CUANDO LA IGUALDAD SE CONVIERTE EN MAL

Por Lawrence W. Reed
Fundación para la Educación Económica
Miércoles 2 de noviembre del 2022

NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis y en rojo, si es de su interés, puede buscarlo en su buscador (Google) como lawrence w. reed foundation for economic education, equality, November 2, 2022 y si quiere acceder a las fuentes, dele clic en los paréntesis rojos.

La igualdad ante la ley indisputablemente es una cosa buena. Usar la fuerza para hacer igual a la gente es una historia totalmente diferente.

Memorice la frase siguiente, enséñesela a sus niños, y grítela desde los techos de las casas en cada oportunidad que tenga. Es una de las verdades más importantes que usted aprenderá o enseñará: Personas libres no son iguales, y personas iguales no son libres.

Su primera reacción puede ser, “Pensé que la igualdad se suponía que fuera una cosa maravillosa, algo por la que todos deberíamos luchar, pero esto me suena como un rechazo a ello.”

Como dice el viejo dicho, el demonio está en los detalles. Que la igualdad sea buena o mala depende del tipo del cual usted está hablando. El contexto hace toda la diferencia del mundo.

La igualdad ante la ley -tal como ser juzgado inocente o culpable con base en si usted cometió el crimen, no en qué color, sexo, o credo usted representa- es indisputablemente una cosa buena. Todos nosotros querríamos que la ley sea aplicada justa e igualmente a todos los ciudadanos. La diosa de la justicia con los ojos vendados nunca debería atisbar.

Ese tipo de igualdad es una virtud y un ideal. Es un pilar de la Civilización Occidental por el cual un número incalculable de hombres y mujeres ha dado sus vidas.

Sin embargo, el significado de “personas libres no son iguales, y personas iguales no son libres,” es económico en su naturaleza. Se refiera al ingreso o riqueza material. Puesto de otra forma, podría leerse, “personas libres ganarán ingresos diferentes. Para asegurar que sus ingresos sean iguales, usted debe atacar su libertad mediante el uso de la fuerza.” Este el primero de mis “siete principios de una política sabia,” tal como se explica en este discurso.

Con elecciones en pocos días [las elecciones en Estados Unidos se realizaron el 8 de noviembre], espero que usted no votará por alguien tan sólo porque ese candidato está prometiendo robar en su nombre. Inclinarse a tal demagogia indecorosa hace del candidato un pillo y, por tanto, que no se confíe en él, y haría de usted un cómplice cobarde cuya libertad e independencia puede ser compradas con una dádiva.

Considere dos violinistas. Uno toca en un tren subterráneo a cambio de cualesquiera monedas que los pasajeros tiren en el estuche del violín. El otro actúa en salones de conciertos ante audiencias de miles. No importa que pueden tocar las mismas tonadas y que sean igualmente placenteras a los oídos. El ingreso del primero nunca se acercará al ingreso del segundo, a menos que, y hasta que, haga una limpieza a fondo de sus acciones y hallarse siendo buen vendedor.
Esta es desigualdad económica. No surge debido a coerción y refleja muy diferentes magnitudes de servicios para consumidores felices. Es tanto natural, como beneficiosa.

Sería estúpido, contraproducente, y claramente malo desplegar la fuerza para hacer que, de alguna forma, esos dos violinistas tengan un ingreso igual.

Aún en sociedades no libres (como Cuba o Corea del Norte), vemos desigualdad en los ingresos. En ellos las masas viven en una desesperación silenciosa, mientras que las élites políticas viven en el lujo. En nombre de la “igualdad,” tales lugares no sólo se alejan de aquella, sino que, también, en el esfuerzo producen tiranía y pobreza masiva.

El economista Milton Friedman afirmó esta verdad en una manera famosa y memorable: “La sociedad que antepone la igualdad a la libertad no tendrá ninguna de las dos cosas. La sociedad que antepone la libertad a la igualdad obtendrá una gran medida de ambas".

Una de mis películas favoritas es Enemy at the Gates [Enemigo al acecho], que apareció en el 2001. Desilusionado del sistema comunista, un propagandista soviético llamado Danilov (Joseph Fiennes) se encuentra a sí mismo arrastrándose hacia la línea de fuego, sin antes musitar, “Hemos tratado tan duro para crear una sociedad en donde todo mundo es igual, en donde no había nada que envidiar o de apoderarse. Pero no existe un “hombre nuevo.”
Siempre existirá la envidia. Siemrpe habrá ricos y pobres.” Luego, agrega, “Ricos en regalos, pobres en regalos. Ricos en amor, pobres en amor.” Eso es tanto sentido común como profundo.

La igualdad económica en una sociedad libre no es lograble ni deseable. Personas libres son personas diferentes, así que no debería venir como sorpresa que ganen ingresos diferentes. Nuestros talentos y habilidades no son idénticos.
Algunos trabajan más que otros. Y, aún si esta noche, mágicamente, todos somos igualados en riqueza, en la mañana, de nuevo, seríamos desiguales, pues algunos de nosotros la gastaríamos y algunos de nosotros la ahorraríamos.
Para imponer la igualdad económica, o algo remotamente cercano a eso, los gobiernos deben emitir esas órdenes y respaldarlas con pelotones de fusilamiento y prisiones: “No trabaje más duro o más inteligentemente que otros, no venga con algunas ideas o invenciones nuevas, no asuma riesgos, y no trate de ser más exitoso que algún otro.”

En otras palabras, no sea humano.

Considere la sabiduría de este comentario en 1945 del economista austriaco F.A. Hayek: "Hay una gran diferencia entre tratar a los hombres con igualdad e intentar hacerlos iguales. Mientras lo primero es la condición de una sociedad libre, lo segundo implica, como lo describió Tocqueville ‘una nueva forma de servidumbre.’"

El hecho que personas libres no sean iguales en términos económicos es una razón para alegrarse. La desigualdad económica, cuando emana de la libertad de individuos creativos y no del poder gubernamental y ventajas políticas, testifica el hecho que las personas están siendo ellas mismas, cada una poniendo su unicidad para trabajar en maneras satisfactorias para ellas y de valor para otras.

Las personas obsesionadas con la igualdad económica hacen cosas extrañas. Se convierten en envidiosas de otras. Dividen la sociedad en dos grupos: villanos y víctimas. Pasan más tiempo arrastrando a alguien hacia abajo que lo hacen levantándose a sí mismas. Tenerlas a nuestro alrededor no es divertido. Y, si llegan a un cargo público, pueden arruinar una nación. La envidia que alimenta sus pasiones está en la raíz de muchos males modernos, como lo expliqué en este ensayo.

El economista nórdico Anders Chydenius nos advirtió en el siglo XVIII a dónde lleva el culto de la redistribución: “Entre más oportunidades hay en una Sociedad para que algunas personas vivan del trabajo de otras, y entre menos esas otras pueden disfrutar de los frutos de su propio trabajo, cuando más se mata la laboriosidad, las primeras se hacen más insolentes, las últimas se desesperan más, y ambas se hacen más negligentes.” Ningún economista que valga la pena cree que, ya sean la libertad o la prosperidad, se pueden construir sobre el negocio sucio de robar a Pedro para pagarle a Pablo.

El filósofo Eric Hoffer, en su libro clásico The True Believer [El verdadero creyente: Sobre el fanatismo y los movimientos sociales], ofreció una explicación interesante de mucha de la búsqueda para hacernos iguales (https://fee.org/articles/the-wisdom-...hoffer-part-i/):

“Quienes ven sus vidas como arruinadas y desperdiciadas anhelan la igualdad y la fraternidad más que lo hacen con la libertad. Si claman por libertad, es libertad para establecer la igualdad y uniformidad. La pasión por la igualdad es parcialmente una pasión por la anonimidad: ser una hebra de las muchas que forman una túnica; una hebra que no se distingue de otras. Entonces, nadie puede señalarnos, medirnos con los demás, y exponer nuestra inferioridad.”


Para quienes desean refrescar su comprensión de la igualdad -el tipo por el cual luchar y el tipo por evitar- he ensamblado abajo algunas lecturas excelentes. Por favor, écheles una ojeada y compártalos con otros.

Esta cosa de la igualdad económica es padre de un daño interminable. Cuando es tan sólo una idea, no tiene sentido. Cuando encuentra su camino en la política pública, es un veneno. No lo beba.

Una versión de este ensayo apareció originalmente en El American.

Lectura Adicional

Equal But Not the Same
por Edmund A. Opitz
Is Wealth a Sin? por Doug Stuart
Snowstorms or Snowflakes? por Lawrence W. Reed
Would You Rather Have Income Equality or Income Mobility? por Anne Bradley
Equality of Opportunity, Not Outcome, is What Made America Awesome por Hannah Frankman y Dan Sanchez

Lawrence W. Reed es presidente emérito y compañero senior Familia Humphreys de la Foundation for Economic Education (FEE) y Embajador Global por la Libertad Ron Manners, habiendo servido por casi 11 años como presidente de la FEE (2008-2019), Es autor del libro del 2020, Was Jesus a Socialist? así como de Real Heroes: Incredible True Stories of Courage, Character, and Conviction y Excuse Me, Professor: Challenging the Myths of Progressivism.

Traducido por Jorge Corrales Quesada