LOS ESTRAGOS DE LAS TERMITAS CULTURALES

Por Theodore Dalrymple
Law & Liberty
29 de noviembre del 2022

En su gran libro titulado Russia in 1839 [Cartas de Rusia], el Marqués de Custine llamó al Zar “águila e insecto.” Él era un águila pues se elevaba por los altos del país sobre el que gobernaba, completamente sólo, asimilándolo todo en un vistazo, pero, él era un insecto pues no había nada demasiado pequeño o trivial para que él interfiriera: él o su poder escarbaban en el propio tejido de la sociedad, tal como una termita escarba en la estructura de una casa de madera. No había forma de escaparse de ella.

Esta es la imagen que tengo en mi mente de la operación de adherentes a la ideología del despertar [Woke]. Ellos tienen una gran idea, al menos implícitamente, tanto acerca de la naturaleza de la sociedad en que viven, como qué la debería reemplazar. Tan absurda, inherente o insuficiente que puede ser su idea, los activa. Como lo demuestra la historia humana, la insuficiencia intelectual no es barrera para la efectividad en busca del poder; de hecho, puede ser una ventaja en tanto que investigadores más escrupulosos en busca de la verdad y bondad, se desgarran por la duda.

Por otra parte, nada es demasiado pequeño para su atención. Siendo visionarios, pueden infundir sus acciones más leves con la significancia teórica más grandiosa. Esto les da autoimportancia y confianza en que están haciendo lo que en una época podía haberse llamado el trabajo de Dios. Así, la trivialidad se reconcilia con la trascendencia. Son parte del movimiento de la Historia con H mayúscula, cuyo lado correcto ellos tanto lo definen como adelantan mediante sus acciones.

Por supuesto, la metáfora del águila y el insecto no es perfecta. El águila tiene vista aguda mientras que el adherente a la ideología Woke tiene cataratas en los ojos. Cuando la casa se desmorona en polvo debido a la acción de las termitas, no es porque deseaban tal desenlace; era, más bien, consecuencia natural de su conducta. La destrucción traída por los adherentes a la ideología Woke es mucho más deliberada.

La noción de esos adherentes como termitas culturales vino a mi mente (no por primera vez) cuando hace poco compré un libro. Fue Conspiracy on Cato Street de Vic Gatrell.

El profesor Gatrell es un gran historiador, tal vez hasta grandioso. Su escritura es magisterial y tan placentera de leer como cualquier novela. La Conspiración de 1820 de la Calle Cato, en que un grupo de hombres empobrecidos de clase trabajadora planeó matar a casi todo el gabinete británico y, a partir de eso, empezar una revolución, me interesó en parte porque puede haber tenido un efecto indirecto importante sobre la historia médica.

Los conspiradores de la Calle Cato fueron públicamente ejecutados por medio de ahorcamiento y, luego, decapitados por un hombre fornido y poderoso con una máscara negra. Surgió un rumor de que este hombre podía ser el Dr. Thomas Wakley, en esa época un médico en crecimiento. En todo caso, la casa de Wakley, en donde él también practicaba, fue irrumpida en la noche y quemada. Wakley fue asaltado y herido malamente por asaltantes desconocidos y escasamente se escapó de morir. Arruinado financieramente, decidió luego de su recuperación empezar una revista médica, como medio de obtener dinero, y fundó The Lancet, que pronto se convirtió, y como ha sido desde ese entonces, en una de las publicaciones médicas más influyentes en el mundo. No había base para la creencia de que Wakley, hombre fornido y poderoso, con el conocimiento anatómico necesario para decapitar rápidamente los cadáveres, fuera quien decapitó a los conspiradores ejecutados, pero mucha creencia no requiere de una base. En todo caso, esa es una explicación para que le atacaran a él y su casa, que de otra forma no tendría explicación.

Pronto, en el fascinante libro de Gatrell, noté una rareza tipográfica: la eliminación de mayúsculas en títulos como aquel del Duque de Wellington, el Arzobispo de York, o el Lord Canciller, el Rey Jorge IV, que se convirtieron en el duque de Wellington, el arzobispo de York, el lord canciller, el rey Jorge IV, etcétera, todo contra el uso acostumbrado.

Supuestamente, de alguna manera este era un intento por reducirlos de tamaño, para expresar una carencia de respeto, o hasta odio por la jerarquía social de la época: un gesto democrático. Por supuesto, esto es profundamente tonto, como si escribir Zar Nicolás I fuera un endoso del Zarismo, o escribir Papa Francisco fuera a ser un Católico creyente. Pero, vivimos en un mundo de gestos sin costo ̶ esto es, sin costo para quienes los hacen.

El profesor Gatrell tiene 81 años de edad, y, por tanto, me parece poco posible que, cualesquiera sean sus opiniones políticas personales, la eliminación de mayúsculas fuera iniciativa suya. Más posiblemente, fue idea de sub editores, quienes imaginan que, en su pequeñez, con sus imposiciones tipográficas, están luchando por la justicia y ayudando a lograr un mundo más igual. Y, se me dijo subsecuentemente por un académico, que esas imposiciones son ahora práctica estándar en la Prensa ̶ y, de hecho, a lo largo de la publicación.

Un amigo mío ha escrito un libro acerca de un líder africano del pasado quien, por lo general, no es altamente considerado por africanistas. El libro es una descripción más sutil y detallada de él de lo usual, retratando al hombre tanto como un idealista genuino y como el tipo de egomaníaco común entre líderes políticos. El libro es excelente.

Pero, su editor quiere que ponga en letra mayúscula la palabra negro en referencia a seres humanos. Él está contra esta demostración barata (y racista, irónicamente) de un sentimiento supuestamente virtuoso, pero tiene dificultades para hallar un editor, no por la calidad sino por la sutileza de su libro, y, por tanto, enfrentó un dilema incómodo: mantenerse firme y arriesgar que no se le publique, o acceder a la demanda y sentirse deshonrado por su debilidad y pusilanimidad. De paso, eso es un dilema enfrentado crecientemente por postulantes a cargos académicos: accede a la demanda de comisarios de la diversidad, inclusión y equidad, o renuncia por completo a tal empleo.

La misma pequeñez de la escala de las actividades del equipo editorial de los editores es lo que es siniestro acerca de ellos, pues sugiere la plenitud con que se ha llevado a cabo la marcha a través de las instituciones. No en balde, las tareas o deberes más simples de la administración pública en Gran Bretaña (y sin duda en otros países) son ahora asuntos de desafío ideológico y, por tanto, no se llevan a cabo con diligencia, dejando que la decadencia se abra camino a través de la sociedad.

Theodore Dalrymple es un psiquiatra y médico de prisiones retirado, editor contribuyente de City Journal, y Compañero Dietrich Weissman del Manhattan Institute. Si libro más reciente es Embargo and other stories (Mirabeau Press, 2020).

Traducido por Jorge Corrales Quesada.