Ojalá que “plutócratas socialistas” domésticos -como los bautiza Mitchell- se den cuenta a tiempo que su jueguito posiblemente acabará cuando el pueblo reaccione ante ello y, tal vez, cuando les caigan “mal” a uno de los verdaderos detentadores del poder, que lo quiere todo para sí, sin intermediarios.

LA VENGANZA IRÓNICA DE KARL MARX

By Mark T. Mitchell
Law & Liberty
24 de octubre del 2022

Las ideas de Karl Marx han sufrido una doble indignidad: han fracasado universalmente, y nunca han sido puestas en práctica. El primer hecho, enraizado en los desastres del sangriento siglo XX, brinda razones amplias para desacreditar a Marx como un charlatán. El segundo hecho provee a esperanzados neo-marxistas con la vaporosa promesa de una revolución de verdad marxista en algún lugar en el futuro

Es innecesario repetir los múltiples crímenes perpetrados en nombre del comunismo. La simple contabilidad de muertes debería ser suficiente para aquietar las voces de hasta los acólitos más devotos. Juntos, el sufrimiento, la tontería económica, y la corrupción política, brindan una evidencia adecuada de que el esquema de Marx es una fantasía política que hace poco más que legitimar el robo y el asesinato.

No obstante, según Marx, una revolución comunista no puede ocurrir en un vacío. Marx insistió en que la historia se podía reducir a una serie de revoluciones. El capitalismo emergió a raíz del feudalismo. El comunismo, a su vez, emergería como respuesta al sistema capitalista, en donde las injusticias inherentes se han realizado plenamente. Estas injusticias se basan en asignaciones dispares del capital. Al concentrarse crecientemente el capital, los trabajadores, quienes son desposeídos de propiedad, se desesperarán crecientemente. En su momento, las condiciones de los trabajadores serán intolerables y su consciencia revolucionaria será activada. El capital privado será abolido, los capitalistas hechos a un lado, y los trabajadores establecerán un nuevo mundo caracterizado por la igualdad, justicia, y felicidad universal.

Pero, considere en donde ocurrieron las llamadas revoluciones comunistas: Rusia, China, Camboya, y Cuba son, tal vez, los ejemplos más notorios. Ninguno de esos países había desarrollado un sistema capitalista que luego fuera derrocado por una revolución comunista. Fueron, en diversas formas, sistemas feudales en que, en el mejor de los casos, los medios de producción y la asignación de propiedad capitalista existían sólo en estado embrionario. En términos estrictamente marxistas, una revolución comunista no podía suceder en esos lugares. Necesitaban una revolución capitalista antes que una revolución comunista se convirtiera en necesidad histórica. Como tal, el comunismo, como lo imaginó Marx, no ha sido intentado. Los revolucionarios se adelantaron a disparar el arma histórica y fabricaron una revolución comunista en donde lo requerido era una revolución capitalista.

Pero, hoy mucho del mundo ha hecho una transición desde el feudalismo hacia alguna forma de capitalismo de libre mercado. Como resultado, esto parecería darles a los esperanzados marxistas una oportunidad de oro. Y que, de hecho, algunas de las preocupaciones de Marx acerca del capitalismo se hayan materializado, al menos en parte.
Marx entendió que quienes intentan permanecer al margen de modelos capitalistas de producción -de lo que hoy llamamos “economías de escala”- tienden a ser absorbidos. Como lo puso Marx, “la clase media -los pequeños comerciantes, tenderos, y comerciantes retirados por lo general, los artesanos y campesinos- todos estos tienden a sumirse gradualmente dentro del proletariado, en parte porque su capital diminuto no es suficiente para la escala sobre la cual es llevada a cabo la Industria Moderna, y es hundido en la competencia con los grandes capitalistas.”

Como resultado del poder económico y político de la industria en gran escala, la propiedad se concentraría crecientemente en cada vez menos manos. La clase proletaria se expandiría con la concentración de la propiedad. Una economía descentralizada compuesta de pequeñas granjas, artesanos, y trabajadores manuales es incompatible con una economía construida alrededor de la producción, distribución y consumo en gran escala. Así, “la burguesía suprime cada vez más el fraccionamiento de los medios de producción, de la propiedad y de la población. Ha aglomerado la población, centralizado los medios de producción y concentrado la propiedad en manos de unos pocos. La consecuencia obligada de ello ha sido la centralización política.” Marx entendió que las grandes empresas y el gran gobierno surgen en tándem, se alimentan el uno del otro, y se perpetúan entre sí. Entendió que la concentración del capital - es decir, el poder económico- conduciría a la concentración del poder político.

La solución de Marx es abolir, por la vía de la revolución, todo el sistema económico que hace posible tales abusos y miserias. Buscó emancipar a los trabajadores emancipando a la sociedad de la propiedad privada. Los proletarios, escribe él, “no tienen nada que salvaguardar.” No tienen nada que los una al sistema actual, ningún incentivo para mejorar su condición en el contexto de la estructura capitalista. De acuerdo con Marx, tiene todo incentivo para destruir el sistema que los ha derribado despiadadamente. La revolución predicada por Marx es una revolución de la clase trabajadora contra sus señores capitalistas. Tras este levantamiento revolucionario, emergerá una nueva existencia social en la que la propiedad privada (específicamente el capital privado) desaparecerá, en donde todos son libres de vivir de acuerdo con sus propios deseos y capacidades, en que cada individuo es igual a todos los demás. En su momento, el estado desaparecería.

Al estudiar nuestro panorama capitalista de la última etapa, la predicción de Marx suena hueca aun cuando se han intensificado algunos de los problemas que él identificó. En donde Marx predijo una revolución comunista, vemos, en vez de ella, surgir una clase de líderes plutócratas que mantienen el poder político, corporativo, y cultural, con una tenacidad incansable. Al mismo tiempo, crecientemente escuchamos el lenguaje del socialismo con sus aseveraciones moralistas acerca de la igualdad y la justicia, todas envueltas en el vocabulario hipócrita de la mafia del despertar [woke].

Los plutócratas no tienen interés en la revolución marxista que destruiría su control del poder, estatus, y riqueza. Ellos harán todo lo que puedan para mantener su posición aún si eso significa escupir lugares comunes acerca de igualdad, injusticia sistémica, y la necesidad de una revolución. Harán todo lo que sea posible por lucir simpáticos ante las demandas socialistas de las masas. Los lideres gubernamentales ansiosamente legan bienes y servicios a la gente, como muestra de solidaridad con sus demandas socialistas. La expansión constante del estado de bienestar es un indicador de esta dinámica, como lo es la reciente movida de perdonar préstamos a estudiantes universitarios en Estados Unidos. Los líderes de las corporaciones tropezarán los unos con los otros en su afán de parecer que simpatizan ante las demandas de los socialistas del despertar. Ellos comprometerán dinero, tiempo, y recursos para promover políticas y procedimientos que los aíslan de críticas de que ellos son beneficiarios de una estructura de poder injusta.
Por supuesto, ni los políticos ni los líderes corporativos abandonarán sus posiciones privilegiadas en nombre del socialismo o la equidad. Con una mezcla tanto de temor como de hipocresía, ellos se aferrarán tenazmente a sus posiciones, mientras reparten suficientes lugares comunes y golosinas para impedir que la revolución ocurra en la realidad.

Esta es la venganza de Marx. La revolución comunista nunca sucederá. En vez de configuraciones de propiedad que Marx pensó precipitarían una revolución comunista, continuarán osificándose y -he aquí la parte irónica- quienes mantienen la propiedad y el poder harán causa común con las masas desheredadas. La relación adversarial anticipada entre la clase capitalista y la clase trabajadora será continuamente formada por un acuerdo beneficioso. Lo podemos llamar socialismo plutocrático. Los plutócratas obtendrán legitimidad moral poniéndose al lado de la gente por medio de agitadores socialistas. Para hacerlo, los plutócratas deben convencerse a sí mismos que su virtud y estatus especial les brindan la oportunidad única de hacer un trabajo importante en nombre de los oprimidos y, por tanto, legitimar su propio control insaciable sobre la riqueza, estatus, y poder. Irónicamente, los lideres socialistas obtienen riqueza, poder y estatus. El liderazgo de ambas clases tiene mucho por ganar con este arreglo.

Esta dinámica oculta es una razón por la que las revoluciones socialistas nunca llegan a una culminación exitosa, sino que permanecen estancadas en una fase “transitoria”, en que los plutócratas-y aquellos individuos afortunados atraídos dentro de su órbita- aseguran la riqueza, estatus, y poder, mientras se permite que la energía revolucionaria se descomponga perpetuamente. La frustración persistente es impedida que explote mediante un goteo constante de bienes y servicios, que le quitan el filo a la desesperación, a la vez que impulsa un hábito de dependencia.

El Socialismo Plutocrático representa una conclusión en la vida real de la fantasía marxista. La clase plutocrática -trabajando en tándem con agitadores socialistas en las calles, instituciones educativas, y medios- está luchando incansablemente hacia ese fin, en que los ciudadanos son crecientemente dependientes y en donde el poder de los amos plutocráticos se atrinchera aún más. Todo lo que se atraviesa en el camino de esta agenda radical es ciudadanos de clase media, quienes desprecian tanto el servilismo del socialismo como el poder insolente de la plutocracia.

Cualquiera preocupado por el futuro de la libertad debe trabajar incansablemente por impulsar y expandir la clase media y la propiedad de la clase media, junto con las virtudes de la clase media que la propiedad privada ayuda a cultivar. La fortaleza -de hecho, la misma supervivencia- de la libertad está fundamentalmente atada a la fortaleza de la clase media.

Mark T. Mitchell es Decano de Asuntos Académicos y Profesor de Gobierno en el Patrick Henry College. Es autor, más recientemente, de Plutocratic Socialism: The Future of Private Property and the Fate of the Middle Class. Es cofundador y presidente de la República del Porche Delantero.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.