EL MARXISMO PERMANECE RELEVANTE SÓLO COMO UNA FUERZA DESTRUCTIVA

Por Richard W. Fulmer
Fundación para la Educación Económica
Domingo 11 de diciembre del 2022

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En la práctica los marxistas han mostrado ser mucho mejores en destruir sociedades y culturas de lo que han sido en crear unas nuevas exitosas.

Aunque las teorías de Karl Marx nunca fueron válidas, cambiaron el mundo al avivar el agravio, enfocarlas en el statu quo, demandar que el statu quo sea quemado hasta sus cimientos, y prometer que una utopía nunca bien definida emerja de las cenizas espontáneamente.

Sus alegaciones incluyen las siguientes:


  1. El valor es una función del contenido laboral “socialmente útil.”
  2. Las sociedades capitalistas están divididas en dos clases: la Burguesa y el Proletariado.
  3. El intercambio voluntario es un juego de suma cero; en todo intercambio una parte gana a expensas de la otra.
  4. Los capitalistas “expropian” la plusvalía de los productos de los trabajadores que produjeron esos productos.
  5. Los trabajadores en esas sociedades capitalistas se “empobrecen” crecientemente hasta el punto de hacer una revolución.
  6. Los trabajadores que están en descuerdo con Marx sufren de “falsedad de conciencia.”


Pero, cada una de estas afirmaciones es falsa:

1. El valor no es una función del trabajo; es una función de la demanda. El valor no proviene del trabajo, el trabajo es valioso tan sólo en el grado en que produce valor ̶ esto es, en que es usado para producir bienes y servicios que la gente quiere.

Un pastel de barro puede requerir tanta mano de obra como un pastel de manzana, pero, nadie quiere un pastel de barro, de forma que no tiene valor. Además, el valor cambia según cambian las circunstancias. Aunque su “contenido laboral” no haya cambiado, los látigos para carruajes eran más valiosos antes de que se inventara el automóvil de lo que son hoy.

Marx intentó explicar estos hechos con la idea de un trabajo “socialmente útil,” pero nunca fue capaz de definirlo o cuantificarlo de forma que permitiera a los planificadores centrales comparar los valores de diferentes bienes y servicios y de los mismos bienes en distintos momentos y bajo circunstancias diferentes.

2. La sociedad capitalista no está dividida en dos clases. Los dueños y trabajadores de las empresas provienen de todos los ámbitos de la vida y de todo estrato económico.

3. El intercambio voluntario no es un juego de suma cero. Todas las partes en un intercambio se benefician, de lo contrario no estarían de acuerdo con intercambiar. Cada persona se beneficia porque cada una pone diferentes valores sobre los bienes y servicios intercambiados. El valor es subjetivo y no se basa en una cantidad objetiva (pero inconmensurable) como el “contenido de trabajo socialmente útil.”

4. La “plusvalía” de un producto (básicamente, el precio de venta de un producto menos el costo de los materiales y costos fijos), sirve para pagar a:


  • El inventor del producto producido por la fábrica
  • El empresario (a menudo, pero no necesariamente, el inventor) quien identificó la demanda del producto y decidió construir la fábrica
  • El capitalista (a menudo, pero no necesariamente, el empresario) quien suplió algo o todo el financiamiento
  • Los financistas que encontraron a inversionistas dispuestos a arriesgar sus recursos para construir y equipar la fábrica
  • Los administradores que coordinaron los esfuerzos de los trabajadores
  • Los mercadotécnicos que hicieron que los consumidores se dieran cuenta del producto y sus beneficios potenciales
  • Los trabajadores de la planta de la fábrica


Básicamente, Marx ignoró estos insumos así como la plusvalía que los clientes obtienen al comprar el producto hecho por la fábrica. Si no hubiera plusvalía por lograr cuando compran cualquier producto, nadie lo adquiriría.

Al exigir que los trabajadores de la planta de la fábrica (junto con cualesquiera de los trabajadores de oficina que Marx consideró como parte del proletariado, en vez de la clase administradora, opresora) recibieran todo el valor del producto, Marx estaba exigiendo que nadie responsable de la existencia del producto fuera pagado y que los consumidores no ganaran al comprarlo. De hecho, su “mundo perfecto” era uno en que nadie tendría un incentivo para inventar, producir, o comprar cualquier cosa.

5. Los trabajadores en mercados libres no se “empobrecen.” En vez de eso, les va mejor materialmente que en sociedades no libres o menos libres. Según nuestros estándares, los trabajadores de las fábricas en época de Marx laboraban por salarios míseros en condiciones terribles. Sin embargo, el trabajo y pago en la fábrica era a menudo mucho mejor (o, al menos, no tan malo) que las alternativas disponibles en esa época.

Los mercados libres hicieron tan productivas a las personas que ellas necesitaban trabajar muchas menos horas para alimentarse y a sus familias. En vez de trabajar cada semana seis o siete días de doce horas, típicamente los trabajadores en países de mercado libre trabajan cinco días de 7 u 8 horas. Aún más, los hijos ya no más necesitan trabajar para sobrevivir.

También, los mercados libres han ubicado a las mujeres en pie de igualdad con los hombres. En un mundo en donde la fuerza bruta es el factor más importante para la supervivencia, las mujeres son ciudadanos de segunda clase. Pero, en una sociedad de libre mercado, en donde los cerebros son mucho más importantes que la fuerza, las mujeres están en mayor capacidad de competir con los hombres.

Marx alegó que el socialismo pondría los medios de producción en las manos de trabajadores, pero es el capitalismo el que ha cumplido con la promesa de aquél. Hoy, crecientemente, los “medios de producción” se traducen en el conocimiento, su laptop y teléfono celular y, tal vez, una impresora de 3D de un trabajador.

Marx se imaginó una utopía socialista en donde él “pudiera pescar en la mañana, cazar en la tarde, arrear el ganado al atardecer y hacer teoría crítica en la noche, tal como yo tengo en mente, sin llegar a ser alguna vez cazador, pescador pastor o crítico.” De nuevo, fue el capitalismo el que hizo una realidad el sueño de Marx, al aumentar tanto la productividad que las personas ya no necesitaban más pasar despiertas todas sus horas tan sólo para tratar de rasguñar un medio de vida de subsistencia.

6. Los trabajadores que están en desacuerdo con Marx no sufren de “falsedad de consciencia” ni tampoco son estúpidos. Entienden sus propios intereses mucho mejor de lo que pueden hacerlo los planificadores centrales o teóricos de la torre de marfil.

CONCLUSIÓN

Marx no entendió, o se rehusó a entender, los incentivos creados por una sociedad basado en el principio de “cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades.” En el tanto se siga este principio, crea un mundo en donde la gente demuestra la mínima capacidad y la máxima necesidad.

Marx nunca definió lo que sería o cómo funcionaría un “sistema marxista.” Se rehusó a describir la utopia socialista excepto en términos muy generales, pues creía que debería emerger espontáneamente y, por tanto, sería una tontería tratar de predecir la forma final en que evolucionaría.

No obstante, al mismo tiempo, creyó que una revolución era necesaria para lograr el socialismo. Pero, revolución implica una fuerte ruptura del statu quo. Entonces, en vez de permitir que un nuevo orden socioeconómico emergiera naturalmente, Marx quiso instalar por la fuerza su nuevo orden sobre las cenizas del viejo ̶ un nuevo orden que él se rehusó definir, pues tenía que emerger naturalmente.

Como resultado, el “marxismo” fue algo así como un balde vacío en donde los revolucionarios podían verter cualquier cosa que desearan.

En la práctica los marxistas han mostrado ser mucho mejores en destruir sociedades y culturas de lo que han sido en crear unas nuevas exitosas. El marxismo permanece relevante sólo en tanto permanece siendo una fuerza destructiva.

Richard Fulmer es un escritor independiente de Humble, Texas, y ganador del tercer Premio Anual en Memoria de Beth A. Hoffman por Escritos Económicos por su artículo "Cavemen and Middlemen," en la revista Freeman de abril del 2012.