Unos excelentes y apropiados comentarios que deben ser leídos muy atentamente y, ojalá, comentados, entre otros, por los liberales clásicos.

EL FUTURO INCIERTO DEL LIBERALISMO ECONÓMICO

Por Samuel Gregg
American Institute for Economic Research
19 de noviembre del 2022

Nota del traductor: la fuente original en inglés de este artículo es samuel gregg, american institute for economic research, future, November 19, 2022. En él podrá leer enlaces relevantes originalmente en letra azul en el texto.

En octubre del 2022, dos acontecimientos subrayaron exactamente qué tan lejos había declinado el liberalismo económico en la política a través del mundo, desde su periodo de relativa influencia entre 1979 y el 2008.
Uno fue la rápida defenestración por su propio partido de la anterior primera ministra [inglesa] conservadora Liz Truss del No. 10 de la Calle Downing [en Londres], posterior al esfuerzo fallido de introducir algunas reformas moderados del lado de la oferta a una economía inglesa debilitada. El segundo fue la reelección de Xi Jinping para un tercer período como secretario general del Partido Comunista Chino. Desde el 2012, una característica del gobierno de Xi ha sido un retroceso constante de la liberalización limitada y selectiva de la economía China, iniciada en 1978.

Son visibles muchas otras indicaciones del impacto disipador del liberalismo económico. Ya sea la continuidad en la administración Biden de políticas proteccionistas de la administración Trump o el resurgir del populismo de izquierda a través de América Latina, todos los signos muestran que estamos años luz lejos de la era de Reagan-Thatcher. En verdad, la retórica entusiasta de libre mercado de esas décadas excedió los logros más modestos. Pero, los intervencionistas de todo tipo están incuestionablemente a la defensiva a lo largo de las décadas de 1980 y 1990.

NUNCA UN CAMINO FÁCIL

En un sentido, la debilidad actual del liberalismo de mercado representa un regreso a la normalidad. En su monografía The Changing Fortunes of Economic Liberalism: Yesterday, Today and Tomorrow (1998), el economista académico británico y funcionario sénior del ministerio de Hacienda, David Henderson (1927-2018), señaló que, desde que los principios básicos liberales de mercado adquirieron una forma intelectual decisiva con la publicación de La Riqueza de las Naciones de Adam Smith, no ha “existido una tendencia consistente hacia políticas económicas liberales.”

Entre fines de la década de 1840 y principios de la de 1880, observó Henderson, el liberalismo económico desarrolló algo de ascendencia en la opinión de la élite de Occidente y un grado de apoyo masivo en países como Gran Bretaña. Pero, aún antes de 1914, esa tendencia estaba retrocediendo. Los estados paternalistas empezaron a establecerse en países como Alemania. Otras naciones europeas y sus colonias empezaron a abrazar acuerdos proteccionistas. A partir de ese entonces, las tendencias proteccionistas se aceleraron, impulsadas por dos guerras mundiales, reacciones gubernamentales ante la Depresión, y el repensar fundamental acerca de la economía asociada con John Maynard Keynes.

Cuando publicó su monografía, Henderson hizo ver la tendencia hacia la liberalización económica que había comenzado a mediados de la década de los setentas. Pero, agregó, aún el liberalismo de mercado confrontaba obstáculos formidables.

Primero, a pesar de cambios positivos en lo que Henderson llamó “la opinión informada” -servidores públicos, banqueros centrales, políticos, etcétera- acerca del liberalismo de mercado, perduraría una profunda oposición en gran parte de la profesión económica, en grandes extensiones de la izquierda, algunos conservadores, e intelectuales en general. Por ejemplo, recuerde la oposición masiva de economistas y muchos miembros conservadores del Parlamento y hasta ministros del gabinete [inglés] al enfoque monetarista contra la inflación de Margaret Thatcher en 1981.

Segundo, lo que Henderson llamó la “Do-It-Yourself-Economics” [“Economía de Hacerlo Uno Mismo”] (DIYE por sus siglas en inglés) en unas Conferencias Reith en la BBC [de Londres] en 1985, continuó conformando la opinión informada. Una y otra vez, escribió Henderson, su trabajo en agencias económicas nacionales e internacionales resultaron en encuentros con políticos y funcionarios que sostenían ideas económicas proteccionistas, aun sin saberlo. Dentro del mismo grupo, Henderson detectó un “centralismo irreflexivo” (supuesto por defecto de que los funcionarios de gobierno deben dirigir mucha de la economía) y lo que el llamó “esencialismo:” tendencia a pensar que los países deberían luchar por la autosuficiencia en un número siempre creciente de sectores económicos a fin de mantener su seguridad.

Tercero, enfatizó Henderson, el liberalismo económico en la década que cierra el siglo XX, no se había sacudido de una “debilidad crónica.” “En la mayoría, sino en todos, los países,” afirmó él, “la opinión de la mayoría permanece hostil a la idea de lo que se decía ‘dejarlo al mercado,’ y hasta lista para aceptar y endosar un papel mucho más amplio para el gobierno, de lo que desearían ver los liberales económicos.”

El socialismo en la realidad existente puede haber perdido credibilidad, pero el éxito limitado del liberalismo de mercado en cambiar la opinión informada, según Henderson, era aún más limitado en el nivel de la masa. siguieron persistiendo las expectativas de que el estado intervendría extensivamente. Puesto que, sin importar cuánta gente alegó que le disgustan los burócratas y reguladores o protestan contra mayores impuestos y programas de asistencialismo, Henderson enfatizó cuán fácil seguía siendo movilizar la oposición masiva contra políticas de liberalización del mercado.

DE REGRESO A LA DEFENSA

En muchos sentidos, la situación actual que muchos liberales de mercado enfrentan es terrible. La economía del DIYE abunda en la izquierda y desde el 2015 rápidamente se ha estado diseminando a través de la derecha. El centralismo irreflexivo ha hecho metástasis en forma de un interés renovado en la política industrial, a pesar de su registro histórico de fracaso. De igual forma, el esencialismo está de regreso, con presiones que se montan para “reubicar en el país” tantas operaciones de negocios estadounidenses como sea posible o convertir cualquier asunto de comercio en un imperativo de seguridad nacional. Algunos conservadores hasta han pedido la autarquía, en apariencia sin darse cuenta qué tan dañinas fueron esas políticas para países que las abrazaron.

Esto se complica aún más por la proliferación de alegatos de intervencionistas que son, para ponerlo suavemente, altamente cuestionables. Por ejemplo, se nos ha dicho que Adam Smith sólo aplicó sus principios de libre comercio a la inversión doméstica. Eso simplemente es falso. Otros conservadores nos dicen que el Nuevo Trato fue cosa maravillosa, a pesar de montañas de evidencia ensamblada por historiadores económicos que indican que, en efecto, no sacó a los Estados Unidos de la Gran Depresión. Como afirmó el 6 de mayo de 1939 nada menos que el ministro de Hacienda de Franklin Delano Roosevelt, Henry Morgenthau, “Estamos gastando más de lo que jamás antes hemos gastado y no funciona. …Digo después de ocho años de esta Administración que tenemos exactamente tanto desempleo como cuando empezamos. … ¡Y para empezar una deuda enorme!

Con todo, otros conservadores (haciendo eco de argumentos hechos por progresistas hace casi 15 años) insisten en que podemos aprender muchas cosas del capitalismo de estado de los chinos. Esto va contra evidencia creciente (que Beijing está tratando de ocultar) de que las ruedas de ese vagón en particular se están desbarrancando.

Pero, si bien tales proposiciones son fácilmente rechazadas, por varias razones han adquirido considerable tracción. Por ejemplo, brindan apoyo a lo que alguna gente quiere oír: que la salvación económica por la vía del estado es posible, a pesar de las muchas indicaciones en su contra. En otros casos, crean racionalizaciones para aquellos cuyo objetivo primordial en la vida es la adquisición de poder, ya sea para beneficio propio, o porque creen que los tecnócratas pueden superar desafíos sociales complicados, por medio de retoques económicos de arriba hacia abajo. Una vez que tales mitologías permean el discurso público, eliminarlas es muy difícil.

Luego, están los problemas de imagen que confrontan los liberales de mercado. Mucha gente asocia al libre comercio y la globalización con personas como Klaus Schwab, el Foro Económico Mundial, y el ubicuo Hombre de Davos, quien descarta el patriotismo como simple tribalismo. El hecho que tales equipos abracen el capitalismo de los accionistas, la DEI [siglas en ingles de diversidad, equidad, e inclusión], y el ESG [siglas en inglés de ambiente, social, y gobernabilidad] refleja una desconfianza en los mercados y un compromiso con arreglos económicos más o menos corporativistas, es, por desgracia, irrelevante. El hecho que el liberalismo económico parezca intrínsecamente ligado en las mentes de mucha gente con estos individuos y organizaciones es veneno político para los liberales de mercado.

A estas dificultades, debemos agregar un hecho desconcertante. Las democracias de Occidente se encuentran crecientemente atrapadas en algo parecido al despotismo suave del cual Alexis de Tocqueville advirtió en contra en Democracia en América. Hay muchos grupos de interés, buscadores de rentas, y miembros de la población en general, que hasta se resistirán a la más ligera desregulación o repliegue del gasto gubernamental, pues reconocen que introducirá cambios no bienvenidos a sus vidas. Abundancia de políticos promete a estos cabilderos y secciones de la población que “no habrá cambio” -o incluso más privilegios o prestaciones- provisto, por supuesto, que ellos reciproquen con contribuciones y votantes confiables.

Exacerbando este problema se ha dado una propensión de muchos gobiernos de descansar en políticas de dinero fácil y fuerte déficit gubernamental para tapar el agujero de los subsecuentes y crecientes baches fiscales. Los frutos podridos de esto se manifiestan ahora en todas partes del mundo occidental. Esto hará que poner en marcha reformas pro mercado sea políticamente difícil (como descubrió Truss) y más dolorosas de que lo que alternativamente habrá sido.

¿QUÉ HA DE HACER UN LIBERAL DE MERCADO?

Para ahora, los lectores pueden estar preguntando, “Si eso es cierto, ¿cómo deberían responder los liberales de mercado?”

Cualquier respuesta a tales preguntas debería involucrar el reconocimiento de que no hay soluciones llave en mano o milagrosas que revertirán mágicamente las tendencias actuales. Sin duda, eso desconcierta a quienes se preocupan de sus nietos creciendo en un mundo en que, la libertad económica y el gobierno limitado constitucionalmente, están siendo vaciados de sentido. A pesar de ello, esta dura verdad debe decirse, aunque sea sólo en razón del realismo y administración de expectativas.

Segundo, muchas cosas que ya se están haciendo -involucrarse en debates de política, popularizando ideas del libre mercado, presencia creciente del liberalismo económico en medios sociales, etcétera- deberían continuarse y aumentarse. Pero, si hay una cosa que debe cambiar, es esta: se necesita dar mayor prioridad a una formación profunda en las ideas liberales de mercado. En efecto, esto debería preceder cualquier embarque de activismo en las causas de mercado liberal.

Aristóteles estaba en algo cuando advirtió acerca de ingresar a la vida y conversaciones públicas sin bases adecuadamente sólidas, así como experiencia mayor del mundo. Sí, eso puede ser frustrante para gente joven, ansiosa de hacer una diferencia más pronto que después. Y la propia urgencia de los desafíos ciertamente no permite las décadas de preparación que Aristóteles consideró necesarias. Dicho esto, la “bancada” del liberalismo de mercado necesita ampliarse y profundizarse más de lo que es actualmente. Si los liberales de mercado se limitan a la defensa económica de los mercados, lucharán por refutar las críticas filosóficas, sociológicas, e históricas de los procesos e instituciones de mercado y, así, se encontrarán, por definición, en una defensa perpetua.

En resumen, la formación en el caso a favor del liberalismo económico deberá incluir la economía, pero yendo más allá. El liberalismo de mercado siempre ha sido definido por una economía rigurosa. Si hay algo, el debate público hoy requiere más de eso, dada la absoluta penetración del DIYE a través de la sociedad. No obstante, para avanzar, los liberales necesitarán mayor conocimiento de otros campos. En especial, esto tiene que ver con la historia (y no sólo historia económica) y economía política: la integración sensata del conocimiento empírico y técnico dado por la economía, con las preocupaciones normativas por la moral y la verdad filosófica.

Hoy en día, muchos de los ataques más potentes al liberalismo de mercado están siendo formulados sobre bases históricas, filosóficas, y éticas. Ya sea eso un intento de poner brillo al Nuevo Trato, “reinterpretar creativamente” la Riqueza de las Naciones a lo largo de líneas proteccionistas, evocar visiones de conspiraciones neoliberales globales en las sombras, rehabilitar tonterías mercantilistas, o hacer una caricatura de los mercados liberales como robots utilitarios, todos estos esfuerzos llevan el caso en contra del liberalismo de mercado más allá de la economía. Ergo, los liberales de mercado necesitan contrarrestar a sus opositores en esos terrenos.

Al hacerlo así, los liberales de mercado estarían siguiendo el ejemplo de algunos de los liberales económicos más importantes. Apelar a la eficiencia y efectividad económica fue central en el caso de Smith a favor de los mercados. Pero, no obstante, su Riqueza de las Naciones reflejó la agenda civilizadora más amplia asociada con la Ilustración Escocesa: una que buscó terminar con los privilegios legales de los políticamente bien conectados y crear oportunidades para millones estancados en una pobreza aplastante, a la vez que, simultáneamente promoviera la libertad, así como las virtudes comerciales, clásicas, y religiosas, en sociedades comercialmente orientadas que, en aquel entonces, emergían en el mundo anglo-estadounidense.

El liberalismo de mercado contemporáneo tiene a muchos individuos involucrados en el trabajo importante de desarrollar e impulsar políticas. Pero, desesperadamente necesita de más gente como la historiadora Amity Shlaes o el filósofo James R. Otteson. Esos individuos combinan sus especialidades económicas con una profunda apreciación de la economía de mercado. Pero, la causa liberal de mercado necesita más de un producto aún más escaso: economistas con la amplitud y profundidad de conocimientos que les dan a ellos la capacidad de mezclarlo con historiadores y filósofos vendedores de narrativas de la izquierda populista o del nacionalismo económico ̶ y hacerlo en el campo intelectual de los oponentes. En adición, tales individuos requieren la capacidad de dirigirse a menudo a audiencias muy diferentes: expertos y no expertos; los seculares y los religiosos; el líder empresarial tentado por la agenda ESG y presionando por consultores en administración para que convierta a su compañía en algo parecido a una Organización No Gubernamental (ONG); o el ama de casa que está considerando votar por el último político que le promete el nirvana económico, por medio de la intervención gubernamental.

Estas son grandes preguntas en un mundo en que la hiper especialización es la norma académica, y en que muchos de nosotros nos sentimos cómodos hablando a algunos grupos, en vez de otros. Pero, tal profundidad y versatilidad intelectual servirá bien al liberalismo de mercado. Cada vez que acontecimientos tipo Cisne Negro [Nota del traductor: algo fuera de expectativas usuales, de impacto extremo, pero no imposible] crean oportunidades para cambiar la opinión en direcciones amistosas hacia el mercado, o cuando aparece un político inusual, quien combina una apreciación de las ideas de mercado con habilidades políticas para impulsar las políticas adecuadas, necesitamos que, académicos orientados hacia el mercado, sean capaces de rechazar ataques de dirigistas en formas que van más allá del lenguaje de la oferta y demanda. Puesto en sencillo, el liberalismo de mercado necesita más gente capaz de hacer lo que hizo el economista Wilhelm Röpke, para promover y defender la liberalización de la economía alemana en 1948, o lo que Milton Friedman y Michael Novak hicieron para apoyar la agenda económica de Reagan en Estados Unidos, en la década de 1980.

Concedido, son escasos tales individuos y combinaciones de conocimiento y habilidades. Además, toman tiempo en desarrollarse. Tampoco serán suficientes para revertir la oleada contra el liberalismo económico que actualmente barre al mundo. El fiasco de Truss ilustró cuánto necesitan los liberales de mercado elevar su juego en todo nivel, si han de combatir el deslizamiento actual hacia el capitalismo de estado. Sin embargo, sin más de la formación seria que tengo en mente, y más los individuos quienes la incorporan, me temo que los prospectos de largo plazo para el liberalismo de mercado son, en efecto, sombríos.

Reimpreso de Law & Liberty

Samuel Gregg es Compañero Distinguido en Economía Política e Investigador Sénior en el American Institute for Economic Research. Tiene un Doctorado en filosofía moral y política económica de la Universidad de Oxford, y una Maestría a Artes en filosofía política de la Universidad de Melbourne.

Ha escrito y hablado extensamente acerca de temas de economía política, historia económica, teoría y política monetaria, y teoría de la ley natural. Es autor de dieciséis libros, incluyendo On Ordered Liberty (2003), The Commercial Society (2007), Wilhelm Röpke’s Political Economy (2010); Becoming Europe (2013); Reason, Faith, and the Struggle for Western Civilization (2019); The Essential Natural Law (2021); and The Next American Economy: Nation, State and Markets in an Uncertain World (2022). Dos de sus libros han sido preseleccionados para Libro Conservador del Año. Muchos de sus libros y más de 400 artículos y piezas de opinión han sido traducidos en una diversidad de idiomas. También es Contribuyente de Law & Liberty, Compañero de la Real Sociedad de Historia, Académico Afiliado del Acton Institute, Compañero del Centro para el Estudio del Derecho y la Religión en la Universidad Emory. También, sirve como Académico Visitante en la Heritage Foundation.

Ha publicado en revistas tales como Harvard Journal of Law and Public Policy; Journal of Markets & Morality; Economic Affairs; Law and Investment Management; Journal des Economistes et des Etudes Humaines; Notre Dame Journal of Law, Ethics and Public Policy; Oxford Analytica; Communio; Journal of Scottish Philosophy; University Bookman; Foreign Affairs; and Policy. Regularmente escribe piezas de opinion que aparecen en publicaciones como Wall Street Journal Europe; First Things; Investors’ Business Daily; Law and Liberty; Washington Times; Revue Conflicts; American Banker; National Review; Public Discourse; American Spectator; El Mercurio; Australian Financial Review; Jerusalem Post; La Nación: and Business Review Weekly. Ha servido como consultor editorial para la revista italiana, La Società, y corresponsal en Estados Unidos del periódico alemán Die Tagespost. También ha sido citado en New York Times, el Wall Street Journal, Forbes, Time Magazine, Christian Science Monitor, the Washington Post, el New Yorker, y en L’Osservatore Romano de la Santa Sede.

En el 2001, fue electo Compañero de la Real Sociedad de Historia, y Miembro de la Sociedad Mont Pelerin en el 2004. En el 2008, fue electo miembro de la Sociedad Philadelphia, y miembro de la Real Sociedad Royal de Economía. En el 2017, fue nombrado Compañero del Centro para el Estudio del Derecho y la Religión de la Universidad Emory. Sirvió como presidente de la Sociedad Philadelphia entre el 2019 y el 2021.ooks. También, se sienta en la Juntas Directiva de Asesores del Instituto de Asuntos Económicos de Londres; de la Universidad Campion de Sidney; la Fundación Burke de Madrid; del Instituto Fe y Libertad de Guatemala; así como en las juntas editoras del Journal of Markets and Morality y la Revista Valores en la sociedad industrial.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.