RESEÑA DE LA SERIE “PAÍS DE LA INFLACIÓN” DE THOMAS L. HOGAN-CUARTA DE CINCO PARTES

Por Jorge Corrales Quesada

En esta cuarta entrega de la serie de cinco titulada Inflation Nation [País de la Inflación], el economista Hogan comenta cuatro formas o políticas que no reducen la inflación y que, por el contrario, en muchas ocasiones son propuestas, no sólo por algunos comentaristas, sino por políticos, periodistas, y un público que no conoce mucho de temas económicos, pero son medidas que, si se ponen en práctica, causan daños generalizados, además de que no detienen el proceso inflacionario.

La primera de tales medidas fallidas es imponer controles de precios. En una de las obras más esclarecedoras sobre el tema del control de precios y salarios, los economistas Robert L. Schuettinger y Eamonn F. Butler llegan a la conclusión de que,

“…si bien existieron casos en los que la política de control mitigó, en apariencia, los efectos de la inflación por un breve lapso, nunca resultó una medida efectiva con el correr del tiempo. La razón básica de este fenómeno radica en que no se ha combatido a la causa real de la inflación, que es un aumento en la emisión monetaria superior al aumento de la producción.” [4.000 años de controles de precios y salarios]

El recuento más antiguo de tal práctica antiinflacionaria es el del monarca egipcio Henku, quien en el 2.830 antes de Cristo impuso el control de precios agrícolas como un intento de prevenir la hambruna de su pueblo y terminó apropiándose de todos los cultivos de Egipto. El emperador romano Diocleciano con su Edicto de Precios Máximos impuso controles de precios a una serie de productos esenciales, así como a salarios, dando como resultado que la escasez abundara en los mercados y no resolviera el problema de la falta de productos. Terminó con un desastre económico tal que por eso incluso fue forzado a renunciar.

Y así ha sido la larga historia del fracaso de los controles de precios y salarios hasta el presente. Algunas de las razones de dichos fracasos son que, en primer lugar, los controles de precios no reducen, no controlan, la inflación, sino que trasladan la presión de los precios desde un sector a otros. Sucede que, con el exceso de dinero en circulación, y causa del crecimiento generalizado de los precios, si se fija un precio de un bien en un sector específico, ocasiona que el gasto que se contuvo en ese sector, se traslada ahora hacia otro, ante lo cual el gobierno impone una nueva ronda de controles de precios. Todo esto termina en un control gradual pero generalizado de la economía, lo que, sin duda, afectará a empresas, consumidores, trabajadores, y toda la gente.

En segundo lugar, la función esencial de los precios es transmitir información, que es esencial para garantizar la eficiencia en la economía. Cuando el precio de un bien sube, eso les dice a consumidores que deben gastar menos en ese bien y a los productores a que produzcan más de él. Por el contrario, cuando los precios bajan, les informa a los consumidores que los productos son más baratos y que, por ende, pueden consumir más de ellos, a la vez que, para el productor, la señal es para que disminuya su producción. Lo que un control de precios ocasiona es que aquella señal eficiente en transmitir la información desaparece del mercado y se altera la lógica del comportamiento económico. Por ejemplo, un precio artificialmente controlado para que sea inferior al del mercado, hace que los consumidores más bien aumenten su consumo, que es lo contrario de lo que sería deseable ante una escasez del producto. Asimismo, ese precio tope o máximo le dice al productor que debe disminuir su producción, cuando lo deseable, ante la escasez, es, más bien, que haya mayor producción de ese bien.

La política mencionada, sin duda conduce a malas inversiones y a la ineficiencia en la economía, al inducir una mayor demanda de la deseable y a una oferta menor a la deseable al escasear un producto en el mercado. Sólo agrega a esa escasez, que podemos llamar natural de las economías, una mayor artificial por causa de la acción del estado.

En tercer lugar, los controles de precios son efectivos sólo si reducen la actividad económica, pues, cuando los precios y utilidades son altos, los productores producen más, pero, si los precios y las utilidades son bajas, como cuando se imponen precios máximos, los productores suplen menos a los mercados. Un buen ejemplo relativamente reciente es lo que sucedió en Estados Unidos en la década de los años setenta, cuando el gobierno, ante la restricción mundial de la oferta de petróleo por parte del cartel de la OPEP, como “solución” impuso un precio máximo a los combustibles en el país, que lo que ocasionó fue que más gente buscó adquirir más gasolina al precio máximo ahora fijado por debajo del precio de mercado. Esa escasez artificial promovió largas filas de personas. Los precios máximos o tope ocasionaron que la cantidad de gasolina ofrecida en el mercado disminuyera y, ante eso, que se formaran largas filas de espera para obtener algo de la cantidad disminuida de combustible. Evidentemente, tales filas son un desperdicio de tiempo y recursos de las personas, además de que, con la restricción impuesta por el precio tope, la gasolina iba a dar a quienes hacían fila, y no hacia los que tuvieran mayor necesidad de ella y estaban dispuestos a comprarla al precio mayor.

Y no podemos dejar del lado el hecho que, ante una escasez artificial provocada por el control de precios que afectan el suministro de bienes a los mercados, ocasiona que surjan lo que se conoce como mercados negros, en donde, por el control de precios, las transacciones se dan fuera de la formalidad, causando que los productos se obtienen pero a un precio incluso mucho mayor, además de facilitar la corrupción para obtener bienes ahora más limitados por el precio tope oficialmente impuesto. Traigo a mi mente una muy pequeña parte de lo sucedido con el control de precios en Chile, durante el gobierno socialista de Alende, en que el control de precios llevó a que los negocios abrieran en las madrugadas para poder vender los productos que solicitaban los consumidores, incluso a precios mayores que los fijados por el gobierno.

Igualmente, esos controles de precios dan lugar a un deterioro en la calidad del producto, para hacer que siga siendo rentable su producción. Y eso lleva a prácticas inconvenientes, como mantener el precio oficial, pero con empaques menos seguros o de menor tamaño, etcétera.

Muchos de estos efectos de controles de precios los presento en mi libro Inflación y Control de Precios, escrito en 1984, en el cual, mucho de lo allí señalado, sigue siendo útil para comprender la naturaleza fútil y el daño grave que causan los controles de precios, usualmente sugeridos para controlar ilusamente la inflación.

En la próxima sección, el profesor Hogan expone las medidas que usualmente logran el control de la inflación.

Publicado en mis sitios en Facebook jorge corrales quesada y Jcorralesq Libertad, el 20 de octubre del 2022.