LA COBARDÍA DE LA CENSURA

Law & Liberty
Por Theodore Dalrymple
20 de octubre del 2022


La principal amenaza de la censura en la actualidad viene, no de gobiernos, sino de una alianza, o, al menos, una sinergia, de grupos de presión y corporaciones sin escrúpulos y pusilánimes.

Una revista hermosamente producida, The European Conservative, para la cual en ocasiones escribo un ensayo literario, fue en una época exhibida en los estantes del distribuidor de revistas mayor de Gran Bretaña, W.H. Smith, que ahora la ha retirado de sus estantes, y rehusado venderla en el futuro. Fue intimidado a hacerlo por dos homosexuales que objetaron una caricatura en su edición del momento.

En la caricatura, se muestra a una madre preguntándole a su pequeño hijo cómo le había ido hoy en la escuela. El muchacho vomita: y su vómito es expresado como un arco iris, símbolo de lo que ahora se supone llamemos “comunidad homosexual” (siendo una comunidad una población de gente que comparte cualquier característica que sea).

Ahora bien, es perfectamente obvio para cualquiera, excepto aquellos profundamente determinados a sentirse ofendidos, para así magnificar su propia importancia o establecer su pureza moral ante los ojos de otros, que lo está siendo comentado, criticado, o satirizado, en la caricatura no es el fenómeno de la homosexualidad, sino el adoctrinamiento de niños pequeños en una ideología acerca de cosas para las que están mal equipados para intensarse en ellas y, mucho menos, entenderlas. Cualquier ideología es aburrida para niños jóvenes, excepto, tal vez, para los muy pocos naturales Berias y Dzerzhinskies, entre ellos, y las ideologías sexuales modernas son más aburridas que la mayoría, siendo su militancia a menudo inversamente proporcional a su contenido intelectual.

No debería suponerse que la caricatura estaba dirigida a un espantapájaros, lejos de eso. Por ejemplo, en Birmingham, Inglaterra, maestros militantes intentaron adoctrinar a niños tan pequeños como seis años, en su mayoría de hogares musulmanes, con las glorias del transgénero, y, así, lograr una especie de milagro: ellos hacían que el resto de la población simpatizara con una multitud de mujeres musulmanas que protestaban vestidas de negro. Supongo que era una especie de servicio.

Manifiestamente, la caricatura en The European Conservative no predicaba odio, mucho menos incitaba a un crimen. No iba dirigida a homosexuales, sino a una enseñanza impuesta de una ideología. Estaba bien dentro de los confines o límites morales de la libre expresión; ni siquiera era de mal gusto, aunque, desde el punto de vista de los quejosos tenía la terrible cualidad de ser muy divertida y que apuntara a una verdad incómoda. Todo mundo a quien se la mostré se rio, y a nadie le gusta que se rían o se burlen de sus devociones de esta forma.

Lo que es impactante y significativo acerca de esta historia triste es que tan sólo tomara dos quejosos, supuestos y autoproclamados voceros en nombre de una gran cantidad de gente similarmente indignada, o gente potencialmente indignada, para afectar la conducta de una empresa grande (admito que una declinación tan clara que equivale a casi una caída libre, y que, por tanto, temía por su supervivencia). De inmediato, la corporación cedió, temerosa de boicots y mala publicidad que los quejosos podían organizar, y probablemente lo harían.

Este es un buen ejemplo de la guerra asimétrica siendo lanzada contra la libertad de expresión por censores morales entusiastas (y que ejercen la censura). La guerra es asimétrica pues los Savonarolas de los últimos tiempos, quienes, a menudo, logran ser puritanos y licenciosos al mismo tiempo, están determinados y son monomaníacos, mientras que sus oponentes están dispersos e interesados en muchas cosas. Aunque hace mucho tiempo Hume advirtió, en su ensayo acerca de la libertad de prensa, que rara vez la libertad se perdía de una sola vez por todas, ninguno de aquellos del lado de la libertad está preparado para luchar fuertemente contra cualquier caso individual de supresión, principalmente porque arriesga a convertirse en una especie de reflejo de un monomaníaco, si no, también, crecientemente, a su empleo. Como he detallado, la persona normal se interesa en muchas cosas, no en una sola; está, por tanto, en desventaja perpetua contra fanáticos.

En este caso, por ejemplo, la gente que está fuertemente en desacuerdo con la decisión de W.H. Smith es poco posible que haga cabildeo firme para que la compañía la rescinda, tampoco es posible que aquella acuerde un boicot comercialmente dañino. Por supuesto, la compañía es libre de vender lo que quiera: no se encuentra bajo obligación legal o hasta moral de vender The European Conservative o surtir cualquier publicación. Sin embargo, la decisión fue extremamente pusilánime, y la compañía debe haberse dado cuenta que los dos quejosos del todo querían suprimir la publicación, si pudieran hacerlo. Siguiendo a Henry Ford, el lema de los quejosos era, “Usted puede tener cualquier opinión que quiera, siempre y cuando sea la nuestra.”

No es algo así como que los quejosos no tenían otra alternativa abierta para ellos que intentar la supresión. Ellos tenían, y tienen, todo derecho (que no es lo mismo que decir tienen toda la razón) de quejarse ante los editores; ellos tenían una probabilidad más amplia que nunca antes ante los medios, en los que pueden quejarse acerca de la caricatura y explicar por qué piensan es tan equivocada. Tienen muchos estilos entre los cuales escoger, desde el escrito largo y aburrido satírico y comúnmente abusivo hasta la impenetrabilidad y seudo profundidad de la erudición literaria contemporánea. The European Conservative no los detendría o trataría de silenciarlos.

Los ciudadanos de países libres no sólo tienen derecho a sentirse molestos, sino un deber de mantener su molestia dentro de límites. Por ejemplo, he visto periódicos que me molestan todo el tiempo que los leo, pero nunca se me ocurre que debería cabildear para que sean suprimidos. El problema es que, en donde la opinión es toda la virtud, la expresión pública de molestia es un signo de virtud excepcional ̶ así como la principal alegría de los fanáticos. La libertad no puede sobrevivir por mucho tiempo a un malestar perpetuo, crónico, y básicamente falso.

La libertad no es meramente un asunto de acuerdos legales o constitucionales, sino un hábito del corazón. Ninguna constitución o ley podría hacer diferencia alguna ante la cobardía de W.H. Smith, o al chantaje moral efectivo de los quejosos. El hábito del corazón requiere una disciplina, aquella de limitar nuestras emociones propias. Nadie cree en la libertad sin estar de acuerdo con ella para otro hombre, cuando gente, en especial quienes hacen campaña de política de identidad, es menos y menos inclinada o dispuesta a hacerlo.

Theodore Dalrymple es un psiquiatra y médico de prisiones retirado, editor contribuyente de City Journal, y Compañero Dietrich Weissman del Manhattan Institute. Si libro más reciente es Embargo and other stories (Mirabeau Press, 2020).

Traducido por Jorge Corrales Quesada.