LA PALABRA F EN ITALIA

Por Alberto Mingardi
Law & Liberty
4 de octubre del 2022

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NOTA SEGUNDA DEL TRADUCTOR: La letra “F” en inglés representa la expresión coloquial vulgar de “coger” o “follar.” También se usa para denominar al fascismo o al fascista.

Las palabras que usamos en política no son como “hielo” o “papa” o “vinagre” ̶ todas cosas con un significado claro. En política, el significado de un término depende casi enteramente de la persona quien lo usa. “Democracia” y “autoritarismo” no son excepción. Así que, se hace fácil etiquetar a una persona con la que simplemente estamos en desacuerdo, aun si la etiqueta no tiene mucho significado objetivo. Los políticos a la derecha del centro están acostumbrados a eso, y eso es exactamente lo que le sucedió a Giorgia Meloni, la lideresa de los “Hermanos de Italia,” quien condujo su propia coalición a la victoria en esta pasada elección. La coalición se formó por cuatro partidos, con la señorita Meloni logrando un impresionante 26%, básicamente tres veces más que el segundo partido más grande de la coalición (la Liga del Norte, que obtuvo un 9%)

El Washington Post hizo eco de la alarma “sonada por la izquierda italiana: Meloni podría empujar a Italia hacia el bloque iliberal de la Unión Europea.” El Economist puso una portada en la que preguntó si Europa debería temer a Meloni. CNN sobriamente la llamó “el primer ministro más a la extrema derecha desde Mussolini.” El Atlantic habló del “regreso del fascismo.”

Sea cual sea la sinceridad de estas inquietudes, ellas pueden recordar a los lectores la estrategia usada contra Silvio Berlusconi. Entre más la prensa apuntaba hacia él, mayor el apoyo popular que ganaba. De hecho, este puede ser el rasgo en común de las confrontaciones diferentes y directas ente “las élites” y “la gente”: cuando las primeras demonizan un candidato, a la última tiende a gustarle incluso más.

Con los Hermanos de Italia, usar la palabra F es muy sencillo. Gran parte del personal del partido político viene de los restos de la “Alleanza Nazionale,” la que, a su vez, fue la heredera del Movimento sociale italiano, los partidos que fundaron los nostálgicos del régimen fascista (si bien no usaron la palabra F en sus nombres, pues era prohibido por ley en Italia). Por tanto, es fácil considerar a Meloni culpable de los pecados de sus bisabuelos, aunque ella nació en 1977.

El punto fascinante acerca de las elecciones italianas y el rápido surgir de la señorita Meloni es cómo este desarrollo parece ser totalmente independiente de lo que ella dice.

El gobierno de transición dirigido por Mario Draghi cayó en julio, y el Parlamento se disolvió el 22 de julio. Los italianos fueron llamados a votar en setiembre, lo que es algo inusual, pues el gobierno se supone que formula la nueva ley de presupuesto para fines del año, usualmente en un proceso oneroso y prolongado. Pero, también, esto significa que buena parte de la campaña electoral se dio durante agosto, mes que, en Italia, es muy poco adecuado para reuniones políticas, pues los italianos están aún vacacionando en algún lugar.

Cuando las cosas se pusieron serias en setiembre, las encuestas fueron tan unánimes en mostrar un fuerte liderazgo de Meloni, que todos los partidos se adaptaron al resultado esperado, aunque todavía estaba muy en el aire. Los socios de la coalición de Meloni, el señor Salvini y el señor Berlusconi, trataron de diferenciarse de ella, siendo más coloridos en sus promesas y haciendo eco de algún escepticismo acerca de la Guerra de Ucrania. (Esta última es bastante impopular en Italia, aunque Meloni se comprometió desde el inicio a estar del lado de la OTAN y Estados Unidos). Luego, la izquierda empezó a cantar la canción del peligro fascista que se venía.

Y, ¿qué hizo Meloni? Hizo campaña como primera ministra en espera. Sus posiciones no se alejan de aquellas de los “conservadores nacionales” en Estados Unidos: un grupo con el que ella tuvo contactos en el pasado. Sin embargo, sonó mucho más prudente de lo que a menudo son aquellos.

Acerca del gasto público y tasas de impuestos, ella limitó sus promesas y, antes de comprometerse, enfatizó la necesidad de una evaluación cuidadosa del presupuesto de Italia. Su agenda económica es vaga, pero no insensible. A la hora de tratar temas sociales, Meloni hizo campaña contra la “maternidad temporal,” pero dejó claro que no planea tocar la ley italiana de aborto. Sólo pide una plena puesta vigencia de la ley que gobierna el aborto en Italia, por la que, mujeres que consideran el aborto por razones financieras, pero que preferirían mantener sus bebés, deberían recibir ayuda financiera.

Los impulsores del aborto deberían estar felices con que esta sea la posición de sus oponentes, cuando líderes conservadores alrededor del globo tienden a ser mucho más extremos en el tema. Los críticos señalan que, en Italia, el acceso al aborto ya es cuestionable, en el tanto que un número elevado de médicos, ginecólogos en particular, son objetores de consciencia contra la práctica. De acuerdo con algunas encuestas, estamos hablando de alrededor de un 70 % de los ginecólogos, concentrados en las regiones del Sur, con casi el 90% en Molise, Basilicata, y Sicilia. Pero, esto difícilmente es algo que pueda ser rastreado a la señorita Meloni.

La señorita Meloni es una política capaz, quien, como hemos mencionado, llevó a su partido al 26% desde un 4.35% en las elecciones nacionales del 2018 y un 6.5% en las elecciones europeas del 2019. En esas elecciones previas, ella abrazó el diccionario populista, enfocándose principalmente en el temor a la inmigración. Pero, cuando esa preocupación fue central para el electorado italiano, fue mucho menos visible que el líder de la Liga del Norte, señor Salvini, quien hizo de la inmigración su caballo de batalla. Los dos permanecen en la misma coalición, pero las proporciones entre un partido y el otro han cambiado.

Su surgimiento en meses recientes es impulsado, no por el llamado a cerrar fronteras, sino, más bien, por el extenso desencanto de muchos con los gobiernos recientes. Meloni es el único líder que se mantuvo en oposición desde el 2011.
Por tanto, evita la culpa por las diferentes políticas seguidas por esos gobiernos, que no necesariamente fueron homogéneas (el gobierno de transición dirigido por Mario Monti arregló las finanzas públicas; otros primeros ministros trataron de revivir la economía italiana; el gobierno de transición guiado por Mario Draghi logró un impresionante ingreso de dinero europeo), pero fueron percibidos como fallidos en diversas maneras. Su distanciamiento de esos gobiernos no es suficiente para explicar el amplio apoyo, ni tampoco lo es el indicio de que los italianos puedan haber estado alimentando alguna nostalgia hacia el fascismo durante todos esos años, esperando que apareciera una figura apropiadamente mussoliniana.

La señorita Meloni creció substancialmente en el aprecio del público durante la pandemia, cuando se opuso a la mayoría de medidas impuestas para controlar la plaga que controlaban las vidas de la gente. Sus formidables discursos parlamentarios contra las cuarentenas del entonces primer ministro Giuseppe Conte, mostraron que, al menos hasta ahora, cuando encontró el autoritarismo, tomó el lado opuesto.

Ahora bien, todo esto es de poca relevancia en el contexto de las elecciones. Un partido habla mal del otro ̶ difícilmente noticia en una democracia. Lo que es más raro, y más peligroso, es el apuro internacional por considerar a Meloni como una amenaza para la democracia liberal.

Esto es particularmente peligroso cuando sucede en el contexto de un cuerpo supranacional. Considere el caso de la presidenta de la Comisión Europea, la señora Ursula von der Leyen. Durante una conferencia en la Universidad de Princeton, a von del Leyen, en apariencia, se le preguntó acerca de si estaba preocupada que “figuras cercanas a Putin” (dando a entender a Salvini y Berlusconi) estaban entre los candidatos en las elecciones italianas. “Si las cosas van en una dirección difícil” respondió ella, “tenemos las herramientas.”

Desde ese entonces, von der Leyen ha corregido su propia declaración, diciendo que no estaba tratando de influir en el resultado de elecciones libres. De hecho, su intento por demonizar a la derecha italiana puede haberle ayudado a esta última a lograr un mayor apoyo doméstico.

Muchos han sostenido que no hay problema alguno en la Union Europea que no pueda resolverse una mayor unificación. Con los llamados fondos de la Siguiente Generación Unión Europea, que fueron parcialmente financiados a través del endeudamiento de Europa, se llevó a cabo un paso adicional hacia “una más fuerte unión por siempre.” La derecha italiana apoyó tal movimiento. Su palabrería antieuropea fue una variante de la crítica a la supuesta “austeridad” que la Unión Europea impuso sobre el país, por medio de reglas fiscales. El nacionalismo favorecido por la derecha italiana clama por mayor libertad para gastar, y si el dinero viene de alemanes o futuros alemanes, hasta mejor. Pero, las transferencias europeas no están facilitando las relaciones entre estados europeos, ni dentro del círculo de Bruselas y el resto de políticos europeos. En realidad, están creando un conflicto potencial. Si usted toma el dinero del rey, entonces, usted canta la canción del rey. Y eso puede calzar muy incómodamente con políticos electos, que necesitan hacer que a los votantes les guste la “canción de rey.”

No es controversial la idea de que los fondos de la Unión Europea (relacionados con la pandemia o lo que sea) estén disponibles cuando el estado logra ciertas metas o son contingentes a ciertas reformas. Pero, debería preocupar la posibilidad de revocatoria si un miembro del gobierno de un estado no se alinea con el consenso de Bruselas, en particular porque las líneas son sumamente delgadas: Antes de empezar la guerra, el gobierno polaco solía ser el blanco de Bruselas más que Hungría. Pero, desde que empezó la guerra de Ucrania, las mesas se voltearon, cuando Polonia está entre los países europeos más anti rusos y Hungría es el más rusófilo. Por tanto, el gobierno de Polonia se hizo irrevocable, mientras que el señor Orbán sigue siendo un blanco. La actitud de la Unión Europea hacia estos países “problemas” puede dar vuelta rápidamente, en cuanto que son evaluados como con un reporte escolar en que una “A” en idioma inglés se supone compensa una “F” en matemáticas.

Quien escribe esto no es ni un “nacionalista” ni un “conservador nacional.” Pero, es fácil molestarse con Bruselas -o el periódico the Economist- al jugar a ser el director de la escuela. Con todas sus fallas, la democracia tiene la característica redentora de hacer de la política un empleo precario. Italia, con todas sus debilidades institucionales, es una democracia de 70 años de edad, con un registro de elecciones frecuentes y regulares. Hay una buena probabilidad de que la señorita Meloni mostrará ser una primera ministra inadecuada y, si es así, ciertamente los italianos tomarán nota de ello. Pero, ellos se merecen votar por quienquiera que les guste, sin ser sermoneados desde las alturas por nuestros pretendidos mejores.

Alberto Mingardi es director general del centro de pensamiento italiano de libre mercado, Istituto Bruno Leoni. Es también profesor asociado de historia del pensamiento político en la Universidad IULM en Milán y académico presidencial en teoría política de la Universidad Chapman. Es también compañero adjunto del Instituto Cato. Él bloguea en EconLog.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.