. Y, por supuesto, también estoy de acuerdo en que el estado nación no va a desaparecer pronto en cualquier momento. Estos son hechos del tipo que Frank Knight y James Buchanan describieron como “absolutos relativamente absolutos.” Gusten o no, es mejor que estos hechos se tomen como dados.

Pero, en mi lectura, el caso liberal a favor de una política de libre comercio unilateral desde el inicio (y a partir de él) no ha sido muy infectado por un globalismo ingenuo. Se ha enfocado abrumadoramente en los beneficios del libre comercio para la gente del país de origen. Los argumentos que se pueden describir como “cosmopolitismo global” nunca han desempeñado un rol más allá de periférico en la campaña liberal a favor del libre comercio.

Pero, está ampliamente extendida la falsa impresión de que los defensores liberales del libre comercio ignoran ingenuamente la relevancia del estado nación. Sin embargo, la impresión es creada no por defensores del libre comercio liberal, sino, en vez de ellos, por oponentes antiliberales al libre comercio. Ya sea a partir de ignorancia o artimaña, una táctica proteccionista familiar es acusar falsamente a impulsores del libre comercio por poner intereses de extranjeros a la par o, hasta por delante, de los intereses de sus compatriotas.

Por ejemplo, hace unos pocos años, exactamente antes que él y yo debatiéramos acerca del libre comercio en la universidad Hillsdale, el destacado proteccionista Ian Fletcher me preguntó por qué los libertarios estadounidenses estaban tan dispuestos a poner los intereses de extranjeros por delante de los intereses de los estadounidenses. Parecía que, genuinamente, Fletcher creía que el argumento esencial de los librecambistas es que el libre comercio enriquece a países pobres más de lo que empobrece a países ricos y, por tanto, el libre comercio es justificado por un cálculo utilitario cosmopolita.

Si nosotros, los librecambistas, realmente formulamos nuestro caso sobre esas bases, de hecho, mereceríamos mucha de la culpa por cualquier escepticismo que el público tenga acerca del libre comercio.

Pero, como un hecho, el caso esencial a favor del libre comercio nunca ha asumido tal forma. Tanto los casos teóricos como prácticos a favor de una política de libre comercio siempre han enfatizado las ganancias conferidas por el libre comercio, repito, para la gente del país de origen. Lea a Adam Smith. Lea a Frédéric Bastiat. Lea a Henry George. Lea a William Graham Sumner. Lea a Gottfried Haberler, Milton Friedman, Leland Yeager, Jagdish Bhagwati, Arvind Panagariya, Russ Roberts, Dan Griswold, Scott Lincicome, y Doug Irwin. Lea incluso a cualquier proponente reciente del libre comercio -o incluso léame a mí- y encontrará, en el centro de atención, argumentos que demuestran que el libre comercio es una bendición para el propio país de origen, ya sea ese país rico o pobre, grande o pequeño, industrial o agrícola.

Además, es verdad, usted a menudo hallará argumentos acerca de cómo movimientos del país de origen hacia el libre comercio también ayudan a que los extranjeros se enriquezcan. Pero, esos argumentos no son centrales en el caso a favor del libre comercio, y por buena razón: el comercio es una suma positiva. Siempre que el comercio se libera en el país de origen, las ganancias económicas netas se crean tanto para connacionales como para extranjeros. Simplemente, no se necesita acudir a un cálculo utilitario para justificar el libre comercio, en que se ponderen ganancias netas a extranjeros contra pérdidas netas a compatriotas, pues esas pérdidas son un mito.

El hecho de que el caso a favor del libre comercio se considere equivocadamente por tanta gente al basarlo en un cosmopolitismo global es una pobre victoria de relaciones públicas de los proteccionistas. Incesantemente, repiten falsedades acerca del libre comercio, como que el libre comercio con países de bajos salarios reduce los salarios de trabajadores estadounidenses. Otra acusación falsa, pero con frecuencia oída, es que Estados Unidos tiene déficits comerciales sólo porque países extranjeros se involucran en prácticas de comercio “injusto”, o porque lideres estadounidenses insuficientemente patriotas permiten que países extranjeros tomen ventaja de estadounidenses ordinarios. Estas y similares falsedades llevan a la impresión de que estadounidenses que apoyan el libre comercio son, ya sea tontos ciegos al daño causado a la economía estadounidense por el libre comercio, o globalistas ilusos dispuestos a sacrificar los intereses de sus compatriotas estadounidenses, a favor de aquellos de extranjeros.

Ayudando e incitando esta percepción errada del caso a favor del libre comercio está mucho del lenguaje familiar usado en discusiones acerca del comercio. El término “déficit comercial,” en sí, sugiere que países que tienen tales déficits pierden antes sus socios comerciales. Se requiere alguna familiaridad con la economía para entender el error profundo de esta sugerencia. La mayoría de la gente no está familiarizada lo suficiente con la economía para detectar el error, así que los proteccionistas retratan con éxito la cadena no rota de casi medio siglo de duración, como evidencia de que el libre comercio le está infligiendo un serio daño a la economía de Estados Unidos. A su vez, los librecambistas, que se oponen a políticas proteccionistas vendidas como medio para reducir los déficits comerciales de Estados Unidos, son fácilmente proyectados como globalistas altivos o ingenuos.

Tal tergiversación se amplía por el lenguaje, incluso en documentos oficiales, que comúnmente describe la decisión del gobierno de reducir barreras arancelarias que ha erigido contra sus propios ciudadanos, como una “concesión comercial.” (Un ejemplo se presenta en el “Glosario de términos” emitido por la Organización Mundial de Comercio:
“Beneficiario sin contrapartida (‘free-rider’): Expresión con la que se designa a un país que no hace ninguna concesión comercial pero que, en virtud del principio de la nación más favorecida, se beneficia de las reducciones y concesiones arancelarias que ofrecen los demás países negociadores.

¿Cómo no puede la tergiversación diseminarse con un lenguaje oficial que describe reducciones en barreras comerciales como “concesiones comerciales”? ¿Concesiones, es natural preguntar, para quién? Bueno, a los extranjeros. Se deduce, bajo esta idea extraña del comercio, que los librecambistas, que abogan por que las barreras comerciales del país natal se reduzcan unilateralmente, le ruegan al gobierno doméstico que “conceda” beneficios a extranjeros, sin recibir a cambio beneficios similares. Así, falsamente, los librecambistas aparecen como globalistas utópicos que no son lo suficientemente atentos a los sentimientos y bienestar de sus compatriotas.

Ludwig von Mises resumió bien la esencia del caso liberal a favor del libre comercio:

“No obstante, la inferencia del argumento de [David] Ricardo a favor del libre comercio fue irrefutable. Aún si todos los otros países se aferran a la protección, cada nación sirve mejor sus intereses propios mediante el libre comercio. No es por el bien de extranjeros, sino por el bien de su propia nación, que los liberales abogaron por el libre comercio.”

De hecho, el libre comercio enriquece el mundo. Pero eso, también, y principalmente, enriquece al pueblo de cada país que lo practica, con independencia de políticas seguidas en alguna otra parte. Este último hecho, por sí solo, justifica que cada gobierno prosiga una política unilateral de libre comercio.

Donald J. Boudreaux es compañero sénior del American Institute for Economic Research y del Programa F.A. Hayek para el Estudio Avanzado en Filosofía, Política y Economía del Mercatus Center; miembro de la Junta Directiva del Mercatus Center y es profesor de economía y anterior jefe del departamento de economía de la Universidad George Mason. Es autor de los libros The Essential Hayek, Globalization, Hypocrites and Half-Wits, y sus artículos aparecen en publicaciones tales como el Wall Street Journal, New York Times, US News & World Report, así como en numerosas revistas académicas. Él escribe un blog llamado Café Hayek y es columnista regular de economía en el Pittsburgh Tribune-Review. Boudreaux obtuvo su PhD en economía en la Universidad Auburn y un grado en derecho de la Universidad de Virginia.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.